Con esta entrega inicio una serie de artículos dedicados a
la descripción de los árboles y arbustos plantados en los jardines
de algunos de los lugares más conocidos de Alcalá de Henares. Comienzo por uno
de lo que me vienen más a mano, el de la plaza de las Bernardas.
La plaza de las Bernardas, uno de los rincones más recoletos
de Alcalá, está presidida por una decena de cedros, dos de ellos enfrentados a
modo de pórtico frente a la plaza de Palacio y los restantes alineados delante
de la fachada y en sendas filas laterales. Los cedros son coníferas de portes
cónicos que pierden con la edad para adoptar formas tabulares o trapezoidales.
Se reconocen fácilmente por sus hojas persistentes de forma de aguja (acicular),
agrupadas en pequeños manojos en el extremo de unas ramitas menudas que crecen
sobre las ramas principales, aunque las primeras hojas aparecen aisladas.
Los cedros son árboles majestuosos, que gozan de un especial
culto como árboles ornamentales, seguramente porque el cedro del Líbano es el
árbol más citado en la Biblia como símbolo de fuerza y abundancia (un rápido
conteo me ofrece setenta citas). El nombre genérico proviene del latín cedrus, y este del griego kédros, que en tiempos de Homero se daba
a una conífera de madera aromática, como la de los cedros, que además tiene la
virtud de ser muy duradera, casi imputrescible, por lo que en la antigüedad
tuvieron muchas utilidades, especialmente para la construcción.
Los cedros no son nativos de España, aunque en nuestro país
se plantan tres de ellos: el cedro del Líbano, Cedrus libani, el del Atlas, Cedrus
atlantica, y el del Himalaya, Cedrus
deodara. El primero no lo he visto en Alcalá, mientras que los otros dos
están plantados con profusión, especialmente el del Himalaya. Como no quiero
descartar que en la ciudad haya también algún ejemplar de cedro del Líbano con
el que nunca me he encontrado, en la figura adjunta ofrezco una sencilla clave
que permite reconocer al trío con relativa facilidad.
Dejo para otra ocasión la descripción de Cedrus deodara, que es el más común de
todos los plantados en Alcalá, y me ocupo de la descripción del cedro del
Atlas, la especie a la que corresponden los cedros de la plaza de las Bernardas.
En su ambiente natural, las montañas del Atlas, Cedrus atlantica es un árbol de gran talla que puede superar los
cuarenta metros de altura. La corteza es de color gris claro, primero lisa y
después pardo negruzca y profundamente resquebrajada. El porte es cónico hasta
edades avanzadas, coronándose la copa en ejemplares viejos. Las ramas de primer
orden son ascendentes, lo que es una buena diferencia con las ramas del cedro
del Himalaya, que suelen ser horizontales o péndulas.
Las acículas son de sección casi cuadrangular, delgadas y
curvadas, tienen de diez a veinticinco milímetros de longitud por un grosor de
alrededor de uno, con ápice agudo color verde o azulado (variedad glauca). Se agrupan en penachos de
alrededor de más de treinta acículas, en cuyo centro se distingue una yema.
Suelen persistir tres años sobre el árbol.
Los cedros son coníferas y, por tanto, sus estructuras
reproductoras se disponen en conos (estróbilos) que aparecen en primavera. Los
de uno y otro sexo aparecen sobre el mismo árbol. Los masculinos son de color
amarillo verdoso y aparecen sobre las ramillas inferiores. Los femeninos tienen
tonalidad verde pálida y se disponen en las ramas superiores. Unos y otros
están formados por escamas dispuestas en espiral muy apretada a lo largo de un
eje central. Cuando están maduros, los conos masculinos presentan un color
amarillento debido al abundantísimo polen que se produce en unos saquitos
situados entre cada una de las escamas masculinas y su inserción en el eje.
Las piñas, que se forman por endurecimiento de las escamas
en cuya axila hay un par de semillas, tienen forma de tonel, de cinco a ocho
centímetros de longitud por cuatro a cinco de anchura, con ápice aplanado o
deprimido; al principio son verdosas, pero luego pasan a marrón en la madurez.
Surgen erguidas y se desintegran con el tiempo húmedo o lluvioso, después de
madurar. Mientras que las escamas caen al suelo, el eje de la piña suele
permanecer algún tiempo sobre el árbol. Proporcionan semilla fértil a los 35 o
40 años de edad. Los piñones son triangulares, muy resinosos, unos diez milímetros
de longitud y van provistos de un ala más larga que la semilla. Un kilogramo de
piñas puede contener entre ocho mil y veinte mil semillas.
En los bosques de cedros del Atlas habitan los macacos de
Berbería (Macaca
sylvanus), los únicos monos africanos que hay al norte del Sahara, y una de
las pocas especies de primates que habitan en un clima frío. Allí, en el Atlas,
los cedros pueden alcanzar setecientos años de edad, aunque se dice que puede
sobrepasar el milenio. Proporciona una buena madera de color rosado, ligera,
blanda, bastante resistente y de intenso aroma, buena para la construcción y
carpintería. Ha sido muy utilizado con fines ornamentales por su gran valor
estético, en especial una atractiva variedad ‘glauca’ de acículas azuladas, que crece naturalmente en algunos
bosques naturales, como los del sur de Constantina, en Argelia.
