martes, 8 de junio de 2010

El cuento de la evolución





El inglés John Newberry pasó a la historia de la literatura por ser el primer editor en darse cuenta de las oportunidades que ofrecía el público juvenil e infantil, al que llegó gracias a la colección Juvenile Library, toda una originalidad para la época. En 1744 Newberry publicó el que ha sido considerado el primer libro infantil en lengua inglesa, A Little Pretty Pocket-Book, una colección de rimas sencillas asociadas a viñetas que ilustran a cada una de las letras del alfabeto. Curiosamente, el libro de Newberry es más conocido en Estados Unidos que en Gran Bretaña porque en la rima dedicada a la letra “B” se cita por primera vez un deporte poco apreciado en Inglaterra desde los tiempos de los Tudor, pero que hizo furor cuando fue exportado a la América colonial, donde no tardó en convertirse en el más aburrido de los deportes nacionales después del críquet: el béisbol.


Se debe también a Newberry la publicación del primer superventas infantil, The History of Little Goody Two-Shoes, una variante del cuento de Cenicienta del que se hicieron una treintena de ediciones entre 1765 y 1800. Newberry, que debió darse cuenta de la potencial influencia subliminal de la literatura, aprovechó este cuento para hacer publicidad de su patente sobre una medicina “Los polvos contra la fiebre del Doctor James”, una pócima cuyas virtudes terapéuticas no desmerecían a la del cervantino bálsamo de Fierabrás, dado que afirmaba curar la gota, el reumatismo, la lepra, la escrófula, la tuberculosis, la caspa…y el moquillo del ganado. En Goody Two-Shoes, el padre de la virtuosa heroína fallece tras ser «atacado por una violenta fiebre en un pueblo donde los polvos del Doctor James eran desconocidos». Estas y otras alusiones al misterioso Doctor James hicieron de Newberry un hombre rico y un editor atrevido.


Consciente de que estaba viviendo el tiempo de una imparable revolución científica y tecnológica, Newberry tuvo el olfato de publicar la primera colección de libros de divulgación para niños, una serie de volúmenes escritos por él mismo que se hicieron sumamente populares, sobre todo el titulado The Newtonian System of Philosophy Adapted to the Capacities of Young Gentlemen and Ladies, otro superventas del XVIII en el que un supuesto "Tom Telescope" resumía en seis lecturas presentadas ante la “Sociedad Científica Liliputiense” las líneas esenciales del pensamiento de Isaac Newton.

La American Library Association, una respetable agrupación que reúne a los bibliotecarios norteamericanos, es indudablemente una asociación laica, habida cuenta de que –desdeñando al santoral y a la corte celestial, habituales patrones de cualquier asociación que pulule por estos pagos- eligió como patrón al reputado agnóstico John Newberry, en cuyo nombre otorga todos los años cinco prestigiosos premios a los mejores libros juveniles e infantiles publicados en Estados Unidos. Después de haber tenido un extraordinario éxito en Estados Unidos durante 2009, uno de los premiados este año ha irrumpido esta primavera en las librerías españolas (La evolución de Calpurnia Tate, Roca Editorial).


El libro, ópera prima de la neozelandesa Jacqueline Kelly, es un cuento amable y refrescante con vocación de novela que, como sucediera en su tiempo con La isla del Tesoro por citar un ejemplo, supera el ámbito de la literatura juvenil para convertirse en una espléndida lectura para todas las edades, en un delicioso eslabón entre Mark Twain y Charles Darwin, que permite acceder a la evolución de una niña, de una época y de una teoría presentadas en un lenguaje ameno y desprovisto de toda afectación, y en un ambiente, el del sur de Estados Unidos, no muy diferente al descrito en lo que El viento se llevó o en La cabaña del tío Tom, con las añoranzas por la derrotada Confederación, las decadentes mansiones rodeadas de campos de algodón trabajados por negros dóciles y afectuosos, los majestuosos y sombríos bosques de pacanas, magnolios y robles de Virginia, a cuya sombra galantean jóvenes escapados de fiestas animadas por orquestinas y plagadas de levitas almidonadas, tirabuzones, ponches y tés helados, y los niños que sestean durante los largos y cálidos veranos en las orillas de un caudaloso río que sirve de trasfondo para las aventuras infantiles que recuerdan al mejor Tom Sawyer, del que el personaje de la protagonista –Calpurnia Virginia Tate- es heredera literaria.

