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miércoles, 4 de enero de 2012

Noche de reyes

En Borges, la teología está lejos de ser un trauma a extirpar. En lugar de ser hostil a ella, la recibió encantado en el maravilloso país de la literatura, celebrando la existencia de la especulación teológica y extrayendo de ella todas sus posibilidades estéticas. «La teología es la rama más frondosa de la literatura fantástica», escribió. Borges creía que una antología de la literatura fantástica no debería prescindir de las prodigiosas creaciones teológicas de la imaginación humana.

Desde que Juan Jacobo Brucker introdujera en el XVIII el concepto “sincretismo” para designar una «conciliación mal hecha de doctrinas filosóficas totalmente disidentes entre sí», el término indica la síntesis mal lograda de creencias procedentes de diversos sistemas. En la historia del pensamiento religioso ha llegado a poseer igual significado, de manera que cualquier sugerencia de sincretismo pasa, cuando menos, por la sospecha de la autenticidad de su origen. 

El catolicismo, un producto político de la era de Constantino, es la síntesis de una religión conformada y potenciada para la unidad del imperio romano recién salido de la dividida tetrarquía del emperador Diocleciano. El lema del Imperio unificado de Constantino: “Un solo Dios, un solo Emperador”, es la clave del éxito de la Iglesia Católica en su imparable conquista del poder terrenal. El arquetipo del Jesús católico es el resultado del sincretismo de diversos mitos más antiguos importados de Oriente desde los tiempos de Alejandro Magno y que se añadieron al Mesías de las tradiciones judías. El gran perdedor en esa conquista fue el mensaje de Jesús, que resultó sepultado en la idolatría de un arquetipo del Jesús católico revestido con mitología precristiana. 

En las religiones precristianas las deidades nacían de vírgenes celestiales que parían dioses solares. El solsticio de invierno, el día del triunfo del sol naciente para los romanos, el día que Jesús nació de una virgen, es la misma fecha en que nacieron Atis, de la virgen Nana; Buda, de la virgen Maya; Krisna, de la virgen Devaki; Horus, de la virgen Isis, en un pesebre y una cueva. También Mitra nació el 25 de diciembre, de una virgen y en una cueva y lo visitaron pastores que también le llevaron regalos. Zoroastro o Zaratustra, al igual que las anteriores divinidades, nació también de una virgen. 

Atis murió por la salvación de la humanidad clavado en un árbol, descendió al infierno y resucitó después de tres días. Mitra tuvo doce apóstoles y pronunció un Sermón de la Montaña. También fue llamado el Buen Pastor, la Verdad, la Luz, el Verbo, la Palabra, el Redentor, el Salvador y el Mesías. Se sacrificó por la paz del mundo, fue enterrado y resucitó a los tres días; su día sagrado era el domingo y su religión tenía una eucaristía muy similar a la liturgia católica, en la que utilizaban el pan y el vino que el sacerdote tomaba entre sus manos y proclamaba: «El que no coma de mi cuerpo ni beba de mi sangre de suerte que sea uno conmigo y yo con él, no se salvará». 

Las similitudes con Buda son también notables: fue bautizado con agua estando presente en su bautizo el “Espíritu de Dios”, enseñó en el templo a los doce años, curó a los enfermos, caminó sobre las aguas y alimentó a quinientos hombres con una pequeña cesta de panes. Al igual que Jesús fue llamado el Señor, Maestro, la Luz del Mundo, Dios de Dioses, Altísimo y Redentor. Por último, en un acto similar al de Cristo, resucitó y ascendió corporalmente al Nirvana. 

Dionisos también resucitó y fue llamado Rey de Reyes, Dios de Dioses, Unigénito, Ungido, Redentor y Salvador. Horus, hijo de Isis y Osiris, fue bautizado en el río Eridamus por Anup el Bautista, que como le ocurrió a otro bautista, Juan, fue decapitado. También a los doce años enseñó en el templo y fue bautizado a los treinta años, igual que Jesús. Se le llamó el Ungido, la Verdad, la Luz, el Mesías, el Hijo del Hombre, la Palabra Encarnada, el Buen Pastor y el Cordero de Dios. Hizo milagros, sacó demonios, resucitó a Azarus y caminó sobre el agua. Al igual que Cristo, pronunció un sermón de la montaña y se transfiguró en lo alto de un monte. Por último fue crucificado entre dos ladrones y resucitó después de ser enterrado tres días en una tumba. 

Krisna fue hijo de un carpintero, su nacimiento fue anunciado por una estrella de oriente y esperado por pastores que le llevaron especias como regalo. Tuvo doce discípulos que le proclamaban el Buen Pastor, Cordero, Redentor, Primogénito y Palabra Universal. Realizó milagros, resucitó muertos y curó leprosos, sordos y ciegos. Cuando murió en la treintena, como Jesús, lo hizo por la salvación de la humanidad, y el sol se oscureció; resucitó entre los muertos, ascendió al cielo y fue la segunda persona de una divina trinidad. En Persia, Zoroastro fue bautizado en un río con agua, fue tentado por el diablo mientras ayunaba en el desierto y empezó su ministerio a los treinta años. Se destacaba por expulsar demonios y les devolvía la vista a los ciegos. Predicó sobre el cielo y el infierno, sobre la resurrección, el juicio, la salvación y el Apocalipsis. 

En la madrugada del 5 de enero los niños católicos (que no todos los niños cristianos) dejan los zapatos preparados para que los Reyes Magos depositen en ellos sus regalos con nocturnidad y sigilo. Se conmemora así la tradicional llegada a Belén, desde lejanas tierras de Oriente, de Melchor, Gaspar y Baltasar, que acudieron siguiendo la guía de una estrella para adorar al recién nacido rey de los judíos, y agasajarlo con sus ofrendas de oro incienso y mirra.  

«Unos magos vinieron de Oriente a Jerusalén, preguntando: “¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Porque vimos en Oriente su estrella y hemos venido con el fin de adorarle”». Este escueto texto de Mateo, redactado en torno al año 50 después de Cristo, y que no recogen los demás evangelistas, es todo lo que hay para sostener la gran historia de los Magos de Oriente. El evangelista nada dice de que sean reyes, ni de que sean tres, ni de cuáles eran sus nombres. Eso es todo. 

Todo lo demás que hoy damos por cierto sobre estos enigmáticos personajes —y que se escenifica pacientemente cada Navidad en nuestro doméstico portal de Belén con monarcas a caballo, pajes de vistosos atuendos y camellos cargados de regalos—, es una elaboración literaria posterior, acuñada en textos apócrifos y en tradiciones culturales muy dispares. Una leyenda que se va tejiendo con enorme éxito, sobre todo entre los siglos IV y IX, mezclando creencias mazdeístas, mitraicas, gnósticas, judaicas y cristianas, e incorporada a la tradición católica con los mismos fines que otras: recaudar dinero para la clase sacerdotal o para fidelizar a los sectores económicos que hacen su agosto en pleno mes de diciembre.