Hay pocas cosas que se hayan convertido en parte esencial de nuestras vidas con tan poco reconocimiento. El aire acondicionado, esa maravilla invisible que transforma los veranos sofocantes en momentos de agradable frescura, tiene una historia curiosa y sorprendentemente reciente.
Si pensamos en ello por un momento,
nos damos cuenta de que hace tan solo un siglo la gente vivía en un constante ciclo
de sudor, incomodidad y ventiladores chirriantes, sin esperanza de refugio en los
calurosos días de verano. Pero todo cambió gracias a un hombre llamado Willis Haviland
Carrier.
Corría el año 1902, cuando Carrier, un joven ingeniero eléctrico de Brooklyn, estaba diseñando una planta para una gran imprenta. El problema que le devanaba los sesos no era mitigar el calor insoportable, sino la humedad. En aquel entonces, las imprentas tenían serios problemas con el papel que se expandía y contraía debido a la humedad, lo que causaba que los colores de las tintas se difuminaran.
En su afán por encontrar una solución técnica, Carrier
diseñó un sistema que enfriaba el aire y lo deshumidificaba, resolviendo el problema
de la imprenta y, de paso, como una cosa lleva a la otra, marcó el inicio de lo
que se convertiría en una revolución global.
Aunque al principio su "aire
acondicionado" era solo una curiosidad industrial, no pasó mucho tiempo hasta
que se dio cuenta de que había dado con algo mucho más grande. Los avances en la
climatización, como el enfriamiento del aire en espacios cerrados, comenzaron a
cambiar la manera en que la gente vivía. No solo en las fábricas, sino también en
hospitales, cines y, para quien podía permitírselo, en hogares. Fue una necesidad
más que una moda, y el aire acondicionado se convirtió en una respuesta al calor
opresivo y la creciente urbanización.
En los años 50 y 60, el aire acondicionado
pasó de ser una rareza en las mansiones y oficinas elegantes a convertirse en un
artículo imprescindible en casi todos los hogares. Al principio, solo las clases
altas podían permitírselo, pero con el tiempo, la tecnología se abarataró, y en
un abrir y cerrar de ojos, el aire acondicionado pasó a ser tan común como el teléfono
o la nevera.
Si alguna vez te has preguntado cómo
sobrevivían los habitantes de ciudades como Phoenix, Houston o Dallas antes del aire acondicionado,
la respuesta es simple: sufrían. De alguna manera, soportaban el calor abrasador
sin las comodidades modernas. La llegada del aire acondicionado les permitió no
solo sobrevivir, sino prosperar, y transformó para siempre la geografía de muchas
ciudades, haciendo posibles desarrollos urbanos en lugares previamente inhabitables.
Antes de la invención y popularización
del aire acondicionado (inicios del siglo XX, pero masivo en EE. UU. a partir de
los años 50), Florida y otras zonas del sur tenían veranos tan calurosos y húmedos
que resultaban poco atractivos para vivir todo el año. La población era mucho menor
y se concentraba en áreas costeras con brisas más frescas, o llegaba solo en invierno
(los “snowbirds”: la personas, típicamente jubilados, que se desplazan a la partes
cálidas del suroeste estadounidense para escapar de los duros inviernos de su residencia
principal en el norte de los Estados Unidos y Canadá).
Con el aire acondicionado doméstico y comercial se hizo viable trabajar y vivir cómodamente durante todo el año, lo que atrajo a jubilados, familias y empresas, disparando la urbanización, favoreció el crecimiento de ciudades como Miami, Tampa, Orlando y el desarrollo del turismo masivo. En pocas décadas, Florida pasó de ser un estado relativamente poco poblado a uno de los más habitados del país, en gran parte gracias a esa tecnología que mitigó su clima extremo.
Lo que se nos viene encima
En 2021 la Agencia Internacional de Energía (AIE) estimó que, durante las próximas tres décadas, el número de unidades de aire acondicionado instaladas en todo el mundo se triplicará a cerca de seis mil millones, frente a los dos mil millones de unidades actuales. A medida que ese parque se incrementa, lo hacen también las emisiones de gases de efecto invernadero derivado de la todavía insuficiente descarbonización de la generación de energía eléctrica en la mayoría de los países, lo que lleva a un ciclo de retroalimentación.