A través de los seis meses que transcurren entre un tórrido verano («Aquel verano de 1899, yo tenía once años y era la única chica de siete hermanos. ¿Os podéis imaginar una situación peor?»), y una gélida Nochevieja en la que ve nevar por primera vez, Calpurnia, curiosa y vital, instalada en ese mágico mundo de la preadolescencia en la que cada día es una gran y verdadera aventura y en el que todo está aún por descubrir, asiste a la aparición de inventos increíbles: las máquinas de viento fabricadas en Chicago, el teléfono de la compañía fundada por Graham Bell, los primeros automóviles Ford (la palabra “automóvil”, aparece por primera ese año en un editorial del New York Times), mientras paladea otro invento genial, un burbujeante refresco comercializado por charlatanes, buhoneros y feriantes que lleva el estrambótico nombre de Coca-Cola: «¿Cómo podías beber leche o agua después de probar eso?», se pregunta la niña después de saborearlo por primera vez.

Charles Darwin aparece reencarnado en el otro personaje central de la novela, el abuelo Walter Tate, un anciano naturalista aficionado de pobladas cejas blancas y barba de patriarca bíblico (la venerable imagen con la que Darwin acostumbra a aparecer en los daguerrotipos decimonónicos), cuya mirada severa «parecía mirar al vacío pero que en realidad estaba mirando al futuro», que es capaz de inculcar en su nieta la pasión por la ciencia mediante el expeditivo método de provocar su asombro al observar la naturaleza porque, como decía Platón, toda ciencia empieza por el propio asombro: «Entonces el abuelo me contó unas cosas increíbles. Me explicó maneras de llegar a la verdad de cualquier tema, no sólo sentándote a pensar en ello como Aristóteles (un señor griego, listo pero confundido), sino saliendo a mirar con tus propios ojos; me habló de hacer hipótesis e idear experimentos, y de comprobar mediante observación y llegar a una conclusión».


Convertida en una darwinista convencida de tan sólo once años, las excursiones con su descreído abuelo despiertan en Calpurnia una pasión hasta entonces desconocida. Pero en ese mundo cambiante todo lo nuevo no es acogido con el mismo ánimo. La niña posee la curiosidad, la disciplina y el entusiasmo del científico y, sin embargo, está destinada a un futuro doméstico. Piano, hacer punto y cocina -prepararse en definitiva para ser una buena esposa- son los pilares de una educación destinada a las niñas cuyos fundamentos están contenidos en un grueso tomo: La ciencia de las amas de casa, que recibe como regalo de Navidad. Frente al "orden natural de las cosas", que defiende con rigor su madre, Calpurnia desea la evolución, el cambio, un contraste que la sumerge con desasosiego en las contradicciones de la época que le ha tocado vivir.

Las excursiones del abuelo y la nieta, sus conversaciones en la biblioteca y las observaciones que la protagonista va apuntando en su libreta de naturalista en ciernes, servirán al lector para iniciarse en el complejo pero sencillo trasfondo de la teoría darwiniana: la supervivencia de los más aptos. Cada uno de los capítulos del libro se inicia con un párrafo extraído de El Origen de las especies, que se constituye así en el prólogo de una ficción recreada que nos acerca, sin darnos cuenta, entrelazando la sencillez de las observaciones científicas de una niña curiosa e inteligente con las historias de la cotidianeidad familiar, a la teoría de la evolución, el cuento más fantástico y al mismo tiempo más auténtico que nadie haya ideado nunca.