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sábado, 11 de enero de 2020

El venenoso árbol australiano que respetaron los dinosaurios

Idiospermum australiense. Foto: Foto Wet Tropics Management Authority.

Idiospermum es el único género de su familia (Calycanthaceae) que crece en el hemisferio Sur: sus familiares más cercanos son nativos de China y América del Norte. Sus hermosas y fragantes flores conservan un conjunto de características primitivas que ya aparecen en el registro fósil hace millones de años. Contiene una sola especie arbórea, I. australiense, que los científicos reconocen como una de las especies de los primeros linajes conocidos de las plantas con flores que, como las magnoliáceas y otras veintiséis familias ancestrales, sobreviven en la actualidad.
Aunque sus fósiles se reconocen desde hace unos 120 millones de años, I. australiense solo prospera en tres poblaciones muy separadas en la región de bosques tropicales del Parque Nacional Daintree y en otras dos a 150 km al sur, en las estribaciones de las dos montañas más altas de Queensland. Vive en las selvas tropicales húmedas que en el conjunto de Australia son unos refugios ambientales testimonios de climas más lluviosos y oceánicos del pasado que hoy se conservan como retazos aislados cerca de montañas que atraen la lluvia, en lugares resguardados como las orientaciones de umbría o en los barrancos cercanos a arroyos cristalinos particularmente favorecidos por una humedad que los protege de la aridez del territorio que los rodea, por lo general dominado por especies xerófitas que constituyen las sabanas del bush australiano.
Esos refugios ambientales, que han permanecido climáticamente estables durante millones de años mientras que el resto del continente se secaba, proporcionan un hábitat seguro y estable para una diversidad extraordinaria de plantas que no se encuentran en ningún otro lugar, incluidas muchas que se han descrito como "primitivas".  Las "especies primitivas" son especies actuales cuyo linaje se ramificó en una etapa muy temprana de la evolución de las plantas con flores (angiospermas), pero que han conservado características anatómicas y genéticas primitivas similares a las observadas en los fósiles de angiospermas ancestrales.
Idiospermum, que es conocido localmente como “árbol de los dinosaurios” o "fruta idiota" (una traducción libérrima de su nombre científico que en realidad significa (idio-, "raro", y spermum, " semilla"), es relativamente fácil de encontrar, porque, debido a sus frutos, crece formando poblaciones relativamente densas de 10-100 árboles que crecen juntos en las tierras bajas de las selvas húmedas.
Pero una cosa es ver a los árboles y otra muy distinta observar sus flores, que solamente aparecen en las copas de los árboles a unas alturas que oscilan entre los quince y los veinte metros. Los botánicos que, como mi colega Stuart Worboys, del Australian Tropical Herbarium de la James Cook University, han tenido la paciencia de permanecer colgados muchas horas en el dosel del bosque, han descubierto un intrincado proceso de movimientos florales que permiten a la planta controlar a sus insectos polinizadores y evitar la autopolinización.
Las flores de Idiospermum comienzan como pequeñas yemas redondas. Durante un par de días, se despliegan poco a poco las numerosas estructuras en forma de pétalos de color crema (técnicamente son "tépalos"). Emiten una fragancia dulce y afrutada que atrae a legiones de pequeños escarabajos y arañuelas (unos insectos diminutos provistos de alas con flecos del orden Thysanoptera).
Figura 2. Modificada a partir de Staedler et al. 2009
Los estambres, situados en el centro de la flor (Figura 2), están cubiertos por un anillo de tépalos rígidos y duros, mientras que el estigma, la parte femenina de la flor, es accesible a los polinizadores a través de una cavidad abierta. Al tercer día, las cosas comienzan a cambiar. El anillo de tépalos rígidos y duros se levanta y los estambres se expanden y bloquean la cavidad mientras liberan el polen. En ese momento, los polinizadores pueden darse un festín a base de polen oscuro y viscoso, pero no pueden trasladarlo hasta el (esos momentos) protegido estigma de la flor, evitando así la autopolinización.
La fecundación solo ocurre si un insecto cubierto de polen penetra en la cavidad central de una flor recién abierta en otro lugar. Mientras tanto, las flores comienzan a cambiar de color, primero a un rosa pálido para luego virar lentamente al carmesí. Si se produce la polinización, la flor se convertirá en un fruto que contiene una, rara vez dos, semillas.
Antes de hablarles de los frutos, permítanme una digresión taxonómica que arrojará alguna luz sobre ellos y las semillas que contienen. Los primeros europeos-australianos que encontraron los árboles al sur de Cairns a finales del siglo XIX fueron leñadores que los talaron a mansalva porque su madera es muy buena para tableros. En unos años se les dio por extinguidos. En 1902, el botánico alemán Ludwig Diels encontró una población y describió la especie como Calycanthus, una notable disyunción para un género exclusivo de Norteamérica. Más tarde se creyó que se había extinguido otra vez, porque cuando Diels regresó al lugar donde encontró el árbol, la vegetación natural había sido sustituida por una granja de caña de azúcar.
La especie fue redescubierta en la zona en 1971, cuando se encontraron las semillas venenosas de la planta en los rúmenes de unas vacas muerta. En 1972, el botánico australiano S. T. Blake lo situó en una nueva familia, Idiospermaceae, y en un nuevo género, Idiospermum. En su revisión de 2003, los especialistas en filogenia vegetal del Angiosperm Phylogeny Group  mantuvieron el nuevo género, pero reubicaron la especie en la familia Calycanthaceae.
Las enormes semillas, que pesan hasta 225 g, son probablemente las más grandes de todas las plantas australianas. Foto Neil Hewitt, Cooper Creek Wilderness, Daintree Rainforest.
Los frutos tienen características muy originales y no se ajustan a la definición de frutos verdaderos. Están formados por uno o dos carpelos. Todas las capas protectoras de los frutos se descomponen mientras aún se encuentran en el árbol y cada carpelo, muy grande (8 cm), cae semiabierto por gravedad conteniendo una enorme semilla. Las semillas, de hasta 225 gramos, son probablemente las más grandes producidas por cualquier planta australiana (si no se considera el coco).
A diferencia de otras plantas de la selva tropical con frutos grandes, los casuarios, descendientes de los dinosaurios con plumas, no las dispersan. De sus ancestros debieron aprender que con las semillas del árbol idiota no se juega: contienen un veneno similar a la estricnina que es la salvaguarda de unas semillas grandes como pelotas de bolera que al ganado deben parecerles muy apetitosas.
Por eso, esas enormes semillas no tienen un dispersor conocido: caen y germinan sobre el suelo. Las reservas de almidón y los venenos protectores contenidos en la semilla permiten a las plántulas prosperar sin problemas en el ambiente oscuro y peligroso del suelo del bosque.
Pero también cabe decir que estas semillas son la razón de la rareza del árbol. La falta de un dispersor y la dependencia de un ambiente húmedo para evitar una desecación potencialmente fatal pueden ser la causa de que su distribución sea tan restringida. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.