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miércoles, 14 de agosto de 2019

Flores de los jardines de Dénia: el árbol de los dragones

Ahí donde lo tienen, con ese característico porte de árbol ramificado como un grotesco pincel, el drago canario (Dracaena draco) es un pariente de los espárragos con los que comparte familia (Asparagaceae), lo que no se debe evidentemente a su parecido externo, sino a que sus flores son muy semejantes.  
Nativo de las Islas Canarias y ahora en peligro de extinción en su hábitat natural (no llegan a 700 los ejemplares nativos censados), Dracaena draco es uno de los árboles más singulares y originales del mundo. Con tronco grueso y liso, ramas suculentas y hojas en forma de sable de color verde azulado, tiene un aura mágica que pocas plantas pueden igualar. Por lo demás, su capacidad de resistencia la convierten en la planta perfecta para nuestras tierras afectadas por la sequía.
Dracaena drago. A la izquierda flores muy aumentadas. A la derecha, inflorescencia.
Cuando los dragos son jóvenes tienen un solo tallo. Cuando tienen entre 10-15 años, el tallo deja de crecer y produce una primera ramificación de flores blanco-amarillentas perfumadas, las cuales, una vez fecundadas, darán unas bayas rojas. Pasada la floración, aparecen varios brotes terminales dispuestos como los dedos de una mano y el drago comienza a ramificarse. Cada rama crece durante unos 10-15 años y se vuelve a ramificar, por lo que al final una planta madura tiene forma de paraguas. 
Los dragos no forman un tronco leñoso con anillos de crecimiento. En los dragos viejos, como el famoso de Icod de los Vinos en el noroeste de Tenerife, el tronco masivo procede de grupos de raíces aéreas que emergen de las bases de las ramas más bajas y crecen hasta el suelo. Al descender a lo largo del tallo principal, se aferran firmemente a él, se fusionan y contribuyen a su crecimiento radial. 
Grabado realizado por el naturalista francés Sabin Berthelot del gran drago ubicado en el jardín de la Casa de Franchy, en La Orotava. Publicado en su obra Histoire Naturelle des Iles Canaries en 1838.
En los árboles que forman tronco con anillos de crecimiento, se puede calcular con relativa precisión su edad: tantos anillos, tantos años. No es el caso de los dragos. La edad del árbol solo se puede estimar por el número de puntos de ramificación antes de llegar a la copa. Como se ramifican cada 10-15 años, a cada punto de ramificación le corresponde una década a la baja o quince años al alza. El espécimen llamado “Drago Milenario” de Icod de los Vinos es la planta viva más antigua de esta especie. Su edad se estimó en 1975 en alrededor de 250 años, con una horquilla máxima de 365 años, muy lejos de los varios milenios que se le habían adjudicado hasta entonces con la alegría propia de quien ha abusado de los dulces vinos de Icod. 
Dracaena drago. Racimos de bayas.
Los guanches adoraron a un espécimen en Tenerife y ahuecaron su tronco para hacer un pequeño santuario. Alexander von Humboldt lo vio cuando visitó la isla entre el 19 y el 25 de junio de 1799. Tenía 21 metros de altura y 14 de circunferencia, y se estimaba que tenía 6.000 años. Fue destruido por una tormenta en 1868. 
Parterre a la izquierda de la entrada al garaje de la urbanización Los Áticos. 1, Dracaena drago. 2, Cordyline australis. 3, Olea europea. 4, Ficus benjamina variegata. 5, Strelitzia reginae. 6, Lantana camara. 7, Hebe sp. 8, seto de Pittosporum tobira sobre manto de Aptenia cordifolia
Las flores se producen en ramificaciones muy abiertas (panículas) de 15–160 centímetros de longitud; las flores individuales tienen 2,5 centímetros de diámetro, con una corola de seis lóbulos blanquecinos; huelen muy bien y constituyen un foco irresistible para los insectos polinizadores. El fruto es una baya de color rojo anaranjado de 1–2 cm de diámetro, que contiene varias semillas. 
La resina roja emana de un tronco de un viejo drago.
Como se puede comprobar con tan solo mirar la base de una hoja caída, los dragos tienen la savia de color rojo, lo que le convirtió en una planta muy codiciada para los alquimistas, brujos y curanderos del Medioevo, cuyas pócimas se basaban en mezclar cualquier cosa con “sangre de dragón”. Dado que nadie en su sano juicio ha visto jamás un dragón, se las arreglaban con los frascos de savia de drago que los marinos traían de Canarias o de algunas otras partes del mundo donde existen otras especies del género Dracaena (este nombre significa “dragona”). Así que ya saben, traducido al castellano Dracaena drago es, literalmente, “dragona dragón”.
Entre algunas de las propiedades que se atribuían a la savia estaban sus supuestos poderes para transformar metales en oro y para mantener la eterna juventud. Si bien la primera de las propiedades no cabe en cabeza alguna aunque a muchos ya les gustaría, para la segunda quizás los dragos tengan alguna propiedad que ayude a mantener a raya el paso de los años. 
Y es que su savia posee flavonoides que muestran una potente actividad antioxidante, antiinflamatoria, antiviral y antialérgica, así como un incierto papel protector frente a enfermedades cardiovasculares, cáncer y otras patologías. La savia, una vez seca y reducida a polvo se usó en medicina popular canaria para curar úlceras y hemorragias, y para el fortalecimiento de las encías y la limpieza de los dientes.
¡Dracarys!, ordena Daenerys de la Tormenta, la que no arde, rompedora de cadenas, madre de dragones, Khaleesi de los Dothraki, Reina de los Ándalos y los Rhoynar; la pantalla se ilumina con una gran llamarada procedente de las terribles fauces de la imponente bestia alada, mitad reptil, mitad lanzallamas…, pero árbol en su totalidad. © Manuel Peinado Lorca @mpeinadolorca.