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martes, 28 de noviembre de 2023

El acebo: mucho más que un símbolo navideño



La capacidad de mantenerse pujante a pesar del frío, la lluvia y la nieve, unida a su vistosa combinación de colores rojo y verde, ha hecho que desde la noche de los tiempos se considere al acebo (Ilex aquifolium) un símbolo de fortaleza y eternidad.

Como ocurre con el tradicional abeto o con la flor de Pascua, el uso del acebo como planta navideña es más antiguo que la propia Navidad. Según una leyenda que contaban los celtas al abrigo de las primeras hogueras invernales, el rey Roble reinaba durante los meses más cálidos y luminosos del año, mientras que cuando los días se acortaban el manto de hojas verdes salpicado de bayas rojas del rey Acebo lo reemplazaba en la estación más fría y con menos horas de luz.

La eguzkilore o flor del sol, Carlina acaulis, en el portón de un caserío navarro


Además, los celtas pensaban que gracias a sus hojas espinosas el totémico y protector acebo podía ahuyentar a los espíritus malignos, de donde arranca la costumbre de fabricar coronas con sus ramas como muestra visible de protección y buena suerte. En verano, cuando el acebo aún no había producido sus frutos rojos, el papel protector de los hogares lo jugaba otra planta, Carlina acaulis, la eguzkilore o flor del sol, que aún sigue exhibiéndose en muchas zonas rurales del norte de España para que espante a los malos espíritus e impida la entrada a las brujas, a los genios de las enfermedades, de la tempestad, del rayo, etc. 

En la mitología nórdica, el acebo se asociaba con Thor, dios del trueno, y se creía que los acebos cultivados cerca o dentro del hogar evitaban la caída de rayos. Los antiguos romanos utilizaban el acebo como decoración durante las Saturnalia, un festival dedicado a Saturno, dios de la agricultura y la ganadería.

Mucho después, cuando el cristianismo se expandió por Europa, el sincretismo alentado desde Roma hizo que el acebo se adoptara como uno de los símbolos más característicos de la Navidad y el Adviento, intentando, además, que desplazara a su homólogo pagano, el muérdago, empleado por los druidas en las festividades del solsticio de invierno.

Para los cristianos, la simbología del acebo estaba clara: los frutos rojos evocaban la sangre de Cristo y las hojas espinosas la corona de espinas que portaba el Mesías, lo que no deja de ser curioso habida cuenta de que el acebo no crece en Palestina.

Una viva y brillante apariencia

El acebo tiene el porte de un arbusto muy denso y ramificado o el de un árbol (cuando no se ramonea o se poda) que alcanza hasta los 12 m de talla. La corteza y las ramas son grises y lisas. Las hojas son persistentes, simples, alternas, más o menos ovaladas y en general con el margen lleno de espinas (de ahí el término aquifolium, que significa “hojas con agujas”), en especial las de las ramas bajas. 

Cuando los acebos detectan que sus hojas están siendo mordisqueadas por los herbívoros activan los genes que las hacen espinosas en los bordes cuando vuelven a crecer. Por eso, en los acebos más altos las hojas superiores como la de la izquierda que están fuera del alcance de los ramoneadores tienen márgenes lisos, mientras que las inferiores (a la derecha) son espinosas.

Las hojas miden hasta 8 cm de largo, son verde-oscuras y lampiñas por ambas caras, lo que las diferencia de las de la coscoja (Quercus coccifera), que son mucho más pequeñas y claritas, o de las de la encina (Quercus ilex; de hecho, en 1753 Linneo la denominó Ilex por su parecido con las encinas), que son algo menores y tienen el envés aterciopelado. Por lo demás, tanto encinas como coscojas viven en ambientes mucho más secos que el acebo, que por lo general gusta de los ambientes sombríos.

En términos biológicos, los acebos son dioicos. Una especie dioica es aquella en la que hay individuos machos e individuos hembras, como ocurre, sin ir más lejos, entre nosotros. Las especies dioicas son opuestas a las monoicas, cuyos individuos poseen tanto los órganos reproductivos masculinos como los femeninos. Por eso la reproducción dioica es biparental: necesita siempre de dos progenitores. La etimología es muy sencilla, pues en ambos casos arranca del término griego “oikos” (casa) y mono (uno) o diplo (doble) en uno y otro caso, en el segundo usado como apócope: di.

Los ejemplares macho tienen unas flores blanquecinas que suelen pasar desapercibidas, como las de las hembras. En uno y otro caso pueden alcanzar casi un cm de diámetro (algo menos las femeninas) y aparecen aisladas o en grupitos más o menos densos. Las femeninas son dialipétalas (lo que quiere decir que sus 4-5 pétalos van separados los unos de los otros) y las masculinas simpétalas (con sus 4-5 pétalos soldados en un tubo muy corto), todas de color blanco o rosado y ocasionalmente manchadas de púrpura.

