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domingo, 12 de mayo de 2019

Plantas de Madrid: Pino de Valsaín (Pinus sylvestris variedad iberica)


Alrededor de la cuenca del Mediterráneo los pinares constituyen una de las formaciones vegetales más características y diversificadas. Junto a Quercus, el género Pinus es el taxon con mayor número de especies, subespecies y variedades no ya de las áreas circunmediterráneas, sino de Europa y de todo el reino Holártico. De las nueve especies de pinos mediterráneos, seis aparecen de forma natural en la Península Ibérica. Empero, cuando se habla del área natural de los pinares conviene guardar ciertas cautelas, porque la plasticidad ecológica de los pinos, su tolerancia a condiciones adversas, y el rápido crecimiento y bondad de su madera, han hecho que desde los inicios de la selvicultura estas coníferas hayan sido cultivadas y taladas con igual profusión, de modo que resulta todavía difícil definir con precisión cuál es su verdadera área de distribución.

En general, podemos contemplar a todas las coníferas como especies tolerantes a las restricciones cuando se comparan con las frondosas como robles o hayas que son competitivas. Si las condiciones ecológicas son aceptables, no hay color: las competitivas frondosas se imponen a las coníferas, aunque en condiciones intermedias la lucha biológica conduzca a la aparente paz del bosque mixto. Esta característica (poca competitividad, pero mucha tolerancia) es general en casi todas las coníferas del mundo y es consecuencia probable de su antigüedad filogenética. No es extraño, por lo tanto, que en todos los ecosistemas que permiten el crecimiento arbóreo las coníferas se encuentren generalmente expulsadas de las zonas más favorables. De hecho, el bosque mediterráneo de coníferas puede ser considerado un hábitat marginal, el peor biotopo para el crecimiento del bosque dentro de su macrobioclima.

Como otras muchas coníferas, los pinos, una estirpe genealógicamente mucho más antigua que la de las frondosas, han practicado una estrategia que ha logrado salvar a las especies actuales de la extinción que sufrieron muchos de sus congéneres a lo largo del Terciario y del Cuaternario. Durante el Terciario, tras la aparición de las angiospermas ocurrida en la era anterior, se inició una competencia entre las emergentes y jóvenes frondosas y las viejas coníferas, peor preparadas para los cambios climáticos hacia climas más secos y cálidos que se producían entonces. Familias, géneros y especies de gimnospermas, incluyendo muchas coníferas, sucumbieron en aquellas confrontaciones bioecológicas de adaptación a los nuevos nichos que se estaban formando en la biosfera. Entre las coníferas parecen haber sobrevivido aquellas capaces de practicar la estrategia de la frugalidad y de la resistencia.

Los pinos en general, y las especies mediterráneas en particular, son árboles frugales, de pocas exigencias ecológicas, lo que les permite prosperar en condiciones edáficas limitantes para las frondosas, como los litosuelos, las margas, las arenas, los yesos o los suelos evolucionados a partir de rocas que, como las dolomías, las serpentinas o las peridotitas, son nutricionalmente deficitarios o incluso tóxicos para muchas otras plantas. Más aún, además de soportar esos factores limitantes, los pinos crecen en zonas de relieves abruptos con fuerte insolación y alta escorrentía, a lo que se une las más de las veces el clima adverso, puesto que -arrinconados por las exigentes frondosas- encontramos pinares en condiciones de extremada continentalidad, con fríos extremos y/o agostadores calores estivales, como las que aparecen en las parameras y en la alta montaña mediterránea.

Izquierda: Pinus sylvestris var. iberica. Derecha: Pinus uncinata.
Hablar de pinares en Madrid es hacer referencia a los que pueblan la Sierra, cuyo dosel está dominado exclusivamente por el llamado pino de Valsaín (Pinus sylvestris var. iberica). Este es, naturalmente, el pino dominante en Guadarrama, pero no el único, porque, al margen de algunos pinos cultivados como ornamentales en parques y jardines, en la Peña del Águila y en Peña Bercial aparecen pequeñas poblaciones procedentes de reforestaciones del pino negro o de montaña (P. uncinata). El pino negro ocupa de forma natural crestones y laderas por encima de los 1.700 metros y cuenta con las mejores masas en los Pirineos; las poblaciones naturales más meridionales y próximas a nosotros alcanzan la sierra de Gudar (Teruel) y el pico de la Cebollera (Soria).

