miércoles, 20 de junio de 2012

Las tres patas de la banca y la metáfora de los dos borrachos


Las tres patas de la banca
Arruinada por los solares improductivos y por el ladrillo sobrevalorado, la banca española se sustenta sobre tres maravillosas patas: 1.- Compra dinero al Banco Central Europeo (BCE) a un interés del 1%. 2.- Compra bonos del Estado español a un interés equis. 3.- Compra bonos de deuda española devaluados a inversores asustados.
Para no complicarles la vida con el interés compuesto y otros enredos, lo simplifico: lo anterior quiere decir que si nuestra banca compra 1.000 euros al BCE con el compromiso de devolverlos, supongamos, dentro de diez años, el año 2022 deberá devolver los mil euros y, mientras tanto, está obligada a pagar cada año diez euros de intereses. En 2022 el dinero le habrá costado 1.100 euros. ¿Qué hacen nuestros banqueros con esos mil euros? ¿Acaso se los prestan a las empresas para que pongan en marcha la economía productiva? ¿Acaso los prestan a las familias que un empujoncito podrían animarse al consumo? ¿Acaso los invierten para desarrollar proyectos de I+D que pudieran llevarnos a una economía moderna, tecnológica y sostenible? No señor, no; les diré lo que hacen: compran bonos de deuda española a diez años, los mismos que endosan al BCE como aval de su compra de euros.
Veamos ahora la equis de los intereses de los bonos. Si el bono español está como está en el momento en que escribo este artículo, a aproximadamente a un 7% de interés, y los mil euros que nuestro banquero tomó de prestados al BCE los invierte en comprar un bono español de deuda por idéntico valor, en 2022 recuperará sus mil euros y, entre tanto, cada año habrá recibido 70 euros de intereses, lo cual significa que en 2022 el cobro del principal (mil) y de sus intereses (700) le habrán supuesto unos ingresos de 1.700 euros, con los cuales amortizará el préstamo monetario de los 1.100 euros del BCE y habrá ganado 600 euros. Ya sé que parece poco, pero sepan ustedes que si nuestro banquero no pide mil euros sino mil millones, en diez años ganará 600 millones, lo que ni ustedes ni yo ganamos en una década.
¿Quiénes son los primeros interesados en que la equis se mantenga lo más elevada que sea posible? Sí, no es usted un malpensado: la principal interesada es la banca española, que desde hace meses ha comprendido que su negocio está en conseguir que equis tenga el mayor valor posible. ¿Que cómo lo consigue? Les pondré un ejemplo.
Los señores Pedrosa, Lorenzo, Alonso, Hamilton o Schumacher viven de lo que no podemos vivir el común de los mortales: viven del riesgo. Tienen habilidades sí, como las tienen el resto de sus competidores, pero ellos fuerzan las carreras hasta ponerlas en el punto máximo de riesgo. Ahí está su interés: en crear el riesgo para llegar a donde los demás no llegan. Crear situaciones de riesgo y ganar en el terreno donde los demás se asustan. Exactamente lo mismo que hacen los que viven de los intereses de la deuda: aumentar la sensación de riesgo (léase prima de riesgo). A mayor sensación de riesgo, más ganan.
Naturalmente, el riesgo tiene un límite. ¿Cuál es el límite? Pues el de la fiabilidad de los bonos de nuestra deuda que los bancos depositan como aval en el BCE cada vez que obtienen dinero. Si la deuda pública va mal, los bancos irán mal. Si aumenta el riesgo de un país, el precio de sus bonos cae y las agencias de calificación bajan su nota. Los inversores dejan de fiarse del país porque si baja la cotización de la deuda pierden valor los miles de millones de bonos del país que tienen los bancos. Hace tiempo que los indicadores vienen señalando la fuga de capitales de nuestro sistema financiero, que no es otra cosa, que la retirada legal mediante la venta, entre otras cosas, de los bonos soberanos. 
¿Quién compra ahora nuestros bonos? La banca española. Nuestros bancos son los principales (prácticamente los únicos) compradores en las subastas del Tesoro. Es verdad que, como en el caso de un particular, si el banco no vende esos bonos no materializa las pérdidas. Pero la gran diferencia es que las entidades utilizan toda esa deuda como aval para obtener liquidez del BCE. Si esos bonos son cada vez de peor calidad, puede llegar uno que el prestamista se harte y les diga: “Oye, no me dejes más bonos españoles, que eso ya no me vale como garantía. Me tienes que dejar otros activos de fianza”. De repente, los bancos se quedarían sin acceso a la financiación y habrían quebrado.
