domingo, 21 de octubre de 2012

Tecumseh y la Maldición de los Veinte Años



Tecumseh, caudillo shawni y famoso orador, era hijo de un jefe que murió combatiendo contra los colonos británicos en la batalla de Point Pleasant (1774), lo que marcaría para siempre su odio hacia los blancos. Había nacido en 1768 en Old Piqua, Ohio, y según una leyenda, su nacimiento había coincidido con el paso de un gran cometa, lo que fue interpretado por el chamán de su poblado como el nacimiento de un gran caudillo. Con estrella o sin estrella, lo cierto es que creció en el Territorio de Ohio durante la Guerra de Independencia Americana (1775-1783) y la Guerra India del Noroeste (1785-1795) por lo que conocía desde niño los avatares de la guerra, el poderío bélico de los blancos y la necesidad de establecer alianzas intertribales si querían detener sus avances.

Para Tecumseh: «Ninguna tribu puede vender la tierra. ¿No la hizo el Gran Espíritu para uso de sus hijos? La única salida es que los pieles rojas se unan para tener un derecho común e igual en la tierra, como siempre ha sido, porque no se dividió nunca». Fiel a esas ideas, Tecumseh quería crear un gran estado panindio situado entre el valle del Ohio y los Grandes Lagos, bajo protectorado británico. Su concepto básico era el de un socialismo utópico que plasmaba en uno de sus más famosos lemas: «La tierra pertenece a todos, para el uso de cada uno».

Cuando los Estados Unidos compraron Luisiana a los franceses en 1803, toda la región shawni cayó en sus manos. Un grupo de shawnis emigró a Texas, por entonces territorio español. Pero el grupo principal, comandado por Tecumseh, Halcón Negro y varios caudillos de otras tribus algonquinas, preparó una rebelión a gran escala. Enfurecido cada vez que los indios se veían obligados a ceder una gran porción de su territorio al Gobierno de los Estados Unidos, Tecumseh, acompañado por su hermano Tenskwatawa, un iluminado religioso más conocido como “El Profeta”, se dedicó a visitar a las tribus para animarlas a que se uniesen a la rebelión. En 1811 organizaron un gran encuentro indio en las orillas del río Tallapoosa, Alabama, donde consiguieron concentrar cinco mil guerreros –una concentración nativa nunca vista y que no volvería a repetirse hasta que Custer tuviera la desgracia de topársela en Little Big Horn- a quienes exhortó: «¡Que perezca la raza blanca!. Nos roban las tierras; corrompen a nuestras mujeres, pisotean las cenizas de nuestros muertos. Hay que marcarles un rastro de sangre para que regresen por donde vinieron».

Mientras tamaño contingente de guerreros se preparaba para la batalla y esperaba el mejor momento de atacar, Tecumseh viajó al sur en busca de más adhesiones. Mientras lo hacía, el gobernador de Indiana, William Henry Harrison y sus milicianos acamparon provocativamente al lado de los indios, concentrados en Tippecanoe el otoño de 1811. Desobedeciendo las consignas de su hermano y animado por sus alucinadas profecías, Tenskwatawa atacó el campamento de Harrison y fue estrepitosamente derrotado.

La batalla significó un gran golpe para la política de Tecumseh. Aunque Harrison consideró que su victoria era un golpe definitivo a la resistencia india, lejos de rendirse, Tecumseh, que había huido a Canadá, se alió con los británicos, que pronto estuvieron luchando de nuevo contra los estadounidenses, en la guerra de 1812. Los guerreros liderados por Tecumseh fueron derrotados definitivamente en octubre de 1813, en la batalla del Thames, Canadá, en la que murió Tecumseh y, con él, su sueño de unidad indígena. Tras su muerte, los pueblos delaware, miami, ojibwa y hurón firmaron rápidamente una paz desventajosa con los estadounidenses. Por su parte, el 28 de julio de 1814, los shawnis firmarían también un nuevo tratado por el cual se comprometían a ayudar a los Estados Unidos contra Gran Bretaña y, a cambio, se les reconocería como nación soberana.

