jueves, 3 de julio de 2025

UN CAFECITO DE MIERDA

 

Es curioso cómo en lo profundo de los bosques asiáticos, una pequeña criatura —la civeta de las palmas Paradoxurus hermaphroditus— se convierte en la clave detrás de uno de los cafés más singulares y cotizados del mundo: el Kopi Luwak.

La civeta de las palmas común es una especie de mamífero carnívoro de la familia Viverridae (en la que se incluyen nuestras ginetas y garduñas) que se distribuye ampliamente por la India, el sur de China e Indochina. No es muy grande: su longitud total oscila entre 120 y 130 cm, de los cuales la cola representa aproximadamente la mitad.

Su peso medio es de algo más de tres kilos. El cuerpo largo y achaparrado está cubierto de un pelo hirsuto y tosco, generalmente de color grisáceo, con tonos negros en zarpas, orejas y hocico. Presenta tres filas de manchas negras en el cuerpo. Las manchas de la cara le dotan de parecido con el mapache. Su nombre científico hace referencia al hecho de que ambos sexos presentan ciertas glándulas bajo la cola que se asemejan a testículos. Esas glándulas producen una secreción nociva que la civeta puede usar como método de defensa. Sus afiladas garras le permiten trepar fácilmente a los árboles.

La civeta de las palmeras es un omnívoro nocturno. Su dieta incluye principalmente frutas como la del árbol del chicle (Manilkara zapota), el mango (Mangifera indica), y el rambután (Nephelium lappaceum). Cuando los cultivadores de café la dejan moverse a sus anchas en los cafetales, el animalito no elige cualquier grano. Se mueve entre los árboles con instinto preciso, seleccionando solo las drupas de café más maduras y perfectas.

Las drupas pasan por el tracto digestivo, cuyos jugos gástricos descomponen la pulpa de la fruta. El grano intacto sale con las deyecciones de la civeta. El cotizado café kopi luwak se elabora a partir de granos de café que atravesaron el tracto gastrointestinal de una civeta de palmera y, por lo tanto, se sometieron a una combinación de tratamiento ácido, enzimático y de fermentación.

Granos de cafe recién defecados por civetas criadas en cautividad

Durante la digestión, las enzimas digestivas y los jugos gástricos permean a través del endocarpo (hueso o grano) de las drupas de café y descomponen las proteínas almacenadas produciendo péptidos más cortos. Esto altera la composición de aminoácidos e impacta el aroma del café. En el proceso de tostado, las proteínas experimentan una reacción de Maillard no enzimática.

Se cree que la civeta de palmera selecciona las cerezas de café más maduras e impecables. Esta selección influye en el sabor del café, al igual que el proceso digestivo. Los granos comienzan a germinar mediante el malteado, lo que reduce su amargor. Cuando se realizan en la naturaleza, o en estado silvestre, se logran cosechar cerezas óptimamente maduras remover mecánica y químicamente la pulpa y la piel de la cereza, dejando principalmente el grano para tostar.

Al consumirlas, su sistema digestivo transforma los granos en algo más: un café con un sabor profundo, suave y único. Luego, estos granos son recolectados, limpiados, tostados… y se convierten en un café raro, casi sagrado para los amantes del buen sabor dispuestos a pagar más de mil euros por kilogramo cuando los granos proceden de civetas silvestres. Cuando proceden de animales criados en cautividad, el precio se reduce en una cuarta parte.

En la naturaleza, la civeta actúa como un selector divino, como si la sabiduría hubiera sido puesta en su instinto para ofrecer lo mejor.

UN ÁRBOL QUE ENGAÑA A SU POLINIZADOR IMITANDO HOJAS MUERTAS


Frutos de Meiogine heteropetala

El olor de la hojarasca en otoño es una fragancia que evoca memoria y melancolía. Cuando las hojas secas caen y se acumulan en los suelos húmedos de los bosques y parques, comienza una lenta descomposición que libera un aroma terroso, dulce y levemente ácido. Es el perfume del cambio de estación, de lo efímero. Mezcla de madera, tierra mojada y sol apagado, ese olor nos conecta con la naturaleza en su ciclo de renovación. Caminar sobre la hojarasca crujiente mientras se respira ese aire fresco y aromático es una experiencia sensorial profunda. No es solo un olor, sino un recuerdo táctil del paso del tiempo. Invita a la introspección, al abrigo, a la calma. El otoño, a través de su fragancia, nos recuerda que todo lo que muere también nutre, y que en cada final hay un inicio silencioso. Así huele el otoño: a transformación.

Los imitadores florales engañan a sus polinizadores desarrollando semejanzas visuales y olfativas que siguen diversos modelos. Por eso, si a nosotros nos seduce el aroma a hojas marchitas, el escarabajo australiano Loberus sharpi queda tan atrapado que hace de transportista involuntario del polen de un arbolito de las flores cuyo aroma le subyuga hasta el punto de que uno y otro están ligados por el implacable motor de la evolución.

