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sábado, 6 de agosto de 2011

La semana que vivimos peligrosamente




Desde el comienzo de la crisis financiera que empezó en Estados Unidos hace casi tres años, el campo de batalla se ha hecho muy extenso y las acciones lentas, como en el escenario bélico de las trincheras de la I Guerra Mundial. Pero, como nos enseñó Stanley Kubrick en Senderos de gloria, aún en el desolado estancamiento de una guerra que se antoja eterna siempre hay cotas que conquistar, hitos que superar bayoneta en mano. Entonces, durante el asalto, en unos cuantos días, los protagonistas viven peligrosamente. La primera semana de agosto fue una semana en que españoles e italianos vivimos peligrosamente.

A finales julio, las trincheras parecían estabilizadas. Tras una sesión extraordinaria celebrada el día 21, los líderes de los 17 países de la eurozona alcanzaron un acuerdo para salvar la moneda común, seriamente amenazada tras el contagio de la crisis de la deuda soberana griega a Italia y España, la tercera y cuarta economías europeas, cuyos PIB sumados suponen el 21% del PIB europeo. Los jefes de Estado o de Gobierno de la eurozona, además de conceder un segundo rescate a Grecia con el que lograron salvarla momentáneamente del abismo, llegaron al acuerdo extraordinariamente positivo de dotar de mayores facultades al Fondo de Estabilidad Europeo (FEE) para que pudiera intervenir preventivamente comprando deuda de países miembros de la eurozona en el mercado secundario. Ante una amenaza que se preveía -el asedio de los mercados a España e Italia- no habría que esperar hasta que fuera demasiado tarde para disuadir a los especuladores. Con ello se dotaba a la eurozona de herramientas que evitasen llegar a una situación en la que ambos países tuviesen que recurrir al auxilio financiero del resto de socios. El enorme volumen de ese hipotético rescate fue lo que animó a cerrar un pacto que llevaba meses sin fraguar. 

El problema es que echar a andar ese pacto, que necesita ser aprobado o ratificado por los 17 países de la eurozona, llevará aún varios meses más, un tiempo de incertidumbre que podía cebar la bomba especulativa contra los títulos italianos y españoles. Dicho de otra forma, mientras que los mercados recorren el circuito financiero subidos en un misil, los países lo hacen montados en patineta. Y el contagio de la deuda española e italiana se acercaba a toda velocidad. En la primera semana de agosto, la bomba estaba lista para explosionar.

Según los analistas de Eurointelligence, centro de investigación sobre la economía europea, la situación era excepcional el primer día de agosto: «Si se analiza la prima de riesgo, Italia y España se encuentran ahora en la posición que estaban Irlanda y Portugal antes del rescate; Bélgica está donde España solía estar hace un mes. Y Francia ha escalado a donde solía estar Bélgica. Las piezas de dominó en la eurozona están cayendo», decían en un análisis publicado el miércoles 3, el mismo día que el presidente Zapatero regresó apresuradamente de unas vacaciones en Doñana que apenas habían durado unas horas. El pacto de última hora firmado por demócratas y republicanos para salvar a los Estados Unidos de la quiebra no había servido para mucho: todas las bolsas del mundo, comenzando por la de Wall Street, lo habían recibido cotizando a la baja. En España, el Ibex 35 alcanzaba los niveles más bajos desde junio de 2010.

El asunto se complicaba todavía más porque en agosto hay pocas operaciones en el mercado secundario. En el caso de los títulos italianos y españoles casi todas eran órdenes de venta, lo que devaluaba el precio de los bonos y, en paralelo, elevaba los tipos de interés (cercano ya al 6,5%; recuérdese que cuando Portugal pidió el rescate los intereses eran del 7%, una cifra donde parece estar la línea roja del rescate) y las primas de riesgo: el diferencial con el interés del bono alemán, superó esa semana los 400 puntos básicos. 

Pero si las piezas del dominó estaban cayendo, también lo estaba haciendo el rigor con el que venía actuando el BCE en su afán de apagafuegos aunque fuera tardíamente. El camino recorrido por el BCE en la exigencia de garantías ha sido largo. Antes de la crisis, el BCE era exquisito: solo aceptaba títulos con las mejores calificaciones. Arrastrado por los acontecimientos, el desarrollo de la crisis lo llevó a rebajar sus exigencias haciéndole más permisivo. Cuando a finales de julio se desencadenó el ataque a Portugal, el BCE tuvo que declarar que aceptaría deuda portuguesa, calificada unos pocos tramos por encima del impago. El recorrido a la baja en el rigor no había sido una originalidad del BCE. La Reserva Federal, su equivalente estadounidense, se vio obligada a aceptar como garantía títulos más que dudosos durante el último año de Bush. 

Pero la gran diferencia entre Europa y Estados Unidos es que allí existe una autoridad indiscutida, el Tesoro, capaz de forzar de hecho a la Reserva Federal a la aceptación de cualquier clase de títulos, una vez acordadas las garantías. En Europa la cuestión es bien diferente porque se necesita el acuerdo político de los 17 miembros de la eurozona. Así las cosas, ante la emergencia del asedio a España e Italia, lo que se necesitaba era ganar tiempo adoptando decisiones rápidas. Por eso, el cuatro de agosto todos los ojos estaban vueltos hacia Jean-Claude Trichet, el cual, mire usted por dónde, es la única autoridad unipersonal en todo el ámbito europeo. Por eso, ese día la esperanza estaba puesta en el presidente del BCE. En ocasiones anteriores, la intervención del BCE en el mercado secundario desencadenó las compras y alivió la prima de riesgo de los países afectados. Ahora, con volúmenes de negociación más reducidos, cualquier gesto podría tener un efecto aún mayor. Esta era la situación en la agónica mañana del 4 de agosto, el mismo día en que se celebraba la habitual reunión mensual del Consejo de Gobierno del BCE.

