domingo, 25 de agosto de 2019

Los insectos confirman la migración interglaciar de las praderas americanas

Las praderas de Norteamérica son algunos de los tipos de hábitat más amenazados del planeta: hoy ocupan tan solo el 1% de su área original de distribución. Gracias sobre todo a los estudios pioneros de Weaver y Clements, desde principios del siglo pasado se sabe que la vegetación de las Grandes Llanuras de Norteamérica eran extensas praderas bajas cuya presencia se debía en gran medida a la sombra de lluvias que las Montañas Rocosas proyectan a sotavento del Pacífico.
Antes de la colonización, hacia el este de Nebraska y Kansas, donde la aridez disminuye, las planicies estaban cubiertas por praderas medias y altas gracias a la combinación del fuego y del pastoreo ejercido por enormes manadas de bisontes. Aún más al este, esos pastizales eran interrumpidos por bosques en los valles de los ríos, formando una extensa "península de pradera" que se extiende hacia los Grandes Lagos (Fig. 1A) hasta reducirse a claros dentro de los bosques más allá del lago Michigan. 
Los Montes Apalaches (Fig. 1A, púrpura) separan estos pastizales de los "barrens” (terrenos por lo general afectados por la pobreza de los suelos y desprovistos de bosques densos; en adelante me referiré a ellos como yermos) de las llanuras costeras del Atlántico (Fig. 1B, naranja), de los cuales el más grande del noreste, en Nueva Jersey (NJ), cubría más de 13.000 hectáreas situadas al este de Nueva York, en Hempstead, Long Island (Fig. 1C, verde). 
Figura 1. Fuente.
¿Son estos yermos remanentes de una antigua pradera, o representan otro tipo completamente diferente de ecosistema? Otras zonas con herbazales similares, pero más pequeñas, llamadas "heaths” (brezales)", ocupaban antaño muchos otros lugares de Nueva Inglaterra, principalmente en Massachusetts (MA). Esos brezales eran los lugares de reproducción de un animal inexistente en las Grandes Llanuras, el gallo de brezal, la subespecie más pequeña de Tympanuchus cupido(el gallo de las praderas). Los gallos de brezal se han extinguido y su distribución original exacta no está documentada, pero se sabe que habitaban desde el sur de Maine (ME) hasta el norte de Virginia (VA). Los brezales prácticamente han desaparecido de la costa Este, pero aún quedan pequeños claros en localidades muy dispersas, particularmente alrededor de algunos yermos con pinares (Fig. 1D).
A pesar de que presentan similitudes indudables con las praderas más occidentales, la rareza de las praderas atlánticas de brezos y yermos constituye un enigma de la costa Este. La cuestión es cómo las plantas de las praderas y los animales asociados, como el gallo de la pradera, pueden haber llegado tan lejos y constituir un ecosistema completo de llanuras herbáceas que no eran mantenidas por los incendios periódicos y las manadas de bisontes.
Después de la retirada de los glaciares del Pleistoceno, un fragmento del ecosistema de la pradera se extendió mucho más al este de lo que cabría esperar. Este subconjunto de pastizales se extendió hasta el noreste e incluso alcanzó la costa atlántica en Nueva Jersey y Long Island. Se conocía como la “península de las praderas” y hoy en día sus restos representan algunos de los ecosistemas de praderas más raros de Norteamérica.  
Se piensa que la península de las praderas debe su existencia a unas peculiaridades del clima pleistocénico. Durante los períodos interglaciares, el clima del este de Norteamérica era mucho más cálido y seco de lo que es actualmente. Debido a ello, se supone que las praderas migraron hacia el este siguiendo las morrenas terminales recientes que los glaciares dejaban a su paso. Los suelos de morrena tienden a estar compuestos de material no consolidado que drena rápidamente el agua, lo que proporciona las condiciones perfectas para el desarrollo de las praderas. Esta península precedió a la invasión de los árboles, que ahora forman los bosques que dominan el este de Norteamérica. Hoy nos referimos a los restos de esta península como brezales o yermos. 
En mi repaso veraniego de lecturas pendientes, he encontrado un artículo que arroja luz sobre este punto de vista utilizando a los insectos como bioindicadores en un trabajo de investigación muy ingenioso. 
Cercopis vulnerata, uno de los homópteros usados en el trabajo de Hamilton. Foto.
El autor, el canadiense K.G. Andrew Hamilton usó varios insectos (principalmente se centró en homópteros de la familia Aphrophoridae), para demostrar que estos remanentes orientales de las praderas son, efectivamente, relictos del pasado glacial. Algunos insectos chupadores de savia que son comunes en las praderas están extremadamente especializados plantas muy concretas, fundamentalmente gramíneas. Muchos de estos insectos no vuelan o al menos no viajan grandes distancias desde donde nacieron. Si uno encuentra determinadas especies en las praderas orientales, obtendría una evidencia muy potente para sostener la hipótesis de la migración de las praderas de oeste a este a través de las morrenas glaciares.
Los resultados de Hamilton sugieren exactamente eso. Los enclaves orientales de brezales y yermos albergan muchos de los especialistas de las praderas occidentales. Lo que resulta muy interesante es que esta investigación ha demostrado que se pueden rastrear los patrones migratorios de estos ecosistemas. Como se había postulado, las praderas migraron desde el oeste durante un período interglaciar mucho más cálido que ahora. A medida que avanzaban por el este de los Estados Unidos, se toparon con las montañas Apalaches, que son una barrera formidable para la migración de plantas adaptadas a las llanuras.
¿Cómo se apañaron las praderas para sortear esa barrera y terminar en enclaves de la costa atlántica? Los datos apuntan a los sedimentos arenosos que existen en los numerosos valles a lo largo de la columna vertebral de los Apalaches. La mayoría de estos sedimentos ya no existen debido a la erosión y a la colonización por bosques, lo que provoca la disyunción actual de estos raros retazos orientales de pradera. 
Estos resultados son un maravilloso ejemplo de la singularidad de los hábitats de las praderas y, ahora más que nunca, demuestran que merecen ser protegidos para que puedan sobrevivir hábitats, animales y plantas en peligro de extinción. También subrayan cuán especiales son realmente estos hábitats. No son algo creado por la mano del hombre; no son el resultado de la tala o de la quema. Son hábitats que han sobrevivido a los avatares del tiempo. ©Manuel Peinado Lorca @mpeinadolorca.
Foto del encabezamiento: Esa parcela de pradera mixta en el Kirwin National Wildlife Refuge, Kansas, había sido quemada preventivamente un par de meses antes de que se tomara esta foto. El resultado fue una gran floración de la compuesta Echinacea angustifolia y de la acacia sensitiva Schrankia nuttallii.