Cuando los agentes rurales
catalanes encontraron varios jabalíes muertos en el monte, la preocupación saltó
de inmediato. No porque la fiebre porcina —frecuente sospechosa en estos casos—
afecte a los humanos, que no lo hace en absoluto, sino porque el virus que la
provoca es capaz de arrasar una cabaña porcina entera con la misma eficacia con
la que un incendio devora un pajar seco. Los jabalíes son, en este escenario,
el equivalente a mensajeros involuntarios que anuncian que algo serio se mueve
en el ecosistema.
Un virus centenario con dos
caras
La llamada “fiebre porcina” puede
referirse a dos enfermedades distintas: la peste porcina clásica (PPC) y la
peste porcina africana (PPA). Aunque comparten nombre, síntomas y consecuencias
devastadoras, son virus completamente diferentes. A efectos prácticos, cuando
en Europa se habla de brotes en jabalíes en el siglo XXI, se habla casi siempre
de peste porcina africana, la más agresiva, resistente y difícil de erradicar.
Una micrografía electrónica de una partícula del virus de la peste porcina africana. Foto de Kati Franzke, Instituto Friedrich Loeffler
El virus de la peste porcina africana
(PPA) fue descrito por primera vez en 1921 por el veterinario británico Robert
Montgomery, que trabajaba en Kenia bajo la administración colonial. Allí
observó una enfermedad fulminante que afectaba tanto a cerdos domésticos como a
jabalíes africanos, aunque estos últimos, sorprendentemente, apenas mostraban
síntomas. Era un virus nativo de la fauna salvaje africana y había evolucionado
durante milenios sin causar estragos entre los suidos autóctonos. Los problemas
empezaron cuando el cerdo europeo entró en escena: para él, sin defensas
naturales, el virus era pura dinamita.
Mientras que la PPC se extendió
por el mundo en el siglo XIX pudo controlarse gracias a vacunas eficaces, la
PPA no tiene vacuna ni tratamiento específico. Es un virus ADN grande,
extraordinariamente complejo, capaz de sobrevivir semanas en cadáveres, meses
en jamones crudos o embutidos e incluso años en carne congelada. Su tenacidad
es legendaria.
La expansión silenciosa
Durante décadas, el virus quedó
confinado a África subsahariana, salvo un episodio inquietante en la Península
Ibérica. En 1957, llegó a Portugal probablemente en restos de comida de aviones
procedentes de Angola. En menos de un año saltó a España. Costó 36 años,
innumerables sacrificios y un esfuerzo sanitario sin precedentes erradicarlo:
España fue declarada libre de PPA en 1995.
Ese éxito, sin embargo, fue
efímero en la escala global. En 2007, el virus reapareció a las puertas de la
Unión Europea: un brote en Georgia, originado por restos de comida infectada
desechada en el puerto de Poti, se extendió rápidamente por el Cáucaso, Rusia,
Bielorrusia y Ucrania. En 2014 llegó a Polonia y los países bálticos,
infectando poblaciones de jabalíes cada vez mayores. En 2018 dio un salto
gigantesco hasta China, donde provocó la mayor crisis porcina documentada, con
la pérdida de más del 40% del censo.
Descomposición típica de un cadáver de jabalí colocado en un bosque con suelo húmedo y dosel cerrado en el verano de 2020. Estado de descomposición tras el despliegue: (a) hinchado (7 días); (b) post-hinchado (14 días); (c) restos secos (42 días). Foto
Hoy, la PPA está presente en
diversos puntos de Europa. España había logrado mantenerse libre, pero la
aparición de jabalíes muertos en Cataluña obliga a reforzar la vigilancia.
Basta un solo contagio en una explotación para que la normativa obligue a sacrificar
a todos los animales y bloquear el comercio.
Cómo actúa el virus en los
animales
La PPA es, ante todo, rápida y
letal. Tras un periodo de incubación de 3 a 15 días, los cerdos infectados
desarrollan: fiebre alta, apatía y pérdida de apetito, hemorragias en piel y
órganos, problemas respiratorios, vómitos y diarrea sanguinolenta.