Centrémonos, pues, en Pinus sylvestris, cuya área natural es inmensa, con grandes masas en toda Eurasia desde el Cabo Norte en Noruega al estrecho de Bering en el extremo oriental de Siberia, y está comprendida en el hemisferio Norte entre los paralelos 37° (Sierra Nevada) y 71° (norte de Escandinavia). En España se extiende principalmente por los Pirineos (var. catalaunica); Cordillera Ibérica, Cordillera Central, y alcanza Sierra Nevada (var. nevadensis). Las poblaciones del Sistema Central, las del pino de Valsaín, junto con las de la Cordillera Ibérica han sido agrupadas en la variedad iberica.

En talla y volumen, el pino de Valsaín es uno de los más majestuosos entre los españoles. En buenas condiciones alcanza los 30-40 metros, aunque en la Sierra llega escasamente a los 15 metros, 20 en los casos excepcionales de Valsaín o Navafría. Los árboles de las zonas altas y escarpadas, sometidos a la acción de los fuertes vientos, de la ventisca y con poco suelo crecen tortuosos y achaparrados sin sobrepasar los 6-9 metros, de forma que en nada se parecen a las esbeltas siluetas de los árboles de los niveles bajos, pero que tienen el valor didáctico de la capacidad de resistencia y de adaptación de estos árboles.

Color verde: Distribución natural de Pinus sylvestris en Europa.
Como bien saben los caminantes del Sistema Central, el pino albar posee un potente sistema radicular que ancla al árbol sobre terrenos muy variables y le permite soportar todo tipo de inclemencias, hasta el extremo de que pocas veces los fuertes vientos consiguen desarraigarlo. Un rasgo peculiar de este pino, al menos en las manifestaciones peninsulares, lo constituye la corteza, al principio grisácea, pero en la que, prontamente, en la parte superior del tronco aparecen unas placas escamosas de color amarillo rojizo (salmón) que le diferencian entre todos los pinos españoles.

Delgadas y punzantes como agujas, las hojas van por parejas agolpadas en las partes jóvenes de las ramas; estas acículas tienen un tinte verde blanquecino característico, y no pasan de cinco o seis centímetros, las más cortas de nuestros pinos. Los conos masculinos miden del orden de 1 cm, pero cada uno puede producir cientos de miles de granos con dos vesículas flotadoras que los mantienen en el aire, pero acaban por caer y se adhieren a las plantas y a las botas cuando se camina sobre ellas. Los conos femeninos, las piñas, son pequeñas (4-6 x 2-3 cm), aunque ya maduros aparentan ser más anchos por la separación de las brácteas; los piñones llevan un ala que sirve para su dispersión y no son comestibles.

Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. En primer plano el pinar de Pinus sylvestris.
El pinar es un bosque aciculifolio compuesto exclusivamente en su estrato arbóreo por pinos de distintas edades y alturas cuando no ha sido explotado, y más homogéneo cuando ha sufrido talas. Los árboles forman un dosel de copas con una cobertura que va desde el 60% al 90%, aunque de forma habitual está regularmente abierto, lo que permite una buena iluminación de los estratos inferiores. El estrato arbustivo es muy denso gracias a la luz que recibe y se compone de jóvenes pinos diseminados, dos enebros de media y alta montaña (Juniperus communis subsp. alpina y subsp. hemisphaerica) y de piornos serranos (Cytisus oromediterraneus, taxon de nomenclatura un tanto confusa que también ha sido llamado C. balansae y C. purgans). 

Dada la acidificación del sustrato que produce la abundante pinaza, el estrato herbáceo es poco significativo, al igual que el de líquenes y musgos terrícolas, aunque entre las hierbas tal vez se puedan destacar un componente graminoide de cierta importancia con Avenella flexuosa subsp. iberica, Arrhenatherum elatius subsp. carpetanus, Agrostis castellana, Festuca iberica, Nardus stricta, y otras herbáceas como Linaria nivea, Luzula lactea, Jasione laevis subsp. carpetana, Leontodon hispidus subsp. carpetanus y pocas más. En ocasiones, alrededor de la laguna de Peñalara, cerro de Telégrafo, Siete Picos, etc., se incorpora el arándano (Vaccinium myrtillus), especie que escasea en el resto de los bosques serranos, salvo en los hayedos.

