domingo, 12 de noviembre de 2017

La ballena de los vascos se enfrenta a la extinción

Ballena franca de los vascos (Eubalaena glacialis). Fuente.

En una triste pirueta de la fortuna, la ballena franca del Atlántico Norte está seriamente amenazada otra vez después de recuperarse en las últimas décadas de siglos de caza que la habían dejado al borde de la extinción. Las tendencias recientes de la población son tan graves que los expertos predicen que la ballena podría desaparecer en veinte años, convirtiéndose en la primera gran ballena en extinguirse en los tiempos modernos después de que la Comisión Ballenera Internacional hubiera prohibido cazarla.

Verano de 1946. Apenas ha pasado un año desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Inglaterra tiene que reconstruir un país castigado por los bombardeos, recuperar el pulso económico y alimentar a la población. Todo esfuerzo era poco. Si algo habían desarrollado durante la guerra era la tecnología bélica y el Gobierno decidió aplicarla a otros fines. En junio de 1946 envió barcos equipados con detectores sónicos desarrollados para combatir a los submarinos alemanes a la caza de ballenas.

El Balaena listo para zarpar en 1946. Fuente.

El 10 de mayo de 1948 el ballenero Balaena regresó al puerto de Southampton después de una excelente temporada de caza. Su tripulación –setenta británicos y quinientos noruegos- no había perdido el tiempo: en las bodegas estaba estibado todo lo aprovechable de las 3.000 ballenas que habían capturado en aguas del Atlántico Norte. Esa despensa contribuyó mucho a la economía nacional: 4.500 toneladas de carne, 163.000 barriles de aceite comestible (destinado a fabricar margarina), 10.000 barriles de espermaceti, 170 toneladas de extracto de carne y otras 3.000 de carne que habría de servir para elaborar piensos para el ganado.

Ese dato, que quedaría empequeñecido si los japoneses –que con ayuda de los Estados Unidos habían reconvertido lo que quedaba de su flota de guerra en balleneros- los rusos y los noruegos hubieran ofrecido cifras detalladas de sus capturas, pueden darnos una idea de la masacre cometida contra las ballenas en todos los mares del mundo. Esa caza masiva se llevó a cabo años después de que el auge de la industria ballenera de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras del XX hubieran esquilmado la mayoría de las poblaciones de cetáceos desde el Antártico a los Mares del Sur.

La aplicación de la tecnología bélica a la caza de ballenas supuso una eficacia que nunca pudieron soñar los balleneros que arponeaban el siglo anterior. En 1951, cien años después de que Melville publicara Moby Dick, murieron más ballenas en todo el mundo de las que cazaron los balleneros de New Bedford (el emporio ballenero estadounidense) en un siglo y medio. Entre las especies que quedaron al borde la extinción estaba la ballena franca glacial, Eubalaena glacialis.

Fuente.

La ballena glacial, del Atlántico Norte, de los vascos o ballena franca, llamada así por los balleneros del siglo XVIII porque era fácil de cazar y rica en la codiciada y valiosa grasa de ballena, un cetáceo que supera los 16 metros y alcanza las 70 toneladas) es una de las tres especies de ballena franca. Endémica de la costa este de Norteamérica, se reproduce en invierno en las aguas de Florida y migra hacia aguas de alimentación veraniegas frente a Nueva Inglaterra y el noreste de Canadá. Su hábitat, muy accesible a la comunidad científica, la ha convertido en una de las grandes ballenas mejor estudiadas. Pero su área de distribución también se encuentra en uno de los tramos de océanos más industrializados del mundo, atestado de amenazas que incluyen enormes buques de cabotaje y pasajeros, pesqueros industriales e infraestructuras energéticas.

En las últimas décadas, el número de ballenas francas parecía ir recuperándose lentamente, de aproximadamente trescientas a quinientas. Pero desde el congreso bienal de la Society for Marine Mammalogy, cuyo libro de resúmenes puede obtenerse en este enlace, celebrado en Halifax la semana del 22 al 27 de octubre, llegan muy malas noticias sobre el freno a la recuperación de la especie. En esa reunión, de la que me ocupé en esta entrada, los expertos en ballenas informaron que actualmente sobreviven unas cien hembras reproductoras maduras, pero las supervivientes o no viven lo suficiente o no se reproducen lo bastante rápido como para que la especie tenga oportunidades de sobrevivir. Los impactos contra los grandes buques han sido una amenaza durante mucho tiempo, pero los gobiernos ayudaron a su recuperación adoptando medidas para prevenir los impactos como la imposición de límites de velocidad, el desvío de los más grandes en algunas aguas y la instalación de sensores que avisan a los buques cuando las ballenas están cerca.

