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martes, 2 de agosto de 2016

Gladio 2: 24 de septiembre, el día que comenzó la Guerra Fría

La caída del muro de Berlín en 1981 significó también el desmoronamiento del «Iron Curtain» (Telón de Acero), un término acuñado por Winston Churchill en 1945 en su famoso discurso en la Universidad de Fulton para referirse a la frontera, física e ideológica, que separaba a los países que, tras la Segunda Guerra Mundial, habían quedado bajo la influencia militar, política y económica de la Unión Soviética de los países occidentales regidos por democracias capitalistas.

En una entrada anterior me ocupé de las raíces ideológicas y políticas en las que se sustentó la guerra fría, cuyo objetivo fundamental fue asegurar y extender a escala mundial un determinado orden político, económico y social disfrazándolo como un combate entre el «comunismo» y el «mundo libre», el eufemismo con el que se pretendía enmascarar el término «capitalismo», un término que los defensores del «mundo libre» fundamentado en el modelo de la «libre empresa» desterraron del discurso políticamente correcto por más que fuera ese el que usaban para definirlo sus enemigos del bando comunista.

Para mantener su hegemonía política y económica, ambos bandos emplearon todos los medios a su alcance. Desde sus orígenes fue una lucha desequilibrada por las condiciones de las que Estados Unidos y la URSS emergieron de la II Guerra Mundial. Estados Unidos había salido enormemente reforzado de ella, porque como recordaba uno de los principales ideólogos de la guerra fría, el diplomático George Kennan, en su famoso Telegrama Largo del que me ocupé en esta entrada.

Por el contrario, la Unión Soviética fue el país más gravemente afectado. En palabras del historiador Josep Fontana (Por el bien del imperio, 2011: 25): 
[la URSS] perdió una cuarta parte de su riqueza nacional y tuvo unos 27 millones de muertos, de los que las tres cuartas partes eran hombres de entre quince y cuarenta y cinco años. En la franja de territorio que habían ocupado los alemanes apenas quedó intacta una sola fábrica, granja colectiva, mina o zona residencial. Se arrasaron 1.710 ciudades y unas 70.000 aldeas; distritos enteros sufrieron tal devastación que la actividad agrícola cesó en la práctica. […] A la destrucción se sumó de inmediato el hambre. La cantidad de alimentos disponible por persona era en 1945 mucho menor que en 1939, y la situación se vio agravada por la combinación de una sequía que arruinó las cosechas de 1946 en buena parte del mundo y del frío invierno de 1946 a 1947. El hambre se extendió no sólo por Europa y por la Unión Soviética (donde la producción de pan carne y manteca había caído a menos de la mitad de la de 1940) […].

Mientras que la potencia económica y militar de los estadounidenses les permitió ocuparse de extender la lucha contra el «comunismo ateo» por todo el mundo, la debilitada URSS se centró en controlar su propio territorio mediante las purgas estalinistas y los gulags siberianos denunciados por Aleksandr Solzhenitsyn, y en impedir que escaparan de su esfera de influencia un puñado de países centroeuropeos que actuaban como tampón frente a la Europa occidental. La Conferencia de Yalta había dado a la Unión Soviética el control de Europa central. Para conseguirlo, Stalin no impuso el sistema soviético en toda su esfera de influencia, sino que creó gobiernos de coalición prosoviéticos, en los que los comunistas locales obtenían cuando menos el control de la policía y las fuerzas de seguridad.

Churchill, Roosevelt y Stalin
en la conferencia de Yalta
A pesar de ese debilitamiento que no escapaba a los analistas independientes y a quienes tenían ocasión de visitar el «paraíso comunista», la obsesión de las élites políticas de Washington y las militares del Pentágono fue hacer creer al mundo que el enemigo era más fuerte de lo que era. Hacerlo era vital para el llamado Complejo Industrial-Militar, un concepto que se aplica a los intereses económicos basados en una política militarista e imperialista interesada en mantener la carrera armamentística para hacer una sustanciosa caja. Su divulgación se realizó a partir del discurso televisado de despedida del presidente Dwight Eisenhower al terminar su mandato en 1961 en el que denunció el peligro que dicho Complejo suponía para el ejercicio de la democracia (la referencia al complejo puede obtenerse en este enlace, y el audio del discurso presidencial puede obtenerse en este otro).

