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sábado, 16 de septiembre de 2023

Errores científicos de los megalodones



Carcharocles megalodon, el tiburón más grande de todos los tiempos, ha cautivado durante décadas la imaginación del público y de los paleontólogos. La fascinación científica se debe a la enormidad de sus dientes fosilizados. Grandes como zarpas de oso y afilados como cuchillos de carnicero, le servían para destazar los cetáceos que tuvieran la mala suerte de cruzarse en su camino. La cultura popular le ha dado fama.

El tedio de una calurosa mañana sabatina me lleva a enredar con el mando a distancia. Doy por azar con Megalodón, una película de 2018 que trata de tiburones tan monstruosos como fantásticos. Su secuela, Megalodón 2: La fosa, acaba de estrenarse en los cines españoles.

El guion de ambas está basado en el primero de los seis libros de una saga de ciencia ficción de terror de Steve Alten cuyo título genérico es Meg. Las dos película son sendos trepidantes thrillers de acción centrados en su protagonista-héroe, el capitán y buzo Jonas Taylor (el siempre temerario Jason Statham) y su monstruosa némesis, Meg, un insaciable monstruo de 22 metros provisto de unas aterradoras fauces de dientes afilados como bisturíes.


Ciencia y cine en Megalodon 1

Como en muchas otras películas de ciencia ficción, el largometraje de 2018 se enfrenta a algunos conceptos científicos y matemáticos. Me centraré ahora en algunos de ellos empezando por la fuerza de una mordedura capaz de hacer añicos vidrios blindados.

Como puede comprobarse en estas escenas de Jurassic Park o en la memorable de Alien cuando un alienígena trata de atravesar el vidrio de la nave espacial mientras despega, el vidrio es un excelente accesorio para las películas de monstruos.


En Megalodón vemos al tiburón gigante intentando romper las paredes de vidrio de la nave, pero sin conseguir atravesarlas. ¿Podría lograrlo si tenemos en cuenta la fuerza de mordedura de 176.519,7 newtons (18 toneladas) que la ciencia ha calculado para Carchorodon megalodon?

En primer lugar, dejemos claro que presión no es lo mismo que fuerza: la presión depende del área sobre la que se aplica la fuerza. Si se aplica la fuerza por los puntos de contacto de los dientes, como el área de contacto es muy pequeña la presión puede ser muy alta; por eso es por lo que los dientes puntiagudos de las sierras son los más adecuados para cortar objetos duros.

Para otorgarle a la película la oportunidad de ajustarse a la realidad, podemos suponer que el vidrio está blindado como el batiscafo Deepsea Challenger de James Cameron. Esa nave se probó a una presión de 114 miles de pascales (MPa).

Simplificando mucho (ignorando la carga de impacto, los ángulos de ataque y muchos otros factores), podemos calcular el área de contacto mínima requerida para que el vidrio resista:

Área = fuerza / presión = 176.519,7 newtons / 114 MPa = 0,0015 m2

Esa es un área de contacto de aproximadamente 4 x 4 cm repartida entre todos los dientes. A partir de las imágenes, parece posible que exista un área de contacto similar entre los dientes y el vidrio, lo que significa que la presión sería insuficiente para romperlo de inmediato. Aquí la ciencia da la razón a la película.

Pasemos ahora a determinar el tamaño del tiburón cinematográfico. Una escena en particular pone a prueba nuestra capacidad de comulgar con ruedas de molino. El equipo comandado por Jonas Taylor logra envenena al tiburón que toman erróneamente por el megalodón y lo suben a bordo usando la grúa del barco.

El problema es doble: el tiburón que atrapan es mucho más pequeño (al menos para los espectadores) que el tiburón con el que han estado peleando durante el resto de la película. El gran tiburón todavía sigue por ahí y los aguerridos (y despistados) cazadores no se dan cuenta. 


Pero ese desliz cinematográfico no es nada comparado con el error más grande de la misma escena: como se muestra en la imagen de arriba, el supuesto cadáver de megalodón subirá a cubierta colgado en la pequeña grúa del barco. Como referencia, la de abajo es un tipo de grúa móvil de 50 toneladas de capacidad de carga que sería imprescindible para izar al tiburón protagonista. En este punto, nuestra fe en el tiburón “suspendido” suspende.



Pasemos ahora al asunto de la velocidad con la que puede navegar megalodón. Según las notas de producción de la película, el monstruo de la película puede alcanzar velocidades de más de 80 nudos (150 km/h). Uno de los tiburones vivientes más rápidos es Isurus oxyrinchus, que puede alcanzar velocidades de alrededor de 50 km/h, con picos que superan los 70 en ráfagas cortas. Los rorcuales comunes más rápidos alcanzan los 40 km/h. Los submarinos más rápidos alcanzan velocidades de algo más de 75 km/h. 

Los torpedos convencionales superan los 110 y los torpedos supercavitantes rusos pueden alcanzar 380. Dado que el megalodón cinematográfico parece ser un tiburón "normal" en todos los aspectos salvo por su tamaño y sin ninguna capacidad especial de supercavitación, su velocidad máxima parece optimista en el mejor de los casos.

