sábado, 21 de junio de 2014

Contra Putin, unos cañonazos de fracking

Para derrotar al malvado Putin, nada mejor que inundar el mercado europeo con gas natural estadounidense procedente del fracking. Eso es lo que la industria gasística a uno y otro lado del Atlántico nos quiere hacer creer. Aprovechando la histeria provocada por el conflicto Rusia-Ucrania que comenté en este entrada, en Estados Unidos se han presentado sendos proyectos de ley que intentan que se abran (y se aceleren) las exportaciones de gas natural, prohibidas expresamente por la Sección 3ª de la Natural Gas Act de 1938. En ambos casos, los proyectos han sido presentados por sendos representantes de Colorado, uno de los estados más proclives al fracking y también uno de los que más se ha significado por las protestas sociales en contra de la fractura hidráulica.

El 5 de marzo abrió la veda el senador demócrata Mark Udall (proyecto S.2083), al que siguió el proyecto H.R. 6, presentado el pasado 19 de junio en la ventanilla del Congreso por el republicano Cory Gardner, en una demostración palpable de que las diferencias partidistas no impiden que ambos se pongan de acuerdo en nombre de una supuesta ayuda a Europa para que dejemos de depender energéticamente de Putin (lo que, hoy por hoy, es sencillamente imposible), y para la mejora de la seguridad nacional de Estados Unidos.

Cory Gardner, congresista por Colorado
En una jeremiacas declaraciones que moverían a la comprensión (e incluso a la compasión) si uno se hubiera caído de un guindo, el congresista Gardner declaró al presentar el proyecto en la Cámara Baja que «oponerse a su proyecto de ley sería como desatender una llamada de nuestros amigos y aliados al 911». (El teléfono de emergencias en Estados Unidos es el 911). Como ha señalado la conocida periodista y escritora Naomi Klein en un artículo reciente publicado en The Guardian, tal cosa sería cierta si nuestros amigos y aliados trabajaran en la industria petrolera y la emergencia fuera que a los especuladores del fracking cada vez les cuesta más sostener sus ruinosas explotaciones.

Por lo demás, aunque las declaraciones de ambos próceres pongan énfasis en las ayudas a “nuestros amigos y aliados de Europa”, sus proyectos de ley (léanlos: apenas suman cuatro páginas) piden que se abran las exportaciones los países miembros de Organización Mundial del Comercio, de la que forman parte 159 países de los 194 oficialmente reconocidos en el mundo. Es decir, que lo que lo que realmente pretenden los honorables miembros de ambas cámaras es poner gas en el mercado internacional para que lo compre el mejor postor. La retórica es un disfraz.

Como es también es retórica falaz el discurso patriótico («Patriotismo, el último refugio de los sinvergüenzas», decía Oscar Wilde) que desde hace años la industria ha estado vendiendo: que los estadounidenses deben soportar las agresiones a su medio ambiente y a su salud que provocan las explotaciones de fracking con el patriótico fin de que su amado país alcance la “independencia energética”. Y ahora, de repente y aprovechando la coyuntura, el objetivo se ha cambiado desde la seguridad energética a vender un exceso temporal de gas en el mercado mundial.

¿Pero a qué vienen estas prisas por vender gas natural? Antes de entrar en materia, lo expondré brevemente: En estos momentos, la industria estadounidense (que está en manos de la banca de Wall Street) tiene al gas por castigo. Como ocurre en La Mancha con los precios de la uva los años de buenas cosechas, los Estados Unidos llevan varios años consecutivos de “vendimias” gasísticas desmesuradas, lo que –en virtud de la ley de la oferta y la demanda, y de la imposibilidad legal de exportar gas- ha tirado los precios domésticos por los suelos para deleite de los consumidores (que no tardarán en pagar con intereses el timo del fracking) y desesperación de los operadores, que están perdiendo dinero a espuertas, tal y como escribí en esta entrada. Y ahora apoyemos la historia con algunos datos.

La situación energética de Estados Unidos pintaba muy mal cuando transcurría la primera década del actual milenio. Según las estadísticas energéticas mundiales (BP,2012), durante las tres últimas décadas la producción de energía procedente de todas las fuentes se había incrementado en un 16% mientras que el consumo lo había hecho en un 29% (Figura 1). Como consecuencia, el 20% del consumo energético estadounidense tuvo que importarse en 2011 mientras que en 1981 se había importado solo el 11%. La producción energética global se incrementó en un 15,6% en ese período, pero el consumo subió un 29%. Más del 86% del consumo energético procedió de combustibles fósiles frente al 8,3% (nuclear), 3,3% hidroeléctrico y 2% (renovables).
Figura 1. Producción y consumo de energía 
por combustible estadounidense (1981-2011. 
Fuente: Figura 9.

