domingo, 14 de abril de 2024

Dune, una saga precursora del movimiento ecologista



Dune, la novela de Frank Herbert, se convirtió en un faro para el incipiente movimiento ecologista y para la nueva ciencia ecológica.

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha estado mirando las estrellas y soñando, pero hubo que esperar hasta que, hace dieciocho siglos, el sofista epicúreo y cínico Luciano de Samósata empezara a convertir esos sueños en ficción. Y qué sueños tan extraordinarios: mundos distantes, criaturas sobrenaturales, universos paralelos, inteligencia artificial y mucho más. Hoy en día, a esos sueños los llamamos ciencia ficción.

Dune: novela y cine

Acaba de estrenarse Dune: Part Two que, junto a su precuela Dune: Part One (2021), son dos películas visualmente impresionantes cuyos alardes tecnológicos convierten a su antecesora homónima (David Lynch, 1984) en una especie de fósil cinematográfico en lo que a recursos técnicos se refiere.

El trío está inspirado en Dune, una novela del estadounidense Frank Herbert, una de las mejores narraciones de ciencia ficción de todos los tiempos, que continúa influyendo en la forma en que artistas gráficos, escritores y cineastas imaginan el futuro. Sin embargo, cuando en 1963 Herbert empezó a escribirla, no tenía en mente redactar una historia futurista de la Tierra, estaba pensando en cómo salvarla.

Herbert quería contar una historia sobre la crisis medioambiental de un mundo llevado al borde de la catástrofe ecológica. Tecnologías que habían sido inconcebibles apenas cincuenta años antes habían puesto al mundo al borde de una guerra nuclear y al medio ambiente al borde del colapso, mientras que, impulsada por una inmisericorde economía extractiva, la industrialización masiva estaba absorbiendo la riqueza del suelo y arrojando humos tóxicos al cielo.

Cuando se publicó el libro en 1965 estos temas eran también el centro de atención de una opinión pública apenas recuperada de la crisis de los misiles cubanos, aturdida por la guerra de Vietnam y anonadada por la publicación de Primavera silenciosa, el libro de la conservacionista Rachel Carson, un lamento sobre la contaminación y su amenaza al medio ambiente y la salud humana. Inmediatamente después de su publicación, Dune y Primavera silenciosa se convirtieron en un faro para el incipiente movimiento ecologista y en una bandera para la nueva ciencia de la ecología.

Aunque Haeckel había acuñado el término “ecología” casi un siglo antes, el primer libro de texto sobre ecología, Fundamentals of Ecology de los hermanos Odum, no se publicó hasta 1953, y el término rara vez se mencionaba en los periódicos o revistas de la época. Pocos lectores habían oído hablar de esa ciencia emergente y aún menos sabían lo que sugería sobre el futuro de nuestro planeta.

Sabidurías indígenas

Herbert no estudió ecología cuando era estudiante ni se ocupó de temas relacionados con ella en su trabajo profesional como periodista. Para aprender sobre ecología se inspiró en las prácticas de conservación de las tribus del noroeste del Pacífico, a las que se aproximó gracias a dos amigos.

El primero fue Wilbur Ternyik, descendiente del jefe Coboway, el cacique clatsop que recibió a Lewis y Clark cuando su expedición llegó a la costa oeste en 1805. El segundo, Howard Hansen, fue profesor de arte e historiador oral de la tribu Quileute. Desde su infancia, fue educado por esa tribu y entrenado por sus mayores para transmitir la tradición oral de su historia y sus leyendas. Su libro Crepúsculo en el Thunderbird es un recuerdo nostálgico de aquellos tiempos.

Campos de dunas cerca de Florence, Oregón


Ternyik, que también era un experto ecólogo de campo, llevó a Herbert a un recorrido por las dunas de Oregón en 1958. Allí le explicó su trabajo para construir enormes dunas de arena utilizando una hierba europea (Ammohila arenaria) y otras plantas de raíces profundas para evitar que la arena fuera arrastrada por el viento hasta la ciudad de Florence, una tecnología de fijación de arenas móviles descrita detalladamente en Dune.

En un manual que escribió para el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, Ternyk explica que su trabajo en Oregón era parte de una tarea titánica para recuperar los paisajes marcados por la colonización europea, especialmente los grandes embarcaderos fluviales construidos por los primeros colonos. Esas estructuras alteraron las corrientes costeras y crearon vastas extensiones de arena, convirtiendo en un desierto tramos del antiguo exuberante paisaje del noroeste del Pacífico. Este escenario se repite en Dune, en la que el escenario de la novela, el planeta Arrakis, fue igualmente devastado por sus primeros colonizadores.

