jueves, 27 de abril de 2023

A vuelta con los conejos o el eterno retorno de lo mismo



Investigadores españoles explican las causas de la plaga de conejos: No hay hibridación, solo tienen hambre.

Hace justamente cinco años, un grupo de enfurecidos agricultores castellanomanchegos intentó asaltar las Cortes regionales en protesta contra una plaga de conejos extremadamente dañina para las cosechas. Cosas del comportamiento humano. Durante décadas, agricultores, ganaderos y cazadores se han esforzado por exterminar con pólvora, cepos, venenos, artimañas innúmeras y no pocos artefactos a las denominadas “alimañas” de pelo y pluma que controlaban las poblaciones de conejos. Aquellos polvos exterminadores han traído estos lodos lagomórficos.

Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados, escribió Albert Einstein. El de los conejos es el eterno retorno de lo mismo.

No son inmigrantes: son autóctonos

Desde hace unas semanas se viene hablando de una supuesta plaga de “conejos híbridos” que están arrasando los cultivos españoles. Los graves daños a la agricultura se achacan a su mayor tamaño, su mayor capacidad reproductora, su mayor voracidad y a unos comportamientos atípicos para la especie.

Pero no es oro todo lo que reluce. Empezaré por aclarar que el conejo silvestre o de monte (Oryctolagus cuniculus) es una especie nativa de la península ibérica. Como sucede con las más de 400 razas de perros reconocidas, desde el minúsculo chihuahua al mastín grandullón, todas las variedades de conejo doméstico, por extrañas que parezcan, como la que encabeza esta entrada o los que se ven en el siguiente video, han derivado por selección artificial a partir de la subespecie O. cuniculus cuniculus. Por tanto, los conejos silvestres y domésticos son la misma especie.



Es cierto que en algunas poblaciones silvestres se pueden observar conejos con rasgos de “domésticos” debido, posiblemente, a la suelta de conejos de dudosa genética usados en algunas repoblaciones cinegéticas, pero el análisis genómico demuestra que su presencia es meramente testimonial en las poblaciones españolas. Las “excepcionales capacidades” que se atribuyen a los supuestos conejos híbridos entre los nativos y los conejos de rabo blanco alóctonos (Sylvilagus floridanus), son igualmente propias de los conejos silvestres.

Pero si los conejos que están provocando los daños son autóctonos, ¿qué ha sucedido para que una especie nativa se convierta en plaga? La respuesta es triple.

Desequilibrios poblacionales

Téngase en cuenta en primer lugar los desequilibrios poblacionales. La evolución ha hecho de los conejos una especie destinada a ser abundante para poder sobrellevar la elevada tasa de mortalidad que sufren sus poblaciones silvestres debido a la depredación. Normalmente las conejas pueden tener crías durante tres años y la gestación dura aproximadamente 31 días y la lactancia 56 días, lo que totaliza 87 días. Por lo tanto, cada hembra está teóricamente en condiciones de parir y criar cuatro camadas al año, con un período de descanso de 17 días. En el conejo son frecuentes las camadas de 10 a 12 gazapos los cuales, a la semana de haber nacido, habrán duplicado su peso sin más alimentación que la leche de la madre.

La pérdida de autorregulación y funcionalidad de los ecosistemas, normalmente debida a intervenciones humanas, suele llevar a fuertes desequilibrios, como por ejemplo la extinción de especies o, en la otra dirección, a abundancias más altas de lo deseado. En Australia lo saben muy bien (1, 2).

En el caso del conejo ibérico hay tres elementos clave que han generado los desequilibrios poblacionales: escasez de alimento natural, falta de depredación (natural y cinegética) y la reducción del impacto negativo de las enfermedades. La presencia de estructuras lineales como autopistas y vías de ferrocarril y un suelo más blando para excavar madrigueras también han podido ser factores determinantes.

Según una investigación realizada en viñedos de Córdoba, la falta de alimento natural es la causa principal: los investigadores concluyeron que los daños causados por los conejos estaban condicionados por la cantidad de alimento natural (diversidad y abundancia de herbáceas) y no solo por la abundancia de este mamífero. Es decir, con cifras parecidas de conejos, los daños en los cultivos son mucho mayores en aquellos donde la disponibilidad de alimento natural es escasa. En otras palabras, la eliminación de las llamadas “malas hierbas” fuerza a los conejos a alimentarse de los cultivos. Este fenómeno podría haberse acentuado este año por la sequía.

Daños provocados por conejos sobre un campo de cereal, donde las madrigueras estaban en el límite con el olivar. Nótese la falta de cubierta vegetal en el olivar, lo que limita la disponibilidad de alimento natural, forzando a los conejos a alimentarse del cereal. Fuente.

Esta interacción entre densidad de conejos y disponibilidad de alimento natural es la causa de que, aunque haya pocos conejos, si no disponen de otra fuente alternativa de forrajeo pueden ocasionar daños severos a los cultivos. Las viñas son un cultivo muy sensible a la herbivoría: pocos conejos alimentándose de los brotes que originan los racimos provocan pérdidas sustanciales.

Así las cosas, los daños pueden mitigarse si aumenta la disponibilidad de alimento natural para reducir la presión sobre los cultivos. Por ejemplo, permitir el crecimiento de las cubiertas vegetales entre las hileras de cultivos leñosos o mantener la vegetación en zonas incultas aledañas (linderos, taludes, arroyos, bordes de caminos…) puede ser una buena estrategia para aumentar la presencia de forraje y disuadir a los conejos de buscar otras fuentes.

