miércoles, 12 de octubre de 2011

Adiós, reina de Alaska

En la partida de ajedrez que tendrá lugar a finales del año que viene, Barack Obama prefería los movimientos de Sarah Palin, la reina de los republicanos, a la que consideraba como la pieza más fácil para darle jaque mate electoral. No podrá ser: en la segunda semana de octubre, mientras que la prensa “seria” apenas le dedicaba un recuadro, el rostro de la exgobernadora de Alaska copaba las portadas de las revistas del corazón que rodean las cajas de los supermercados. Palin anunciaba que no se presentará a las primarias.

En la campaña de 2008 Sarah Palin irrumpió de repente para revitalizar la lánguida candidatura republicana y se convirtió imprevisiblemente en la gran esperanza de un partido hasta entonces desconcertado por el efecto Obama. Aunque John McCain no estaba muy cómodo con su compañera de candidatura, la presencia de Palin como candidata a vicepresidenta era una concesión al ala dura del partido, el Tea Party, y para intentar recuperar parte del voto femenino decantado hacia los demócratas.

Exreina de la belleza, dotada de una sonrisa luminosa, con buenas dotes de comunicadora populista, ultraconservadora, patriota, religiosa y estudiadamente timorata, con aspecto de ama de casa arreglada con ropa chillona para una boda, una voz estridente que recitaba de carrerilla un discurso electoral mal aprendido, una carrera de periodismo sacada a trancas y barrancas en una universidad desconocida, y madre de cinco hijos, Palin se anunciaba como una “hockey mom”, una madre del montón de las que los sábados por la tarde llevan a sus hijos a los partidos de hockey sobre hielo, la materia prima del exótico estado del que era gobernadora. 
 
En 2008, Palin se había autodefinido como “un pitbull con pintalabios”. “Eres como nosotras” le gritaban las fans en los mitines mientras agitaban en el aire sus pintalabios, imitando los encendores prendidos en los conciertos. El lápiz de carmín se había convertido en una metáfora y en un grito de guerra, en un símbolo identitario de que las amas de casa podían llegar al poder. Frente a un Obama demasiado inteligente, con una excelente preparación política y educado en buenas universidades, las mujeres que uno encuentra en la cola del supermercado habían llegado a la conclusión de que la mejor cualidad para dirigir el país era aplicar el sentido común de cualquier madre de familia.

Presentarse como prototipo de las “marujas” de la América profunda le atrajo los votos de un sector femenino, pero también el rechazo de las mujeres feministas, un colectivo mayoritariamente ubicado en las grandes ciudades y con una elevada capacidad de movilización electoral. Las posiciones ultrarreaccionarias de Palin, su adoración por el creacionismo y su condena de la teoría de la evolución, su defensa de que la mujer debía estar sometida al marido y dedicarse al cuidado del hogar y de los hijos, y su oposición a algunos postulados básicos del movimiento feminista, como el aborto incluso en casos de violación o incesto, no eran la mejor tarjeta de visita para presentarse ante los colectivos de mujeres progresistas, para los que su figura era un ultraje para la esencia del feminismo. Cuando Palin intentó colocarse astutamente como heredera natural de Hillary Clinton, derrotada en las primarias demócratas, Gloria Steinem, conocida feminista que había apoyado a Hillary, publicó una feroz crítica en Los Angeles Times en el que aseguraba que "lo único que comparte Palin con Hillary Clinton es un cromosoma".

El principio de Peter se impuso una vez más. La campaña electoral puso de manifiesto las notables carencias intelectuales y la falta de conocimientos de una candidata muy mal preparada en temas claves como la economía, el cambio climático, la educación o la política internacional. Además, el ponerse bajo los focos de la prensa de todo el país trajo consigo la aparición constante de datos que apuntaban hacia el radicalismo de sus principios morales y la inconsistencia de sus principios políticos. 
 
Una entrevista sobre política exterior con Katie Couric, presentadora de CBS, hundió la imagen de Palin. Las preguntas sobre Rusia, la confusión de Corea del Norte con Corea del Sur, su pasaporte, su ignorancia sobre la política de Bush y sobre quién era Kissinger la dejaron tocada. Entre otras cosas Palin no supo qué contestar cuando Couric le preguntó qué periódicos leía. Como resultado, quedó una imagen de una Palin ignorante y frívola que fue un lastre durante todo el proceso electoral.
“Después de muchas oraciones y estudiarlo seriamente, he decidido que no buscaré la candidatura del Partido Republicano para la presidencia de EEUU en 2012. Como siempre, mi familia viene primero y, obviamente, Todd y yo consideramos muy seriamente la vida familiar antes de tomar esta decisión”, decía la carta mediante la cual Palin anunció que no se postulará a la candidatura presidencial republicana para los comicios del 2012.
 
Y es que el otoño anunciaba malas noticias para la antigua princesa del conservadurismo norteamericano. A primeros de este mes se ha publicado The Rogue: searching for the real Sarah Palin (La pícara: Buscando a la verdadera Sarah Palin), un libro del conocido periodista y escritor Joe McGinniss, que no deja en buen lugar a la modélica Sarah. La imagen ejemplar de madre de familia dura y valiente, su vida de hockey mom dedicada a su hogar y que compatibilizaba la política con su familia numerosa, no era precisamente la práctica habitual en la entonces gobernadora de Alaska, puesto al que renunció en 2009. McGinnis desmonta los valores que tanto le gusta recalcar a Palin, que es mostrada como una madre narcisista y ausente, cuyos hijos se alimentan habitualmente de comidas enlatadas. A menudo estaban completamente solos, afirma el autor, que fue vecino de la Palin durante 2010.

McGinniss asegura que Palin era una consumidora habitual de marihuana que participó en orgías en las que ella y su marido esnifaban cocaína; que tuvo una tórrida aventura con el jugador de baloncesto Glen Rice, una estrella afroamericana de la NBA, quien confirmó los apasionados encuentros con la “Dulce Sarah” en los hoteles en los que se hospedaba su equipo, y que la adalid de los “sagrados votos matrimoniales”, que ya estaba prometida con su actual marido cuando retozaba con Rice, estuvo liada con el socio de su marido, Brad Hanson, como venganza por las numerosas infidelidades a las que la sometía su adorado y modélico esposo, Todd Palin.

Sea como fuere, quienes la detestan se creerán el libro a pies juntillas. Para quienes la idolatran no será más que propaganda roja y liberal. Los lectores juzgarán.