Es un riesgo tremendo, pero se puede asumir cuando se juega con las cartas marcadas y si algo tiene la banca es una baraja completa de naipes trucados: sin el sistema de creación ficticia de creación del dinero (que explicaré próximamente con la parábola del escarabajo pelotero) el sistema capitalista se derrumbaría y, en ese momento, se produciría una catástrofe de dimensiones planetarias que nadie quiere. Desde el punto de vista estrictamente económico, hay capital foráneo, que con tanta alegría financió nuestra burbuja, para absorber las pérdidas del sector financiero español, ni siquiera las catastróficas, es España la que absorbe la pérdida de su sector bancario en caso de que ésta se realice. La banca va montada en un bólido que nunca derrapará y eso lo saben los pilotos que más arriesgan.
Con ese negocio en mente, comprando dinero al 1% y prestándolo al 7%, no debe sorprendernos que la banca española se haya convertido en un yonqui del dinero barato: la en mayo la deuda neta de las entidades españolas con el BCE sumó 287.813 millones de euros, con lo que lo adeudado por España supone el 83% de todos los préstamos de la Eurozona. La dependencia de la banca española respecto del BCE se constata en las cifras: si hace un año debían al BCE 53.134 millones, ahora deben más de cinco veces esa cantidad. Los bancos reciben ese dinero del BCE no por su cara bonita, sino que porque vienen avalados por nuestra deuda soberana en forma de bonos que depositan en las cajas del BCE. De modo que se ha establecido un círculo vicioso y a la vez virtuoso; vicioso para el Estado, cada vez más entrampado; virtuoso para los bancos, que se están forrando a costa de nuestro endeudamiento.
Metáfora de los dos borrachos
Y ahora, pasemos a la metáfora de los dos borrachos. La señora Merkel, aplaudida por los peperos españoles dado que se trataba de castigar a Zapatero, sometió a Portugal, Irlanda y Grecia a un remedio que aparentemente es peor que la enfermedad. Es lo que está haciendo también con España, de momento con radioterapia suave pero que, si otro médico (quizás un doctor francés o un terapeuta americano) no lo remedia, pronto será una quimioterapia potente, que obliga a una reducción severa del gasto público para contener el déficit, pero esto provoca recesión, es decir más paro, más gastos sociales y menos ingresos fiscales, con lo que ni el déficit disminuye ni el crecimiento se produce y, como comprendería cualquiera que tuviera dos dedos de frente y no se marchara al fútbol en el peor de los momentos, sin crecer es imposible pagar la deuda (lo explicaré con la parábola del escarabajo pelotero, no se preocupen). Como los inversores conocen esta sencilla regla que a nadie se le escapa, los inversores han declarado a España como país insolvente y se niegan a no sólo a comprar nuestra deuda, sino que encima, espantados, venden la que tenían aunque pierdan dinero, lo que le explicaré cuando me ocupe de los bonos.
¿Y quién compra nuestra deuda? Pues nuestra banca, que prospera con nuestro riego y que sabe que se hundirá el mundo, que se multiplicará el paro, se desahuciará a quien haga falta, se destruirá el Estado de Bienestar y se juntará Roma con Santiago sin que a ella le pase nada. La banca siempre gana.
El sistema bancario español camina dando tumbos, borracho perdido. La exigencia de Europa ha sido que otro borracho, el Tesoro español, sostenga al primero. Al vincular riesgo bancario y soberano, la pareja de borrachos camina apoyándose en los respectivos hombros. Apenas se sostienen y más pronto que tarde acabarán por caer estrepitosamente. Uno de los beodos es incapaz de sostener sus gastos no porque sean altos, sino porque es incapaz de aumentar sus ingresos. Por tanto, debe emitir más y más deuda, endeudándose cada vez más para pagar intereses y principal.
