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miércoles, 20 de marzo de 2024

La década malva: William Henry Perkin y la pasión por los colores

 


La mauveína o malveína (del inglés ‘mauveine’, malva), también conocida como púrpura de Perkin, malva o anilina morada, fue el primer colorante químico orgánico sintético. Por pura serendipia, un estudiante adolescente descubrió el primer tinte orgánico sintético de la historia, el del color malva. Fue un error rentable que demostró las enormes posibilidades de la química, una ciencia que a mediados del siglo XIX acababa de nacer y apenas tenía aplicaciones.

Con 15 años, William Henry Perkin (1838-1907), el menor de los siete hijos de George Perkin, un acomodado ebanista londinense, ingresó en el Real Colegio de Química. Con 17, era alumno del ilustre August Wilhelm von Hofmann, por entones empeñado en sintetizar quinina, un componente de la medicina contra la malaria, muy demandado en las colonias. En la Semana Santa de 1856, mientras Holfmann estaba de viaje visitando a su familia, Perkin probó una idea suya y oxidó la anilina para intentar obtener quinina.

Después de que uno de sus ensayos no produjera más que una zurrapa rojiza, procedió a limpiar el vaso de precipitados con alcohol. Entonces ocurrió algo sorprendente. Cuando el alcohol se combinó con el sedimento herrumbroso, se convirtió en un líquido purpúreo deslumbrante y hermoso. Perkin se dio cuenta de que había descubierto accidentalmente el primer tinte sintético, la anilina morada o malveína, también conocida en su honor como malva de Perkin.

La producción de la mayoría de los tintes era por entonces muy costosa y su destino estaba limitado a teñir los ropajes de los más ricos entre los ricos. El añil, por ejemplo, se obtenía del índigo, una planta subtropical de nombre evocador, Indigofera tinctoria, que era uno de los principales cultivos comerciales de la economía esclavista del sur profundo estadounidense.

En ese momento, el valor en peso del índigo era mayor que el del oro. Desde la Edad de Bronce, el púrpura de Tiro, tan raro y valioso que siempre se consideró el color imperial, se producía laboriosamente a partir de las excreciones de ciertos tipos de moluscos del género Murex. De la cochinilla, Dactylopius coccus, un insecto que parasita las pencas de las chumberas de cuya savia se nutre a través de un estilete bucal, se obtenía el ácido carmínico o cármico del que se produce laboriosamente el colorante natural carmín.

En comparación, el tinte que descubrió Perkin podía producirse a partir del alquitrán de carbón, abundantemente disponible y barato en la Gran Bretaña industrial. Y mientras que los tintes naturales tendían a desvanecerse rápidamente, las creaciones sintéticas de Perkin mantenían su color lavado tras lavado.

Perkin (segundo por la derecha) y sus colegas de la empresa de colorantes Perkin & Sons, probablemente tomada junto a su fábrica de Greenford Green, 1870. Los colegas de Perkin en la foto ison su hermano Thomas Dix Perkin (segundo por la izquierda), Stocks (detrás a la izquierda), Robert Williamson (centro) y James Thomas Brown (extremo derecho).


En cuanto Perkin estuvo listo para registrar una patente y lanzar un negocio de fabricación de tintes, el negocio comenzó a funcionar viento en popa. Con la moda de las faldas abombadas en auge, se necesitaba más tela que nunca para los vestidos de las mujeres y los colores a la moda estaban muy solicitados. El descubrimiento llegó en el momento adecuado. En medio de la Revolución industrial, Perkin revolucionó las industrias textiles y de tintes para crear una nueva industria: la química.

En la Exposición Real de 1862, la reina Victoria le dio su sello de aprobación cuando apareció con un vestido de seda teñido de mauveína. Se hizo tan popular que se le denominó "sarampión malva". El color malva se convirtió en parte de la cultura victoriana y realmente estuvo a la altura de la moda entre 1856 y 1866. Incluso hoy en día, el color púrpura del malva sigue siendo una imagen popular de este período, gracias en buena medida, también a los famosos sellos malvas de seis peniques.


En pocos años, los colores que habían sido escandalosamente caros se volvieron asequibles para casi todas las personas. Perkin se convirtió en un hombre rico. Pero no cesó con su pasión por los tintes. Durante su carrera, inventó tintes sintéticos de muchos otros colores. Sus descubrimientos fueron mucho más allá de transformar el mundo de la moda. 

El malva de Perkin no solo supuso una revolución en la industria de los tintes, sino también en la medicina. Sus trabajos con tintes artificiales fueron fundamentales para que Walther Flemming pudiera colorear las células y estudiar los cromosomas al microscopio. También ayudaron a que el premio Nobel de Medicina de 1905 Robert Koch descubriera el bacilo responsable de la tuberculosis tras teñir el esputo de un paciente. Es más, el desarrollo de los colorantes sintéticos de Perkin fue crucial para los estudios de Paul Ehrlich, premio Nobel de Medicina en 1908 y pionero en la investigación sobre quimioterapia.

Cuando falleció en 1907 a los 69 años, era un científico consumado y muy reconocido. La Medalla Perkin, el mayor honor en la industria química de Estados Unidos, se otorga cada año al químico que ha realizado la mayor contribución a la aplicación práctica de la química.