El estancamiento político en España ha ido «demasiado
lejos» y sólo es cuestión de tiempo que este bloqueo, que ya lastra la
influencia española en Europa y a nivel internacional, perjudique a la
evolución económica, según señala hoy el Financial
Times en un artículo, Spain’s political deadlock has gone on far too long (El estancamiento político en España ha durado demasiado), que pide al líder del PSOE, Pedro Sánchez, que el centro izquierda «se
abstenga» esta semana, permitiendo la investidura de Mariano Rajoy. Otros
medios nacionales como El País también han abogado insistentemente por esta vía
de la abstención, lo que significa una actitud muy diferente a la que mantenía
a mediados de la legislatura.
En la última novela de Juan Marsé, Esa puta tan
distinguida, la puta es precisamente la memoria. Y memoria es lo que le falta a
quienes redactan (que no firman) los editoriales que, como es bien sabido, marcan la posición y
la tendencia de un medio de comunicación. Memoria no le falta a mi querido
amigo Hugo Morán, que hoy, también, publicaba en Diario 16 un artículo, Trágalas y tragaderas, que
es como un martillo que resuena sobre el yunque de la olvidadiza memoria de
los que ajustan las neuronas a conveniencia. Con permiso de Hugo, lo
transcribo:
«“Rajoy y estabilidad no son hoy términos
compatibles”. Esto se leía allá por el mes de julio del año 2013 en el
editorial de uno de los principales periódicos españoles, a raíz de la
filtración de los SMS que el hoy Presidente en funciones del Gobierno de España
había remitido al otrora tesorero y gerente del Partido Popular, Luis Bárcenas,
una vez había trascendido la noticia judicial del descubrimiento de depósitos
bancarios en Suiza por importe de unos cuarenta millones de euros, procedentes
presuntamente de donaciones irregulares escamoteadas a la Hacienda Pública en
nuestro país.
La rocambolesca salida de Bárcenas de la cúpula
de dirección del PP, simulada, en diferido, indemnizada, judicializada y
ampliamente difundida por todos los medios de comunicación, desembocó en una no
menos hilarante cadena de despropósitos que, quizás por estrambótica, acabó
diluyendo buena parte de las paladas de sinvergonzonería que se traslucían del
relato de no menos de dos décadas de latrocinio institucional. Correa, el
bigotes y toda aquella panda de saqueadores que habían copatrocinado la
megaboda de El Escorial, quedaban empequeñecidos ante las escandalosas
evidencias de nombres y cargos vinculados a los sobres procedentes de la
contabilidad en B de un partido al mando de buena parte de los presupuestos
públicos de las distintas Administraciones. “Tangentópolis” en versión
carpetovetónica.
¿Qué ha ocurrido desde entonces a ahora para que,
quien por entonces era incompatible con el concepto de estabilidad, concite hoy
adhesiones editoriales en reclamo de unos votos “responsables” que le permitan
reeditar mandato al frente de la Jefatura del Gobierno, en las mismas páginas
que no hace tanto exigían su dimisión? Pues sencillamente que han ido cayendo
hojas de los calendarios judiciales, y lo que entonces eran contundentes
evidencias periodísticas, son hoy sólidos indicios procesales que han
desembocado en un Partido Popular bajo fianza en las primeras piezas separadas
de un conjunto de causas abiertas, que anticipan años de instrucción y
estomagantes revelaciones, llamadas a socavar todavía más el menguado crédito
que conserva la denostada política patria.
Pero, sorprendentemente, los mismos que deberían
haber consolidado sus iniciales convicciones mediáticas, al verse estas
demostradas en evidencias policiales y confirmadas en sucesivas instrucciones
judiciales, nos salen ahora con que la sociedad no merece el maltrato de ser
llamada de nuevo a las urnas, que el país no puede soportar una nueva prórroga
de la incertidumbre que amenaza su estabilidad y pone en riesgo su
recuperación, y que tanta irresponsabilidad aboca al cuestionamiento mismo del
sistema y de sus reglas básicas. Que son tiempos de visión de Estado por encima
de cualesquiera otros intereses.
Y es cierto. Hay momentos en que se ponen a
prueba las virtudes de la política y las aptitudes de quienes tienen
encomendadas las responsabilidades que se derivan de su ejercicio. Claro que
conviene no confundirse de valores a la hora de reclamar lo uno y lo otro. Y lo
que verdaderamente está en juego, antes que la posibilidad de ponerse de
acuerdo en unas u otras medidas, en la reforma de determinadas leyes y la
promulgación de nuevas normas, o en el cumplimiento de cualesquiera objetivos y
plazos, es si estamos dispuestos como sociedad a comerciar con la democracia a
cambio de una estabilidad más aparente que real, a canjear decencia por
comodidad, a poner en almoneda principios tan básicos como la honradez, o a
convertirnos en rehenes de nuestro propio silencio cómplice.
Mario Chiesa abrió la caja de Pandora en aquella
Italia de Andreotti, Craxi o Berlusconi que, de la mano de magistrados como
Antonio Di Pietro, quiso reinventarse mediante un proceso más social que
judicial conocido como “Mani pulite”. El propio Berlusconi se empleó con su
imperio televisivo, elecciones mediante, en una gran operación de blanqueo de
Estado, frustrando así las esperanzas de aquella ciudadanía entonces indignada
que parece haber asumido hoy la condición de ciudadanía resignada.
Confío en que la inmensa mayoría de españoles no
comparta las tragaderas de quienes pretenden imponernos este trágala,
confundiendo los intereses del conjunto de los ciudadanos con los suyos
propios. Porque la memoria de un ordenador puede ser borrada y las pruebas de
la indignidad destruidas, pero la memoria de una sociedad permanece para
orgullo o vergüenza de sus actores».
Lo suscribo y ahí lo dejo.