“Investibilidad” o inestabilidad. Esa es
la cuestión. La responsabilidad de la posición ventajista en la que se situó
ayer Mariano Rajoy al aceptar las seis condiciones impuestas por Ciudadanos y fijar
una fecha de investidura manejando a su antojo a la presidenta del Congreso,
convertida en títere político de
quien les da de comer a ella y a su marido, es, fundamentalmente, de la
izquierda. Estamos acostumbrados a resignarnos al determinismo de que la
derecha siga en el poder porque haciéndolo tenemos una magnífica excusa para
esquivar nuestra propia responsabilidad en que nadie cambie para que todo siga
igual.
Tuvimos una excelente ocasión (¿será la
única a corto plazo?) de desalojar al PP de la Moncloa. Podemos cometió un
error estratégico gravísimo al creer que unas segundas elecciones le
permitirían superar al PSOE en escaños y subirse al machito del “sorpasso”. Pero
intentando cabalgar un asno sumiso, acabaron subidos a un tigre desbocado. Como
tantas otras veces, como ocurrió con Anguita, la montaña parió un ratón. De
haber actuado con lógica, incluso de forma egoísta para Iglesias, hoy sería
presidente Pedro Sánchez con el apoyo de Ciudadanos y la abstención de Podemos.
Posiblemente no sería un gobierno revolucionario (ni falta que hace) para la
izquierda pero, dados los precedentes, sí para el país. ¿Recuerdan aquello de
ganar primero la guerra para después hacer la revolución? Pues eso.
Avancemos sin mirar atrás. No es tiempo
de lamentos ni de utilizar los errores como armas arrojadizas, pero un correcto
diagnóstico de por qué nos encontramos en este momento es la mejor forma de
encontrar un acuerdo común que beneficie a la mayoría de la ciudadanía y
también a la propia izquierda.
Sin duda alguna, tras las elecciones de
diciembre y aún más tras las de junio, corresponde al PP intentar la
investidura; sólo ante su fracaso o su incapacidad de amarrar una mayoría
parlamentaria, la izquierda debe intentar explorar otras posibilidades. Eso
sigue vigente hoy. Rajoy se acerca en las últimas horas a los 169 escaños. Lo
que quiere decir que la presión que ya ha sido capaz de hacer girar a Rivera
para enfocar la entrada en Génova se va a redoblar contra el PSOE.
Planteémonos algunas preguntas. ¿La investidura es una
cuestión política o aritmética? Si la frontera es numérica la cercanía de 169 a
176 es, sin duda, notable. Pero si hablamos de política, ¿Rajoy es menos tóxico y más progresista, y el
imputado PP más honesto si le votan 169 diputados que si le votan 137? La
respuesta es no, lo que nos lleva a una segunda cuestión, no menos importante,
que se está formulando desde algunos sectores progresistas, ex dirigentes, barones y
miembros de la dirección del PSOE para facilitar la investidura de Rajoy.
El proceso de facilitar la investidura
del pontevedrés se haría a través de diversos mecanismos, más o menos alambicados,
entre los que se han dejado caer la abstención de algunos diputados, su premeditado
absentismo o su misteriosa abducción. Aquí entran en juego los sofistas cuando plantean el
falso dilema de que «la
responsabilidad política es permitir la investidura de Rajoy, sobre todo si este
se presenta con un apoyo cercano a la mayoría absoluta». Resulta pintoresco ver que, en el caso de que el PP hubiera
tenido 176 escaños, es decir, mayoría absoluta, ninguno de esos sofistas
hubiera planteado ni siquiera la abstención. Pero si le falta un poquitín sí.
¿Alguien sabe cuánto es un poquitín? Que falten siete es un poquitín. ¿Y ocho?
¿Y nueve? ¿Qué hora es? Manzanas traigo. La mejor respuesta a un sofisma es una
respuesta absurda.
El problema no es numérico sino
político. Imaginemos que la «responsabilidad
del PSOE ante los ciudadanos y la historia» por el bien de España y para evitar unas terceras elecciones es
permitir la investidura del señor Rajoy. Hacerlo será un hecho aclamado por
muchos votantes (de la derecha), por la
mayoría de medios y por muchas personas de relevancia con rango de “ex” a los
que no les gusta ser “jarrones chinos”. Perfecto. Invistamos a Rajoy como presidente
del todo, es decir, sin funciones. Hagamos la ola. Cuando finalice la
algarabía, hay que gobernar. Hay que aprobar el techo de gasto, los
presupuestos y gobernar (y legislar) con estabilidad durante cuatro años.
