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jueves, 22 de septiembre de 2016

Pulmones de la Tierra (1)

Hace algún tiempo, algunos grandes actores pusieron voces en defensa de la naturaleza. En el que dejo en este enlace, un precioso vídeo de menos de dos minutos, Kevin Spacey presta la suya a la selva amazónica. La cautivadora voz del protagonista de House of cards enuncia, entre otras cosas, un dogma impuesto desde los medios de comunicación: el binomio formado por la palabra Amazonas y la expresión “pulmón del planeta”. Un dúo tan inseparable como erróneo. Hoy por hoy, la cantidad de oxígeno (O2) liberada por esa masa inmensa forestal es prácticamente nula. Ni el Amazonas es el pulmón de la Tierra ni los árboles del Retiro son el pulmón de Madrid; de hecho, ninguna otra selva o bosque maduro cumple esa función.

La idea de la selva produciendo O2 para servir como “pulmón del planeta” es tan preciosa como imprecisa. Razonemos. Empecemos por descartar la palabra “pulmón”, porque si algo hace un pulmón es consumir O2, no producirlo. Usar el término resultaría mucho más apropiado si se emplease para dar cuenta del papel que juegan las plantas en la absorción del dióxido de carbono (CO2). Resultaría más riguroso desde el punto de vista de la purificación del aire, porque, efectivamente, mientras que nuestras actividades expulsan sin cesar CO2 a la atmósfera, las plantas trabajan en sentido contrario.

Sin embargo, no hay más que pensar un poco para comprender que esa idea de la Amazonía es inconsistente. Los que afirman sin pensárselo dos veces que los bosques amazónicos producen el O2 que los demás respiramos suelen razonar más o menos así: «Las plantas realizan la fotosíntesis, en la que absorben CO2 de la atmósfera y desprenden O2. En la selva amazónica hay una cantidad gigantesca de plantas verdes, luego la fotosíntesis libera ingentes cantidades de O2 a la atmósfera. Por lo tanto, la selva amazónica nos proporciona una enorme cantidad de O2».

Veamos, ¿para qué realizan las plantas la fotosíntesis? Básicamente, para crecer y para almacenar energía. El comportamiento fisiológico de las plantas es original: son a la vez autótrofos a la hora de adquirir energía lumínica mediante la fotosíntesis para crecer y almacenar productos de reserva; pero, a la hora de movilizar esas reservas, se comportan igual que el resto de organismos aerobios heterótrofos como nosotros, los animales: las queman mezclándolas con O2, o dicho de otra forma, respirando. En otras palabras, el anabolismo de las plantas es autótrofo pero su catabolismo es heterótrofo.

No pierda esto de vista: las plantas respiran. Una parte del O2 que liberan a la atmósfera cuando realizan la fotosíntesis lo absorben a su vez mientras respiran. La selva amazónica madura, en efecto, desprende muchas toneladas de O2 al año, pero buena parte de ese O2 lo absorbe de nuevo respirando. Así que la parte de la fotosíntesis que sirve para proporcionar energía a las plantas, de forma neta, no proporciona ni un solo gramo de O2 a la atmósfera. La planta ha desprendido ese O2 sólo de forma temporal, para almacenar la energía y usarla cuando le haga falta. Lo mismo sucede con el CO2 absorbido en esa fracción de la fotosíntesis: no desaparece de la atmósfera permanentemente, porque es liberado de nuevo cuando la planta respira.

Pensemos en un gran árbol de la selva amazónica. Según va creciendo, va convirtiendo agua y CO2 en O2 y sustancias complejas, que utiliza para construir su estructura. Cuando ha alcanzado su máximo tamaño, habrá extraído una gran cantidad de carbono de la atmósfera y lo habrá fijado en sus células. De hecho, si pudiéramos hacerlo, al final del proceso la atmósfera pesaría menos: parte de la masa del árbol proviene precisamente del CO2 absorbido en la fotosíntesis, cuyo carbono pasa a formar parte, por ejemplo, de la celulosa. Perfecto, la conocida fórmula de la fotosíntesis:  
6CO2+6H2O+Energía = C6H12O6+6O2 
demuestra inequívocamente que el anabolismo vegetal libera O2.

Ahora bien, quienes ponen énfasis exclusivamente en esa fórmula, parecen desconocer que la fórmula de la respiración 
C6H12O6+6O2 = 6CO2+6H2O+Energía 
también existe, y que merced a ella consume O2 de la atmósfera y libera CO2. Hasta ahora parece un empate, pero no lo es. Las plantas consumen mucho más CO2 que O2, por lo que el balance entre estos dos gases determina que se expulsa mucho más oxigeno del que se consume. Ahora bien, ese balance positivo para nuestros intereses sucede en plantas en crecimiento, es decir, en plantas y bosques jóvenes, que necesitan mucho CO2 para transformarlo en estructuras orgánicas que les permitan crecer y competir.
 
