Vistas de página en total

martes, 11 de octubre de 2016

Cómo se defienden las aves de los huracanes

La televisión muestra los daños causados por el huracán Matthew en su recorrido por la costa oriental de Estados Unidos después de golpear Cuba y haber provocado un gran desastre en la desdichada Haití. Matthew ha traído consigo algunas de las precipitaciones más elevadas y los vientos más potentes registrados en los últimos tiempos en la costa atlántica estadounidense. Sí, ya sé que lo políticamente correcto es preocuparse por los daños materiales y la capacidad de las personas para resistir los desastres naturales, pero ¿cómo resisten las aves los efectos de un huracán?

No he podido acceder a ningún registro oficial en el que se cuantifiquen las aves víctimas de un huracán, pero está claro que las cifras deben ser elevadas, sobre todo en las aves de alta mar que no encuentran refugio seguro durante las tormentas. Por eso, llegada la calma, las playas afectadas por huracanes aparecen llenas de cadáveres de pájaros. La mayoría de los huracanes del Atlántico se producen a finales de verano y principios de otoño, por lo que la temporada de huracanes coincide con la migración de las aves y puede perturbar gravemente sus patrones de migración.

Hay que tener en cuenta que entre el 40 y 50% de las aves son migratorias, que a menudo viajan miles de kilómetros al año entre sus zonas de verano y de invierno. La única manera de que puedan lograrlo es poseer habilidades increíbles que van mucho más allá de lo que podemos imaginar. La migración, en su sentido más básico, es una respuesta al cambio climático, puesto que se trata de encontrar alguna manera de enfrentarse a un régimen de cambio de temperatura y a la disponibilidad de alimentos. Para las aves, los ciclones, las tormentas y otros fenómenos meteorológicos han sido siempre parte del peaje de su régimen itinerante, por lo que han desarrollado estrategias estables para enfrentar la inestabilidad.

Muchas aves quedan atrapadas en por las tormentas y son arrastradas lejos de sus territorios habituales hasta aterrizar frecuentemente en lugares inhóspitos hasta los que llegan  demasiado maltratadas y debilitadas para sobrevivir. Otras, aunque no mueran ni sean arrastradas por las tormentas, pueden morir de hambre porque son incapaces de alimentarse mientras que las condiciones atmosféricas les son desfavorables. El número de aves que mueren como resultado de uno de los grandes huracanes debe llegar a cientos de miles.

Las poblaciones de aves no amenazadas son capaces de soportar tales pérdidas y lo han hecho durante millones de años. El huracán Hermine, que pasó por Norteamérica la primera semana de septiembre, transportó potencialmente miles de aves desde el Golfo de México hacia los estados del sureste. Lo sabemos porque el radar del Servicio Meteorológico Nacional muestra claramente señales atrapadas dentro del ojo seco del tornado que corresponden a aves.

Imágenes de radar del Servicio Meteorológico Nacional de EEUU el 2 de septiembre de 2016 que muestran a la derecha la presencia de bandadas de aves en el vórtice del huracán Hermine. Fuente.
Las aves quedan atrapadas en un huracán introduciéndose en la cola de la espiral y moviéndose hacia el ojo del mismo. De esa forma, en lugar de luchar contra los vientos, utilizan el huracán como una especie de tirachinas para impulsarse hacia delante a toda velocidad: se instalan en la zona de calma del huracán y viajan en su interior hasta que el huracán va perdiendo potencia mientras que se disipa. La mayoría de las aves marinas, si no están demasiado débiles por haber volado durante tanto tiempo sin comer, abandonan el debilitado huracán y se dirigen hacia la orilla segura más cercana.

Por supuesto, eso significa que algunas especies serán transportadas desde los trópicos hasta las latitudes medias, los que pone en alerta roja a los observadores de aves. Aunque a menudo las aves arrastradas por las tormentas lejos de sus territorios no sobreviven, no es raro que los observadores de aves las registren en lugares extraños a su hábitat. Por lo general, esos avistamientos registran la presencia muy tierra adentro de aves marinas que aparecen en lagos y embalses. 

De hecho, las primeras citas de aves marinas en los registros de algunos sitios obedecen a esas causas. Hay incluso observadores de aves que, ávidos de anotarse la efímera “gloria” de una nueva cita, corren a las aguas continentales después del paso de un huracán. Otros estudian cuidadosamente los mapas del tiempo para intentar predecir en que lugar van a terminar las aves barridas por los huracanes. Por el contrario, nada se sabe de las aves terrestres que son arrastradas hacia el mar.

Charrán común (Onychoprion anaethetus). Fuente.
Después del huracán Irene de 2013 fueron avistadas en las costas norteamericanas varias especies de charranes embridados (Onychoprion anaethetus), charranes sombríos (Onychoprion fuscatus) y tiñosas comunes (Anous stolidus), que son aves marinas tropicales que anidan en el Caribe. Entre las aves que son transportadas con más frecuencia se cuentan los petreles cabecinegros (Pterodroma hasitata) que se avistan regularmente en alta mar siguiendo la Corriente del Golfo. En los últimos cincuenta años, todas las citas de la especie en el interior de Estados Unidos se han hecho inmediatamente después de los huracanes.