Ausencia de depredadores naturales y disminución de los subsidiarios

El control de depredadores como los zorros, una práctica habitual en España, y la menor diversidad y abundancia de depredadores en zonas agrícolas también contribuyen a explicar el aumento local de las poblaciones de conejos. Además, a falta de depredadores, los conejos pueden recorrer distancias considerables desde sus refugios porque el riesgo de depredación es bajo, lo que puede aumentar sensiblemente el radio de los daños a partir de sus núcleos de población. Finalmente, el sector de la caza, que podría actuar como “depredador subsidiario”, es un gremio venido a menos que apenas puede controlar las poblaciones localmente sobreabundantes.

Menos enfermedades

Un tercer factor es el menor efecto de las enfermedades. Volvamos a Australia, donde en la década de 1920 la población de conejos alcanzó un pico de 10.000 millones de individuos, una verdadera peste que empujó a las autoridades australianas a organizar iniciativas de todo tipo para luchar contra la plaga bíblica.

En 1896, el prestigioso bacteriólogo italiano Giuseppe Sanarelli descubrió un virus que mataba conejos. En 1951 se aisló el virus y el veterinario Frank Fenner tuvo la brillante idea de usarlo para terminar con la plaga de conejos cimarrones procedentes de Europa que estaban tan cómodamente instalados en Australia. La población se redujo drásticamente: de 600 millones a 100 millones en dos años. Pero ojo, 100 millones de conejos son muchos conejos y más si algunos estaban inmunizándose al virus que resultaba letal para la mayoría de ellos.

Mientras tanto, en su tierra natal a los conejos europeos les iba fenomenal. Durante décadas científicos de Gran Bretaña, Alemania y Francia buscaron un remedio contra la plaga conejil que era consecuencia de haber diezmado o extinguido sus depredadores naturales y de haber promovido la cunicultura como una fuente importante de carne y pelo.

El médico y bacteriólogo francés Paul Felix Armand-Delille creyó encontrar la solución. Dos años después del holocausto australiano, Armand-Delille, ya jubilado, quiso hacer una prueba en su hacienda de Eure-et-Loir. Con cierto candor y poniéndose la venda antes de la herida, decidió inocular sólo a una pareja de conejos. Nunca debió hacerlo.

Conejo europeo afectado por la myxomatosis.


El efecto sobre la población de conejos franceses fue fulminante. Un año después, para su sorpresa, para contento de los granjeros, y para furia de los cazadores, la mitad de los conejos de Francia había pasado a mejor vida. En la temporada de caza previa a la liberación del virus, 1952-53, el número total de conejos cazados en veinticinco cotos superó los 55 millones. Durante la temporada 56-57, en esos mismos cotos, los cazadores solamente abatieron 1,3 millones: una reducción del 98%.

Superado el primer holocausto, los conejos australianos y los europeos fueron poco a poco inmunizándose frente a la cepa del virus original. Poco nos acordamos de las abundancias de conejo antes de la llegada de la mixomatosis o de la enfermedad hemorrágica vírica, cuando en España se cazaban más de diez millones de conejos al año. En la actualidad, apenas llegan a los seis millones.

Estas dos enfermedades, ya consideradas endémicas después de llevar coexistiendo con los conejos más de 80 y 30 años respectivamente, parecen haber reducido su virulencia, y los conejos han ganado resistencia, reduciéndose así el efecto negativo en sus poblaciones. Además, probablemente debido a que hay mayor probabilidad de que circulen los virus dentro de la población y de que adquieran inmunidad, las poblaciones más abundantes son las que tienen menor mortalidad por enfermedad. Por tanto, en las poblaciones localmente abundantes, como pueden ser las zonas más afectadas por los daños, es de esperar que tengan una mayor prevalencia de anticuerpos frente a ambas enfermedades.

En definitiva, es la disfunción del medio y no la hibridación la que está provocando los daños. Las noticias infundadas contribuyen a generar un clima de confusión que puede derivar en acciones dramáticas en contra de una especie clave para nuestros ecosistemas. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca

lunes, 24 de abril de 2023

Aquellos trazos azules de los viejos mapas

Río Tajo a su paso por Trillo, Guadalajara. Foto Luis Monje.


La sequía azota España. Tras un 2022 horribilis (con incendios y olas de calor nunca vistas), este año se presenta ante un panorama desafiante. En la agricultura, uno de los sectores más importantes de la economía, ya se está sintiendo con fuerza la escasez de agua.

La sequía que no cesa es una de las demostraciones más evidentes de la aceleración del cambio climático. Instalados en el absurdo de que la solución a la falta de agua sea "más agua o de repartir más de lo que no existe, ahora que esa aceleración está arruinando en todas partes el sueño de una abundancia ilimitada, desaparecida la lección inmemorial de la mesura y con ella la vieja economía severa del agua y la reverencia hacia un recurso que hemos dejado malbaratar y envenenar durante años por la codicia de unos cuantos y la despreocupación de casi todos, se alzan de nuevo las voces que, lejos de proclamar la necesidad de economizar lo finito reclaman más y más trasvases.

El agua es como el alma del paisaje, escribió Unamuno. La vida surgió del agua; por eso, cuando esos modernos zahoríes que son satélites y telescopios husmean el Universo en busca de signos vida, en realidad no miran hacia adelante sino hacia atrás, hacia el origen de la vida, en un incesante y afanoso rastreo de nuestra gran seña de identidad cosmológica, del origen y del sostén de toda manifestación vital.