El resultado de aquella reunión es bien conocido. Trichet anunció más de lo mismo: El BCE compraría deuda italiana y española si ambos países aceleraban sus medidas fiscales de recorte. Para lo que aquí me trae, interesa resaltar la debilidad política de la Unión Europea en lo que se refiere, entre otras cosas, a la necesidad perentoria de una política presupuestaria común. La inexistencia de un poder intermedio entre los líderes al máximo nivel y el BCE lleva a un excesivo grado de independencia de este último frente al poder político. Por eso, por esa enorme distancia, porque –como estamos viendo ahora- se dejan decisiones trascendentales para la gente en manos de un banquero (aunque su nombramiento sea político) y de un Consejo de Administración (el del BCE), resulta de la mayor importancia avanzar en la construcción del equivalente a un ministerio de Economía de la eurozona. No es de recibo, como estamos comprobando estos días, una unión monetaria como la que tenemos en la que no existen cauces de entendimiento permanentes entre los responsables económicos y los financieros, y en la que no esté garantizada la confluencia de intereses entre la política presupuestaria y la monetaria. 

La introducción del euro fue decisiva para la unión de Europa, pero no permite quedarse a medio camino. Frente a problemas globales, la respuesta de Europa sigue siendo en gran parte nacional por su naturaleza. Es necesario avanzar, y a paso ligero, bayoneta en mano, en el refuerzo de la unión monetaria mediante el refuerzo del hasta ahora poco operativo Eurogrupo para coordinar primero, y definir después, las políticas presupuestarias de la UE. Hemos vivido con el sistema actual durante más de 50 años, pero tenemos la obligación, para con los afectados por la crisis actual, de avanzar en la unión para garantizar la estabilidad y la prosperidad en el futuro.

El viernes 5 tuvimos un respiro: el Tesoro español logró colocar si mayores problemas más de tres mil millones de deuda soberana, lo que demuestra que el problema español no es de solvencia, sino de liquidez.  El sábado 6 fue el del “mal de muchos”: por primera vez, la prima de riesgo italiana se situó por encima de la española. Y la sorpresa anunciada: La agencia de calificación Standard & Poor's rebajó la calificación de riesgo de la deuda soberana estadounidense de AAA (matrícula de honor) a AA+ (sobresaliente). Lo nunca visto. La decisión le dio a China donde más le duele, en el bolsillo: los chinos tienen unas reservas de divisas extranjeras de 3,2 billones de dólares, de las cuales dos tercios son dólares norteamericanos.  

China ha manifestado hoy su ira con palabras muy duras. Los medios de comunicación oficiales han arremetido contra Washington por su «adicción a la deuda» y sus discusiones políticas «miopes» a la vez que han dicho que el mundo necesita una nueva divisa de reserva global estable para «prevenir una catástrofe causada por un único país». La insinuación es de cabaretera: tal divisa no puede ser otra que el yuan. Todo indica que el Gobierno estadounidense tiene que aceptar que los buenos viejos tiempos en los que podía simplemente pedir prestado para salir de los líos en los que se metía se han ido para no volver.

Cuando me dispongo a subir este escrito al blog, llega lo que debe ser un poco de bálsamo para el presidente Zapatero, porque viene a apoyar las medidas adoptadas. El laboratorio de ideas londinense Centre for Economics and Business Research (CEBR) calcula que, ante el último episodio de turbulencias en los mercados financieros y el fracaso de los líderes europeos para solucionar la crisis, Italia se verá «obligada al impago" para poder salir del bache, "pero España puede salir de esta sin hacerlo». La clave, señalan, es la carga que supone el excesivo volumen de deuda pública de Italia, que de hecho es la segunda por tamaño del mundo por detrás de la japonesa. El informe no deja en buen lugar ni a Roma ni a algunos políticos europeos: «El fracaso de los líderes europeos para solucionar los problemas económicos del euro antes de irse de vacaciones ha dejado a Italia y España en la estacada», afirma antes de incidir en la falta de compromiso de algunos de ellos. «El presidente Zapatero ha cancelado sus vacaciones de verano mientras el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, cuya vida cotidiana se asemeja a la de un club de vacaciones en realidad no ha renunciado a su plan de verano salvo para hacer un discurso inusual en el Parlamento».


Para analizar las posibilidades de cada país de evitar el impago, el CEBR ha sometido a sus cuentas públicas a dos escenarios macroeconómicos diferentes. En el primero de ellos, sus tasas de crecimiento y costes de financiación se recuperan y en el segundo, ambos factores siguen empeorando. Para España, incluso en el peor de estos dos escenarios su deuda pública no llegará a superar el 75% de su Producto Interior Bruto. «Hasta el momento, lo han conseguido», resalta el analista antes de recordar que la fortaleza de España está en estos momentos en el tirón de sus exportaciones. 

Los líderes europeos han prometido enmendarse después de vacaciones al anunciar que harán propuestas en este sentido antes de que finalice el verano. Mientras tanto, el tsunami se acerca.