El engaño floral es uno de los engaños más audaces de la naturaleza: lo practican muchas flores que engañan a los animales para que las visiten, no con recompensas como polen o néctar, sino con meras ilusiones. Algunas huelen a podrido; otras liberan aromas que imitan a las feromonas que atraen sexualmente a insectos a la búsqueda de pareja, y así un sinfín de engaños que sería prolijo enumerar. En cada caso, el polinizador transfiere polen sin darse cuenta al caer en la trampa. Una especie, Meiogine heteropetala, ha optado por un disfraz muy original.

Esta planta del noreste de Australia es miembro de la familia de las chirimoyas (Annonaceae), una familia con la reconocida capacidad de sus flores que atraen a los escarabajos con aromas frutales o fermentados. Sin embargo, un estudio reciente revela que Meiogine heteropetala imita el aspecto y el olor de las hojas y ramitas muertas atrapadas en el dosel para engañar a los escarabajos para que lo polinicen: el primer caso documentado de tal estrategia.

El disfraz foliar de Meiogine heteropetala. Al fondo se ve una flor de la especie (flecha negra) que se asemeja a las hojas muertas (flecha blanca) situadas entre las ramas del árbol. La foto rodeada de un círculo es un primer plano de las flores de M. heteropetala. Fotos de Liu Ming-Fai y Chun-Chiu Pang.

Para descubrir este disfraz foliar, el equipo de investigación desarrolló cinco años de trabajo de campo en los bosques de Queensland, Australia. Observaron árboles en flor, tanto silvestres como en jardines, y registraron qué insectos visitaban las flores y qué hacían una vez que pululaban por las ramas. Para comprender qué hacía a las flores tan atractivas, analizaron su tamaño, color y aroma, y compararon estas características con las de hojas marchitas que permanecían atrapadas en las ramas.

Las flores, con sus pétalos marrón oscuro y su aroma a hojarasca, no son lo que uno consideraría "ostentoso" e incluso parecen penachos de hojas muertas. Sin embargo, eso no impedía que muchos invertebrados, incluyendo escarabajos, ninfas de cucarachas y arañas, las visitaran. ¿Qué tienen en común todos estos animales? Forman parte de la diversa fauna que habita en la hojarasca, lo que sugiere que estas flores se hacen pasar por hojas muertas.

Entre todos los visitantes destacó el pequeño escarabajo Loberus sharpi. No solo era lo suficientemente pequeño como para entrar en la cámara floral interna, donde se encuentran los órganos productores de polen y los óvulos, sino que también era la única especie encontrada que transportaba granos de polen. Lo que era aún más revelador, L. sharpi es un insecto especialista conocido por aparearse y poner sus huevos en la hojarasca; de hecho, los investigadores encontraron huevos de este insecto en los pétalos de Meiogine heteropetala. En conjunto, estos hallazgos proporcionan una sólida evidencia de la eficacia del engaño floral de M. heteropetala.

El escarabajo Loberus sharpi (flecha blanca) visitando una flor de Meiogine heteropetala. Foto de Liu Ming-Fai.

Sin embargo, este engaño es mucho más que un simple retoque de aspecto. Los análisis de olores demostraron que M. heteropetala produce un olor notablemente similar al de las hojas en descomposición; de hecho, el 1.8-cineol es el compuesto aromático más abundante en las flores y en la hojarasca en descomposición. Esta semejanza era tan convincente que los experimentos de laboratorio demostraron que L. sharpi es atraído por el aroma de las flores, por la hojarasca natural y por el 1,8-cineol, lo que sugiere que los escarabajos tienen dificultades para diferenciar los aromas. Si bien seguían prefiriendo el olor de la hojarasca, el parecido aromático era suficiente para engañarlos y llevarlos a las flores, asegurando así la polinización.

Como resultado, este nuevo estudio es más que una simple historia fascinante sobre una flor que engaña a los polinizadores: abre un nuevo capítulo en nuestra comprensión de las relaciones entre plantas y polinizadores al demostrar que incluso las hojas muertas pueden convertirse en un objetivo para el mimetismo evolutivo.

miércoles, 2 de julio de 2025

LAS ORUGAS SABOTEAN MOLECULARMENTE A LAS PLANTAS

Los científicos han descubierto que las orugas inyectan armas químicas en las plantas que desactivan sus defensas antes de que puedan formarse.


El sabor amargo o picante que caracteriza a algunas brasicáceas (la familia de coles, rábanos, brócolis, rúculas, coliflores, repollos y mostazas), forma parte de la defensa de las plantas contra ser devoradas; si es así, ¿cómo pueden las orugas devorar las hojas sin problemas? La respuesta está en la saliva de la oruga.

