jueves, 27 de abril de 2023

A vuelta con los conejos o el eterno retorno de lo mismo



Investigadores españoles explican las causas de la plaga de conejos: No hay hibridación, solo tienen hambre.

Hace justamente cinco años, un grupo de enfurecidos agricultores castellanomanchegos intentó asaltar las Cortes regionales en protesta contra una plaga de conejos extremadamente dañina para las cosechas. Cosas del comportamiento humano. Durante décadas, agricultores, ganaderos y cazadores se han esforzado por exterminar con pólvora, cepos, venenos, artimañas innúmeras y no pocos artefactos a las denominadas “alimañas” de pelo y pluma que controlaban las poblaciones de conejos. Aquellos polvos exterminadores han traído estos lodos lagomórficos.

Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados, escribió Albert Einstein. El de los conejos es el eterno retorno de lo mismo.

No son inmigrantes: son autóctonos

Desde hace unas semanas se viene hablando de una supuesta plaga de “conejos híbridos” que están arrasando los cultivos españoles. Los graves daños a la agricultura se achacan a su mayor tamaño, su mayor capacidad reproductora, su mayor voracidad y a unos comportamientos atípicos para la especie.

Pero no es oro todo lo que reluce. Empezaré por aclarar que el conejo silvestre o de monte (Oryctolagus cuniculus) es una especie nativa de la península ibérica. Como sucede con las más de 400 razas de perros reconocidas, desde el minúsculo chihuahua al mastín grandullón, todas las variedades de conejo doméstico, por extrañas que parezcan, como la que encabeza esta entrada o los que se ven en el siguiente video, han derivado por selección artificial a partir de la subespecie O. cuniculus cuniculus. Por tanto, los conejos silvestres y domésticos son la misma especie.



Es cierto que en algunas poblaciones silvestres se pueden observar conejos con rasgos de “domésticos” debido, posiblemente, a la suelta de conejos de dudosa genética usados en algunas repoblaciones cinegéticas, pero el análisis genómico demuestra que su presencia es meramente testimonial en las poblaciones españolas. Las “excepcionales capacidades” que se atribuyen a los supuestos conejos híbridos entre los nativos y los conejos de rabo blanco alóctonos (Sylvilagus floridanus), son igualmente propias de los conejos silvestres.

Pero si los conejos que están provocando los daños son autóctonos, ¿qué ha sucedido para que una especie nativa se convierta en plaga? La respuesta es triple.

Desequilibrios poblacionales

Téngase en cuenta en primer lugar los desequilibrios poblacionales. La evolución ha hecho de los conejos una especie destinada a ser abundante para poder sobrellevar la elevada tasa de mortalidad que sufren sus poblaciones silvestres debido a la depredación. Normalmente las conejas pueden tener crías durante tres años y la gestación dura aproximadamente 31 días y la lactancia 56 días, lo que totaliza 87 días. Por lo tanto, cada hembra está teóricamente en condiciones de parir y criar cuatro camadas al año, con un período de descanso de 17 días. En el conejo son frecuentes las camadas de 10 a 12 gazapos los cuales, a la semana de haber nacido, habrán duplicado su peso sin más alimentación que la leche de la madre.

La pérdida de autorregulación y funcionalidad de los ecosistemas, normalmente debida a intervenciones humanas, suele llevar a fuertes desequilibrios, como por ejemplo la extinción de especies o, en la otra dirección, a abundancias más altas de lo deseado. En Australia lo saben muy bien (1, 2).

En el caso del conejo ibérico hay tres elementos clave que han generado los desequilibrios poblacionales: escasez de alimento natural, falta de depredación (natural y cinegética) y la reducción del impacto negativo de las enfermedades. La presencia de estructuras lineales como autopistas y vías de ferrocarril y un suelo más blando para excavar madrigueras también han podido ser factores determinantes.

Según una investigación realizada en viñedos de Córdoba, la falta de alimento natural es la causa principal: los investigadores concluyeron que los daños causados por los conejos estaban condicionados por la cantidad de alimento natural (diversidad y abundancia de herbáceas) y no solo por la abundancia de este mamífero. Es decir, con cifras parecidas de conejos, los daños en los cultivos son mucho mayores en aquellos donde la disponibilidad de alimento natural es escasa. En otras palabras, la eliminación de las llamadas “malas hierbas” fuerza a los conejos a alimentarse de los cultivos. Este fenómeno podría haberse acentuado este año por la sequía.

Daños provocados por conejos sobre un campo de cereal, donde las madrigueras estaban en el límite con el olivar. Nótese la falta de cubierta vegetal en el olivar, lo que limita la disponibilidad de alimento natural, forzando a los conejos a alimentarse del cereal. Fuente.

