domingo, 17 de enero de 2010

La vida en minúscula


«El arte consiste precisamente en no escribir lo que se tiene que decir, sino algo completamente imprevisto.» Witold Gombrowicz.



Alfred Polgar hacia 1940

 «Como una aparición, emergió en la Viena en decadencia un mundo de imágenes escondido, y en los muros de sus casas, en el estuco mellado, se pudo apreciar, como si fuera una mancha blanca, el sello premonitorio que Polgar ya había sabido leer.» Así se refería Walter Benjamin a los textos del escritor Alfred Polgar (Viena, 1873-Zurich, 1955), a quien consideraba el cronista de la decadencia vienesa.

Polgar es un escritor casi desconocido en España (el mejor testimonio: no aparece en la versión española de Wikipedia, mientras que la versión inglesa remite a la alemana) al que he llegado las pasadas navidades gracias a la casual caída en mis manos del único de sus libros publicado en español, La vida en minúscula, rescatado en España por Acantilado, una editorial joven que está obteniendo éxito tras éxito recuperando obras olvidadas de escritores extraordinarios. Un consejo de lector; si buscas un libro al azar y te tropiezas con cualquiera de los publicados por Acantilado, cógelo: no te defraudará.

Y en el caso del libro de Polgar aún menos. No te fíes de mi, fíate de Kafka, para quien Polgar era uno de sus escritores favoritos y acerca de cuya prosa escribió: «Las frases de Alfred Polgar son tan fluidas y agradables que acogemos sus textos como una especie de entretenimiento social inofensivo, y no nos percatamos de cómo nos influyen y educan. Bajo el guante frío de la forma se esconde una voluntad esencial fuerte e intrépida.»




Alfred Polgar cultivó el formato breve. La vida en minúscula, una colección de treinta relatos que eluden la retórica o lo superfluo, es una pequeña joya, uno de esos libros que a uno, sin darse cuenta, le atrapan hasta absorberlo por su sencillez, su inteligencia y su prosa breve, nítida y aguda. Hay cuentos que apenas ocupan una página, narraciones que recrean lo real con una brevedad casi mágica, sin que la fugacidad del texto produzca la sensación de lo inacabado. En poco más de cien páginas, el escritor vienés muestra las carencias de la condición humana, la extraordinaria superficialidad de los afectos y su falta de fe en el progreso. Para Polgar, la humanidad no avanza hacia lo mejor, sino hacia el desorden, hacia la discordia universal. Su mirada es la mirada de un moralista, que contempla la historia afligido por la prosperidad del sufrimiento. Han transcurrido más de cincuenta años desde su muerte y el pesimismo sólo ha renovado sus argumentos. Sólo nos queda la lucidez de reconocerlo.

Todo un descubrimiento. Os dejo una pequeña perla que refuerza lo que decía de él Musil, que la ironía de Polgar «desvelaba las imposturas de la sociedad burguesa, tan perversa como autocomplaciente».  Se comprende también que Polgar fuera uno de los muchos escritores perseguidos por el nazismo.


 

Diálogo entre caballos

-Dime, Bayo, ¿por qué dejas que un mono encorvado vestido de colorines se siente en tu pescuezo, te taladre los ijares con un hierro puntiagudo y te azote con la fusta?
-No preguntes tonterías, Alazán. Tiene que ser así.
-¿Por qué?
-Porque sí. Nosotros tenemos que dar hasta donde alcancen los pulmones, el corazón, los músculos y los nervios. Luchar y vencer, ése es el lema caballeril.
-¿Por qué debemos luchar y vencer?
-En primer lugar, por el premio; y en segundo por el honor.
-Pero no nos los llevamos nosotros, sino nuestros propietarios.
-Por eso, si somos buenos, los propietarios nos palmean la grupa. ¡Qué bien sienta esto a las ancas de un caballo fiel!
-¿Y qué se te ocurre cuando en medio de la carrera te quedas sin resuello y sientes que no das más de sí, desfalleces y estiras las cuatro patas?
-Entonces me digo: ¡aguanta! Y para aguantar recibo el acicate de las espuelas y la fusta.
-¿No has pensado nunca en tirar a tu jinete?
-¡Jamás! ¿Cómo puedes preguntar tal cosa? ¡Pongo el corazón y los cascos para el propietario y el jockey!
-¡Qué asco de cuadrúpedo! ¡Ni que tuvieras alma humana!
Bayo se aparta un poco de Alazán, alza el cuello, vuelve ligeramente la cabeza y le espeta con displicente indignación: ¡BOLCHEVIQUE!

ALFRED POLGAR, 1920