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sábado, 13 de enero de 2024

¿Están evolucionando las plantas para tener menos sexo?

 


Los cambios provocados por las actividades humanas en el clima y los ecosistemas están forzando un conjunto complejo de presiones selectivas que actúan sobre los organismos en particular y la biosfera en general.

Recordemos que cualquier causa que reduzca el éxito reproductivo de una población en una proporción significativa ejerce una potencial presión evolutiva o presión selectiva.​ Si se produce suficiente presión sobre una población, en su seno se pueden generalizar los rasgos hereditarios que reducen sus efectos.

Un ejemplo muy comentado estos días es la resistencia a los antibióticos (farmacorresistencia) que están demostrando algunas bacterias, que podemos considerar como un paradigma de selección natural. Cuando se utiliza un fármaco para combatir una determinada especie de bacteria, las que no pueden resistirlo mueren y no producen descendencia, mientras que las que sobreviven pueden pasar a la siguiente generación el gen (o genes) que las hace resistentes. Por esa razón, la farmacorresistencia se incrementa de generación en generación.

Por ejemplo, en los hospitales, se crean entornos favorables en los que patógenos como la bacteria Clostridium difficile desarrollan resistencia a los antibióticos. La resistencia se agrava con el uso indiscriminado de estos fármacos y se activa si se utilizan para tratar enfermedades no bacterianas, se administran en cantidades excesivas o durante más tiempo del indicado. ​

Aunque por razones obvias (afección a la salud) las presiones selectivas como la citada se conocen con cierta profundidad, en la mayoría de los casos que afectan a otros organismos carecemos de información sobre si pueden adaptarse a los cambios en su entorno y cómo hacerlo.

En las plantas, la investigación se ha centrado en los cambios en la fenología y en las interacciones planta-polinizador inducidos por el clima, pero sigue habiendo escasez de conocimiento sobre cómo influyen en la respuesta adaptativa otras características mediadas por los polinizadores.

Cada primavera, billones de flores se aparean con la ayuda de animales, principalmente de insectos. Aunque en los trópicos existen múltiples y sofisticadas estrategias reproductivas, la mayoría de las flores atraen a los polinizadores con colores llamativos y recompensándolos con un néctar nutritivo. A medida que los animales viajan de flor en flor, llevan consigo polen, que fertilizará los óvulos de otras flores; las que resulten fertilizadas, que serán mayoría, responderán formando semillas en cuyo interior está el embrión de donde surgirá una nueva planta. Es lo que conocemos como fecundación cruzada.

El enorme y contrastado efecto nocivo de los pesticidas sobre las poblaciones de insectos está ejerciendo un efecto selectivo sobre las plantas que dependen de ellos para su polinización, como acaba de demostrarse al comprobar experimentalmente que a medida que disminuye el número de abejas y otros polinizadores, las violetas silvestres se adaptan a la autofecundación para fertilizar sus propias semillas.

 

Un ejemplar de violeta o pensamiento (Viola sylvestris) usado en los experimentos.

Las violetas silvestres, también conocidas como pensamientos de campo, suelen utilizar abejorros para reproducirse sexualmente. Pero también pueden utilizar su propio polen para fertilizar sus propias semillas, es decir, para autofecundarse.

En principio, podría pensarse que la autofecundación es más conveniente que el sexo, ya que una flor no tiene que esperar a que la fertilice un insecto que pase por allí. Pero una flor autofecundada sólo puede utilizar sus propios genes para producir nuevas semillas, lo que conduce a la endogamia poblacional y al declive de cualquier estirpe, como pudieron comprobar Austrias y Borbones.

Y es que el intercambio sexual es sinónimo de mejora. La reproducción sexual permite que las flores mezclen su ADN, creando nuevas combinaciones que pueden prepararlas mejor para enfrentarse a enfermedades, sequías y otros desafíos que pudieran encontrar las generaciones futuras.

Para seguir la evolución sexual de los pensamientos de campo en las últimas décadas, los investigadores utilizaron un reservorio de semillas que los Conservatorios Botánicos Nacionales de Francia recolectaron en los años 1990 y principios de los 2000. Luego compararon estas flores viejas con otras frescas colectadas en toda la campiña francesa. Después de cultivar semillas nuevas y viejas en condiciones idénticas de laboratorio, descubrieron que la autofecundación había aumentado un 27% desde la década de 1990.

Los investigadores también compararon la anatomía de las plantas. Aunque los nuevos pensamientos no habían cambiado de tamaño total, sus flores se habían encogido un 10% y producían un 20% menos de néctar. Eso hizo sospechar que estos cambios hacían que los nuevos pensamientos fueran menos atractivos para los abejorros. Para probar esa hipótesis, colocaron colmenas de abejorros dentro de recintos con pensamientos de campo nuevos y viejos. ¡Eureka!: las abejas visitaron más las plantas viejas que las nuevas.

Un ejemplar de abejorro (género Bombax) se afana polinizando un pensamiento silvestre


A medida que las poblaciones de abejorros han disminuido, el coste de producir néctar y flores grandes y atractivas puede haberse convertido en una carga para las flores. En lugar de invertir energía en atraer a los polinizadores, los pensamientos de campo parecen estar teniendo más éxito dirigiéndola al crecimiento y la resistencia a enfermedades.

Los investigadores sospechan que muchas otras flores enfrentan el mismo desafío para su supervivencia y es posible que también estén evolucionando en la misma dirección. Si eso es cierto, las plantas pueden estar empeorando la situación para los insectos polinizadores. Muchos polinizadores dependen del néctar como alimento; si las plantas producen menos, los insectos pasarán hambre.

De esa forma, los polinizadores y las flores podrían quedar atrapados en una espiral descendente. Menos néctar reducirá aún más las poblaciones de insectos, lo que podría ser la causa de que la reproducción sexual fuera aún menos favorable para las plantas, que usarán cada vez con mayor frecuencia la alternativa de la autofecundación.

A largo plazo, las limitaciones genéticas de la autofecundación podrían poner a las plantas en riesgo de extinción, porque no podrán adaptarse, haciendo que la extinción sea más probable. La espiral podría ser incluso peor de lo que sugiere la investigación. Junto con la disminución de los polinizadores, las plantas con flores enfrentan otros desafíos que pueden estar llevándolas a abandonar la reproducción sexual.

Ipomoea purpurea


El calentamiento global, por ejemplo, está acelerando el crecimiento de las flores. Es posible que se esté reduciendo el período temporal durante el cual pueden ofrecer néctar a los polinizadores antes de que las flores se marchiten. También sería posible, como sugirió una investigación llevada a cabo con las campanillas Ipomoea purpurea que algunas plantas pudieran responder a la disminución de los polinizadores de manera opuesta, es decir, haciendo que las flores se hicieran más grandes, no más pequeñas, un cambio que podría interpretarse como una estrategia para seguir atrayendo a las abejas a medida que el número de estas disminuye.

En resumen, que las plantas podrían invertir sus recursos bien en la autofecundación, como están haciendo los pensamientos o en resultar más atractivas a los polinizadores, como parecen hacerlo las campanillas. Ambas estrategias son perfectamente razonables. ©Manuel Peinado Lorca.