William Henry Harrison, considerado héroe nacional por sus victorias contra los indios, fue elegido como el noveno presidente de los Estados Unidos a los 68 años, una edad sólo superada por Ronald Reagan que fue elegido en 1980 a los 69 años. Pero mientras que Reagan estuvo ochos años como presidente, Harrison ostenta el récord de haber sido el presidente más efímero de toda la historia estadounidense: treinta y dos días. Cuando Harrison, orgulloso de su hoja de servicios, se presentó en 1841 como candidato a la Presidencia, en su campaña electoral habló más de sus hazañas bélicas que de su programa político. Lo eligieron. Agotado por la intensa campaña electoral, Harrison, todo un anciano para su época, no estaba en las mejores condiciones físicas, pero deseoso de demostrar su gallardía se empeñó en pronunciar su discurso de investidura al aire libre, en el frío invierno de Washington, a pecho descubierto, sin abrigo ni sombrero. Habló durante dos horas, tiempo suficiente para incubar una pulmonía que se lo llevaría a la tumba treinta y un días después. En su entierro muchos recordaron “la maldición de Tecumseh”, más conocida como la “Maldición de los Veinte Años”, lanzada en 1836 pero no por Tecumseh, sino por su hermano, Tenskwatawa. Ese año se celebraban las elecciones presidenciales y los candidatos eran Martin Van Buren, el vicepresidente de Andrew Jackson, y Harrison. 

Se dice que mientras Harrison posaba para un retrato y los presentes discutían el posible resultado de las elecciones, Tenskwatawa lanzó su profética maldición: «Harrison no ganará este año el puesto de Gran Jefe. Pero ganará la próxima vez. Y, cuando lo haga, no terminará su mandato. Morirá en su puesto». «Ningún presidente ha muerto en ejercicio», -apuntó uno de los presentes. «Yo les digo que Harrison morirá y, cuando él muera, se recordará la muerte de mi hermano Tecumseh. Ustedes piensan que he perdido mis poderes, yo que hago que el Sol se oscurezca y que los pieles rojas dejen el aguardiente. Pero les digo que él morirá y que, después de él, todo Gran Jefe escogido cada veinte años de ahí en adelante morirá también y que, cuando cada uno muera, todos recordarán la muerte de nuestro pueblo». 

En algunas cosas acertó. Aquel año resultó elegido Van Buren, que sólo tuvo un mandato porque perdió las elecciones de 1840 frente a Harrison quien, efectivamente, murió en ejercicio sin haber dormido una sola noche en la Casa Blanca. Veinte años después, en las elecciones de 1860, resultó elegido Lincoln, que también murió en ejercicio. Lincoln tomó posesión en 1861; veinte años después lo hizo James A. Garfield, quien apenas ocupó la presidencia un semestre, antes de resultar herido levemente en un atentado y rematado después por un equipo de médicos ineptos. Veinte años después, en 1901, el presidente William McKinley fue asesinado por el anarquista Leon Czolgosz. En 1921 le tocó el turno a Warren Harding, elegido vigésimo noveno por el partido Republicano, fallecido de un ataque al corazón durante el segundo año de su mandato. Veinte años después, en 1941, Franklin Delano Roosevelt fue reelegido por tercera vez; en 1945 falleció en su despacho mientras trabajaba. En 1961 resultó elegido John F. Kennedy, asesinado en 1963. A partir de él, afortunadamente, se rompieron los pronósticos de Tenskwatawa, aunque John Hinckley estuvo a punto de que se cumplieran cuando atentó contra Ronald Reagan el 30 de marzo de 1981, poniéndolo a las puertas de la muerte. 

Cuando George W. Bush tomó posesión el 20 de enero de 2001, supongo que cruzaría los dedos.