En algunos lugares, como las ciudades, esto provoca además un efecto isla de calor que puede contribuir a generar temperaturas aún más elevadas. Se calcula que los sistemas de aire acondicionado, a pesar de estar concentrados en un pequeño número de países, consumen en torno al 10% de la electricidad mundial, y que a lo largo de las próximas tres décadas generarán más de 132 gigatoneladas de dióxido de carbono. Muchos de ellos, sobre todo las unidades más antiguas, utilizan aún gases HFC, cuyo impacto sobre el cambio climático es mucho peor que el del dióxido de carbono.
Cuatro años después del pronóstico de 2021, la paradoja india confirma que la desigualdad en el acceso a la refrigeración ya causa miles de muertes cada verano: temperaturas por encima de 50ºC, redes eléctricas colapsadas y solo una cuarta parte de los hogares con algún sistema de enfriamiento. El aire acondicionado ha dejado de ser un lujo y se ha convertido en una tecnología de supervivencia que define quiénes sobreviven a unas olas de calor cada vez más frecuentes.
La AIE estima que en 2022 la climatización consumió 2.100 TWh, el 7% de la electricidad global y el 3% de las emisiones de dióxido de carbono. Si la tendencia continúa, el número de aparatos superará los 5.500 millones en 2050, y su demanda energética podría triplicarse. Sin embargo, bastaría con adoptar estándares que obliguen a comprar los modelos más eficientes ya disponibles para recortar casi a la mitad ese crecimiento previsto.
Las mejoras vienen de varias direcciones. Los compresores inverters reducen hasta un 40% el consumo respecto a los equipos de arranque y parada, al modular su potencia entre el 25% y el 100% y alcanzar índices estacionales de eficiencia energética mucho más elevados que los equipos tradicionales. Las bombas de calor de climas fríos, impulsadas en Estados Unidos por el programa Cold-Climate Heat Pump Challenge, mantienen coeficientes de rendimiento de 2,4 a -15º y utilizan refrigerantes con bajo potencial de calentamiento global.
Start-ups como Trellis Air separan la deshumidificación del ciclo de enfriamiento mediante desecantes avanzados y prometen recortar hasta un 90% la factura eléctrica. Y los prototipos ganadores del Global Cooling Prize combinan ciclos híbridos y gestión inteligente para reducir cinco veces el impacto climático de un split convencional.
Lo ocurrido este año en Corea del Sur adelanta lo que veremos en otros mercados: las ventas de unidades de aire acondicionado crecieron más del 50% porque los hogares sustituyeron aparatos antiguos por modelos mucho más eficientes, aliviando así una red que sufre picos de cien gigavatios en las jornadas más calurosas. La lección es evidente: cuanto antes eleven los países sus requisitos mínimos y ofrezcan incentivos para el reemplazo, más fácil será cerrar la brecha entre la necesidad de refrigeración y la capacidad de la red (y de la atmósfera) para soportarla.
El aire acondicionado del futuro no será opcional, pero sí debe ser obligatoriamente ultraeficiente, con refrigerantes de bajo impacto y preparado para dialogar con la red eléctrica. La tecnología existe, falta la voluntad regulatoria y el apoyo financiero para que la transición no deje atrás a quienes más lo necesitan. La alternativa es la barbarie de un planeta cada vez más inhóspito, plagado de compresores ineficientes y derrochadores. Elegir lo primero depende, literalmente, de que empecemos a cambiar los aparatos que compramos hoy.
Hoy en día, es difícil imaginar cómo era la vida antes de que entrara en escena este prodigio del confort moderno. Nos hemos acostumbrado tanto a la comodidad del aire acondicionado que olvidamos lo cerca que estuvimos de nunca haberlo tenido. Solo una serie de serendipias, pruebas y errores, y la increíblemente astuta visión de Carrier cambiaron el curso de la historia.
Y aunque hoy en día podemos disfrutar de la frescura en nuestras oficinas, casas y coches, siempre vale la pena recordar que el aire acondicionado no es solo una tecnología. Es un recordatorio de que las grandes innovaciones a menudo surgen de la necesidad más trivial (como la impresión de un periódico).