En el parterre situado junto al muro del palacio Arzobispal,
a las espaldas de la escultura de Catalina de Aragón, hay otras coníferas: tres
biotas o falsas tuyas (Platycladus
orientalis). Aunque en algunos jardines y en sus lugares naturales de origen
pueden alcanzar una docena de metros, en jardinería -sometidas por las podas y
limitadas en su crecimiento por la competencia con otras plantas- no llegan a
alcanzar ese tamaño.
Las de la plaza de las Bernardas son arbolitos de unos
cuatro metros de altura, con el porte más o menos piramidal y las ramas tan
densas que no dejan ver el tronco. Si mira por debajo de las ramas inferiores,
verá que la corteza es poco gruesa y de color marrón rojizo, está finamente
agrietada, tiene costillas estrechas y se desprende en tiras. Pero lo más
característico de las biotas son la ramas y ramitas que salen en disposición
erecta y se sitúan en planos verticales. Precisamente a esa disposición alude
su nombre genérico Platycladus, de
los vocablos griegos platys, plano, y
kladós, rama.
La denominación específica orientalis hace referencia a su procedencia geográfica en relación
con Europa: es una especie procedente del norte de China, Manchuria y Corea. En
cuanto al nombre común, he optado por el nombre común biota, por el que se le
ha conocido durante mucho tiempo, aunque algunos viveristas la llaman tuya,
confundiéndole con ejemplares del verdadero género Thuja. En todo caso, el nombre “tuya” deriva directamente del
latín, y significa oloroso, algo que podrá comprobar frotando un poco las
ramitas, que despiden una profunda fragancia aromática.
Mire con atención las ramitas y verá que las hojas son como
pequeñas escamas y están insertas en cuatro filas, las del par interior
divergentes con la punta algo separada de la ramilla. Tienen color verde por
ambas caras, aunque viran hacia una tonalidad marrón bronceada en invierno. Las
biotas son coníferas y, por tanto, sus estructuras reproductoras se disponen en
conos (estróbilos) que aparecen en primavera. Los conos masculinos son muy
pequeños, tienen el color amarillento que les otorgan los miles de granos de
polen que encierran, y se sitúan en el extremo de las ramillas. Las femeninas
son verdosas y se sitúan erectas, también en el extremo de las ramillas. Ambas
aparecen en primavera.
Cuando resultan fecundados, los conos femeninos se
transforman en piñas ovoides, de 1,5 a 2,5 centímetros de diámetro, algo
carnosas y cubiertas de cera (pruinosas) al principio. Están formados por seis
a ocho escamas provistas de ganchos revueltos y presentan color glauco antes de
la madurez, que alcanzan en verano. Al abrirse, las piñas adquieren una
tonalidad castaño-rojiza y desprenden de cada escama de uno a tres piñones sin
ala. Un kilo de piñas puede contener de 30.000 a 40.000 piñones.
La madera es de calidad, admite fácilmente el pulimento y ha
sido empleada especialmente en su lugar de origen. Es una planta muy utilizada
como ornamental, muchas veces para formar setos, si bien debido a que las
ramillas se sitúan en planos verticales no son setos tupidos que impidan las
miradas indiscretas. Posee muchas variedades y formas de jardinería. Ha sido
ampliamente plantada en los jardines y cementerios de China y también en Japón,
a pesar de no ser autóctona allí.
Las plantas más destacadas en los parterres perimetrales
tienen el aspecto de pequeñas palmeras estrechas con hojas en penachos. Son
cordilines (Cordyline australis). Cordyline
procede del vocablo griego kordyle,
maza, aludiendo a sus raíces anchas y carnosas. Australis (meridional) proviene del latín, en alusión al lugar de
procedencia, porque provienen de algunas zonas pantanosas de Nueva Zelanda, donde
pueden alcanzar de ocho a diez metros de altura, aunque en España no suelen
pasar de los cinco.
Aunque los ejemplares de las Bernardas son jóvenes, cuando
crezcan dentro de unos años mostrarán el tronco cubierto de una corteza de
color pardo grisáceo, gruesa, rugosa y fisurada, con pequeñas grietas
horizontales. En los ejemplares jóvenes el tronco es recto y no se ramifica, pero
cuando son maduros y alcanzan la edad de florecer tienen muchas ramificaciones,
a veces desde la base. Cualquiera que sea su edad, las hojas coronan densamente
el extremo de los tallos y ramas. Acabadas en punta, las hojas son flexibles,
coriáceas, estrechas, alargadas y carecen de pecíolo. Miden de treinta a cien
centímetros de longitud por tres a seis de anchura, con un bello color verde.
Tienen el borde liso con nerviaciones finas, paralelas al nervio principal. En
las plantas viejas forman un penacho muy denso al final de las ramas.
