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jueves, 20 de diciembre de 2018

Viejos hongos gigantescos

Cuerpos fructíferos de Armillaria gallica surgiendo del tronco de un árbol atacado por el micelio. Fuente.

Hace veintiséis años, un hongo saltó desde el círculo de los micólogos (los especialistas en hongos) a los medios de difusión de masas.
Todo comenzó con un artículo científico en la prestigiosa revista británica Nature, en el que Johann Bruhn, profesor de Botánica en la Universidad de Missouri y dos colegas dieron a conocer que una especie de hongo (Armillaria gallica), que habían encontrado en un estudio micológico de un bosque de Michigan, tenía aproximadamente 1.500 años, pesaba unas 100 toneladas y ocupaba aproximadamente 37 hectáreas.
Cuando se divulgó el artículo, el público se entusiasmó con el hongo gigante, el cual, además de enorme, fue catalogado como un asesino de árboles. A pesar de su tamaño, el hongo es hipogeo, lo que quiere decir que la mayor parte de su cuerpo vegetativo, el micelio, es subterráneo y prospera, oculto a la vista, buscando su alimento en las raíces de los árboles de los que se alimenta hasta provocar la putrefacción del sistema radicular, con la inevitable consecuencia de que el árbol, incapaz de absorber agua y nutrientes del suelo, acaba por morir de inanición.
El hongo utiliza parte de la energía que obtiene de la descomposición del leño de los árboles para formar cordones compactos con aspecto de raíz (rizomorfos), que viajan como topos por el subsuelo del bosque en busca de su próxima víctima. Los rizomorfos se adhieren a las raíces de los árboles. Cuando un árbol se debilita, debido, por ejemplo, a la sequía, las plagas o el fuego, se vuelve vulnerable al hongo, que lo ataca, extrae los nutrientes del árbol y descompone su madera en una podredumbre blanca. Cada otoño, el hongo produce setas y, con ellas, millones de esporas reproductoras.
Grande y asesino, ahí es nada. David Letterman, el famoso cómico nocturno, lo incluyó en una de sus populares listas “TOP 10”. Johnny Carson hizo sus habituales chistes y un conocido restaurante neoyorquino telefoneó a los investigadores para ver si podía comprar el hongo para incluirlo en su menú. Los propietarios del restaurante, al saber que el nombre común del cuerpo fructífero del hongo es el de “seta miel”, pensaron que estaban ante un delicado manjar. No es así; lo de miel alude al color de la seta. Bien cocidas son comestibles a pequeñas dosis, por ejemplo, como aderezo para la pasta, pero comerlas en exceso puede causar dolores gástricos.
Pasado el boom mediático, el hongo viajó hacia donde habita el olvido. Hasta ahora. Gracias a un artículo publicado ayer, 19 de diciembre, en la revista Proceedings of the Royal Society B, los mismos autores del artículo de Nature han informado que habían subestimado sus primeras medidas. Según su nueva investigación, estas son las impresionantes estadísticas del gigantesco hongo de Michigan:  tiene al menos 2.500 años de edad (aunque probablemente sea mucho más viejo), pesa casi 400 toneladas y se extiende bajo el suelo unas 75 hectáreas.
Rizomorfos de A. gallica en el interior de un leño. Fuente.
Entre 2015 y 2017, los científicos tomaron 245 muestras del hongo para elaborar la secuencia del genoma completo. Y ahí surgió una nueva sorpresa. La tasa de mutación, es decir la tasa a la que se producen ajustes genéticos aleatorios, es extraordinariamente baja. Esa lenta tasa de mutación es quizás la clave de la estabilidad genética de estos enormes hongos y de su gran longevidad. Es todavía un misterio por qué A. gallica tiene una tasa de mutación tan baja, pero el hecho de que su vida subterránea, protegida de los rayos ultravioletas, unos reputados agentes mutagénicos, pueda explicar su baja tasa de mutaciones.
Pero ese enorme crecimiento y la gran longevidad de A. gallica no es una excepción, sino que es algo común en plantas clonales como la angiosperma marina Posidonia oceanica, o de otra seta miel, A. solidipes, conocida de algunos bosques del noroeste de Estados Unidos, cuyo micelio subterráneo se extiende alrededor de nueve kilómetros cuadrados y alcanza un peso de 6.000 toneladas, lo que convierte a este hongo en el organismo más grande de la Tierra.
En España vive otra seta miel, A. mellea, pero –que yo sepa- nadie se ha ocupado de medirla o pesarla, y mucho menos de indagar en su edad, quizás porque un caballero español sabe que nunca debe preguntarse la edad de una señora. ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.