domingo, 16 de febrero de 2020

Beleño, la planta que mató a Hamlet


Los sucesos narrados por Shakespeare en su tragedia Hamlet son los siguientes: el rey Hamlet de Dinamarca muere repentinamente. Unas semanas después su hermano Claudio se casa con cuñada viuda, la reina Gertrude. Según la explicación oficial, la causa de la muerte del rey fue la mordedura de una serpiente. El espectro del rey se aparece a su hijo, el príncipe Hamlet, y le dice que su propio hermano, Claudio, ahora proclamado rey y convertido en su padrastro, lo ha asesinado:
«[…] Escúchame ahora, Hamlet. Esparciose la voz de que estando en mi jardín dormido me mordió una serpiente. Todos los oídos de Dinamarca fueron groseramente engañados con esta fabulosa invención; pero tú debes saber, mancebo generoso, que la serpiente que mordió a tu padre hoy ciñe su corona».
Luego, el espectro le aclara cuándo, cómo y por quién fue asesinado:
«Dormía yo una tarde en mi jardín según lo acostumbraba siempre. Tu tío me sorprende en aquella hora de quietud, y trayendo consigo una ampolla de licor venenoso, derrama en mi oído su ponzoñosa destilación, la cual, de tal manera es contraria a la sangre del hombre, que semejante en la sutileza al mercurio, se dilata por todas las entradas y conductos del cuerpo, y con súbita fuerza le ocupa, cuajando la más pura y robusta sangre, como la leche con las gotas ácidas. […] Así fue como, estando durmiendo, perdí a manos de mi hermano mismo, mi corona, mi esposa y mi vida a un tiempo».
El texto que cito corresponde a la escena XII del primer acto de la edición de 1898 que figura en la web del Instituto Cervantes. Llamo la atención, usando negritas, de que en esa versión se adjudica el envenenamiento a un licor venenoso. Abro ahora la edición original inglesa y compruebo de que en ella no se habla de licor alguno. Shakespeare escribió que el regicida había vertido en el oído de su hermano «juice of cursed hebenon in a vial», es decir, jugo de hebenon vertido desde una ampolla.

Hebenon es el nombre común de una planta cuya identificación botánica ha sido objeto de cierta controversia, en general centrada en dos palabras: ebony y henbane. La primera es el nombre común inglés del ébano (Dyospiros ebenum) un árbol de origen indio que se trajo por primera vez a Roma hace más de 2.000 años y se comercializó profusamente entre la nobleza y la alta burguesía durante el Renacimiento. El destino de la madera negra de ébano era la fabricación de muebles y de ahí la derivación de la palabra “ebanistería”. No hay conexión alguna entre el ébano y su uso como veneno, habida cuenta de que incluso sus semillas tienen propiedades medicinales beneficiosas, sobre todo como antioxidantes.

Fuente: Kew Botanical Gardens.
Henbane o su corrupción léxica hebenon (un vulgarismo usado por las clases populares inglesas para las que Shakespeare escribía sus obras ya que, al fin y al cabo, eran las que llenaban los teatros) es, por el contrario, el nombre común de una planta, el beleño negro (Hyosciamus niger), cuyas propiedades tóxicas y alucinógenas eran conocidas al menos desde la Edad Media por ser de uso común entre magos, brujas y curanderos. Por lo tanto, se cree que el misterio de la identificación del nombre hebenon se resuelve cuando se identifica el hápax shakesperiano con Hyoscyamus niger, reforzado porque las terminaciones -benon (venom) y -bane signican lo mismo: veneno.

El beleño pertenece a la familia de las solanáceas, en la que también se incluyen alimentos tan comunes como tomates, papas, berenjenas, pimientos, además del tabaco. Dos géneros de esa familia, Hyoscyamus y Scopolia contienen dos ingredientes activos: hiosciamina y escopolamina, mientras que otro anestésico y vasodilatador, la atropina, se extrae de otras plantas de la misma familia como el estramonio (Datura stramonium) y la burundanga o floripondio (Brugmansia arborea) cuyos efectos tóxicos y su empleo con fines criminales son bien conocidos en los archivos forenses y policiales. Todas estas sustancias no tienen una función conocida en las plantas en las que se encuentran.

La escopolamina y la atropina son sustancias anticolinérgicas, lo que quiere decir que actúan bloqueando alguno de los receptores de la acetilcolina. En el cerebro de los mamíferos, la información entre las neuronas se transmite a través de sustancias químicas denominadas neurotransmisores, que se liberan en las sinapsis neuronales como respuesta a un estímulo específico. El neurotransmisor secretado actúa en sitios receptores especializados y altamente selectivos, que se localizan en la célula postsináptica, lo que provoca cambios en el metabolismo de ésta modificando su actividad celular. La función de la acetilcolina, al igual que otros neurotransmisores, es mediar en la actividad sináptica del sistema nervioso.