Su colega de borrachera, la banca, compra la deuda de su compañero, de modo que –hombro con hombro- establecen un círculo mágico: uno emite deuda y el otro la compra, haciendo de paso un excelente negocio a costa del contribuyente. El problema está en que ese mecanismo aumenta cada vez más los intereses de la deuda porque el segundo borracho corre cada vez más riesgo de no cobrarla nunca. ¿Qué haría falta? Más borrachos, dice la pareja de dipsómanos: más compradores de deuda para diluir el riesgo haciendo aquello del mal de muchos, consuelo de tontos.
Si los intereses alcanzaran unos límites razonables, como los que existían hace tres años (¡Ay, aquellos insostenibles 300 puntos de prima de riesgo de los tiempos del malvado ZP!), el Estado podría seguir empleando la táctica del patadón p’alante (tan querida para la añeja furia española de Zarra y compañía), que sólo es sostenible cuando hay crecimiento. Cuando no lo hay, no queda para pagar los intereses de la deuda ni, por supuesto, el principal que vence.
El último intento de arreglar el desaguisado fue el gatillazo del rescate bancario que fue elogiado hasta el paroxismo por sus voceros por tratarse de un generoso préstamo en condiciones excepcionalmente buenas conseguidas gracias a la presión política ejercida por usted antes de que se marchara al futbol con dos bemoles. Desde entonces (como cualquiera medianamente pensante sabía: que el préstamo de la Eurozona transfería el riesgo bancario al balance del sector público), los mercados no han parado de castigar a la deuda española entre otras cosas porque ese rescate de hasta 100.000 millones, al no implicar una ayuda directa a los bancos, sino a través del FROB, aumentaría la deuda española hasta el 90% del PIB. Y ahora resulta que no, que “la línea de financiación” no era benéfica, sino dañina y que lo que conviene a todos es que la inyección monetaria vaya directamente desde Europa a los bancos.
Dicho de otra forma, lo que pretende nuestro Gobierno es que aumente el número de los cofrades beodos. No, Europa no va a inyectar dinero directamente a los bancos españoles porque nadie da 100.000 millones de euros (que al final serán 250.000 millones, como ya he escrito en otra entrada) sin que haya garantías estatales. Es de cajón. El dinero que presta el BCE no le sale gratis, porque lo hace emitiendo su propia deuda que comprarán de nuevo los bancos. Si la nueva deuda del BCE está convenientemente avalada, la adquirirán los inversores extranjeros; de lo contrario, habrá perdido su credibilidad.
Si la pierde y los inversores no compran, el BCE se convertirá en el tercer y último borracho, algo que no están dispuestos a hacer los calvinistas abstemios centroeuropeos, que han dejado bien claro que no tienen ninguna intención de aceptar esa inyección directa de dinero en los bancos desde el fondo de rescate si el borracho no abandona la bebida (léase el saneamiento de las cuentas bancarias).
¿Qué cuando saldremos de esta? En primer lugar, cuando deje de retroalimentarse el círculo perverso. Para ello hay que transmitir información suficientemente convincente de que los males bancarios se conocen y se pueden curarse en un horizonte temporal razonable, lo que todavía se ha hecho, pero es probable que lo sepamos mañana, jueves 21 de junio, cuando entre el verano. Los recursos deberían provenir de un mecanismo de rescate europeo y, además, deberían ir directamente a los bancos, sin engrosar la deuda pública española y sin que fuera al Gobierno español al que se le aplicaran las exigencias que en términos de "austeridad" llevan consigo esas ayudas. Las contrapartidas que permiten hablar de "intervención", de sometimiento de las decisiones de las autoridades españolas a los imperativos de quienes suministran el rescate, deberían aplicarse a los receptores de las ayudas, a los propios bancos.
El apoyo de Europa, de una u otra forma, acabará siendo necesario. Cuanto antes llegue, antes saldremos de esta. A favor de una respuesta favorable y rápida juega la trascendencia que tendría que una economía como la española (la cuarta de la Eurozona) fuera abandonada a su suerte. No solo significaría una convulsión de los cimientos de la unión monetaria de Europa, sino también una inconsistencia con la letra y el espíritu de los compromisos europeos: España, recordemos, no tiene hoy, todavía, una deuda pública superior al promedio de sus socios, Alemania incluida.