El agua es, junto al fuego, uno de los espectáculos más hermosos que nos ofrece la naturaleza y uno de los componentes esenciales, quizás el más esencial, de la materia orgánica y de la vida. El continuo devenir del agua fluyente va más allá de lo racional porque tiene para nosotros connotaciones metafísicas: si el fuego es destrucción, el agua es el símbolo de una vida que sobrepasa a la nuestra, porque queremos pensar que estará siempre ahí, eternamente rejuvenecida, fecundando el cauce en una marcha imparable de actividad vital en medio de los yermos páramos.

Ante el agua sentimos algo que nos estremece, como un soplo que agita los entresijos del alma: quedamos extasiados ante la inmensidad azul del mar, eternamente condenado a su ondulante movimiento; nos turba verla fluir por arroyos, ríos y torrentes entre verdes alamedas; conmueve ver nuestra imagen cautiva cuando se vuelve tan quieta como un espejo capturado en el lecho de un lagunazo; hechiza verla cristalinamente sumisa en la azulada gelidez de los glaciares y los polos; nos encanta volver a la niñez nadando, retozando o sumergiéndonos en ella en una especie de ceremonia atávica y sensual que parece devolvernos a la placidez maternal, cálida y silente del líquido amniótico que nos resguardó en el vientre materno.

En un recorrido de libros de texto de hace prácticamente un siglo, resulta imposible encontrar una expresión del tipo «los ríos tiran agua al mar». Todos coinciden en una definición de rotunda base científica: «Los ríos de la península ibérica desembocan en el mar». Allí donde se ha generado una inercia de sobrexplotación y despilfarro, debiera imponerse la virtud del ahorro y la estrategia de la eficiencia, porque somos nosotros, y no los ríos, quienes tiramos el agua sin reparar en su valor, quizás porque no hemos sabido traducirlo en un precio adecuado.

Hoy hemos olvidado los valores humanísticos y sensuales del agua porque diariamente, sin darnos cuenta, confundimos valor y precio y hacemos un pequeño milagro de la técnica, que no es otro que el abrir el grifo para que, dominada la natural bravura cantarina del agua salvaje, surja domesticada, mansa y muda, para atender una serie de actividades cotidianas de las que no podríamos prescindir.



Arroyo de la Chorrera. Valverde de los Arroyos, Guadalajara. Foto Luis Monje

Ese pequeño milagro tiene consecuencias del todo conocidas, sobre todo en España, un país que ostenta el récord mundial de grandes presas por kilómetro cuadrado y por persona: a cada millón de españoles le corresponden veintiocho de los más de mil doscientos grandes embalses convertidos hoy en meras estaciones de transferencia en la que el agua sale tan rápida como entra.

La situación actual de nuestros esquilmados ríos y humedales es dramática: junto a la desecación de la mayor parte de los segundos, quedan muy pocos ríos verdaderos en España. Las cuencas de todos ellos son cadáveres fluviales, exhaustos restos troceados de un riquísimo patrimonio natural que no sólo ha modelado paisajes y canalizado la vida, sino que también es el legado histórico y el referente de identidad totémico, teológico y matriarcal de gentes, pueblos y comarcas.

¿Dónde están aquellos manantiales y aquellas fuentes tan celebradas por la limpidez y la pureza de sus aguas, que manaban en parajes arbolados, frescos en verano, donde la gente guardaba turno para llenar los cántaros a los que manos artesanales encauzaban mimosamente por azudes y acequias de ladrillo y argamasa?

¿Dónde está el bravo Noguera de Tor, alma y vida del paisaje agreste y sobrecogedor que describió Cela en su Viaje al Pirineo de Lérida? ¿Qué fue de aquel Tajo que excavó parameras, desfiladeros y abruptos cañones, santuarios de una vida en salvaje libertad de la que fueron héroes anónimos los gancheros que retrató José Luis Sampedro en El río que nos lleva?

¿Dónde está ese perezoso y divagante Tajo en el que Austrias y Borbones escenificaban fiestas y batallas fluviales sobre ligeros bateles que las remansadas aguas sostenían ante el pasmo de los vecinos de Aranjuez?

¿Qué fue de aquel rápido y juguetón Genil de mi niñez que, entre avellanos y robles, fluía infatigable por las duras peñas saltando en cascada de un charcón a otro, con las enormes peñas rodadas desde lo alto hasta la mitad del cauce, un río bravo de aguas rabiosas y espumajeo constante que transcurría cantarín y bullicioso aislado de la vega cultivada y de sus gentes, sin que nadie hubiera llegado a dominarlo con canales, tubos y presas, con utilidades o aprovechamientos?

¿Adónde habrán ido a retozar los personajes ferlosianos que resistían el estío madrileño zambullidos en las playas del Jarama? ¿Dónde se oculta aquella visual que vio Manuel Azaña enfilando el cauce del Henares surgiendo entre filas de chopos de la curva perezosa de la Rinconada una vez desbaratado en el estruendo de las presas donde cantaba, en la luz de soles de plata, la canción inmemorial de los molinos?

¿Por qué el Guadalquivir, desbaratado en el estruendo de las presas, ya no canta en la luz de los soles de plata la canción inmemorial de los molinos? Todo ello se fue, desaparecido para siempre jamás, con la ruin sensibilidad y el escaso respeto de los hombres que actúan como si la Naturaleza fuera una sórdida almoneda.

Aquellas líneas azules que señalaban arroyos y ríos en los entelados mapas de las viejas escuelas eran algo más que rayas: eran la línea de separación entre lo bello y lo obsceno, entre lo civilizado y lo incivilizado, entre cultura e ignorancia, entre calidad de vida y miseria ambiental.

Aquellos glaucos trazos subrayaban unos valores sociales, culturales, ecológicos, lúdicos y sentimentales que se han esfumado hasta tal punto que los niños de hoy no pueden valorarlos porque los desconocen o porque ven sucios y estancados albañales allí donde sus abuelos contemplaron fluyentes aguas cristalinas plenas de color y vida.