Los datos de diciembre de la oficialista Agencia de Información de la Energía eran deprimentes (EIA, 2012). La mayoría de las regiones petrolíferas estadounidenses estaban de capa caída (Figura 2). Excepción hecha de Texas y Dakota del Norte, donde estaban comenzando a explotarse unos nuevos tipos de yacimientos no convencionales de los que todo el mundillo energético hablaba y no paraba, la producción disminuía sin cesar o permanecía estable. La producción en 2012 había caído 31 puntos porcentuales con respecto a 1985 y 36 puntos si la referencia eran los días de vino y rosas de los 70 cuando se alcanzó el récord histórico de la producción doméstica.

Figura 2. Producción petrolífera estadounidense 
por regiones (1985-2012)FuenteFig. 13.

Cuando la producción estaba en su punto álgido en 1970, Estados Unidos tenía 531.000 pozos operativos que producían poco menos de unos 18 barriles diarios (bl/d) cada uno. Cuarenta años después, el país tenía aproximadamente el mismo número de pozos operativos (530.000) pero la productividad media había caído a 10,4 bl/d (EIA, 2011: Tabla 3c). Era el vivo retrato de la Ley de los Rendimientos Decrecientes: la productividad media por pozo había caído en el 44% en las últimas cuatro décadas (Figura 3).

Figura 3. Pozos operativos y 
productividad por pozo en EEUU 
(1970-2010)
FuenteFig. 14.
A pesar de que cuando apareció ese informe de 2011 se había instalado en el país el relato de la “independencia energética” del que luego me ocuparé, el 42% del consumo de petróleo en 2012 procedía de importaciones. Solamente el 34% del petróleo consumido en 2012 procedía del subsuelo estadounidense o de sus plataformas litorales.

Así estaban las cosas en 2007, con el barril de petróleo en máximos históricos (cien dólares, el récord hasta entonces) y en pleno declive de la producción petrolera, cuando la industria energética estadounidense echó las campanas al vuelo y anunció que los tiempos habían cambiado. Aún sin admitir, o admitiendo a regañadientes como ya comenzaban a hacer, que la era del petróleo líquido tenía los días contados, habían encontrado la forma de extraer hidrocarburos (sobre todo gas natural en cantidades astronómicas, pero también algo de petróleo) no ya debajo de las piedras, sino dentro de las piedras y en unas cantidades tan extraordinarias que el problema del petróleo había dejado de existir. El mensaje volvió a ser: Quemad, chicos, quemad. Carpe diem.

John Hofmeister, ex jefe de operaciones para Estados Unidos de Shell, lo vio claro cuando en septiembre de 2012 declaró al Wall Street Journal:
A menos que algo cambie en serio en los próximos cinco años, vamos a depender del gas porque no habrá suficiente petróleo para todos.
Puede que no hubiera bastante petróleo, pero gas iba a sobrar y como del gas podían obtenerse líquidos, el problema del oro negro iba a pasar a la historia. Nadie completó el relato diciendo que la producción de líquidos a partir del gas era más cara y su rendimiento energético mucho menor. Para qué preocuparse. Carpe diem.

Figura 4. Suministros estadounidenses de 
gas natural por orígenes (1998-2012).
FuenteFig. 16.
La “shale revolution”, la extracción de gas y petróleo de yacimientos inaccesibles hasta ese momento fue saludada como “el nuevo tesoro nacional”, “Eldorado en forma de gas” o “el nuevo maná” y proclamada la herramienta clave para un cambio de paradigma energético. Un lema “la independencia energética” se adueñó del país más adicto al petróleo del mundo. La disminución de la producción de gas y petróleo convencionales se compensaría con la explotación de unas rocas, las shales, mediante una tecnología innovadora, el fracking horizontal. Algo había de cierto: el gas estadounidense no daba las señales de declive que mostraba el petróleo. No sólo no lo hacía, sino que la producción crecía, lo que no evitaba que en plena retórica de la independencia energética y a pesar del incremento de la producción doméstica, el país tuviera que seguir importando en 2012 un 8,6% de sus suministros de gas natural (Figura 4).