Las flores femeninas tienen, como no podía ser menos, un ovario; pero lo curioso es que en la base de este crecen unos estambres estériles (estaminodios), lo que hace pensar que las flores eran originariamente hermafroditas y habrían evolucionado hacia la reducción y esterilidad de las piezas masculinas. Por su parte, las flores masculinas tienen 4-5 estambres perfectamente fértiles que están soldados a la corola.


Tras la fecundación, las plantas hembra producen unos frutos globosos del tamaño de un guisante, verdes al principio y de color rojo intenso o amarillo vivo cuando maduran en octubre o noviembre. Se mantienen en la planta durante todo el invierno si los respetan los pájaros, puesto que los acebos son plantas típicamente ornitócoras, cuyas semillas son apetecidas por las aves.

Originario del sur y oeste de Europa, el acebo se encuentra formando rodales más o menos puros, densos e impenetrables, aunque es más frecuente verlo como acompañante de bosques de hoja caduca (robledales, hayedos, castañares…) o perennifolios húmedos (tejedas, pinares e incluso encinares en situaciones abrigadas y con suficiente humedad y sombra). En la península Ibérica es más abundante en la zona septentrional y a medida que se desciende en latitud se va acantonando en las serranías y áreas montañosas. Es indiferente al tipo de suelo, pero se da mejor en los ácidos.

El dosel de hojas de sus formaciones tiene una importancia muy considerable en los ecosistemas, ya que mantiene unas condiciones de temperatura y humedad más suaves en su interior que favorecen el refugio de numerosos animales en invierno. Estos, además, se benefician de sus frutos como alimento.

Como no digieren las semillas, que expulsan enteras por las heces, las aves son inmunes al veneno de los frutos. Para los mamíferos los frutos son extremadamente tóxicos. La toxina es la ilicina, cuya ingestión provoca vómitos, diarreas y somnolencia. Los síntomas se presentan hacia las dos horas de su ingestión y se tratan con eméticos. Dada su toxicidad, el acebo está incluido en la orden ministerial por la que se establece la lista de plantas cuya venta al público queda prohibida o restringida por razón de toxicidad (Orden SCO/190/2004, BOE 32, 6 de febrero de 2004).

Otros usos

Además del simbolismo ya citado, el acebo ha sido una planta utilizada desde muy antiguo. La madera es de muy buena calidad, dura y tan densa que no flota en el agua, por lo que no es útil en la industria naval. Es apreciada por los ebanistas para elaborar mangos, culatas de armas y por teñirse bien de negro e imitar a la de ébano; además es muy estimada como leña, para hacer carbón vegetal y por los pastores para confeccionar bastones resistentes, a los que alude Cervantes en el cap. XIII de El Quijote:

«Venían unos pastores hacia ellos y traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano…».

En la Égloga II del poeta y militar toledano Garcilaso de la Vega, Albanio, el pastor desdeñado por Camila que según la crítica es un trasunto del hermano menor del duque de Alba, don Bernaldino de Toledo, contempla su propia imagen coronada de laurel en las aguas de una fuente, gracias a la cual el autor recuerda su condición de militar y noble, y también sus similitudes con Apolo, el dios privado de su amor:

«Allá dentro en el fondo está un mancebo,

de laurel coronado y en la mano un palo,

propio como yo, de acebo».

Las hojas se usan como forraje del ganado en invierno y sobre todo como adorno navideño, especialmente si vienen acompañadas de los frutos maduros rojos. Además, con su corteza se preparaba la liga, una goma empleada en la captura de pájaros, actualmente prohibida para este fin. Se hacía (y se hace para caza clandestina) con corteza cocida y fermentada hasta formar un unte al que los pájaros se quedan pegados por las plumas en las varetas pringosas.

El acebo se usa mucho como planta ornamental, aguanta muy bien la poda y tiene numerosas variedades de jardinería que realzan las espinas o matizan su verde intenso con bordes o manchas blancas o amarillas.

Además, se ha utilizado en medicina tradicional por sus propiedades diuréticas y laxantes. Los frutos tienen propiedades purgantes y pueden provocar el vómito, causando intoxicaciones si se ingieren.

Su llamativa apariencia y sus virtudes han jugado en su contra. Su recolección para usos medicinales, ornamentales y su utilización en ebanistería y marquetería han ido mermando las poblaciones naturales. Actualmente, está protegido a nivel estatal por las legislaciones andorrana, española y portuguesa. Además, aparece en los catálogos de especies protegidas o amenazadas de numerosas comunidades autónomas españolas. Si se va a usar como decoración navideña, conviene asegurarse de que procede de viveros o de que su explotación es sostenible y legal. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.