Aunque solo sea por eso, por la nostalgia de los trazos azules, no me gustan los trasvases.

sábado, 15 de abril de 2023

El oído de los perros



La mayoría de los fenómenos naturales con los que convivimos tienen asociados sonidos característicos: la lluvia, las olas, el fuego, el viento, los terremotos, etc. Habida cuenta de que utilizan los sonidos para detectar peligros y presas o para comunicarse, para muchos animales el sentido del oído es capital para sobrevivir.

Es bastante obvio que, aunque los perros tienen una vista que parecía mal los colores, tienen un sentido del olfato mucho más potente que el nuestro y otro tanto puede decirse de su capacidad de percibir algunos sonidos, aunque no todos.

¿Qué es y cómo se mide el sonido?

Una onda sonora es una onda longitudinal que transmite lo que se asocia con sonido. El sonido es cualquier fenómeno que suponga la transformación en ondas mecánicas longitudinales dentro del oído de las oscilaciones de la presión del aire. La recepción de una onda sonora por el oído engendra una vibración de las partículas del aire situadas delante del tímpano, con frecuencias y amplitud determinadas. Las vibraciones serán percibidas por el cerebro como ondas sonoras si su frecuencia está dentro del rango audible para los humanos.

El hercio (Hz) es la unidad que expresa la frecuencia, es decir, cantidad de vibraciones que emite una fuente sonora por unidad de tiempo. Cuanto mayor sea la frecuencia, mayor será el tono del sonido. Los sonidos con tonos agudos son aquellos que tienen una frecuencia alta (sonidos altos), mientras que los sonidos con tonos graves son los de baja frecuencia (sonidos bajos).

La frecuencia es el número de vibraciones por unidad de tiempo. Se mide en hercios (Hz).

El oído humano puede percibir ondas sonoras de frecuencias entre los 20 y los 20 000 Hz. Las ondas que poseen una frecuencia inferior a la audible por los humanos se denominan infrasónicas y las superiores ultrasónicas. Otras especies animales pueden percibir otros rangos de frecuencias: el gato doméstico 100-32 000 Hz; el elefante africano 16-12 000 Hz; el murciélago 1 000-150 000 Hz o los roedores 70-150 000 Hz. 


Otra característica del sonido que conviene tener en cuenta es la intensidad (coloquialmente conocida como “volumen”, que es la cualidad que nos permite identificar los sonidos como fuertes o débiles y está directamente relacionada con la intensidad del movimiento ondulatorio, es decir, con la energía que transporta la onda por unidad de superficie y por unidad de tiempo. Esta intensidad es proporcional al cuadrado de la amplitud

Parámetros de una onda sinusoidal. 1 = Amplitud. 2 = Amplitud de pico a pico. 3 = Media. 4 = Periodo.

La percepción subjetiva (fisiológica y psicológica) del sonido no mantiene una relación de proporcionalidad con la intensidad. Para que una persona aprecie que el volumen de un sonido es el doble que el de otro, la intensidad de este debe ser diez veces mayor. Para evaluar la medida del sonido se utiliza una escala logarítmica en decibelios (dB) que permite representar magnitudes muy grandes y pequeñas con números relativamente pequeños.

En la escala de decibelios el valor 0 corresponde al umbral de audición humano, de forma que los valores negativos corresponden a sonidos imperceptibles por nosotros. Aun así, el verdadero umbral de audición varía entre distintas personas y, para un mismo individuo, depende de la frecuencia del sonido. Se considera el umbral del dolor para el humano a partir de los 140 dB. Esta suele ser, aproximadamente, la medida máxima considerada en aplicaciones de acústica.

¿Cómo oímos?

Como puede verse en la siguiente figura no hay diferencias anatómicas importantes entre los órganos auditivos de perros y humanos salvo en lo que se refiere al pabellón auricular, que es de mayor tamaño y orientable en el caso de los cánidos. En unos y otros, el proceso de audición es idéntico y depende de una serie de pasos complejos que convierten las ondas sonoras que viajan por el aire en señales eléctricas, que llegan al cerebro a través del nervio auditivo. Un proceso resumido puede verse en este vídeo

El oído externo incluye el pabellón auricular, el hueso temporal y el conducto auditivo. El oído medio incluye el tímpano, el martillo, el yunque y el estribo. El oído interno incluye los conductos semicirculares, la trompa de Eustaquio, la cóclea, el nervio vestibular y el nervio auditivo.

La audición de los perros

Es bastante obvio que los perros tienen un sentido del olfato mucho más potente que el nuestro y otro tanto ocurre cuando medimos la capacidad auditiva aplicando la frecuencia. Los perros pueden apreciar sonidos a frecuencias de entre 40 y 46 000 Hz, más del doble de los que dejan de ser perceptibles por los humanos.

Pero la cosa no es tan sencilla. Para algunos sonidos, la audición de un perro es realmente cientos de veces mejor que la nuestra, mientras que para otros sonidos perros y humanos tienen sensibilidades auditivas que son muy parecidas.

Donde los perros realmente sobresalen es con los sonidos más agudos. El ser humano adulto promedio no puede escuchar sonidos por encima de 20 000 Hz, aunque los niños pequeños pueden escuchar sonidos de frecuencias algo más altas. Los perros pueden escuchar sonidos de hasta 47 000 a 65 000 Hz, que son demasiado agudos para nosotros.

