domingo, 2 de julio de 2023

Un mundo sin flores

 



Aquella sesión de la Comisión de Ética, más conocida como la Camarilla, levantó más interés mediático que otras anteriores. Ya habían dictaminado que quedaban derogadas las teorías desde Ptolomeo hasta Galileo y Newton, y así quedaba claro que la Tierra era plana y que era no solo el centro del sistema solar sino de todo el universo.

También derogaron la Teoría de la Evolución, instituyendo que el único gran ser de la creación era el hombre, así, en masculino y además blanco, ya que se asumían aquellos axiomas del Concilio de Trento que argumentaban que la mujer y las otras razas carecían de alma.

Las mismas razones sirvieron también para derogar los logros del feminismo y de la lucha contra la xenofobia, ante la creencia de que eran ínfulas de los falsos progresistas incapaces de asimilar la supremacía del hombre blanco.

Las leyes con las que se pretendían luchar contra el calentamiento global producido por nuestro feroz desarrollismo quedaron derogadas, ya que, argumentaron, se trataba de una conspiración para negocios propios de enemigos malintencionados.

Muchos medicamentos, las vacunas y la sanidad pública fueron también derogados porque se trataban de modelos de control individual por parte de los estados.

Incluso lograron derogar la edición de la Biblia por entender que encerraba momentos obscenos, como en el Cantar de los Cantares, o proclamas revolucionarias contra los ricos, como la del camello y el ojo de la aguja. Muchas hogueras de las vanidades se cebaron con libros y leyes de este tipo.

Todos estos fueron grandes éxitos de la Camarilla, aplaudidos por el público en general a pesar de los informes científicos que en todos los casos avalaban lo contrario.

Pero, sin lugar a duda, el que más preocupó al mundo de la ciencia fue el de esta última sesión. Todo se inició cuando el hijo de uno de los asesores que estudiaba biología le contó a su progenitor que les estaban enseñando en clases de Botánica que un tal Linneo había creado un sistema sexual para clasificar las plantas con flores.

Según ese rijoso sistema se reconocía que había flores hermafroditas, bisexuales o incluso que era frecuente la poligamia, y mayoritariamente la poliandria. Tal era el caso de muchas rosas, cactus o almendros, en cada una de cuyas flores había muchos estambres y un solo carpelo, es decir muchos machos para una sola hembra como ellos lo tradujeron en su grotesco lenguaje.



Ante tan peligrosas disquisiciones que se trasladaban a los jóvenes, el Jefe convocó a la Camarilla y él mismo fue el ponente del informe en el que, además de derogar las enseñanzas botánicas en todos los niveles, se proponía la eliminación en suelo patrio de todas las plantas con flores. La fórmula para exterminarlas era acabar con todos los incómodos insectos que se dedicaban a la polinización, en especial las abejas, alcahuetas de la Naturaleza según sus propias palabras. Sería tan fácil como esparcir por campos y serranías una lluvia de potentes insecticidas.

Nadie les advirtió de aquel aforismo atribuido a Einstein de que bastaban cuatro años para que la humanidad desapareciera si se extinguían las abejas. Pero por encima de la humanidad, que eran todos los demás menos ellos, para la Camarilla se imponía la moralidad libre de conspiraciones. 

Artículo publicado originalmente por Enrique Salvo Tierra, profesor de Botánica en la Universidad de Málaga en el blog 'El auditor de helechos' en @andaluciainf @viva_malaga