Pasemos al menú de nuestro amigo. En la película es un insaciable monstruo que emplea buena parte de su tiempo devorando bañistas. ¿Le hace falta comer tanto? ¿Cuánto necesitaría consumir realmente para mantenerse vivo?

Un estudio que acaba de cumplir cuarenta años calculó que un tiburón de 943 kg podría sobrevivir con 30 kg de grasa durante aproximadamente mes y medio. Estudios más recientes sugieren que esa cantidad solo le duraría al tiburón unos 11 días, es decir, una tasa de consumo diario equivalente a unos tres kilos.

Las exigencias nutricionales de los tiburones más grandes se calculan elevando su peso a una potencia de aproximadamente 0,8. Si consideramos que el peso del megalodón es de 48 toneladas, el cálculo sería este:

Ingesta diaria de un megalodón = 3 kg/día x (48.000/943)0,8 = 70 kg/día

Por tanto, nuestro megalodón de pega solo necesitaría comer el equivalente a una persona de peso mediano al día. El de la película come mucho más que eso, de donde se deduce que o bien su metabolismo es desconocido entre otros escualos o, quizás, que estemos ante el primer caso de tiburón rumiante que come ahora y digiere más tarde.

Vayamos ahora con las estadísticas de ataques de tiburones. En la película, el megalodón ataca a suficientes personas como para dinamitar las estadísticas mundiales de ataques de tiburones. En realidad, es increíblemente improbable que una persona normal y corriente sea atacada por un tiburón. La posibilidad de que uno de nosotros sea atacado por un tiburón es de alrededor de uno entre cuatro millones … a menos que una tromba de agua te arroje tiburones encima como ocurre en estas alucinantes escenas.

En conclusión: la película combina todos los clichés típicos de las películas de monstruos con unos diálogos espantosos. Es tranquilizante, por decir algo a favor, que en esta película el protagonista no sea un tiburón moderno sino una criatura fantástica de hace millones de años, lo que nos permite ser un poco más indulgentes con la fauna que nos rodea.

Ciencia y cine en Megalodon 2: La fosa

Como en el inicio de la novela Meg, esta película comienza con nuestro escualo zampándose un Tyrannosaurus Rex como si tal cosa. Imposible. Eso nunca pudo ocurrir. Los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años. El megalodón, por su parte, vivió entre hace entre 20 y 2,5 millones de años, aproximadamente. Esto quiere decir que nuestro escualo nunca coincidió con los dinosaurios.



Item más. Aunque en el improbable caso de que la novela y las películas nos convencieran de que un megalodón hubiera podido sobrevivir hasta nuestros días, no podría haberlo hecho en el fondo de una fosa a 7.000 metros de profundidad.

Hay fósiles de megalodones por todo el mundo, pero solo en aguas de litorales cálidos. No estaban adaptados a vivir en las grandes profundidades oceánicas. Allí el agua está demasiado fría, el alimento escasea y los megalodones tendrían que un cuerpo de forma totalmente diferente para evitar ser aplastados por la enorme presión del agua a tales profundidades.

La película intenta sortear algunos de estos trágalas afirmando que hay una especie de balsa de agua caliente al fondo de la fosa, un "termoclima", sellado por una nube de ácido sulfhídrico. Primero, eso es termodinámicamente imposible. Como cualquiera que haya caminado por la orilla del mar sabe, el agua fría es más pesada por lo que el agua caliente se mantendría por encima de la fría y no al revés. Más todavía, la temperatura no sería el único impedimento para que los tiburones no ascendieran a superficie. Una nube de sulfídrico apestando a huevos podridos es extremadamente tóxico y sería imposible de atravesar. Incluso un supertiburón como nuestro amigo no podría hacerlo sin salir envenenado.

Además, hay que contar con la presión. En su expedición en búsqueda de los restos del Titanic, el famoso submarino Titán reventó al intentar llegar a una profundidad inferior a 4.000 metros Imagínense la presión que tendrían que soportar Jonas Taylor y compañía a casi el doble de profundidad, donde supuestamente viven tan campantes los megalodones y unos anfibios con un tamaño muy similar al humano.

James Cameron demostró que es posible descender en un batiscafo hasta lo más profundo del océano: los 11.000 metros de la fosa de Las Marianas. Lo que es completamente imposible, aunque se trate de Jason Statham, es bucear como si tal cosa a pecho descubierto a 7.000 metros de profundidad. No cuela.

El récord de buceo en apnea está a unos 200 metros, y con bombona de oxígeno a poco más de 330, unas 33 veces la presión atmosférica. El submarinista que lo logró necesitó trece horas para ir equilibrando la presión mientras volvía a la superficie. Por tanto, no cuela que Statham bucee siete kilómetros por debajo de la superficie, a una presión de unas 700 atmósferas, casi el doble de las que soportó el Titán, y después regrese directamente como Pedro por su casa para liarse a trompazos con Sergio Peris-Mencheta en cuanto se abre la puerta. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.