De niño, mi abuelo me advirtió de
dos cosas. La primera: nunca jugar a las cartas, ni al póker ni a la lotería,
porque la ruina siempre llegaba antes que la suerte. La segunda: jamás
tatuarse, porque eso era cosa de presidiarios y legionarios. Lo curioso es que
mi abuelo fue militar en África, lo cual demuestra dos cosas: uno, que los
humanos tenemos una capacidad infinita para prohibir justo lo que no hacemos; y
dos, que las advertencias familiares sirven menos que un cartel de “no aparcar”
en doble fila.
Quizá porque mi abuelo no pudo ir
puerta por puerta repartiendo sermones, las calles españolas se han llenado de
casas de apuestas y las playas de veraneantes tatuados. Uno camina hoy por el
paseo marítimo y se siente en una especie de feria renacentista: dragones,
nombres de exnovias, frases motivacionales con faltas de ortografía, y un
surtido de calaveras capaz de deprimir a la mismísima Parca. Ya saben: no hay
parto sin dolor ni hortera sin tatuador. Y, por supuesto, no podía faltar la
última moda: tatuajes realizados con nitrógeno líquido.
Conviene aclarar un detalle. El
nitrógeno líquido no es lo mismo que el óxido
nitroso, ese gas que algunos utilizan últimamente para “colgarse” y que
antaño servía para que los dentistas arrancaran muelas sin que el paciente
armara un escándalo. El nitrógeno líquido sirve para cosas igualmente
respetables, como conservar muestras biológicas, enfriar imanes
superconductores o preparar helados con una espectacular nube blanca que da más
gusto a los ojos que al paladar. Y, aparentemente, también sirve para que un
adolescente en TikTok te grabe un trébol en la piel por cincuenta euros.
Lo más inquietante es que la
técnica tiene un pedigrí respetable: se llama criomarcaje y se desarrolló en
1966 para identificar ganado. En lugar de usar un hierro candente, se sumergía
en nitrógeno líquido y se aplicaba en la piel de la vaca. Resultado: una marca
clara como la que luce la vaca de la fotografía, menos cicatrices y un sufrimiento reducido. Era una buena idea… para
vacas. La piel bovina tiene unos diez milímetros de grosor, la nuestra apenas
dos. Es como comparar una alfombra persa con una servilleta de papel. Pero,
como somos animales de costumbres, decidimos copiarlas.
El procedimiento es sencillo y
aterrador a partes iguales. Se toma un hierro con forma simpática —una letra,
un corazón, un emoticono de moda—, se enfría en nitrógeno líquido y se presiona
contra la piel humana. El frío congela el agua de las células, las hace
explotar y deja un cráter blanco. Lo llaman tatuaje, aunque se parece más a la
huella que dejaría un experimento de física mal supervisado.
La cuestión es que esos cráteres
no son solo un capricho estético: son células muertas. Y no células
cualesquiera, sino melanocitos, esas diminutas fábricas que producen melanina,
nuestro paraguas natural contra el sol. Cuando te bronceas, no es porque tu
piel se aburra y decida cambiar de color: es porque los melanocitos producen
más melanina para absorber la radiación ultravioleta y evitar que el ADN se
dañe. Sin melanina, la piel queda desprotegida, y el riesgo de cáncer aumenta
entre 30 y 40 veces. Así que sí, un tatuaje con nitrógeno líquido es
básicamente una invitación formal al melanoma.
Alguien podría pensar: “Vale, me
lo hago en un lugar donde nunca da el sol y asunto resuelto”. Error. El
nitrógeno líquido hierve a -196 ºC. Con veinte segundos de contacto, puede
provocar quemaduras de tercer o cuarto grado, esas que llegan hasta el músculo
e incluso al hueso. Son las que requieren injertos, operaciones y, en
ocasiones, largas explicaciones a médicos que intentan no preguntar demasiado.
Personalmente, no confiaría en un procedimiento capaz de dejarme sin epidermis
en manos de alguien cuyo currículum incluye frases como “aprendí viendo vídeos
en YouTube”.
Todo esto no es teoría: lo sé por
experiencia. Durante un experimento en el laboratorio de Química cuando era
estudiante universitario, unas gotas de nitrógeno líquido resbalaron por mi
brazo y congelaron la pulsera de goma que llevaba puesta. La arranqué de
inmediato, pero el daño ya estaba hecho: el famoso “cráter blanco” apareció en
cuestión de segundos. A los pocos minutos la piel empezó a burbujear y dolía
más que cualquier tatuaje convencional. Tres semanas después, la cicatriz
seguía ahí, como un recordatorio sarcástico de que el nitrógeno líquido es
extraordinariamente útil en su sitio y un desastre absoluto en cualquier otro.
La historia de las modificaciones
corporales debería habernos servido de advertencia. No son ninguna novedad: una
momia del año 3000 a. C. ya llevaba tatuajes y piercings. Y en casi todas las
culturas los tatuajes han tenido un significado profundo, religioso o social.
Pero nosotros hemos decidido convertirlos en una especie de pasatiempo de red
social. Un click, un reto viral, un “hazlo tú mismo” con resultados que solo un
cirujano plástico podría apreciar.
Porque claro, si el cuerpo humano
ha soportado implantes, hendiduras linguales y tatuajes oculares, ¿por qué no
añadir criomarcajes caseros? La lógica es impecable: siempre podemos hacerlo
peor.
Lo más extraordinario de todo
esto no es que alguien tuviera la idea, sino que otros la sigan. El primero
que dijo “vamos a marcar vacas con nitrógeno líquido” tenía sentido práctico.
El que dijo “vamos a marcar adolescentes con nitrógeno líquido” tenía sentido
del espectáculo. Y miles de seguidores. En las redes sociales se multiplican
los vídeos: un joven sonriente sumerge el hierro, lo aplica, el cliente grita
(cosa inevitable a -196 ºC), y los comentarios se llenan de emoticonos. El
dolor, como la estupidez, se ha convertido en entretenimiento de masas.
Lo cierto es que la moda pasará,
como pasan todas. Pasaron los tatuajes tribales de los noventa, los piercings
en cejas y lengua, los pantalones caídos hasta la rodilla y las mechas rubio
pollo. Pero la diferencia es que esas modas solo herían la estética. El
criomarcaje hiere algo más profundo: la carne, la salud, la sensatez. Y, a
veces, la capacidad de abrocharse la camisa sin acordarse de que uno tiene una
cicatriz reciente en el hombro.
No quiero sonar como mi abuelo,
pero confieso que en este punto lo entiendo. El póker arruina, las casas de
apuestas arruinan, y los tatuajes con nitrógeno líquido arruinan la epidermis.
Es como si las advertencias vinieran en un paquete de dos: evita lo que parece
divertido, porque lo pagarás caro.
Así que, si algún día alguien te
ofrece un tatuaje exprés con un hierro humeante que acaba de salir de un vaso
de nitrógeno líquido, recuerda: hay muchas formas de arrepentirse de un
tatuaje. Esta es, con diferencia, la más rápida, la más dolorosa y la más
imbécil.