La fotografía de la NASA muestra las luces de las aglomeraciones urbanas de ambas costas y del Medio Oeste. En Dakota del Norte, un estado despoblado, el círculo blanco rodea el campo petrolífero de lutitas Bakken, donde se quema directamente el gas natural asociado ante la falta de un gasoducto para transportarlo.
En realidad, el gas natural convencional presentaba claros síntomas de declive en la mayoría de los estados productores tradicionales como Alaska, Nuevo México, Oklahoma, Wyoming o en las plataformas marinas del Golfo de México. El crecimiento sustancial en gas natural provenía de yacimientos no convencionales de Luisiana, Texas, Pensilvania y de un puñado de otros estados. En Dakota del Norte había también una notable producción de gas natural asociado al petróleo, pero como no existían infraestructuras para transportarlo, se quemaba en unos gigantescos mecheros que han transformado el vuelo sobre la despoblada Dakota en un espectáculo de luz y color (Foto).
Al poner en el mercado una enorme cantidad de gas natural, los precios domésticos se desplomaron, a pesar de que Estados Unidos sigue importando gas. El precio del gas natural en Estados Unidos disminuyó abruptamente de los 10,4 dólares por cada millón de pies cúbicos (Mpc) en 2008 hasta un mínimo de 1,89 dólares por Mpc en abril de 2012, a causa de la saturación del suministro procedente de las operaciones con gas de lutitas (Figura 5).

Figura 5. Evolución de la producción y 
el precio de gas de lutitas en Estados Unidos, 2000-2012. 
Fuente: Heinberg (2014).
Como el umbral de rentabilidad estimado sería que un precio comercial de 8-9 dólares por Mpc, los precios anormalmente bajos hacen que el negocio del gas de lutitas basado exclusivamente en el consumo doméstico sea una ruina y la industria lo sabe. Así hablaba Rex W Tillerson, presidente de Exxon Mobil Corporation en una conferencia que pronunció el 27 de junio de 2012 en el Council on Foreign Relations:
Lo que puedo decirle es que el coste del suministro no es de 2,50$. Estamos perdiendo hasta la botas, no ganamos dinero. Está todo en números rojos.
Su colega Aubrey McClendon, de Chesapeake Energy, tampoco es que fuera muy optimista:
El sector entero no es rentable hoy en día.
Aunque de creer a sus exégetas la industria del gas de lutitas ha bajado voluntariamente los precios y está promocionando las exportaciones de gas natural como una manera altruista de mejorar la balanza comercial de Estados Unidos y de “ayudar a sus amigos y aliados”, la realidad es otra: las compañías, que están para hacer negocio, además de hacer jugosos cambalaches financieros en Wall Street, se esfuerzan en abrir los mercados y ejercen un fuerte lobby para que se les apruebe (y subvencione) la construcción de terminales marítimas para exportar el exceso de gas a los mercados de Europa y Asia Oriental, donde se pagan precios mucho más altos.

El buque metanero Golar Spirit
Por eso, a pesar del hecho de que Estados Unidos sigue siendo un importador neto de gas natural, los esfuerzos de exportación de gas están en marcha: Dominio Corporation comenzará la construcción de un proyecto de exportación de GNL en su terminal Cove Point en Maryland en 2014, con contratos para la entrega a Japón y India; Cheniere Energy convertirá su instalaciones de importación de GNL en Sabine, Luisiana, en una terminal de exportación, y United LNG ha firmado acuerdos con la India para el suministro a largo plazo de GNL a través de su plataforma litoral principal Hub Energy Pass, también en Luisiana.

Así que los motivos reales de la industria no tienen nada que ver con la mejora de la balanza comercial de Estados Unidos ni con ayudar a los europeos. Los importadores potenciales de GNL en Japón, India, China o Europa tendrán que pagar más de 15 dólares por millón de Btu de gas natural, mientras que los estadounidenses pagan unos 4 dólares. Con ese diferencial tan amplio, la industria del gas natural lo que quiere es exportar su producto por una exclusiva razón: para obtener un mejor precio y un mayor beneficio.

Si los usuarios estadounidenses quieren el mismo gas, tendrán que pagar más. No hay otra. Las exportaciones de GNL harán subir el precio del gas natural en Estados Unidos: por poco que se sepa de economía, cuando el mercado doméstico deje de estar saturado, los precios subirán. En una política “tartufiana”, la industria del gas natural está haciendo todo lo posible para aumentar sustancialmente los precios de gas natural de Estados Unidos, aunque al mismo tiempo afirma que los bajos precios del gas son el mirífico resultado de sus prácticas. Los políticos dan cumplida respuesta a los lobbistas que pagan sus campañas electorales, pero como no pueden hablar claramente de que defienden los intereses de la industria, aprovechan cualquier coyuntura para arrimar el ascua la sardina de la mano que les da de comer.

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