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sábado, 27 de agosto de 2016

La Marsellesa: la canción que ahorró muchos cañones


El pasado 10 de julio veía en la televisión la final de la Eurocopa que enfrentó a Francia y a Portugal. Con el Parque de los Príncipes a rebosar, la multitud, predominantemente francesa e ignorante de lo que le esperaba, entonó La Marsellesa, el himno francés que ha resistido el paso del tiempo y sobrevivido a regímenes hostiles que intentaron sustituirlo a causa precisamente de su carácter revolucionario y de su belicosa letra:
«Marchemos, hijos de la Patria, / ha llegado el día de gloria! / Contra nosotros, la tiranía alza su sangriento estandarte. (bis) / ¿Oís en los campos el bramido de aquellos feroces soldados? / ¡Vienen hasta vuestros mismos brazos  a degollar a vuestros hijos y esposas!».

Y viene luego el estribillo que se repite después de cada una de sus siete estrofas:
«¡A las armas, ciudadanos! / ¡Formad vuestros batallones! / ¡Marchemos, marchemos! / ¡Que una sangre impura inunde nuestros surcos!».

Hasta ahí todo perfecto, pero de ahí el personal no pasa. La Marsellesa tiene siete estrofas, pero los franceses no pasan de la primera. En su autobiografía la actriz Simone Signoret decía que hay un contenido revolucionario en la primera estrofa de la canción, pero que es un hecho sabido que «nadie conoce la segunda estrofa».

Como en los acontecimientos multitudinarios generalmente sólo se canta la primera estrofa, la ignorancia del pueblo francés sobre la letra de su himno es bastante comprensible. En abril de 1982 un curioso decidió conseguir el dato en la parisina biblioteca del Centro Georges Pompidou, que se supone constituye el depósito general de la cultura francesa. Le remitieron  a la sección 78 del segundo piso, donde está la sección de Música. En la consulta de un índice general de autores, no apareció Rouget de Lisle (ni por la R, la D o la L). Afortunadamente, un diligente funcionario de esa sección tenía idea de haber visto el himno francés por alguna parte. Rebuscó durante un buen rato entre los anaqueles y finalmente logró localizar la segunda estrofa de La Marsellesa, que transcribo por si me lee algún francés:
«Que veut cette horde d'esclaves / De traîtres, de rois conjurés? / Pour qui ces ignobles entraves /Ces fers dès longtemps préparés ? (bis) / Français, pour nous, ah ! quel outrage ! / Quels transports il doit exciter ! / C'est nous qu'on ose méditer / De rendre à l'antique esclavage !».

 «¿Qué pretende esa horda de esclavos / de traidores, de reyes conjurados? / ¿Para quién esas viles cadenas / esos grilletes de hace tiempo preparados? (bis) / Para nosotros, franceses, ¡ah, qué ultraje! / ¡Qué emociones debe suscitar! / ¡A nosotros osan intentar / reducirnos a la antigua servidumbre!».

No fue fácil hacer un himno nacional para Francia. En El genio de una noche. ‘La Marsellesa’, 25 de abril de 1792, uno de los capítulos de ese prodigio de síntesis histórica homeopática que es Momentos estelares de la Humanidad. Catorce miniaturas históricas, Stefan Zweig da a conocer algunos pormenores de la vida de su autor, así como el entorno en que se inspiró. El quinto momento estelar escogido por Zweig es el origen del himno nacional francés. Esa deliciosa crónica del escritor austriaco, publicada en 1927, sobre los hechos relacionados con el himno compuesto por Rouget de Lisle, que en rigor no era ni poeta ni compositor. Era un oficial de Ingenieros del ejército francés y prestaba servicio en Estrasburgo. Empecemos con la gestación de la obra.


Situémonos en Estrasburgo, año 1792, en la efervescencia de la Revolución Francesa. El 24 de abril llegó la noticia que todos esperaban: Francia había declarado la guerra a los reyes europeos en nombre de la libertad. Durante los días previos toda la ciudad bullía de entusiasmo. En los clubs y en los cafés se pronunciaban discursos enardecidos. Se gritaban fogosas proclamas: «Aux armes, citoyens! L’etendard de la guerre est deployé! Le signal est donné! Aux armes, citoyens! Qu’ils tremblent donc, les des potes couronnées! Marchons, enfants de la liberté!», y una y otra vez la multitud se exalta.