Cytisus oromediterraneus.
Son muy duras las condiciones climáticas que afectan al pinar. En la alta montaña mediterránea la radiación es muy fuerte durante los días despejados, que pueden sumar un centenar al cabo del año, más otros 60-70 ligeramente nubosos. Aunque la pluviosidad es buena, su distribución es notablemente irregular de un año para otro. También lo es la variación mensual, con un desplome estival paliado con ligeras precipitaciones de régimen tormentoso, que suelen totalizar entre 120 y 150 litros. Otro condicionante son las temperaturas mínimas cuyas medias no alcanzan los cero grados en cuatro meses y dos meses más, abril y noviembre, no llegan a un grado sobre cero. El período vegetativo es, pues, muy corto y se ve frenado casi todos los meses del año por la existencia de heladas ocasionales. Por el contrario, las medias de las máximas son altas. Su clara adaptación a los climas contrastados se pone de manifiesto en las oscilaciones térmicas anuales que soporta y que en Guadarrama son de 45°-50°. La cobertura de nieve es muy variable en espesor y permanencia; los pinares bajos mantienen un manto más o menos continuo durante tres o cuatro meses y en los casos especialmente favorables puede permanecer hasta seis o siete meses.

Con estas condiciones, el pinar natural ocupa una banda entre los 1.700 y 2.100 metros, aunque estas cifras son modificadas por factores topográficos, como exposición, efectos de cumbre, etc. En general, nunca baja de forma espontánea más allá de los 1.600 metros y tampoco pasa mucho de los 2.100. Hacia arriba, llega un momento en que el bosque se acaba y sólo continúan los arbustos del sotobosque sin que puedan seguirles los pinos.

Juniperus communis subsp. nana
Fuera de sus límites naturales, el pino se ha cultivado en el dominio del melojar aprovechando la fertilidad de las tierras pardas subhúmedas propias de éste y por las mejores condiciones climáticas al disponer de un período vegetativo sensiblemente más largo. En estos suelos, más profundos y frescos, se obtienen árboles de 30 a 35 metros de altura, con fustes rectos y con pocos nudos, muy adecuados para el uso en tablones. Parte del pinar de Valsaín, por ejemplo, está cultivado en el dominio del roble melojo (Quercus pyrenaica). A pesar del magnífico desarrollo vegetativo del pino cultivado en este dominio, su regeneración espontánea es muy deficiente y abandonado a su suerte, sin la protección del hombre, cedería el paso al señor natural del territorio, Q. pyrenaica, en unas pocas generaciones. 

Los cultivos de pinos en zonas correspondientes al robledal se reconocen por lo homogéneo de la población, por los límites bruscos de las masas arbóreas y por la presencia ocasional de melojos y la habitual del helecho águila (Pteridium aquilinum), que explota las tierras pardas producidas por el melojar y que falta o es muy raro en los pinares genuinos. Por el contrario, la presencia de la gramínea Avenella flexuosa subsp. iberica nos indica un pinar dentro de su piso natural.

Base del pino de la cadena.
El pinar con enebros de la sierra de Guadarrama posee un alto valor estético y está ligado paisaje serrano de forma que, sin él, quedaría desvirtuado. No podemos imaginar la Fuenfría, Navacerrada, Navafría, Siete Picos..., etc., sin los pinares de pino albar. Y, sin embargo, cada vez corren más riesgos o se desnaturalizan debido a las urbanizaciones, a las prácticas silvícolas -aclareos, limpieza, sacas, etc.- a los incendios, a las plagas, al trazado de carreteras y a las actividades recreativas.

No puedo dejar de recomendar la visita a unos de los cuarenta árboles singulares del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, el llamado pino albar “de la cadena”, un ejemplar con un fuste recto de casi veinticinco metros de altura, unos tres de circunferencia de tronco a la altura del pecho y alrededor de doscientos años de edad. Quienes estén leyendo estas páginas seguramente sepan dónde está. Si no es así, salga desde El Ventorrillo y baje por la pista de los Baldíos hacia el río. No tiene pérdida: la cadena que lo rodea, con la leyenda “Memoria”, es su tarjeta de presentación. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.