Además, a altas frecuencias los perros pueden detectar sonidos mucho menos intensos que nosotros. Recuerde que la intensidad de un sonido se mide en decibelios (dB) y que el valor cero dB es la intensidad promedio de un sonido que apenas puede ser escuchado por un ser humano joven. Por lo tanto, los sonidos demasiado bajos para que los humanos los aprecien reciben una calificación negativa en decibelios.

Cuando los sonidos tienen una frecuencia de entre 3 000 y 12 000 Hz, los oídos de los perros son mucho más sensibles que los nuestros. Pueden escuchar esos sonidos cuando están en cifras negativas, entre -5 dB y -15 dB en promedio. Eso significa que los perros pueden apreciar sonidos que no son lo suficientemente fuertes para nuestros oídos.

Una cuestión de ancestros

La causa de que los perros puedan apreciar tan bien los sonidos agudos se debe a su origen depredador. En la dieta de los lobos, ancestros de los perros, se incluyen pequeños roedores, por lo que la capacidad de escuchar los chillidos de animales diminutos es importante para su supervivencia. Los humanos, que evolucionaron para cooperar con otros humanos, tienen oídos sintonizados con el tono de la voz humana.

Esta sensibilidad a los sonidos más agudos probablemente explica varios fenómenos que atañen a los cánidos. Se llama percepción extrasensorial o sexto sentido a la supuesta percepción de información no obtenida a través de los sentidos, sino con la mente. Entre esas capacidades psíquicas se cuentan la telepatía, la psicometría, la clarividencia y otros fenómenos pseudocientíficos que cautivan a conspiranoicos, terraplanistas y compañeros mártires, además de ser temas perfectos para comentarios en la barra del bar.

Los perros no tienen un sexto sentido, solo tienen un oído increíble

Pero no, en lugar de tener un sexto sentido, los perros pueden predecir terremotos usando sus oídos altamente sensibles. Y su reconocida habilidad para predecir la llegada de alguien a su puerta probablemente se deba a su capacidad para detectar el sonido de un automóvil o de un ascensor antes de que usted pueda escucharlo.

Los perros pueden angustiarse mucho no solo con los fuegos artificiales, sino también con ruidos domésticos como una aspiradora o un taladro, porque suenan más fuertes para ellos que para nosotros. Demás, los perros pueden escuchar ruidos agudos de estos dispositivos que nosotros no podemos detectar.

Otras diferencias

Cuando se trata de otros rangos de frecuencia detectables, la sensibilidad de los oídos de perros y humanos es casi la misma. Sin embargo, los oídos humanos tienen una sensibilidad máxima alrededor de los 2 000 Hz y no es una simple coincidencia que esa frecuencia esté justo en el medio del rango del habla humana. Por su parte, los perros tienen una sensibilidad máxima alrededor de los 8 000 Hz, mucho más ajustada para escuchar a sus presas.

Los perros también tienen una capacidad asombrosa para detectar pequeñas diferencias entre frecuencias, lo que significa que se pueden dormir escuchando la televisión, pero se despiertan tan pronto como escuchan algo no relacionado con el sonido de la televisión. 

Como casi todos los depredadores, los perros pueden mover las orejas individualmente y gracias a ello tienen la capacidad para detectar con mucha más precisión que los humanos la dirección de los sonidos.

Cómo se mide la capacidad auditiva de un perro

Los investigadores saben lo que los humanos pueden escuchar porque pueden preguntar a sus sujetos de prueba, pero ¿cómo saben lo que los perros pueden apreciar? Los estudios pioneros implicaban entrenar a los perros para que presionaran una palanca debajo de un altavoz cuando escuchaban un sonido.

Hoy en día, las capacidades auditivas de cualquier perro se pueden determinar sin que el perro tenga que hacer nada. La prueba de respuesta auditiva del tronco encefálico (RATE), que se usa para detectar algunos tipos de sordera parcial, como la que causa una lesión o tumores que afectan los nervios que intervienen en la audición, es tan simple como colocar electrodos en la cabeza de un perro y auriculares en sus oídos. Los sonidos se reproducen a través de los auriculares, y si el cerebro muestra actividad eléctrica, se considera que el perro ha escuchado el sonido.

Al igual que los humanos, los perros pueden perder la audición con la edad o por otros factores, como una infección grave del oído. La prueba RATE es una manera de determinar el nivel de pérdida auditiva. La mayoría de los perros se adaptan bien cuando les fallan los oídos y pueden seguir comunicándose con sus dueños mediante el lenguaje corporal e interpretando las señales que se les hacen con las manos.

Además, la capacidad de detectar sonidos agudos suele ser la última en desaparecer, por lo que los sonidos más fuertes y de alta frecuencia, como un silbato, pueden funcionar incluso cuando su perro ya no puede escuchar su voz.

domingo, 9 de abril de 2023

Así vuela el diente de león

 


Como los recursos son limitados, los organismos “inmóviles” como plantas y hongos han desarrollado estrategias muy elaboradas para dispersar sus propágulos (frutos, semillas o esporas). La ventaja obtenida de la dispersión es múltiple: la especie encuentra una oportunidad de ampliar su área de distribución; los ejemplares a los que el azar hará crecer juntos no estarán tan emparentados (evitarán la endogamia y la consanguineidad) lo que aumentará el vigor de la descendencia, y los nuevos individuos no competirán por el espacio y los nutrientes con la planta madre.

Entre esas estrategias destaca la dispersión por el viento o anemocoria, la dispersión de los propágulos en la que el viento realiza el transporte. La anemocoria se basa en general en semillas pequeñas y secas dotadas o acompañadas de estructuras que aumentan su superficie y su rozamiento con el aire. Los dos casos más comunes son las semillas o frutos alados y los vilanos.