Esta interacción entre densidad de conejos y disponibilidad de alimento natural es la causa de que, aunque haya pocos conejos, si no disponen de otra fuente alternativa de forrajeo pueden ocasionar daños severos a los cultivos. Las viñas son un cultivo muy sensible a la herbivoría: pocos conejos alimentándose de los brotes que originan los racimos provocan pérdidas sustanciales.

Así las cosas, los daños pueden mitigarse si aumenta la disponibilidad de alimento natural para reducir la presión sobre los cultivos. Por ejemplo, permitir el crecimiento de las cubiertas vegetales entre las hileras de cultivos leñosos o mantener la vegetación en zonas incultas aledañas (linderos, taludes, arroyos, bordes de caminos…) puede ser una buena estrategia para aumentar la presencia de forraje y disuadir a los conejos de buscar otras fuentes.

Ausencia de depredadores naturales y disminución de los subsidiarios

El control de depredadores como los zorros, una práctica habitual en España, y la menor diversidad y abundancia de depredadores en zonas agrícolas también contribuyen a explicar el aumento local de las poblaciones de conejos. Además, a falta de depredadores, los conejos pueden recorrer distancias considerables desde sus refugios porque el riesgo de depredación es bajo, lo que puede aumentar sensiblemente el radio de los daños a partir de sus núcleos de población. Finalmente, el sector de la caza, que podría actuar como “depredador subsidiario”, es un gremio venido a menos que apenas puede controlar las poblaciones localmente sobreabundantes.

Menos enfermedades

Un tercer factor es el menor efecto de las enfermedades. Volvamos a Australia, donde en la década de 1920 la población de conejos alcanzó un pico de 10.000 millones de individuos, una verdadera peste que empujó a las autoridades australianas a organizar iniciativas de todo tipo para luchar contra la plaga bíblica.

En 1896, el prestigioso bacteriólogo italiano Giuseppe Sanarelli descubrió un virus que mataba conejos. En 1951 se aisló el virus y el veterinario Frank Fenner tuvo la brillante idea de usarlo para terminar con la plaga de conejos cimarrones procedentes de Europa que estaban tan cómodamente instalados en Australia. La población se redujo drásticamente: de 600 millones a 100 millones en dos años. Pero ojo, 100 millones de conejos son muchos conejos y más si algunos estaban inmunizándose al virus que resultaba letal para la mayoría de ellos.

Mientras tanto, en su tierra natal a los conejos europeos les iba fenomenal. Durante décadas científicos de Gran Bretaña, Alemania y Francia buscaron un remedio contra la plaga conejil que era consecuencia de haber diezmado o extinguido sus depredadores naturales y de haber promovido la cunicultura como una fuente importante de carne y pelo.

El médico y bacteriólogo francés Paul Felix Armand-Delille creyó encontrar la solución. Dos años después del holocausto australiano, Armand-Delille, ya jubilado, quiso hacer una prueba en su hacienda de Eure-et-Loir. Con cierto candor y poniéndose la venda antes de la herida, decidió inocular sólo a una pareja de conejos. Nunca debió hacerlo.

Conejo europeo afectado por la myxomatosis.


El efecto sobre la población de conejos franceses fue fulminante. Un año después, para su sorpresa, para contento de los granjeros, y para furia de los cazadores, la mitad de los conejos de Francia había pasado a mejor vida. En la temporada de caza previa a la liberación del virus, 1952-53, el número total de conejos cazados en veinticinco cotos superó los 55 millones. Durante la temporada 56-57, en esos mismos cotos, los cazadores solamente abatieron 1,3 millones: una reducción del 98%.

Superado el primer holocausto, los conejos australianos y los europeos fueron poco a poco inmunizándose frente a la cepa del virus original. Poco nos acordamos de las abundancias de conejo antes de la llegada de la mixomatosis o de la enfermedad hemorrágica vírica, cuando en España se cazaban más de diez millones de conejos al año. En la actualidad, apenas llegan a los seis millones.

Estas dos enfermedades, ya consideradas endémicas después de llevar coexistiendo con los conejos más de 80 y 30 años respectivamente, parecen haber reducido su virulencia, y los conejos han ganado resistencia, reduciéndose así el efecto negativo en sus poblaciones. Además, probablemente debido a que hay mayor probabilidad de que circulen los virus dentro de la población y de que adquieran inmunidad, las poblaciones más abundantes son las que tienen menor mortalidad por enfermedad. Por tanto, en las poblaciones localmente abundantes, como pueden ser las zonas más afectadas por los daños, es de esperar que tengan una mayor prevalencia de anticuerpos frente a ambas enfermedades.

En definitiva, es la disfunción del medio y no la hibridación la que está provocando los daños. Las noticias infundadas contribuyen a generar un clima de confusión que puede derivar en acciones dramáticas en contra de una especie clave para nuestros ecosistemas. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca