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sábado, 27 de abril de 2024

No merece la pena. Pero hay que resistir



«¿Merece la pena aguantar todo esto?». La pregunta que se hace Pedro Sánchez es oportuna y sincera, porque yo mismo me la hice cuando fui alcalde, a pesar de que tuve que soportar infinitamente menos que nuestro presidente.

No conozco a ninguna persona honrada que esté o haya pasado por la política y que no se lo haya planteado. Tampoco a nadie, ni siquiera a las personas más resistentes y de carácter más fuerte, que no haya dudado más de una vez, que no hayan tenido la tentación de rendirse, de tirar la toalla, de salir pitando de allí.

Hay una expresión que detesto y que estos días no paro de escuchar: «A la política se viene llorado de casa». Me parece abominable por una doble razón. La primera es la idea tóxica de que tener sentimientos sea algo a exterminar, cuando debería ser al contrario: ojalá haya más personas con empatía, capaces de sufrir y de llorar; nada hay más humano que esa emoción.

La segunda es esa regla odiosa de que en política vale todo y hay que soportarlo todo sin siquiera mostrar la más mínima aflicción; parece que hubiera una suerte de nuevo derecho constitucional, el derecho al acoso con insultos, mentiras y denuncias falsas, que se extiende no solo a los políticos sino a todo su entorno personal.

No sé si Pedro Sánchez dimitirá. Hoy creo que no, pero solo él lo sabe con certeza. Sí estoy plenamente convencido de que la denuncia contra Begoña Gómez, más tarde o más temprano, se archivará. Porque a pesar de la pulsión reaccionaria que late en algunos juzgados –imprescindible para explicar buena parte de las cacerías contra políticos de izquierda– me niego a creer que una acusación tan endeble pueda prosperar.

Pero volvamos a la pregunta inicial de este artículo. ¿Merece la pena? La terrible respuesta es que no, que no sale a cuenta. Que hace mucho que no merece la pena, si solo se mide desde el punto de vista personal. ¿Merece la pena que machaquen a las personas que quieres?

¿Es humano tener la tentación de rendirse, para proteger a los que más quieres? Claro que lo es. Por duro que seas. Por fuerte que te creas. Supongo que a mí me cuesta algo menos empatizar con lo que pasa por la cabeza de Pedro Sánchez porque, a una escala mucho menor, también he sufrido episodios similares.

Cualquier persona de izquierdas mínimamente conocida, no solo políticos, sabe de qué hablo porque todos lo sufrimos, especialmente las mujeres. Es un desgaste constante, agotador, que impacta en tu vida y te cambia el humor.

El acoso contra la izquierda siempre ha existido, pero en los últimos años ha ido a peor. La derecha ha logrado convertir la vida pública en un lodazal, una estrategia deliberada para igualar la reputación de todos: la gente honesta y la que no lo es. Y en demasiadas ocasiones cuenta con la imprescindible colaboración de algunos jueces afines. Y de muchos medios de comunicación.

Es la misma derecha que hace veinte años alimentó una teoría de la conspiración sobre los muertos del peor atentado terrorista de la historia de España. La misma que hace diez años utilizó los fondos reservados y la cloaca policial para destrozar a sus rivales políticos. Los mismos que ahora han convertido el «que te vote Txapote» en un lema electoral. Los mismos que llaman «hijo de puta» al presidente del Gobierno y, en vez de disculparse por el insulto, lo convierten en una chanza más. Los mismos que se jactan de controlar la Justicia «desde detrás» y que por eso mantienen secuestrada desde hace más de un lustro la renovación del Consejo General del Poder Judicial.

¿Merece la pena? No. A nadie le sale a cuenta vivir así. Y de eso se trata. Este envenenamiento constante y sistemático tiene un objetivo deliberado: destrozar a cualquiera que asome la cabeza para que le sea insoportable seguir.

No merece la pena. Pero hay que resistir. Estoy seguro de que Pedro Sánchez y su familia serían más felices si dejasen La Moncloa. Pero también espero que no dimita, porque las consecuencias para España y nuestra democracia serían nefastas.

En un país donde nadie dimite y nunca pasa nada, sería terrible que cayera por estos motivos un presidente del Gobierno elegido por el Parlamento hace menos de un año y que representa a la mayoría de este país. Sería una pésima noticia para cualquier demócrata, vote lo que vote. Porque validará y normalizará una vía tóxica e infecta de lograr el poder.