Vean esta colección de fotos.

Resuelto ese problema, la gran amenaza está hora en el fatal enredamiento de los animales en las artes de pesca comerciales, que se está cobrando cada vez más víctimas y representa un riesgo cada vez mayor debido al aumento de la pesca en las áreas donde se alimentan las ballenas. Los investigadores han descubierto que incluso cuando una hembra enredada no muere, arrastrar cuerdas, boyas o nasas la agotan de tal modo que la probabilidad de que se reproduzca disminuye enormemente.

Los investigadores, encabezados por la bióloga marina Julie van der Hoop, han concluido que alrededor de cincuenta ballenas francas se enredan cada año y que alrededor del 83% de todas las ballenas han resultado atrapadas al menos una vez. A menudo, las ballenas enredadas se ahogan o mueren de hambre o heridas; en general, el 58% de las muertes de ballenas francas desde 2009 se debieron a enredamientos, más del doble (25%) de las registradas entre 2000 y 2008.

Aunque no lleguen a morir, las ballenas enredadas pueden sufren un gran estrés fisiológico. En su ponencia, van der Hoop contó la historia de un macho llamado Ruffian que, en algún momento entre agosto de 2016 y enero de 2017, se enredó en una trampa para cangrejos en las costas de Canadá. Arrastró 138 metros de cuerda y una trampa de 61 kilos hasta Florida, donde lo liberaron. Calcularon que la carga de Ruffian supuso que consumiera 27.000 calorías adicionales al día durante su viaje, lo que explicaría por qué estaba escuálido cuando lo desenredaron.

Ruffian sobrevivió, pero su experiencia se ajusta a los datos que Van der Hoop y sus colegas publicaron en 2016 en la revista Ecology and Evolution. Al medir el grosor de la capa de grasa en ballenas francas muertas, enredadas y no enredadas, descubrieron que las ballenas jóvenes enredadas pierden un promedio del 50% de su grasa, mientras que los adultos enredados pierden alrededor del 17%. La energía perdida se aproxima a la cantidad que una ballena necesita para su migración anual; para compensar esas pérdidas, necesitaría alimentarse una o dos horas adicionales por día. En las hembras, Van der Hoop cree que el estrés está contribuyendo a intervalos más prolongados entre paro y parto.

Starboard, una hembra de ballena franca, murió en la costa de Canadá después de arrastrar nasas de cangrejo durante días. Foto: NOAA/NEFSC/PETER DULEY

Las muertes y la merma reproductiva se han conjugado para revertir las tendencias positivas de recuperación de una población que alcanzó un máximo de 483 en 2010, incluidas 200 hembras. Hoy en día, la población general ha disminuido ligeramente, hasta 450, pero mueren más hembras que machos, posiblemente porque la reproducción las debilita y las hace menos resistentes a otros impactos. Para empeorar las cosas, las hembras tienen crías cada nueve años o más, en comparación con el intervalo de tres años que se registraba en la década de 1980. Eso está provocando que la población en general disminuya.

Las redes no serán fáciles de eliminar. Las soluciones tecnológicas, incluido el uso de cuerdas más débiles para las nasas de langosta y cangrejo que permitirían la liberación de ballenas, o el uso de nasas controladas electrónicamente que no requieren redes, serían costosas y difíciles de implantar. Como en tantos otros casos, nadie quiere ver cómo se extingue la ballena franca, pero las consideraciones económicas se imponen a menos que la opinión pública presione para que los gobiernos intervengan.

Pero no hay mucho tiempo para actuar, porque al ritmo con el que disminuye la población se dispone de años, y no de décadas, para solucionar el problema. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.


Lecturas de ampliación (1, 2, 3, 4, 5, 6).