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martes, 15 de agosto de 2017

Una máquina de disparar: el pepinillo del diablo


Un factor crítico en el ciclo vital de las plantas es el alejamiento de las semillas de la planta que las produce, la planta madre. Alejar a los hijos de las madres es importante porque, en organismos inmóviles y fijos al sustrato, los recursos son limitados, así que para evitar la competencia, las plantas han ideado métodos muy diferentes para dispersar las semillas. Unas se valen del viento (anemócoras; del griego anemos, viento, y choras, dispersión), otras de los animales (zoócoras) y otras del agua (hidrócoras). Pero hay algunas que se bastan por sí solas, son autócoras. Entre ellas destacan las que usan presiones internas: son las maravillosas plantas ballócoras (literalmente dispersión balística). Uno de los ejemplos más extraños se encuentra en una planta mediterránea, el pepinillo del diablo o pepinillo con propulsión a chorro, Ecballium elaterium.
No hay que buscar muy lejos para encontrarlo. Cualquier medio frecuentado por el hombre o los animales en el que abunden los nitratos puede ser el hogar de esta curiosa planta. Escombreras, barbechos, muladares, vertederos, bordes de caminos y carreteras, alrededores de viviendas, apriscos y solares son los hábitats en los que hay que buscarlos. No hay que insistir mucho, con poco esfuerzo aparecerán estos curiosos miembros de la familia Cucurbitaceae, la misma de calabazas, pepinos y melones.
El nombre de pepinillo del diablo alude a su toxicidad. Ya era utilizado en el Antiguo Egipto, como se recoge en numerosos papiros. Se usaba como purgante drástico. Toda la planta en conjunto es tóxica, porque contiene elaterina, un tóxico de una acción muy purgante que afecta mucho al tubo digestivo y que en dosis elevadas puede llegar a producir la muerte.
Flores masculinas
El pepinillo del diablo tiene tallos rastreros, hojas acorazonadas de forma triangular, gruesas e irregularmente dentadas, cuyo envés es áspero por sus duros pelos, desagradables al tacto pero no espinosos. Cuando se encuentra algún ejemplar hay que comprobar si se trata de un macho o de una hembra, porque, como nosotros, muchos pepinillos tienen sexos separados: tiene las flores masculinas en un pie de planta y las femeninas en otro. A veces, también aparecen plantas con flores de los dos tipos.
Las flores son amarillentas, ligeramente acampanadas, de unos 2,5 cm de diámetro, con cinco sépalos verdosos y cinco pétalos. Las masculinas tienen cinco estambres, uno libre y los otros cuatro soldados de dos en dos. Las flores femeninas tienen cinco carpelos, situados inmediatamente debajo del cáliz (disposición ínfera). Cuando está maduro, el fruto (una pepónide especial llamada sarcoelaterio), es ovoide y péndulo, muy característico, de 4 a 5 cm de longitud, sostenido por un largo pedúnculo.  
Cuando el fruto va madurando, los tejidos que rodean las semillas comienzan a descomponerse. La descomposición crea una gran cantidad de líquido mucilaginoso que va incrementando la presión hidrostática interna. Y cuando digo presión, digo mucha presión. Algunas mediciones han revelado que en el momento de máxima maduración, las presiones internas pueden llegar a más de 27 atmósferas, que es 27 veces la cantidad de presión atmosférica que experimentamos al estar de pie al nivel del mar. Para hacernos una idea cabal, la presión de los neumáticos de un vehículo convencional ronda las dos atmósferas.
Flor femenina y frutos
Conforme se alcanza la presión máxima, el punto de unión del pedúnculo comienza a debilitarse. Con toda esa presión empujando, no pasa mucho tiempo antes de que comience el espectáculo, es decir, el momento estelar por el que algunos lo llaman pepinillo de propulsión a chorro. El fruto se ha ido hinchando poco a poco hasta que la presión interior lo rompe. Por el orificio que queda al separarse en una fracción de segundo la base del fruto del pedúnculo, todo el mucilago presurizado sale disparado hacia atrás llevando el precioso cargamento de semillas con él. Cuando el fruto está maduro, el más mínimo roce provoca su estallido por la presión hidrostática.
El resultado es sorprendente. Disparadas como balas, las semillas pueden alcanzar seis metros de distancia de la planta madre. Alejarse del entorno competitivo que rodea inmediatamente de sus progenitores es el primer paso en el éxito de cualquier planta. El pepinillo del diablo hace precisamente eso. No es de extrañar que sea una planta que abunde por todas partes.© Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.