Las semillas o frutos alados se desprenden de la planta madre acompañados de un ala (Figura 1). Los frutos de los arces llevan un ala asimétrica, alabeada y dotada de un margen de ataque, muy semejante a una de las palas de una hélice de avión, que, mientras el fruto cae, provoca un movimiento de giro que retarda la llegada al suelo, favoreciendo el alejamiento. Algo parecido se observa en las semillas de los árboles de la familia Dipterocarpaceae, en las que parecen haberse inspirado los diseñadores de los helicópteros.

Mecanismos de dispersión anemócora. (a) Esquema de una sámara de arce que muestra la dirección de autorrotación y descenso, y el flujo de aire alrededor que forma un vórtice en el borde de avance. (b) Esquema de una diáspora típica de Gyrocarpus, una dipterocarpácea que muestra el movimiento de rotación y la dirección de descenso durante el vuelo: las flechas representan las fuerzas de sustentación y arrastre que actúan sobre un segmento del ala. (c) Esquema de una diáspora de diente de león que muestra las líneas de flujo de aire a través y alrededor del vilano.


El diente de león (género Taraxacum) emplea un maravilloso mecanismo para que sus frutos y la semilla que contiene cada uno de ellos viajen varios metros o incluso kilómetros para asegurar en la medida de lo posible el porvenir de sus descendientes. Aunque pueda parecer que son actores puramente pasivos en la dispersión de sus semillas y que su destino depende absolutamente de la idoneidad de las condiciones ambientales, los dientes de león son capaces de remodelar la anatomía de las estructuras transportadoras de sus semillas en respuesta a los cambios ambientales (viento, temperatura y/o disponibilidad de agua) mientras viajan. 

Algunos caracteres del diente de león. A, inflorescencia en capítulo compuesta por decenas de pequeñas flores con forma de lengüeta (lígulas). B, tres inflorescencias de las que se han desprendido algunas lígulas. C, cuando las flores de la inflorescencia son fecundadas, toda ella se transforma en una esfera compuesta de múltiples frutos (aquenios) con un vilano en el extremo de un pico. Cada fruto deja su huella en forma de cráter sobre el receptáculo de la inflorescencia (D). E, ampliación de C que muestra un aumento de las lígulas cada una de ellas provista de un ovario ínfero que remata en un estigma bífido, varios estambres soldados entre sí y un cáliz que es el esbozo del futuro vilano.

Si observamos de cerca la esfera blanca de una planta de diente de león madura, veremos que está formada por decenas de frutos. Los pequeños frutos secos son las partes engrosadas colocadas en el extremo de un filamento o pico en cuyo extremo opuesto hay una especie de “paracaídas” en forma de penacho piloso formado por más de un centenar de cerdas, denominado vilano. Cuando uno por uno los frutos se desprenden de la planta, el vilano se deja llevar por el viento y comienza su diáspora. Los vilanos permiten incluso que el viento levante al propágulo, transportándolo a grandes distancias. 

Si pudiéramos seguir el trayecto de una de esas diásporas, comprobaríamos que la morfología del vilano no es inmutable, sino que cambia a lo largo del viaje para ajustar eficazmente el vuelo a las condiciones meteorológicas de manera que se asegure así una dispersión correcta de las semillas.

Dispersión del fruto del diente de león. La hidratación diferencial del dispositivo de apertura/cierre del vilano en respuesta a los niveles de humedad y viento permite el despliegue o agrupamiento de las cerdas del vilano.

La clave física de este fenómeno es la remodelación higroscópica (capacidad de absorber humedad) de la placa base del vilano. En condiciones secas y con algo de viento, los dientes de león despliegan los vilanos para atrapar mejor el viento y favorecer la navegación de los frutos. En cambio, cuando el ambiente se vuelve húmedo y el viento es suave, los frutos pliegan sus “paracaídas”, agrupan las cerdas, y comienzan a descender hacia el suelo húmedo que favorecerá el anclaje y la germinación de las semillas.

Configuración reversible higroscópica del vilano del diente de león. a) Los frutos maduros son capaces de dispersarse a larga distancia utilizando sus ligeros vilanos aerodinámicos. b) Imagen de una unidad de dispersión. c) esquema de una unidad en la que 2β Δβ y θ son, respectivamente, el ángulo de apertura entre cada dos vilanos, el cambio en el ángulo del vilano con respecto a la horizontal y el ángulo de ataque. d, e) Cambios de configuración de un solo vilano dependiente de la humedad relativa (RH) en un ambiente húmedo (100% RH) y seco (15% RH), respectivamente. f) Dependencia temporal del Δβ en un ambiente húmedo (curva rojiza) y seco (curva azul). g) Control de la configuración del vilano en diferentes RHs. Modificado de la fuente original


Cómo adaptan su viaje a las condiciones ambientales

El plegado y el despliegue de cada vilano se modifica debido a la modificación de una minúscula estructura higroscópica que tiene en la base, que funciona hinchándose en contacto con el agua para impulsar el movimiento de las cerdas sin gastar energía. Esa estructura absorbe las moléculas de agua del ambiente y “calcula” si la humedad atmosférica es óptima. Una vez hecho el “cálculo” toma una decisión estratégica: abrir el vilano y emprender el vuelo hacia un hábitat más favorable, o cerrarlo y permanecer en su sitio sobre el extremo del tallo. De esta “decisión” biomecánica depende la supervivencia de la especie.

