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martes, 2 de septiembre de 2014

El legado de Humboldt

Wilhelm von Humboldt (Fuente)
Si la obra intelectual de Wilhelm von Humboldt se contempla junto a la de su hermano menor Alexander, será difícil encontrar dos hermanos que hayan aportado tanto al conocimiento universal. Mientras que Alexander se dedicó a expandir los horizontes del conocimiento con sus estudios sobre ciencias naturales, Wilhelm estudió Derecho, Economía y Arqueología en Göttingen, donde entró en el círculo intelectual de Heine, y en Weimar, al lado de Schiller y Goethe, donde inició una labor de investigación filológica y humanística que todavía hoy merece reconocimiento y que, en el caso de sus reformas universitarias, adquiere plena vigencia cuando se debate el futuro de la universidad. 

Tras un viaje de dos años por España sobre el que dejó un interesante libro (Diario de viaje a España 1799-1800; publicado en España por Cátedra, 1998), Humboldt emprendió una carrera pública que le llevó a desempeñar importantes puestos al servicio del Estado. Como ministro de Educación, Humboldt reformó por completo el sistema educativo y creó la primera universidad moderna, la de Berlín (1818), una institución que ha servido de modelo para las mejores universidades del mundo. Que la universidad medieval fuese sustituida por un nuevo tipo precisamente en Prusia no fue casual, porque a principios del XIX se estaba fraguando el moderno Estado prusiano dentro del relativo espacio de libertades predemocráticas establecido por Federico el Grande, un monarca plenamente consciente del principio formulado por Kant: «lo que no puede imponerse a sí mismo un pueblo [la limitación de sus libertades], menos lo podrá imponer un soberano».

Inmanuel Kant (Fuente)
Para captar los cambios que supuso la nueva universidad con respecto al modelo medieval que la había precedido, conviene reparar en un conocido ensayo de Kant, La polémica de las facultades (1798). A finales del siglo XVIII las universidades seguían teniendo las cuatro facultades medievales, con la única diferencia de que la Facultad de Filosofía incluía, además de sus contenidos clásicos, la llamada “Filosofía Natural”, es decir, todas las ciencias naturales conocidas. Kant aceptaba a regañadientes que con el argumento de que estos saberes influían directamente en el bienestar de los súbditos, el Estado impusiese los programas de las tres facultades “superiores”: Teología, Derecho y Medicina, pero –sostenía Kant- las disciplinas que se estudian en la Facultad de Filosofía no sirven para ejercer actividad profesional alguna, y sólo son útiles para aumentar el saber de la humanidad, algo que únicamente se consigue en libertad. Al reinar en ella la libertad, la Facultad de Filosofía pasó a ser el núcleo de la nueva universidad, ocupando el lugar que tuvo la de Teología en la medieval.

La universidad diseñada por Humboldt estaba compuesta de facultades “libres” en el sentido que Kant había otorgado a la de Filosofía. Las diferencias entre las facultades estarán definidas en adelante por sus respectivos ámbitos de estudio, no por su relevancia o irrelevancia para los intereses del Estado, de la sociedad o de cualquier otra instancia ajena a la ciencia misma. Con ese nuevo modelo se produce un desplazamiento básico en la función de la universidad: de preparar a los profesionales que demanda la sociedad se convierte en el semillero de los intelectuales que buscan la verdad aplicando el concepto que había impuesto la revolución científica iniciada por Descartes en el Discurso del método. «No se enseña filosofía, se enseña a filosofar». La tarea de la universidad no consiste ya en proporcionar los conocimientos específicos para ejercer una profesión, sino en capacitar a adquirir por uno mismo los conocimientos que se precisen para ejercerla dentro de una sociedad en constante progreso. 

En un memorándum redactado por Humboldt hace ahora justamente 200 años (Sobre la organización interna y externa de las instituciones científicas superiores en Berlín) se resume por primera vez la concepción de la universidad moderna, para lo que es vital –sostenía Humboldt- que se reúnan en un solo espacio las tareas docentes y las investigadoras. Esto implicaría una mejora sustantiva en ambas, pues las clases mejorarán al ser impartidas por docentes inmersos en el desarrollo de la ciencia, y la investigación se verá favorecida por el hecho de poder ser discutida en las aulas. 

El modelo humboldtiano de universidad no hubiera sido posible de no haber incluido una reforma de la educación que abarcara también la enseñanza primaria y secundaria. Aunque la enseñanza primaria obligatoria data en Prusia de fecha tan temprana como 1763 (en España habrá que esperar hasta la constitución republicana de 1931 para lograrla), Humboldt la consolida al poner el acento en la preparación de los maestros, en la dignificación de su trabajo y en la aplicación de las revolucionarias ideas de Pestalozzi, para quien –como para Rousseau- lo esencial en la enseñanza primaria es la educación moral e incitar al niño a pensar por sí mismo. Se debe también a Humboldt la consolidación del Gymnasium –precursor de los liceos franceses y de los institutos españoles- como la institución propia de la enseñanza secundaria, cuya tarea será transmitir los conocimientos filosóficos y científicos básicos para poder iniciarse en la investigación científica una vez ingresado en la Universidad. 

Escultura de W. von Humboldt en
la Universidad Humbold de Berlín 
El éxito del modelo humboldtiano de universidad dependía en buena medida del nivel científico que proporcionase la enseñanza secundaria a los futuros estudiantes universitarios. Si la educación universitaria consiste en la búsqueda de nuevos conocimientos, la secundaria consiste en adquirir y cimentar aquellos que se consideran mejor fundados y sin cuyo dominio no cabe emprender luego la aventura de descubrir los nuevos. El esplendor decimonónico de la universidad alemana se levantó sobre unas enseñanzas primaria y secundaria que habían alcanzado un elevado nivel. Desde esos sólidos cimientos, el modelo educativo alemán sirvió de referencia obligada para las reformas educativas emprendidas en el mundo desde entonces y la universidad alemana estuvo a la cabeza de todas las universidades del mundo durante más de cien años.

La conclusión es obvia: sólo cabe mejorar la enseñanza universitaria si se empieza por la primaria y la secundaria, una constatación que, en principio, fulmina cualquier atisbo de lograr éxitos a corto plazo.  Las carencias del sistema educativo español son uno de los factores que más pesan en el retraso en el cambio del modelo productivo. Las deficiencias de la formación profesional, el elevado fracaso escolar, la baja tasa de jóvenes con bachillerato, la necesidad de fortalecer la autoridad y la competencia de los profesores, o la adaptación de nuestras universidades al proceso de Bolonia requieren tiempo. 

En política, el tiempo para las reformas sólo se logra con la concertación, con discusión y acercamiento de posturas y no con una simple afirmación de las ideas propias frente a las ajenas. Ya es hora de cambiar este escenario. Ya es hora de establecer un pacto de Estado para una reforma no partidista de la educación que tenga presente algunas de las ideas básicas que estaban ya planteadas hace doscientos años.