domingo, 10 de junio de 2012

El coche de la señora Merkel



Exaltado, entre gritos, exabruptos y aspavientos, un conocido mío, españolista de pro, se desgañita espetándome su anti-europeísmo por vía del reproche monetario. A voces, se pregunta retóricamente cómo es posible que, siendo todos europeos, a Alemania los préstamos en forma de bonos le salgan casi gratis mientras que a nosotros nos cuestan un pico. “¡Inexplicable!”, exclama “¡Europa es una filfa!, brama. Le parece una injusticia que nuestra prima de riesgo ronde los 500 puntos básicos. “¿De dónde sale eso? –pregunta. “Si todo somos europeos, ¿a qué se debe la diferencia?”
Tras recomendarle una taza de tila, intento en vano hacerle reflexionar hasta que encuentro la clave. Le pregunto qué coche tiene y me contesta “un Audi”. “¿Por qué un Audi?”, pregunto. Se queda estupefacto ante una pregunta cuya respuesta es obvia: “Porque los coches alemanes son muy fiables”. Fiabilidad: el coche de la señora Merkel es al menos tan fiable como el mejor del mundo. Me parece una buena metáfora para explicar en qué se fundamenta la maldita prima de riesgo que, en el momento en que escribo estas líneas, superaba los 450 puntos.
Vayamos a comprar un automóvil. Limitemos la realidad a España y Alemania, que es con quien nos comparan para calcular la prima, y supongamos que los bonos son coches. Mariano, el concesionario de los coches españoles, me ofrece el modelo Hispania que, además de su motor genuinamente español, lleva todo de serie: asientos de cuero, climatizador, equipo audio con MP3, navegador, faros, manos libres, llantas de aleación, alarma y no sé cuántas cosas más. En el concesionario alemán me ofrecen el modelo Germania, peor equipado pero dotado de un robusto, potente y fiable motor alemán, como astutamente repite Ángela, la vendedora “Sale un poco más caro que otros modelos de su categoría, pero le durará toda la vida”, remacha.
Unos conductores elegirán el Hispania y otros el Germania, da igual. El hecho es que la mayoría de los conductores se inclinan por comprar un infalible vehículo alemán. No se fían tanto del motor español. No está tan probado como el germano. No está claro que acelere igual en los adelantamientos, que sea igual de seguro, que consuma lo mismo… Así que el Germania se impone, aunque tenga menos accesorios y sea un poco más caro.
Traslademos la compra del coche al mercado de bonos. Aunque el tema de los bonos merece mayor atención, basta con recordar ahora que un bono no es más que un pagaré, un pedazo de papel mediante el cual un Gobierno se compromete a pagar una deuda. Supongamos ahora que yo soy el Gobierno y usted es el inversor.
Necesito 1.000 euros. Creo un bono por ese valor para que alguien me preste el dinero. Usted tiene dinero fresco y parece dispuesto a prestarlo. Le ofrezco mi bono. “Dentro de un año le devolveré sus 1.000 euros”. “Sí, pero ¿a cambio de qué?”, me preguntará usted. “No se preocupe, le pagaré intereses”.
Primera cuestión ¿cuántos intereses? Si quien solicita el préstamo es de fiar y el prestamista tiene la certeza de que va a recupera su dinero, el interés será bajo. Si su reputación no es la mejor o si corre el rumor de que su solvencia es dudosa, el inversor corre el riesgo de no recuperar su dinero y, en consecuencia, solicitará mayores intereses. Primera lección ligada a la fiabilidad: a mayor riesgo, mayores intereses; dicho de otra forma, cuánto más riesgo se asume, más rentabilidad se exige.
Supongamos que me presta los 1.000 euros con la condición de que se los devuelva dentro de un año al 5% de interés. Yo le entrego un bono en el que se establecen esas condiciones. Dentro de un año, si todo va bien, usted cobrará 1.050 euros gracias a que ha recibido un bono con una rentabilidad del 0,05 (la rentabilidad resulta de dividir el interés por cien; por tanto: 0,05).
