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sábado, 9 de septiembre de 2023

Un poquito de ricino

 


En el siglo I d.C., en la época del emperador Nerón, el médico, farmacólogo y botánico de la Grecia romana Dioscórides escribió De Materia Medica, un tratado que alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento.

Entre las casi 600 plantas medicinales incluidas en los cinco volúmenes de su tratado, Dioscórides describió una planta «con hojas de plátano» al que llamó croton, que en griego significa garrapata, «por la semejanza que tiene su simiente con aquel animal», cuya descripción incluye las propiedades terapéuticas de la planta:

«[tiene] el fruto en racimos ásperos, semejante, una vez mondado, al animal que es la garrapata; de él precisamente se exprime el llamado aceite ricino, incomestible, pero particularmente útil para candiles y emplastos. […]

Mondados, majados y bebidos como unos 30 granos [las semillas] en número, purgan vientre abajo flema bilis y agua; provocan también el vómito, aunque la purgación es muy desagradable y molesta, porque revuelve fuertemente el estómago. Majados y aplicados en forma de emplasto, extirpan el acné y las efélides. Las hojas, majadas y mezcladas con flor de harina, hacen cesar las hinchazones e inflamaciones de los ojos, así como las mamas hinchadas; aplicadas en forma de emplasto, solas o mezcladas con vinagre, extinguen las erisipelas».

El ricino (Ricinus communis) cuyo nombre tomó Linneo de ricinus (garrapata en latín), es una herbácea cosmopolita de gran tamaño que puede crecer varios metros en las tierras cálidas o en lugares muy abrigados de nuestras costas, sobre todo en Andalucía y Levante, pero las bajas temperaturas limitan su crecimiento, las heladas le son fatales y la planta muere todos los años en las tierras frías del interior de nuestro país.

Las hojas, alternas y de peciolo muy largo, son muy grandes, de nerviación palmeada con 5-9 lóbulos, de bordes irregularmente dentados. Las flores están dispuestas en grandes inflorescencias, erguidas, que, cuando jóvenes, emergen de una espata en los nudos entre el tallo y los pedúnculos de las hojas; en la parte inferior de las inflorescencias están las flores masculinas, con un cáliz de cinco piezas lanceoladas/triangulares y múltiples estambres soldados con forma de columna ramificada. Las flores femeninas se encuentran en la parte superior de la panícula y presentan un ovario rematado por un pistilo trifurcado, con papilas destinadas a captar el polen.

Las semillas son muy tóxicas por la presencia de una proteína, la albúmina llamada ricina, que también se encuentra en las hojas, aunque en concentraciones mucho más bajas. Basta la ingestión de unas pocas, masticadas o tragadas, para que se produzca un cuadro de intensa gastroenteritis con deshidratación; puede dañar gravemente el hígado y el riñón e incluso producir la muerte. Es una de las toxinas biológicas más potentes que se conocen. 

El fruto es globuloso, trilobulado, siempre cubierto por abundantes púas, que le dan un aspecto erizado; tiene tres cavidades, cada una con una semilla, grande y jaspeada, de superficie lisa y brillante, rematada por una excrecencia que contiene una toxina, la ricina. Al secarse los frutos, la cubierta espinosa se tensa progresivamente produciendo finalmente un efecto de catapulta que lanza la semilla a distancias superiores a los diez metros, la forma de esta planta para extenderse.

También pueden aparecer alteraciones oftalmológicas como irritación, conjuntivitis, miosis y midriasis. Pueden desarrollarse proteinuria, hematuria, insuficiencia renal y los niveles de creatinina en suero pueden verse incrementados. En casos graves puede dar lugar a la hemolisis de glóbulos rojos con insuficiencia renal aguda posterior. Se han dado casos de muerte debido a insuficiencia multiorgánica. La agonía puede durar hasta diez días, aunque lo normal es que si el paciente no ha muerto en tres o cinco días se recupere.

Al tratarse de una albúmina semejante a la producida normalmente por el hígado que al metabolizarse se descompone en aminoácidos, la ricina no deja rastro en los análisis bioquímicos de las víctimas y pasa desapercibida en los análisis forenses habituales, lo que la convierte en un veneno indetectable. Como dice Walter White en Breaking Bad, no hay ninguna prueba eficaz para confirmar el envenenamiento.

Los frutos del ricino son cápsulas erizadas (izquierda). Las semillas (derecha) se parecen a la garrapata (Ixodes ricinus) rodeada del rectángulo rojo.

El ricino es uno de los purgantes más enérgicos que se conocen desde tiempos inmemoriales. Las propiedades purgantes se deben a un aceite, el ricinoleico, que puede constituir hasta el 85% del contenido de las semillas. El prensado produce el aceite que se utiliza en la farmacopea, del que previamente, con un tratamiento a alta temperatura, se ha eliminado la ricina, cuya estructura molecular se descompone con el calor.

Una dosis típica del aceite que se expende en farmacias contiene entre 10 y 30 ml de aceite de ricino. De este, las enzimas del intestino liberan el ácido ricinoleico, que es el principio activo. La reacción se produce a las dos o cuatro horas de haber suministrado la dosis. El mecanismo de acción del principio activo es similar al de la toxina diftérica, es decir, es capaz de desactivar la síntesis proteica. El efecto se basa, por una parte, en la acumulación de agua en el intestino y, por otra, en la irritación de las mucosidades, que acelera el vaciado del sistema intestinal.

Como efecto secundario, se inhibe la asimilación de sodio y agua, además de las vitaminas lipofílicas del intestino. En dosis elevadas se pueden producir náuseas, vómitos, cólicos y diarrea aguda, lo cual ha hecho que este aceite haya sido usado como herramienta de castigo y tortura (sumado a su desagradable sabor).

Como este aceite es soluble en alcohol fuerte, la industria aprovecha esta cualidad para preparar colonias ricinadas, sobre todo para los que tienen el pelo áspero y reseco, porque al evaporarse el alcohol el aceite deja el cabello muy suave y brillante.

Los avances modernos es inmunología han abierto un interesantísimo campo para el empleo clínico del ricino en inmunoterapia. Como la ricina pertenece a la familia de las RIPs, un grupo de proteínas que inhiben la síntesis proteica puede usarse como inmunotoxina. Las inmunotoxinas son sustancias inmunitarias que están formadas por un anticuerpo unido a una toxina con capacidad citotóxica, es decir, de atacar a las células. La acción de estas sustancias se basa en que las células enfermas poseen en su superficie moléculas específicas que están ausentes o en menor proporción en las células sanas.

Con el desarrollo de la ingeniería genética se desarrollaron inmunotoxinas de primera generación, que han sido las más utilizadas por su eficiencia contra el SIDA y algunos tipos de cáncer como el de mama, colon y leucemia linfoblástica. Más tarde se desarrollaron inmunotoxinas de segunda generación en las que se pudo eliminar la toxicidad inespecífica de la ricina.

Una de ellas se comercializa en la actualidad con el nombre de Oncolisina, que ha demostrado su utilidad sobre algunos tipos de linfoma. El principal problema observado con el uso terapéutico de la ricina ha sido el derrame vascular basado en la destrucción de capilares sanguíneos de forma inespecífica, lo que puede provocar edemas.

Las propiedades tóxicas del ricino se han usado con fines bélicos y criminales, pero esa es otra historia que contaré en otra entrega: “El extraño caso del paraguas soviético”. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.