El huracán Sandy no defraudó  a los ornitólogos. Era un gigantesco híbrido de frentes invernales y tormentas tropicales de un enorme alcance, que transportó consigo más aves que ningún otro conocido. Las páginas ebird.org y birdcast.info, en las que los observadores estadounidenses registran los avistamientos excepcionales, echaban humo. Entre otras, el avefría (Vanellus vanellus), un ave costera europea, apareció en Massachusetts; el pibí oriental (Contopus virens), que anida en Suramérica, apareció en Nueva York y Ontario; los petreles de Trindade (Pterodroma arminjoniana), que normalmente pasan toda su vida sobre el océano abierto frente a Brasil, fueron registrados por primera vez en el oeste de Pensilvania; bandadas de paíños boreales (Oceanodroma leucorhoa) y de págalos pomarinos (Stercorarius pomarinus), unos parientes árticos de las gaviotas, se dejaron ver sobrevolando Manhattan en un inédito vuelo de regreso hacia el norte. Días más tarde, nadie los volvió a ver: presumiblemente, todos los pájaros habían volado hacia sus lugares de origen.

Iguaca puertorriqueña (Amazonia vittata). Fuente.
Los huracanes pueden tener graves consecuencias para las especies amenazadas o en peligro de extinción, muchas de las cuales se encuentran en islas tropicales, que son los lugares más afectados por los huracanes. Por ejemplo, el huracán Hugo de 1989 mató a la mitad de los loros puertorriqueños o iguacas (Amazonia vittata), una especie endémica de Puerto Rico y en peligro crítico de extinción. El cuitlacoche de Cozumel (Toxostoma guttatum), un pájaro de la familia de los mímidos endémico de la isla de Cozumel junto a la península de Yucatán, quedó al borde de la extinción después del paso del huracán Gilbert en 1988. Se piensa que el huracán Iniki de 1992 pudo haber acabado con los últimos supervivientes de tres especies de aves de Hawái que no han vuelto a verse desde entonces.

Además de los efectos físicos directos, los huracanes también pueden provocar efectos perjudiciales sobre los hábitats de la avifauna. Las especies que anidan en los huecos de los árboles pueden resultar especialmente afectadas porque el viento huracanado puede arrancar los árboles en los que anidan o romper de cuajo los lugares del tronco debilitados por las cavidades de anidamiento. El huracán Hugo, que afectó a las Carolinas en 1989, destruyó la mayor parte de los árboles de la zona de anidamiento de Leuconotopicus borealis, un pájaro carpintero endémico de los pinares costeros del sureste de Estados Unidos. Un pinar del que se tienen datos perdió el 87% de los árboles con nidos y el 67% de los pájaros carpinteros. Un plan de restauración basado en a instalación de cajas nido artificiales ha logrado recuperar la población hasta sus niveles previos al paso del Hugo.

Es importante tener en cuenta que los efectos a largo plazo de los huracanes sobre las aves no son necesariamente negativos. Cualquier perturbación puede ser mala para algunas especies, pero beneficiosa para otras. Por ejemplo, los huracanes provocan claros en los bosques que son rápidamente aprovechados por especies cuyo hábitat son los matorrales que colonizan las zonas forestales aclaradas. Las aves migratorias desviadas de su trayectoria pueden encontrar hábitats favorables para fundar allí nuevos asentamientos; esos fenómenos pueden ser los responsables de la mayoría de los episodios de colonización de islas remotas.

Por otra parte, los huracanes han existido desde hace millones de años y forman parte del sistema en el que se desenvuelven las aves. Solamente tienen efectos letales cuando los seres humanos hemos llevado a determinadas especies al borde de la extinción o cuando nuestra incidencia en el cambio climático global incrementa la frecuencia de los huracanes, alterando así el ritmo y el modelo normal en cualquier zona.

Pareja de azulones (Sialia sialis). La hembra arriba. Fuente.
¿A dónde van los pájaros para la protegerse durante de ventiscas, tormentas, huracanes y tornados? Las aves tienen una capacidad asombrosa para encontrar refugio de las tormentas y lo hacen de manera muy variable, dependiendo de la especie y de su hábitat natural. Tomemos algunos ejemplos de los que existen datos contrastados. Empecemos por las especies de Sialia, un género que agrupa a tres especies de bluebirds (azulones), unos pájaros americanos cuya área de distribución se extiende de Canadá a Honduras. Los azulones por lo general hibernan por el norte, en Nueva Inglaterra. Aunque son aves cuyo comportamiento habitual es territorial, cuando el frío arrecia o las tormentas se desatan, se agrupan formando comunas en lugares protegidos, muchas veces en cajas nido artificiales. Hay fotografías de trece azulones machos hacinados en una caja prevista para una sola pareja. Este comportamiento les permite abrigarse conservando el calor corporal  y la mantiene protegidas del viento, la lluvia y la nieve.