Hansen, que sería el padrino del hijo de Herbert, había estudiado de cerca el impacto drástico que tuvo la tala en las tierras natales del pueblo Quileute en la costa de Washington. Animó a Herbert a examinar la ecología detenidamente y le regaló una copia de Where There is Life (Donde hay vida), de Paul B. Sears, el libro del que Herbert obtuvo una de sus citas favoritas: «La función más importante de la ciencia es ofrecernos una comprensión de las consecuencias [de nuestros actos]».

Los fremen o arrakeanos de Dune, que viven en los desiertos arenosos de Arrakis desde tiempos remotos y gestionan cuidadosamente su ecosistema y su vida silvestre, en cuyas duras condiciones desarrollaron capacidades extremas de supervivencia, encarnan las enseñanzas que Herbert aprendió de sus amigos. En la lucha por salvar su mundo, los fremen combinan de manera experta la ciencia ecológica y las prácticas indígenas.

Tesoros escondidos en la arena

Pero el trabajo que tuvo el impacto más profundo en Dune fue el estudio ecológico de Leslie Reid La sociología de la naturaleza. En ese texto fundacional, Reid explicó la ecología y la ciencia de los ecosistemas en un lenguaje inteligible para todos los lectores, ilustrando la compleja interdependencia de todas las criaturas dentro del medio ambiente.

En ese libro, Herbert encontró un modelo para el ecosistema de Arrakis en un lugar sorprendente: las islas guaneras del Perú. Los excrementos de pájaros acumulados que se encontraron en estas islas eran un fertilizante ideal. Las islas de guano, el depósito de montañas de estiércol descritas como un nuevo “oro blanco”, una de las sustancias más valiosas de la Tierra, se convirtieron a finales del siglo XIX en la zona cero de una serie de guerras por los recursos entre España y varias de sus antiguas colonias suramericanas.

En el centro de la trama de Dune se encuentra una batalla por el control de la “especia”, el producto de un gusano gigante que habita en Arrakis y un recurso de un valor incalculable. Cosechado de las arenas del planeta desértico, es a la vez un lujoso saborizante para la comida y una droga alucinógena que permite a algunas personas doblar el espacio, haciendo posible los viajes interestelares.

Hay cierta ironía en el hecho de que Herbert inventara la idea de las especias a partir de excrementos de pájaros. Pero estaba fascinado por el cuidadoso relato de Reid sobre el ecosistema único y eficiente que producía un bien valioso a través de un negocio cruel

Extracción de guano en la isla Ballestas situada en la costa peruana. Los excrementos son metidos en sacos y bajados hasta las naves mediante cuerdas. Fotografía tomada en 1910.  Wikimedia Commons.


Como explicaba Reid, las corrientes heladas del océano Pacífico empujan los nutrientes a la superficie de las aguas cercanas, lo que ayuda a que el plancton fotosintético prospere. Estos sustentan una asombrosa población de peces que alimentan a hordas de aves, además de ballenas. En los primeros borradores de Dune, Herbert combinó todas estas etapas en el ciclo de vida de los gusanos gigantes, monstruos del tamaño de un campo de fútbol que merodean por las arenas del desierto y devoran todo a su paso.

Herbert fantasea con que cada una de estas aterradoras criaturas comienza como pequeñas plantas fotosintéticas que crecen hasta convertirse en "truchas de arena" más grandes. Con el tiempo, se convierten en inmensos gusanos de arena que revuelven las arenas del desierto y arrojan las especias a la superficie.

Al comienzo de la primera cinta de Denis Villeneuve, Chani, una indígena fremen interpretada por Zendaya, hace una pregunta que anticipa el violento final de la segunda película: «¿Quiénes serán nuestros próximos opresores?». El plano inmediato que fija a un Paul Atreides dormido, el protagonista blanco interpretado por Timothée Chalamet, clava el mensaje anticolonial como un cuchillo. De hecho, ambas películas de Villeneuve exponen con claridad los temas anticoloniales de las novelas de Herbert.

Lamentablemente, el filo acerado de la crítica ambiental de El mesías de Dune, la continuación de Dune, una novela en la que el daño ecológico a Arrakis es terriblemente obvio, no aparece en ambas películas. Pero Villeneuve ha sugerido que también podría adaptarla en su próxima película de la serie.

Esperemos que la profética advertencia ecológica de Herbert, que resonó tan poderosamente entre los lectores en la década de 1960, aflore en Dune 3.