Pues muy bien. Los que defienden
permitir la investidura con la abstención del PSOE para evitar unas terceras
elecciones, ¿qué sugieren que hagamos ahora? ¿Abstenerse para permitir la
investidura de Rajoy era sólo para que hubiera Presidente o para que hubiera
Gobierno? ¿Un voto negativo como oposición o votarlo todo a favor para dejar
gobernar? Parece legítimo defender la gobernabilidad, pero defender la “investibilidad”
no tiene sentido. Si queremos un Gobierno queremos un gobierno estable y eso
nos lleva a un “pacto de gobernabilidad” sea como Gobierno de coalición, en
minoría o con pactos de presupuestos o de legislatura. Pero si sólo queremos un
Presidente para luego ejercer como oposición estamos apoyando la inestabilidad merced
a la “investibilidad”, lo que demostraría la incoherencia de quienes quieren
ser oposición contra un presidente al que le colocan en la poltrona pero no lo dejan
gobernar. Es decir no es posible facilitar la Presidencia a Rajoy sin caer, por
activa o por pasiva, en un pacto de gobernabilidad.
Esa es la trampa que está tendida, para
Pedro Sánchez en particular y para el PSOE en general, si ceden a las presiones
de cambiar la opción que ha permitido al líder socialista ser, todavía, la
fuerza mayoritaria de la izquierda. El más mínimo movimiento del PSOE en favor
de Rajoy es, a su vez, el mayor deseo de Pablo Iglesias para recuperar el
terreno perdido en las elecciones de junio. Y es que el “sorpasso” al PSOE sólo
lo puede conseguir el mismo PSOE.
El hombre del «¡Sé fuerte, Luis!» puede
conseguir esos siete diputados que le otorguen la estabilidad y la mayoría de
gobernabilidad. Ya los consiguió para que su amiguita del alma consiguiera la Presidencia del Congreso.
Incluso le sobraron. Es verdad que se han cruzado las elecciones vascas,
gallegas y la compleja situación de Cataluña con la moción de confianza de su
presidente que se debatirá a la vuelta del verano, pero que cada palo aguante
su vela: cada partido político debe asumir su responsabilidad en cada momento.
Lo que procede es que los catalanes
moderados (¿cómo demonios se llaman ahora los antiguos convergentes? y los
meapilas del PNV le dan su apoyo al PP. Al fin y al cabo, si hay elecciones el
25 de diciembre, unos y otros podrían encontrarse esa noche en la misa de gallo. Aunque
Rajoy no ha hecho muchos amigos por esas tierras y el “pasteleo” de nacionalistas
y populares para la Mesa del Congreso no ha terminado muy bien. Además, aunque entre dentro de lo posible que los
conservadores catalanes y vascos pudieran apoyar o abrir descuidadamente la
gatera para que pasara a hurtadillas el PP, nunca dejarían pasar a Ciudadanos. El cantado
apoyo de Rivera al registrador
de Santa Pola da al traste con cualquier resquicio visible de esos partidos
a su mayor adversario, el centralismo del partido naranja.
No parece que haya otros apoyos más allá
del escaño canario de la ex alcaldesa de La Laguna, Ana Oramas. Así que faltan tantos
escaños como toros en una corrida con rejones, siete escaños, siete. Si deben
venir del PSOE, la distancia entre 169 y 176 es abismal. Tanta como la que
lleva consigo cada papeleta de quienes votaron socialista con respecto a la de
quienes votaron al PP. Constatada esa distancia insalvable en un debate de
investidura gracias al “no” de la izquierda, el candidato Rajoy sería
derrotado. Y en ese caso, y sólo en ese, habría llegado el momento de explorar
otras alternativas antes de acudir a unas nuevas elecciones.
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El líder de Podemos ya ha sido capaz de cerrar algunos acuerdos privados en el Congreso. |
Buena parte de quienes defendieron la
abstención de Podemos y la incompatibilidad de Ciudadanos con un acuerdo con el
PSOE y Podemos, han borrado la “línea roja” de sus condicionantes y el partido
de Rivera es aceptado ahora como “animal de compañía”. En estos
momentos sólo la suma y el encuentro común de los grupos progresistas y de los
que están por la regeneración de las instituciones, puede articular un cambio en
favor de una alternativa sin líneas rojas en la que prime el beneficio de una
mayoría ciudadana y electoral que deje atrás la etapa negra de Rajoy, que es
también la de la las desigualdades, los recortes, y la de la corrupción
protagonizada por el PP.
Para eso es imprescindible mantener las
posiciones en esta partida, algo que acaba de valorar muy positivamente el CIS
para el PSOE, y que exige no abandonar solamente porque el rival pueda tener
más peones sobre el tablero.
Inmediatamente después de las elecciones del pasado 21 de diciembre escribí una entrada en la que decía que Rajoy Brey era el candidato que peor lo tenía para gobernar. La vida sigue igual. Se puede (y se debe) dar jaque al Brey.