Esquema con los principales elementos en una sinapsis modelo. La sinapsis le permite a las células nerviosas comunicarse con otras a través de los axones y dendritas, transformando una señal eléctrica en otra química. 
La relativa facilidad con que la escopolamina cruza la barrera hematoencefálica hace que sus efectos sobre el sistema nervioso central sean más importantes que otras drogas anticolinérgicas. La vida media de la escopolamina en plasma es de 3 horas y su uso en dosis tóxicas (aproximadamente 10 mg) se acompaña de pulso rápido y débil, parálisis del iris, visión borrosa, piel seca, cálida y rojiza, disminución de la peristalsis intestinal y la motilidad, ataxia, alucinaciones y eventualmente coma y muerte.

Tanto la atropina como la escopolamina tienen una larga historia de brujería, y las acciones analgésicas y anestésicas de estos fármacos, aisladas o en combinación con opioides y estramonio, se conocen desde hace siglos. Brujas y curanderos disolvían extractos de beleño en vino tinto para que el alcohol intensificara e hiciera más efectivo el jugo de la planta que se usaba para el dolor de muelas, las jaquecas y migrañas, los dolores abdominales, los cólicos nefríticos, la disnea y todo lo que quepa imaginar.

De hecho, se puede decir que el beleño es el primer analgésico natural conocido en Europa antes del desarrollo de la agricultura. Probablemente su efecto venenoso fue observado por primera vez en el uso accidental para la alimentación de animales domésticos. Así, de modo empírico, los humanos identificaron las propiedades tóxicas de la hierba, la evitaron deliberadamente para sus uso doméstico y la emplearon con fines narcóticos al menos desde el Neolítico y están relacionadas por Dioscórides en el siglo I AC.

Por lo demás, sus propiedades eran tan populares como para ser citadas por Cervantes (Don Quijote, parte I, capítulo 18), y Calderón de La Barca (La Vida Es Sueño, segundo episodio), mientras que los episodios relacionados con el uso criminal de la escopolamina eran de dominio público en tiempos de Shakespeare. En 1560, el cirujano A. Paré fue acusado de haber envenenado a Francisco II, rey de Francia, insuflando polvos venenosos en su oído. En 1538, Francisco María I, Duque de Urbino, fue asesinado en Pésaro. El crimen fue atribuido a un tal Luigi Gonzaga, que podría haber sobornado al barbero y cirujano de los nobles para introducir el veneno en su oído. Es posible que Shakespeare estuviera al tanto de estos episodios y usara el último en la obra The Murder of Gonzago que unos actores representan en el acto tercero, escena II de Hamlet. Los actores interpretan esa obra en la que el nombre del asesino (Luigi Gonzaga) se cambia por el de la víctima. En la escena IV del quinto acto del Eduardo II de Marlowe, un asesino usa polvos venenosos introducidos en el oído real con la ayuda de una pluma.

Aunque se ha dudado de la capacidad de absorción de la escopolamina a través de la piel del oído interno, hay pruebas a favor de ella. La piel que recubre el canal auditivo está rígidamente adherida al hueso y al cartílago subyacentes y es muy vulnerable a un simple rasguño, que puede inflamarla y la vasodilatación o neovascularización provocada por la inflamación la hace más capaz de absorber drogas.

Se sabe que la posibilidad de un asesinato a través del oído era conocida en la Italia del siglo XVI, y se basaba en el conocimiento en esa época de la absorción directa de algunas sustancias por el oído. Plinio en su Historia natural (Libro 25.4.17), publicado en inglés en 1601, recomendaba verter aceite de beleño para combatir el dolor de oídos, aunque advertía que puede causar trastorno mental. La Henbane era una droga oficial citada en farmacopeas y dispensarios ingleses antiguos y se usaba, como el extracto de cannabis, en forma de gotas en el tratamiento del dolor de oído. En 1949, el profesor de Farmacología David Macht demostró con experimentos en animales que ciertos venenos, incluida la escopolamina, se pueden absorber a través del oído, aun ileso. Aunque no conocemos ni la concentración utilizada por un asesino ni la tasa de absorción de la droga, unos pocos miligramos instilados en el oído pueden alcanzar niveles tóxicos en la sangre. Por lo tanto, la ampolla que contenía el beleño que Claudio vertió en el oído del Rey Hamlet podría haber contenido cantidades suficientemente altas de escopolamina para cumplir su misión letal.

'Hamlet', en la mítica encarnación de Laurence Olivier para el filme del mismo nombre de 1948.
El padre de Hamlet fue envenenado por una sustancia que fue vertida en su oído mientras dormía. Julieta usó un narcótico para fingir su propia muerte y Titania se enamoró de un hombre con cabeza de asno después de que se le pusieran en los ojos el jugo de una flor. No quedan dudas de que algunas nociones botánicas le dieron buenos recursos narrativos a William Shakespeare.

¿Podrán los más o menos 400 años de ciencia transcurridos desde que el bardo escribió estas obras ofrecer algunas pistas o respuestas? La verdad es que nunca sabremos si los venenos y drogas de esas obras estaban basados en sustancias reales, y de estarlo, a cuáles se refería Shakespeare y si funcionarían o no. 

Tal vez sea mejor así. Después de todo, Shakespeare creó un repertorio inmortal de obras y sonetos que exploran la condición humana y no un tratado de etnobotánica. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.