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miércoles, 2 de julio de 2025

LAS ORUGAS SABOTEAN MOLECULARMENTE A LAS PLANTAS

Los científicos han descubierto que las orugas inyectan armas químicas en las plantas que desactivan sus defensas antes de que puedan formarse.


El sabor amargo o picante que caracteriza a algunas brasicáceas (la familia de coles, rábanos, brócolis, rúculas, coliflores, repollos y mostazas), forma parte de la defensa de las plantas contra ser devoradas; si es así, ¿cómo pueden las orugas devorar las hojas sin problemas? La respuesta está en la saliva de la oruga.

Es un problema que vale la pena investigar si se tiene en cuenta que el mercado mundial de las brasicáceas valdrá más de cuarenta mil millones de euros este año. Pero este es un mercado asediado por plagas como Spodoptera littoralis, cuya oruga devora sin problemas plantas de más de cuarenta familias. Además de eso, hay especialistas como la mariposa blanca de la col Pieris brassicae, que buscan las brasicáceas porque se han adaptado tanto a la vida en ellas que no pueden sobrevivir en otras plantas. Simplemente las comen bocado tras bocado, así que ¿qué pasa cuando muerden una brasicácea?

Spodoptera littoralis

Los botánicos creían que las plantas detectaban el daño y activaban alarmas químicas como el ácido jasmónico. Este ácido activa los genes defensivos, produciendo compuestos tóxicos y paredes celulares más resistentes para repeler al atacante. Las orugas, a su vez, tendrían sus propias defensas contra estos ataques.

Los ataques de las orugas no solo se acompañan de daños físicos. Las orugas también tienen saliva, y los botánicos han pensado que las plantas pueden detectar esta saliva para activar sus defensas más rápidamente. Pero si las plantas pueden usar la saliva de las orugas, ¿pueden las secreciones orales de las orugas contener sustancias químicas que saboteen las defensas de las plantas?

Para responder a esta pregunta, dos investigadores han hecho unos experimentos simulando picaduras de orugas en la planta Arabidopsis thaliana. No es una col ni un repollo, pero pertenece a la misma familia. Además, es una planta de genoma muy plástico y está muy bien estudiada, por lo que es más fácil rastrear qué sucede con los genes cuando se producen las mordeduras. En este caso, pudieron estudiar miles de genes a la vez.

Las picaduras que realizaron eran punciones de un milímetro similares a los agujeros causados por la mordedura de una oruga joven. Luego agregaron dos microlitros de saliva de Pieris brassicae en algunas plantas; sobre otras agregaron saliva de Spodoptera littoralis; finalmente, otro grupo de plantas recibió agua pura que actuaría de testigo con respecto a las respuestas defensivas causadas por en las plantas que recibieron saliva. Cualquier defensa adicional causada en las plantas de los dos primeros grupos tendría que haber sido causada por la saliva añadida. Tres horas después y veinticuatro horas después de las picaduras, analizaron el ARN.

Hembra (izquierda) y macho de la mariposa de la col Pieris brassicae

La prueba del ARN es fundamental. Todos los genes están codificados en el ADN, pero no tienen ningún efecto a menos que produzcan copias de ARN que viajen a los ribosomas para comenzar a construir proteínas. Es decir: no basta con que el gen esté presente en el ADN; tiene que estar "activado" para que produzca efecto. Por lo tanto, descubrir qué ARN está presente indica qué genes están realmente teniendo efecto.

Los investigadores descubrieron que el daño por sí solo afectaba a 800 genes, pero la situación cambió drásticamente cuando la planta detectó la saliva de la oruga. En ese caso se vieron afectados más de 5.000 genes, lo que amplificó las respuestas a las heridas y desencadenó respuestas al estrés. Pero entre todas estas alarmas de defensa, algo se silenció: la saliva parece inhibir la expresión de genes implicados en el fortalecimiento de la pared celular y la producción de glucosinolatos alifáticos.

Los glucosinolatos alifáticos son las defensas químicas de la planta, unos metabolitos secundarios que contienen azufre. Cuando saboreas el rábano picante o la mostaza amargos, estos compuestos intentan convencerte de que comer más es una mala idea. Los glucosinolatos alifáticos se activan por la enzima mirosinasa. Las células vegetales intactas mantienen separados estos dos componentes, pero cuando una pared celular se rompe por la picadura de una oruga, se unen para crear su carga tóxica. Al inhibir la capacidad de la planta para producir glucosinolatos alifáticos, las orugas eliminan el peligro incluso antes de que se produzca.

Otro frente de batalla fue la cicatrización de las heridas. Los investigadores descubrieron que la saliva también bloqueaba el gen FER114, el gen que ayuda a la planta a cicatrizar heridas. El efecto combinado es que, cuando las nuevas orugas empiezan a comer una hoja, esta se vuelve mucho más apetecible para todas sus hermanas, que proceden a devorarla.

El valor de esta investigación reside en que revela cuán sofisticada se ha vuelto esta carrera armamentística molecular. Durante décadas, los fitopatólogos han intentado anticiparse a las plagas reforzando las defensas de las plantas, unos intentos que acababan para al comprobar que las orugas terminaban por adaptarse. Ahora sabemos por qué la batalla ha sido tan difícil. Las defensas no importan si las orugas no tienen que enfrentarse a ellas. Es claramente un enfoque que ha tenido éxito, ya que tanto las plagas especializadas como las generalistas han adoptado la misma estrategia.

Este descubrimiento abre nuevas líneas de investigación. Los científicos ahora pueden buscar en la saliva de la oruga las moléculas específicas que desactivan las defensas de las plantas, lo que podría conducir a elaborar contramedidas específicas. También se podrían buscar variedades de plantas naturalmente resistentes a este sabotaje molecular.

No ocurrirá de un día para otro, pero las soluciones acabarán por aparecer.