Como decía mi conocido, los bonos españoles y los alemanes se parecen mucho. Son pedazos de papel, cuya única diferencia material es que unos se imprimen en Madrid y otros en Berlín, pero ambos se emiten en euros y fijan los mismos plazos de vencimiento. Pero hay una diferencia esencial: su rentabilidad. Pongamos un ejemplo. En la subasta de bonos celebrada la primera semana de junio, España logró colocar deuda con un interés medio del 4,46%, mientras que Alemania concedió a los prestamistas una ridícula rentabilidad media del 0,0007 (interés 0,07%). Por simplificar, supongamos que en ambos casos los bonos fueran por valor de 2.000 millones y que vencieran a un año. Eso quiere decir que en junio de 2013 España tendrá que devolver 2.092 millones (2000 x 0,046), mientras que Alemania devolverá 2.001,4 millones (2000 x 0,0007). El coche (bono) alemán le sale a un hipotético inversor 90,6 millones de euros más caro (2.092-2011,4), pero no importa: el Germania es un automóvil más fiable.
Conozcamos ahora a nuestra prima de riesgo. Entre los bonos del ejemplo anterior había una diferencia en el interés del 4,39% (4,46-0,07), que traducidos a los puntos básicos de la jerga financiera son 439 puntos: esa es la prima de riesgo media en el momento de la subasta. La prima de riesgo es aparentemente muy caprichosa porque responde a expectativas que los prestamistas leen en las señales que se emiten aquí y allá. Pondré un par de ejemplos.
28 de mayo. Las palabras del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, minimizando la crisis financiera -«Bankia no tiene absolutamente nada que ver con el riesgo país» o «no va a haber ningún rescate para la banca española»- provocaron tal desconfianza que los inversores optaron por vender a espuertas bonos españoles, lo que disparó la prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos.
6 de junio. Tras ocho jornadas consecutivas con el lastre de los 500 puntos, la prima de riesgo consiguió despedirse de ese nivel tras cerrar la sesión en los 495 puntos básicos. ¿Qué había pasado en esos ocho días para explicar la caída? La palabra clave es expectativa. Durante esos días, la Comisión Europea que, tras defender siempre que el Fondo de Rescate no estaba para rescatar bancos, empezó a hablar de la posibilidad de dar dinero directamente a la banca española, lo que aumentaba nuestra fiabilidad como deudores.
Aunque las oscilaciones de nuestra traviesa prima brincan sin cesar en función de las expectativas, su valor real se fija en un momento determinado. La forma más sencilla de explicar cuándo se produce tal momento es pensar en la prima de riesgo como si fuera el Euribor, el tipo de interés que se utiliza para las hipotecas. La mayoría entiende perfectamente qué pasa cuando cambia el Euribor: se paga menos al mes o viceversa. Pues con la prima de riesgo pasa lo mismo: si baja, al Estado se le rebaja la hipoteca. Si sube, lo contrario.
Pero, ¿cuándo se hace efectiva esa subida? Si usted, como es bastante probable, ha pedido un préstamo sabrá que aunque se hable de máximos o mínimos del Euribor desde una fecha determinada eso no significa que, automáticamente, a usted le toque pagar más o menos. Dependerá del mes en el que te toque la revisión, lo que está fijado en su hipoteca.
¿Cuándo le toca al Estado revisar su “hipoteca”? Cuando vuelve a emitir bonos, es decir, cuando vuelve a pedir que alguien le compre deuda. Y como el precio de esta depende de nuestra fiabilidad, no debe sorprendernos que en un entorno como el actual, con una tasa de paro del 24%, con un gobierno que ha estrangulado la inversión pública, con una banca zombi incapaz de cumplir sus obligaciones crediticias y una economía doméstica que se ha contraído más de un 16% desde el inicio de la crisis, los potenciales prestamistas duden seriamente de nuestra solvencia, lo que aumenta el riesgo de impago y, en consecuencia, que exijan mayor rentabilidad en forma de mayores intereses.
La prima de riesgo es una magnitud comparativa con respecto a alemana, lo que quiere decir que cuando la germana baja la nuestra sube, algo que resulta fundamental si se tiene en cuenta que los alemanes han llegado a cobrar por pedir dinero. En la primera subasta de deuda de este año, Alemania colocó 3.900 millones en bonos a seis meses con rentabilidad negativa (-0,0122%). ¿Qué había ocurrido? Pues que alarmados por la crisis de la deuda soberana europea, los inversores acudieron a refugiarse en la seguridad que proyectan los bonos alemanes, sin que les importara que, llegada la fecha de vencimiento, no sólo no recibirán un extra de rentabilidad, sino un descuento, un bocado sobre el principal.
Son las ventajas de conducir un automóvil fiable como el de la señora Merkel.