Otros pájaros como carboneros, herrerillos y carpinteros, que anidan en oquedades, también buscan antiguas cavidades abandonadas en árboles muertos u ocupan cajas nidos de otras aves para protegerse durante la tormenta. Los agateadores, que suelen anidar bajo un trozo desgajado de la corteza de los árboles, emplean la misma estrategia para defenderse del frío. Las bandadas de pinzones se cobijan en fisuras de rocas para protegerse del viento helado.

Las desconfiadas bandadas de codornices se acurrucan formando un círculo con las cabezas dirigidas hacia afuera. Es una estrategia que les permite compartir el calor del cuerpo y estar siempre alertas para salir a escape en caso de ser atacadas. Los urogallos emplean una táctica diferente. Se entierran debajo de un banco de nieve y pueden permanecer allí durante varios días hasta amaine la cellisca. Muchas otras aves se cobijan al amparo de densos matorrales perennifolios, donde permanecen protegidas de la intemperie hasta que escampa.

Entre las habilidades de las aves para gestionar temporales se cuenta el poder de detectar con antelación los cambios de presión atmosférica que denuncian la llegada de una tormenta, lo que les permite prepararse para lo que se avecina. Los científicos no están seguros de cómo funciona el barómetro aviar, aunque las evidencias sobre su existencia son claras. Ante la inminencia de una tormenta anormal, los pájaros se agitan nerviosamente y llenan sus buches preparándose para lo que les viene encima.

Alcatraz atlántico (Morus bassanus). Fuente.
Los investigadores han comenzado a etiquetar aves con dispositivos GPS y las siguen por satélite para obtener una detallada comprensión de cómo las aves migratorias logran sus maratonianas proezas y qué es exactamente lo que hacen cuando se enfrentan a una tormenta. Caleb Spiegel, un biólogo del servicio estadounidense de Pesca y Vida Silvestre (US Fish and Wildlife Service), y sus colegas en la Oficina de Gestión de Energía Oceánica (Bureau of Ocean Energy Management) han colocado transmisores los transmisores en las plumas de la cola de varios tipos de aves migratorias, incluyendo el alcatraz atlántico (Morus bassanus), un ave marina de gran tamaño cuyo espectacular estilo de pesca consiste en dejarse de caer en picado como un misil.

Cuando uno de los alcatraces marcados se acercaba a la costa sur de Nueva Jersey, justo en el momento en el que el Sandy llegaba allí, los biólogos comprobaron cómo, girando bruscamente en U, el alcatraz se dirigió de nuevo hacia el norte de Long Island y luego voló en esa dirección hacia el norte, costeando a baja altura a la espera de que amainase la tormenta mientras llenaba el buche cayendo en picado sobre las bandadas de peces. Luego, terminado el temporal, el pájaro regresó a su territorio de Nueva Jersey.

En un conocido estudio de seguimiento de avifauna que se inició en 2008, el doctor Bryan D. Watts, director del Centro de Conservación Biológica del William and Mary College en Virginia, y sus colegas han estado siguiendo las peregrinaciones de los zarapitos trinadores (Numenius phaeopus), unas aves de pico largo y recurvado, que se reproducen en la región subártica de la Bahía de Hudson e hibernan en el sur de Brasil. En sus rutas migratorias, los zarapitos hacen vuelos sin escalas de hasta 5.000 km. Debido ese hábito viajero, los zarapitos pasan regularmente a través del "callejón de huracanes" del Caribe. 

Zarapito trinador (Numenius phaeopus). Fuente
En agosto de 2011, los investigadores se maravillaron ante lo que parecía una locura realizada por un zarapito que se encontró con la tormenta tropical Gert frente a la costa de Nueva Escocia. Ni corto ni perezoso, el pájaro se zambulló directamente en la tempestad a 7 millas por hora y emergió por el otro lado a 90 mph. Es el mismo comportamiento que, poco tiempo después, los científicos observaron cuando otros cuatro zarapitos sobrepasaron con éxito al huracán Irene.

La alegría duró poco. En septiembre de 2011, dos de los cuatro sobrevivientes del Irene buscaron refugio de otra tormenta aterrizando en Isla Guadalupe, donde fueron abatidos por cazadores deportivos. Watts y sus colegas han descubierto que, para que los cazadores disfruten de las abundantes aves migratorias que toman tierra por el mal tiempo, en todas las islas del Caribe la temporada de huracanes es temporada de caza. «Hay 3.000 cazadores residentes tan solo en Guadalupe, dice Watts. La captura anual en las Indias Occidentales puede ser las 200.000 aves».

Incluso el navegante más intrépido entre los vientos huracanados, no puede hacer nada cuando se enfrenta a un arma de fuego.