El dispositivo higroscópico del vilano que funciona como una “bisagra biológica” activa se compone de cuatro tejidos diferentes dispuestos de una manera radial en torno a una cavidad central. Cada tejido tiene una hidrofobicidad diferente y, por consiguiente, diferente capacidad para hincharse. Es esa hinchazón diferencial y radial la que permite el movimiento angular y sincronizado de las cerdas del vilano.

En condiciones de mayor humedad la hinchazón radial del dispositivo hace que las cerdas se muevan mecánicamente hacia arriba, desencadenando el cierre del paracaídas. En condiciones más secas, el dispositivo se deshidrata y pierde turgencia, provocando el despliegue de las cerdas y la formación de un paracaídas aerodinámico. 


viernes, 7 de abril de 2023

El árbol gutapercha y la expansión del telégrafo



El 14 de julio de 2013 echó el cierre la empresa estatal india Bharat Sanchar Nigam Limited, la última red de telegrafía activa del mundo. Fue la última señal emitida por un medio de comunicación que no hubiera sido posible sin el empleo de una goma natural: la gutapercha.

Aunque el deseo de enviar mensajes escritos (griego graphos) a distancia (griego tēle) es tan antiguo como la civilización, la gran era de la telegrafía comenzó en 1844 cuando Samuel Morse logró establecer una comunicación por cable entre Washington y Baltimore. El sistema de Morse se impuso a otros muchos patentados en esa época y dominaría el mundo de las comunicaciones durante siglo y medio hasta que en la década de los noventa del siglo XX lo barrió el correo electrónico de Internet.

A pesar de su extraordinaria capacidad de comunicación el sistema de Morse tenía un inconveniente: era imprescindible usar un cable de cobre. En tierra firme, fuera cual fuera la distancia que separara dos puntos, podía tenderse un cable. Pero la expansión colonial de los grandes imperios requería tender cables intercontinentales que no podían sostenerse sobre la postería convencional terrestre.

Antes de la invención del telégrafo eléctrico, las noticias de un puesto colonial tardaban meses en llegar a la madre patria, lo que dificultaba el control imperial. Por ejemplo, cuando el príncipe Diponegoro encabezó en Java un levantamiento contra los abusos de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales en 1825, el gobierno holandés no se enteró durante meses, lo que retrasó la llegada de refuerzos.

El primer telégrafo del que se tiene noticia fue construido alrededor del 350 a. C por Eneas el Táctico, un estratega griego, que inventó el primer telégrafo hidráulico conocido. El historiador romano Polibio escribió que este telégrafo hidráulico se utilizó para enviar mensajes militares desde Sicilia a Cartago durante la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.). Reconstrucción del aparato que se exhibe en el Museo Tecnológico de Tesalónica.


En 1857, los cipayos indios se rebelaron contra el gobierno de la Compañía Británica de las Indias Orientales. El pánico que cundió entre los colonos exigió un sistema de telégrafo intercontinental. En 1865, Karachi ya tuvo una línea de comunicación casi instantánea con Londres. Apenas una década después, más de 160 000 km de cable tendido a través de los fondos marinos conformaron una red de comunicación global administrada en gran parte por las potencias coloniales.

La moderna tecnología de las comunicaciones no hubiera sido posible sin la inestimable ayuda de un producto natural: el látex de la gutapercha, un plástico natural hoy prácticamente en desuso. Aunque ya no se oiga su nombre, durante la segunda mitad del siglo XIX “gutapercha“ era una palabra de uso tan cotidiano como hoy pueda serlo “teflón” o “poliuretano”.

Palaquium gutta

La gutapercha es un tipo de goma translúcida, sólida y flexible que se parece al caucho, otro látex que se extrae de la siringa (Hevea brasiliensis). Pero a diferencia del caucho que es mucho más elástico, pero que debe vulcanizarse con azufre para utilizarse como aislante, la gutapercha es termoplástica, se ablanda cuando se calienta y vuelve a su forma sólida cuando se enfría.

Desde la noche de los tiempos, los malayos usaban una versión poco procesada de la gutapercha para hacer algunos utensilios domésticos. Era un material muy fácil de trabajar porque podía moldearse en agua caliente a unos 50 ºC antes de que se endureciera al enfriarse.

En 1832, William Montgomerie, un cirujano escocés que trabajaba en Singapur para la Compañía de las Indias Orientales, supo apreciar el potencial de este material para fabricar instrumentos quirúrgicos. Envió muestras acompañadas de un informe a la londinense Royal Society of Arts. En cuanto se divulgó su informe, la demanda de gutapercha se disparó.

En 1845 se fundó la Gutta Percha Company que durante décadas fabricó miles piezas de ajedrez, marcos de espejos, bandejas de té, placas conmemorativas, figuras de animales, pelotas de golf, bastones, suelas de zapatos e incluso un aparador completo (precursor de los muebles de formica, un laminado sintético patentado en 1912) entre muchos otros artículos domésticos.

Pelotas de golf fabricadas con gutapercha a finales del XIX


Los productos industriales incluían correas para maquinaria, revestimientos para tanques de ácido y fundas de cableado cuya maquinaria de extrusión se inspiró en las máquinas de pasta italianas. Esta técnica se utilizó primero para aislar cables de conducción telegráfica en líneas terrestres y más tarde para cables submarinos. Por si eso fuera poco, Edwin Truman lo utilizó por primera vez para empastes dentales en 1847, un uso que sigue aplicándose hoy día en ortodoncia.

La goma en sí se extraía de las selvas tropicales de una región geográfica que comprende la Malasia británica y Sarawak; las entonces holandesas Java, Sumatra y Borneo; Siam; Camboya y la región del delta del Mekong de Vietnam en la Indochina francesa; y el sur de Filipinas, que hasta 1898 fue colonia española. Hasta ocho especies de árboles producían látex de tipo gutapercha. Los mejores procedían del toban indomalayo, Palaquium gutta, conocido también como el árbol gutta de Borneo.