Es un problema que vale la pena investigar si se tiene en cuenta que el mercado mundial de las brasicáceas valdrá más de cuarenta mil millones de euros este año. Pero este es un mercado asediado por plagas como Spodoptera littoralis, cuya oruga devora sin problemas plantas de más de cuarenta familias. Además de eso, hay especialistas como la mariposa blanca de la col Pieris brassicae, que buscan las brasicáceas porque se han adaptado tanto a la vida en ellas que no pueden sobrevivir en otras plantas. Simplemente las comen bocado tras bocado, así que ¿qué pasa cuando muerden una brasicácea?

Spodoptera littoralis

Los botánicos creían que las plantas detectaban el daño y activaban alarmas químicas como el ácido jasmónico. Este ácido activa los genes defensivos, produciendo compuestos tóxicos y paredes celulares más resistentes para repeler al atacante. Las orugas, a su vez, tendrían sus propias defensas contra estos ataques.

Los ataques de las orugas no solo se acompañan de daños físicos. Las orugas también tienen saliva, y los botánicos han pensado que las plantas pueden detectar esta saliva para activar sus defensas más rápidamente. Pero si las plantas pueden usar la saliva de las orugas, ¿pueden las secreciones orales de las orugas contener sustancias químicas que saboteen las defensas de las plantas?

Para responder a esta pregunta, dos investigadores han hecho unos experimentos simulando picaduras de orugas en la planta Arabidopsis thaliana. No es una col ni un repollo, pero pertenece a la misma familia. Además, es una planta de genoma muy plástico y está muy bien estudiada, por lo que es más fácil rastrear qué sucede con los genes cuando se producen las mordeduras. En este caso, pudieron estudiar miles de genes a la vez.

Las picaduras que realizaron eran punciones de un milímetro similares a los agujeros causados por la mordedura de una oruga joven. Luego agregaron dos microlitros de saliva de Pieris brassicae en algunas plantas; sobre otras agregaron saliva de Spodoptera littoralis; finalmente, otro grupo de plantas recibió agua pura que actuaría de testigo con respecto a las respuestas defensivas causadas por en las plantas que recibieron saliva. Cualquier defensa adicional causada en las plantas de los dos primeros grupos tendría que haber sido causada por la saliva añadida. Tres horas después y veinticuatro horas después de las picaduras, analizaron el ARN.

Hembra (izquierda) y macho de la mariposa de la col Pieris brassicae

La prueba del ARN es fundamental. Todos los genes están codificados en el ADN, pero no tienen ningún efecto a menos que produzcan copias de ARN que viajen a los ribosomas para comenzar a construir proteínas. Es decir: no basta con que el gen esté presente en el ADN; tiene que estar "activado" para que produzca efecto. Por lo tanto, descubrir qué ARN está presente indica qué genes están realmente teniendo efecto.

Los investigadores descubrieron que el daño por sí solo afectaba a 800 genes, pero la situación cambió drásticamente cuando la planta detectó la saliva de la oruga. En ese caso se vieron afectados más de 5.000 genes, lo que amplificó las respuestas a las heridas y desencadenó respuestas al estrés. Pero entre todas estas alarmas de defensa, algo se silenció: la saliva parece inhibir la expresión de genes implicados en el fortalecimiento de la pared celular y la producción de glucosinolatos alifáticos.

Los glucosinolatos alifáticos son las defensas químicas de la planta, unos metabolitos secundarios que contienen azufre. Cuando saboreas el rábano picante o la mostaza amargos, estos compuestos intentan convencerte de que comer más es una mala idea. Los glucosinolatos alifáticos se activan por la enzima mirosinasa. Las células vegetales intactas mantienen separados estos dos componentes, pero cuando una pared celular se rompe por la picadura de una oruga, se unen para crear su carga tóxica. Al inhibir la capacidad de la planta para producir glucosinolatos alifáticos, las orugas eliminan el peligro incluso antes de que se produzca.

Otro frente de batalla fue la cicatrización de las heridas. Los investigadores descubrieron que la saliva también bloqueaba el gen FER114, el gen que ayuda a la planta a cicatrizar heridas. El efecto combinado es que, cuando las nuevas orugas empiezan a comer una hoja, esta se vuelve mucho más apetecible para todas sus hermanas, que proceden a devorarla.

El valor de esta investigación reside en que revela cuán sofisticada se ha vuelto esta carrera armamentística molecular. Durante décadas, los fitopatólogos han intentado anticiparse a las plagas reforzando las defensas de las plantas, unos intentos que acababan para al comprobar que las orugas terminaban por adaptarse. Ahora sabemos por qué la batalla ha sido tan difícil. Las defensas no importan si las orugas no tienen que enfrentarse a ellas. Es claramente un enfoque que ha tenido éxito, ya que tanto las plagas especializadas como las generalistas han adoptado la misma estrategia.

Este descubrimiento abre nuevas líneas de investigación. Los científicos ahora pueden buscar en la saliva de la oruga las moléculas específicas que desactivan las defensas de las plantas, lo que podría conducir a elaborar contramedidas específicas. También se podrían buscar variedades de plantas naturalmente resistentes a este sabotaje molecular.

No ocurrirá de un día para otro, pero las soluciones acabarán por aparecer.