En bosques maduros como la selva amazónica, donde los árboles han parado prácticamente de crecer, el balance CO2/O2 se inclina hacia un mayor consumo del denominador que del numerador, lo que conduce inevitablemente a la conclusión de que los bosques centenarios no ayudan a la oxigenación de la atmósfera.

Pero no seamos tiquismiquis y aceptemos unas tablas. Perfecto. Pero, ¿y cuando el árbol se muere? Tarde o temprano partes del árbol mueren independientemente (como las hojas caídas o las ramas desprendidas) y, por supuesto, llega un momento en el que la planta entera muere. Si algo caracteriza a las selvas tropicales es el continuo reciclado de la materia orgánica, que se manifiesta en forma de la gruesa capa de hojas y madera en putrefacción que yace en el suelo forestal. Aunque no sea a un ritmo tan grande, lo mismo ocurre en cualquier bosque y en cualquier zona con plantas, las cuales, como todo ser vivo, no escapan al conocido paradigma de nacer, crecer, reproducirse y morir. Durante su vida van fijando carbono y liberando O2 según crecen, pero cuando mueren se pudren, como todos los demás.

¿Qué es la putrefacción? Un proceso por el que los organismos descomponedores (ya saben, bacterias, hongos, insectos, ácaros y toda esa abigarrada tropa de basureros de la naturaleza) obtienen energía de la materia orgánica, descomponiéndola en sustancias más simples según absorben O2 de la atmósfera y liberan CO2. Aquí está otra fracción que muchos olvidan: cuando las plantas mueren y se pudren, los descomponedores liberan de nuevo el carbono que habían almacenado y absorben buena parte del O2 que la planta había liberado. Al final de la vida de un árbol de la selva, todo acaba básicamente como había empezado.

Esto es, obviamente, una simplificación: parte del carbono que absorbió la planta entra en la cadena trófica a través de los herbívoros, por ejemplo. Además, la madera no pasa de estar intacta a pudrirse y varios organismos se alimentan de ella. Pero todo esto no altera el resultado final, porque todo ese carbono acaba siendo liberado de nuevo (y el O2 absorbido) cuando la materia orgánica se descompone tras la muerte de todos esos organismos que tampoco escapan al mencionado paradigma.

En resumen: la respiración y la putrefacción son los procesos que hacen que, inevitablemente, una selva tropical madura no produzca una emisión neta de O2 ni una absorción neta de CO2 apreciables. Los árboles de la selva no son las “bombas de O2” que nos quieren hacer creer: el balance neto es prácticamente nulo para una selva madura.

Aviso para navegantes: no estoy diciendo que esté bien acabar con la selva amazónica, sino todo lo contrario. Lo que digo es que la razón que suele darse para protegerla es absurda. En segundo lugar, este texto se refiere única y exclusivamente al balance de carbón-oxígeno en la selva. Existen muchas otras razones, además del supuesto “pulmón” para no deforestar, de modo que, es absolutamente estúpido y autodestructivo acabar con las selvas tropicales.

La selva amazónica lleva ahí millones de años y es muy grande, pero hubo un momento en el que no estaba ahí. Según se fue extendiendo y la masa forestal fue aumentando, estaba almacenando carbono y fijándolo al mismo tiempo que liberaba de forma neta una gran cantidad de O2. Cuando acabamos con la selva amazónica liberamos todo el carbono que lleva ahí almacenado durante millones de años. El balance de la selva amazónica sin perturbar es casi inapreciable, pero cuando cortamos y quemamos la madera deja de serlo: estamos absorbiendo grandes cantidades de O2 y liberando enormes cantidades de CO2. Como se estima que la selva amazónica contiene unas 1,1 X·1011 toneladas métricas de carbono absorbido de la atmósfera, liberar ese carbono no es ninguna broma. La magnitud de la cantidad de carbono almacenada en el Amazonas es tan grande que podría alterar completamente la atmósfera terrestre en caso de liberarse de golpe.

Podemos hacer que la selva almacene carbono y produzca O2 de forma neta: simplemente tenemos que reforestar parte de la superficie que hemos destruido (que ya ronda el 25% de lo que había en 1970, en el caso del Amazonas), porque, según aumente la masa forestal, estaremos disfrutando de un “pulmón del planeta” hasta que alcance la masa que tenía como selva madura, momento en el cual la producción neta se detendrá.

Ahora supongo que les asaltará una duda: ¿De dónde proviene el O2 que respiramos y cómo y quién lo produce? La respuesta en esta entrada.