La floración, que se produce a principios de verano, es
espectacular, porque sus centenares de flores blancas o cremosas, dulcemente
aromáticas, de menos de un centímetro de diámetro, se disponen en anchas ramificaciones
(panículas) terminales, erectas o colgantes, de entre medio metro y un metro y
medio de longitud por treinta a sesenta centímetros de diámetro. Los frutos son
blancos o blanco-azulados, globosos, carnosos, de alrededor de un centímetro de
diámetro y suelen alcanzar la madurez en otoño.
Al pie de las biotas, alineado a lo largo del muro del
palacio, hay un seto de boj (Buxus
sempervirens), un arbusto (o arbolito cuando no se poda) siempre verde,
originario de Europa, donde crece en forma silvestre desde las Islas Británicas
hasta la costa del mar Mediterráneo y del mar Caspio.
El boj tiene un tallo muy ramificado cubierto de una corteza
lisa en los ejemplares jóvenes, surcada de resquebrajaduras en los adultos, de
color pardo grisáceo. Las hojas son lanceoladas a ovadas o elípticas, opuestas,
coriáceas, de color verde oscuro por el haz y más claro en el envés, de hasta tres
centímetros, con el borde algo curvado hacia abajo.
Las flores tienen sexos separados, pero, como también sucede
con las coníferas que acabo de describir, ambos sexos crecen sobre la misma
planta. Aparecen a comienzos de primavera, en pequeños grupos de varias flores
masculinas y una femenina en la base de las hojas. Miden unos dos milímetros, son
de color amarillo, poco vistosas, carentes de corola, sin fragancia, pero ricas
en néctar, que atrae a las abejas y a las moscas. El fruto es una cápsula
marrón o gris, coriácea, de alrededor de un centímetro de largo, provista de
tres cuernecillos, que contiene numerosas semillas.
Por su docilidad al manejo topiario, el boj fue usado en
Grecia y Roma desde la época clásica para demarcar jardines formando setos. Aún
después de la caída del Imperio romano debe haber perdurado su uso, puesto que
Alberto Magno documenta en el siglo XIII que en la actual Alemania se usaban
con tales fines. Combinado con el mirto o arrayán (Myrtus communis), gozó de gran aceptación en los elaborados
jardines renacentistas.
Su madera, tan dura y pesada que no flota, se emplea en
ebanistería para tallas delicadas, incluso como sustituto del marfil y del
ébano (convenientemente teñida de negro). En ebanistería, se usa para trabajos
de torneado y pequeños utensilios caseros como cucharas y tenedores. Son muy
valoradas las piezas de ajedrez de boj.
Todos los órganos de Buxus
sempervirens contienen un arsenal de alcaloides tóxicos cuyo consumo puede
provocar problemas si es que alguno comete la insensatez de consumir un par de
kilos de sus hojas amargas. Sin embargo, como a sus infusiones se le atribuyen
propiedades medicinales contra la malaria y las infecciones intestinales,
conviene saber que su uso es sumamente peligroso; una sobredosis ligera puede
producir vómitos, pero resulta fatal en concentraciones más elevadas. El lector
interesado podrá encontrar una cumplida (y certera) información sobe las propiedades
medicinales del boj consultando Wikipedia.
Por último, aunque no estaban en flor cuando tomé las
fotografías la primera semana de abril, junto al seto de boj hay un pequeño
grupo de hortensias del género Hydrangea,
unas plantas de brillante floración nativas del sur y el este de Asia. La
mayoría son arbustos de entre uno y tres metros de altura, algunas son árboles
pequeños y otras son lianas que pueden alcanzar los treinta metros trepando por
los árboles. Hydrangea deriva de las
palabras griegas: hydra, que
significa "agua" y gea, que
significa "florero" o "vaso de agua" en referencia a la
característica forma de sus frutos en forma de copa.
Macizo de hortensias (Hydrangea macrophylla) |
Agrupadas en ramos en el extremo de los tallos, las
hortensias producen grupos compactos y semiesféricos de flores desde primavera
hasta finales del otoño. Cada flor individual de hortensia es relativamente
pequeña, pero el despliegue de color se acrecienta por un círculo de hojas
modificadas (brácteas) alrededor de cada flor. Las flores pueden ser rosas,
blancas, o azules, dependiendo en parte del pH del suelo. En suelos
relativamente ácidos, con pH entre 4,5 y 5, las flores se hacen azules; en
suelos más alcalinos, con pH entre 6 y 6,5, las flores adquieren un color rosa;
y en suelos alcalinos con pH alrededor de 8, las flores son blancas.
Las hortensias se cultivan desde tiempos remotos como plantas
ornamentales en Japón, y desde mediados del siglo XIX también de forma
extensiva en otras zonas del mundo con climas templados. Es una planta
ornamental muy popular por sus enormes cabezas florales. Aunque por la falta de
flores no puedo precisarlo, lo más probable es que las plantas que crecen en
las Bernardas son uno de lo seiscientos cultivares conocidos de Hydrangea macrophylla, la especie más ampliamente cultivada. ©
Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.