La mortalidad puede alcanzar el
100 % en las cepas más virulentas. En jabalíes, el proceso suele ser igual de
fulminante. Su comportamiento natural —movimiento nocturno, amplios
territorios, contacto con zonas agrícolas y basureros— facilita además que actúen
como vehículo ecológico del virus. Allí donde muere un jabalí infectado, queda
un foco persistente que puede contagiar a otros animales durante semanas.
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| Rutas de transmisión del virus de la PPA, incluyendo el contacto directo e indirecto con animales infecciosos, sus productos, excreciones/secreciones y/o sangre, canales, diversos fómites contaminados y vectores biológicos, Imagen. |
En su forma más agresiva, la
enfermedad avanza tan deprisa que a veces los animales aparecen muertos sin
haber mostrado apenas síntomas externos.
¿Podemos contagiarnos los
humanos?
No. Ninguno de los virus de la
fiebre porcina —ni la clásica ni la africana— afecta a las personas. No se
transmite por carne manipulada ni por contacto con animales enfermos. El
problema es exclusivamente económico, ecológico y sanitario dentro del mundo
porcino.
Un tratamiento imposible, una
contención difícil. A falta de vacuna efectiva, la única “cura” es evitar que
el virus llegue a los cerdos domésticos. Esto se articula en tres ejes:
1. Bioseguridad en las granjas
Las explotaciones deben funcionar
casi como laboratorios con controles estrictos de entrada y salida, desinfección
de vehículos, botas y utensilios, prohibición de restos de comida exterior, aislamiento
de animales recién introducidos, ausencia total de contacto con fauna salvaje. Una
sola grieta en estos controles puede ser fatal.
2. Control de poblaciones de
jabalí
Los jabalíes europeos han
aumentado notablemente en número y en presencia cerca de zonas urbanas y
agrícolas. Controlar su población y reducir el contacto entre granjas y fauna
silvestre es crucial. También lo es gestionar correctamente los cadáveres encontrados:
deben recogerse, analizarse y eliminarse con rapidez para evitar contagios.
3. Vigilancia epidemiológica y
sacrificio sanitario
Cuando se confirma un caso, se
activa un protocolo duro pero necesario: declaración de zona infectada, inmovilización
de animales, rastreo de movimientos y contactos, sacrificio de la explotación
afectada y limpieza y desinfección intensiva. Estas medidas, dolorosas para los
ganaderos, son la única manera probada de frenar la extensión.
La importancia de detectar
jabalíes muertos
Encontrar jabalíes muertos no es
solo un detalle macabro del bosque: es el sistema de alarma de una enfermedad
que, si entra en una granja, paraliza exportaciones, destruye el sustento de
cientos de familias y puede tardar años en erradicarse.
En Cataluña —como ocurrió antes
en Bélgica o Alemania— los servicios veterinarios actúan bajo el principio de
“detección precoz = brote controlado”. Cuanto antes se localice un foco, menor
es la zona afectada y más eficaz el cordón sanitario.
Una batalla de larga duración
La fiebre porcina africana viene
a recordarnos que las enfermedades animales no entienden de fronteras, y de que
la interacción entre fauna salvaje, ganadería intensiva y comercio global puede
desencadenar crisis de alcance continental. Su historia comienza hace un siglo
en los valles africanos, continúa hoy en los bosques europeos y se cuela en
titulares cada vez que aparece un jabalí muerto en circunstancias sospechosas.
La ciencia trabaja en vacunas
prometedoras, algunas ya en fase avanzada, pero el virus es complejo y
escurridizo. Hasta que exista una solución definitiva, solo queda la
prevención, la vigilancia y la rápida reacción.
Mientras tanto, el hallazgo de jabalíes muertos en Cataluña no debe desatar alarmismo entre la población general —no hay riesgo para las personas—, pero sí exige prudencia y seriedad en el manejo de animales y productos porcinos. Para la cabaña porcina española, una de las más importantes del mundo, el enemigo no es visible a simple vista, pero sus consecuencias sí pueden notarse durante años.