El extraordinario y único uso potencial de la gutapercha se puso de manifiesto cuando el ingeniero alemán Werner von Siemens inventó una matriz de gutapercha que le sirvió para aislar un cable de telégrafo eléctrico paralelo a una línea de ferrocarril.

Pocos años después Gran Bretaña, cuyas colonias malayas acaparaban la mayor parte de la producción mundial, estaba entrecruzada por una red de cables telegráficos subterráneos y aéreos que hasta entonces se aislaban con algodón alquitranado o cáñamo. La gutapercha también demostró ser perfecta para cables de telégrafo submarinos, que comenzaron a fabricarse a partir de 1851 cuando los hermanos John y Jacob Brett unieron Inglaterra y Francia tendiendo un cable submarino desde Dover a Calais.

Transportadas por una infinita red de cables forrados con gutapercha, las señales del código Morse comenzaron a adueñarse del mundo, y aunque los primeros cableados submarinos estuvieron plagado de dificultades técnicas, los ingenieros las habían superado casi por completo en 1870. Francia se conectó con Terranova en 1869; India, Hong Kong, China y Japón en 1870; Australia se unió al resto del mundo en 1871 y Suramérica en 1874. Al mismo tiempo, se habían tendido más de un millón de kilómetros de cable telegráfico terrestre y en 1880 160 000 km de cable submarino, que aumentaron en 190 000 al final de la década.

En 1892, las empresas británicas eran dueñas de dos tercios de todos los cables telegráficos submarinos del mundo. El dominio del cableado telegráfico otorgó a los aliados una herramienta bélica de extraordinaria importancia cuando estalló la Primera Guerra Mundial: lo primero que hicieron fue cortar los cables que conectaban al imperio alemán con el resto del mundo, obligándolo a depender de las comunicaciones inalámbricas que podían ser interceptadas.

Como tantas veces ha ocurrido con la economía extractiva característica la explotación colonial, la demanda por el material hizo que los árboles productores corrieran peligro de extinción en las junglas del sudeste asiático. El principal responsable de la demanda era la red de cables submarinos: solamente el primer cable telegráfico transatlántico exigió 250 toneladas de este aislante. Y cada tonelada requería la tala de miles de árboles.

El método de explotación de las gutaperchas implicaba la tala de los árboles antes de extraer la goma mediante incisiones profundas en la corteza. 


La extinción era una posibilidad real en muchas partes de la península y el archipiélago malayos. El botánico escocés James Collins informó que el árbol Palaquium gutta, que una vez floreció en Singapur, estaba prácticamente extinto en la isla como resultado de las exportaciones de gutapercha a Europa, que habían comenzado en 1844. Solo entre 1845 y 1847, según Collins, se talaron 69 180 árboles en la isla de Singapur y la presión a partir de entonces fue imparable.

Sin embargo, la historia tuvo final feliz. La gutapercha cayó en el olvido... pero sobrevivió. En la década de 1950 hizo su aparición un nuevo material, el polietileno, otro polímero termoplástico, que reemplazó a la gutapercha como el aislante favorito de la pujante industria de las telecomunicaciones.

Los viejos cables telegráficos submarinos fueron reemplazados por versiones más modernas, incluyendo la fibra óptica que conecta al mundo hoy. La gutapercha quedó en el olvido, después de un siglo de estrellato. Los árboles productores volvieron a crecer en el archipiélago malayo y hoy, lejos del insaciable mercado, que sabe el precio de todo y el valor de nada, ya no corren peligro de extinción. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca

martes, 4 de abril de 2023

La imputación de Trump no impedirá ni su candidatura ni su elección

 



Aunque esta sea la primera vez que se imputa a un presidente o expresidente de Estados Unidos, si finalmente Donald Trump ingresa en prisión y persiste en presentar su candidatura a las próximas elecciones presidenciales, no será el primer candidato en estar entre rejas.

Hasta ahora, el único antecedente es el del socialdemócrata y pacifista Eugene V. Debs que en las elecciones de 1920 recibió cerca de un millón de votos pese a estar encarcelado por sedición a causa de su oposición a la I Guerra Mundial. Pero para que Trump se convierta en sucesor de Debs todavía queda un largo recorrido. 

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Cómo, cuándo y por qué el ornitorrinco y miles de peces perdieron el estómago




Los ornitorrincos exhiben una combinación fascinante de caracteres de reptiles y mamíferos. Tienen pelo, mamas y tres huesecillos auditivos, caracteres exclusivos de los mamíferos, pero también un pico coriáceo parecido al de un pato, una cola aplanada de castor y patas palmeadas.

Los machos tienen en las patas traseras una garra venenosa dotada de un veneno similar al de los reptiles y las hembras no solo ponen huevos, sino que la segmentación de sus óvulos es típicamente reptiliana (meroblástica), no holoblástica como en los demás grupos de mamíferos. Como los equidnas, son monotremas, lo que significa "agujero único" debido a su abertura externa común para los sistemas urogenital y digestivo.

Todo eso se ve por fuera, pero si se mira dentro de un ornitorrinco se observa otra característica extraña: la garganta conecta directamente con los intestinos. No hay cámara intermedia que secrete ácidos gástricos y enzimas digestivos: es decir, el ornitorrinco no tiene estómago.

En cualquier caso, esos mamíferos ponedores de huevos de naturaleza reptiliana son vertebrados. Pero siendo vertebrados, ¿por qué carecen de estómago? La respuesta está en los genes.

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