Por la tarde de ese mismo día, el burgomaestre ofreció un banquete a los oficiales de la guarnición. Por pura casualidad, se enteró de que el capitán del Cuerpo de Ingenieros Rouget de Lisle se las apañaba muy bien para componer ripios fáciles de repetir. Le propuso que compusiera lo antes posible una marcha militar para las tropas que tenían que partir, un canto de guerra para el ejército del Rhin que al día siguiente marchará contra el enemigo.

Abrumado, de Lisle prometió hacerlo lo mejor que pudiera. El banquete duró hasta muy pasada la medianoche y sólo entonces el capitán volvió a su aposento. En su cabeza revoloteaban los gritos que había escuchado por las calles y muchas frases de las arengas y discursos bélicos que se habían pronunciado en la cena, frases aisladas tales como «Le tour de gloire est arrivé» o «Allons, marchons!». Apenas hubo llegado a su casa, se puso manos a la obra y esbozó unas cuantas estrofas. Luego sacó su violín del armario y ensayó una melodía para acompañarlas. A las dos horas, todo estaba listo.

Rouget de Lisle se acostó a dormir. A la mañana siguiente le llevó al burgomaestre la canción.  Recibió el título de Chant de guerre de l’armée du Rhin, pero poco después la popularizaron quinientos voluntarios que marchaban desde Marsella a París. Miles de parisinos aguardan en las calles para recibirles solemnemente. Y cuando los marselleses se acercaban, quinientos hombres cantando el himno como si lo hicieran con una sola garganta y marcando el paso, la multitud escuchaba con atención. ¿Qué himno espléndido e irresistible es ése que cantan los marselleses?, se pregunta la gente. La primera gran victoria de La Marsellesa –que así se llama pronto el himno de Rouget- acaba de conquistar París.

Se extiende como un torrente desbordado. En uno o dos meses, se había convertido en la canción del pueblo y de todo el ejército. Los generales enemigos, que sólo pueden alentar a sus soldados con la vieja receta de la doble ración de aguardiente, ven con horror que no tienen con qué enfrentarse a la fuerza explosiva de ese himno aterrador. Lo sabía muy bien Napoleón cuando dijo «Esta música nos ahorrará muchos cañones». La Convención Revolucionaria procedió después a ungir la canción como himno nacional (1795).

Pero antes de que el himno fuera definitivamente adoptado por Francia, debió atravesar por situaciones difíciles. Su letra, uno de los primeros himnos que no nombra a Dios, está repleta de amenazas explícitas («Temblad, tiranos, y vosotros, pérfidos, oprobio de todos los partidos, ¡temblad! ¡Vuestros planes parricidas recibirán por fin su merecido!») contra los enemigos del país, así como de referencias antimonárquicas. El contenido revolucionario de la letra motivó que Napoleón se olvidara de aquello del “ahorro de cañones” y una vez ungido Emperador la prohibiera hacia 1804 y que la prohibición fuera después ratificada por el nuevo rey Luis XVIII (1815). Luego, volvió a ser rehabilitada por la revolución siguiente durante la III República (hacia 1830); otro emperador, Luis Napoleón III, volvió a prohibirla en 1852. La situación se mantuvo hasta 1879, cuando el Gobierno francés de la III República volvió a rehabilitarla como himno nacional. Durante 1940-1945 fue nuevamente prohibida, y su canto era considerado como un elemento de resistencia a la ocupación alemana y al gobierno colaboracionista de Vichy.

La prohibición durante la Francia ocupada es el telón de fondo de una de las mejores escenas de Casablanca (1942), la película de Michael Curtiz, que narra un drama romántico en la ciudad marroquí bajo el control del gobierno de Vichy.  En el local nocturno de Rick Blaine (Humphrey Bogart) se vive un duelo de himnos entre un pequeño grupo de alemanes que canta Die Wacht am Rhein (El guardia sobre el río Rhin), acompañados de un piano, y un numeroso grupo de franceses que termina imponiendo su melodía nacional, por entonces prohibida en Francia. «Toquen la Marsellesa», reclama uno de los personajes a la orquesta, antes de que las voces francesas se coman por completo a las alemanas.

Y es que resulta difícil vencer al peso histórico de una canción que nació en tiempos bélicos.

Aquí les dejo un enlace con la canción completa cantada por Edith Piaf y subtitulada en castellano.