Stalin temía que las potencias capitalistas lo acorralaran. En su país, se mantenía alerta. Pensaba que los que habían sido prisioneros de guerra de los alemanes y habían visto lo que era Occidente, podrían traicionarlo. Miles de personas fueron arrestadas. Estados Unidos sabía lo que estaba ocurriendo, pero consideraron que era un problema interno. Para ellos, lo fundamental era que la mancha comunista no contaminara más allá del Telón de Acero. Entonces, en 1946, llegó la crisis de Irán.

USS Missouri
Finalizada la guerra, Stalin comenzó a presionar a Turquía para lograr que los barcos de guerra rusos pudieran pasar por la región conocida como los “Estrechos”, los Dardanelos y el Bósforo. Estados Unidos y Gran Bretaña temían por el Canal de Suez. Estaban decididos a evitar que la Unión Soviética interviniera en Turquía. Como Gran Bretaña no estaba en condiciones de exhibir músculo bélico, Truman hizo una demostración de fuerza. En una decisión que sobrepasaba todo lo razonable, cuando el embajador de Turquía murió repentinamente en Washington, Truman envió su mayor barco de guerra, el “Missouri”, para entregar el cuerpo en Estambul.  En las memorias que publicó a los 90 años el que fuera asesor militar de Truman, George Elsey, escribió: 
«Era un mensaje para Stalin: “No nos provoque y no provoque a Turquía porque, si provoca a Turquía, estaremos allí”.»
Al igual que Turquía, Irán quedaba al sur de la Unión Soviética y había sido hostil a Rusia durante siglos. Durante la guerra, las tropas soviéticas y británicas habían ocupado Irán para garantizar sus respectivos suministros de petróleo. Incluso firmaron su alianza allí. El ex sha, de quien se pensaba que era pronazi, fue destituido y reemplazado por su hijo, Mohammed Reza Pahlevi. Se había acordado que cuando la guerra terminara las tropas británicas y soviéticas se retirarían. Cuando llegó el momento de la retirada, Stalin no quiso replegarse y eso creó problemas. Los británicos, que no estaban en condiciones de enfrentarse a la URSS, comenzaron a meter presión.

La crisis de Irán de 1946 fue la primera que tuvo que enfrentar el recién creado Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La Unión Soviética intentó evitar que discutiera el tema pero no lo logró. Con el jefe de la delegación Gromyko a la cabeza, los rusos se retiraron del debate. Sin embargo, este incidente produjo un resultado positivo: el Consejo de Seguridad se mantuvo firme. Con un alarde de pompa y ceremonia, seis semanas después la Unión Soviética retiró sus fuerzas de Irán. A pesar de ello, Truman se afirmó en su creencia de que Stalin tenía como objetivo dominar el mundo.

Harry S. Truman
Truman, que según dijo quería «estar en condiciones de documentar lo que nos preocupa», encargó al secretario de Estado Clark Clifford un informe que repasara «los acuerdos recientes y enumere, una por una, las violaciones cometidas por los soviéticos». Clifford, con la ayuda del consejero presidencial George Elsey, redactó el informe que llevaría el nombre de ambos y que presentó el 24 de septiembre, el día en el que el Clifford estaba convencido de que comenzó la guerra fría. El informe contenía las semillas del Plan Marshall y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y los principios básicos sobre los que el Presidente cimentó sus desconfianza hacia las intenciones soviéticas. En el informe se expresaba con toda claridad que «los líderes soviéticos creen que es inevitable un conflicto entre la Unión Soviética y los estados capitalistas, y que su deber es preparar a la Unión Soviética para este conflicto», lo que obligaba a los Estados Unidos a mantener una fuerza militar suficiente para frenarles.

En un apocalíptico discurso dirigido al Congreso el 11 de marzo de 1947, el presidente sentó las bases de lo que llamó desde entonces la «Doctrina Truman». Si con la «Doctrina Monroe» el quinto presidente estadounidense anunció en 1823 aquello de que «América para los americanos», la anunciada por el trigésimo tuvo un objetivo global: 
«Creo que debemos ayudar a los pueblos a forjar su propio destino [...]. Cada nación debe escoger entre dos modos de vida opuestos. [...] Uno reposa sobre la voluntad de la mayoría y se caracteriza por sus instituciones libres, por un gobierno representativo, por elecciones libres, por la garantía del mantenimiento de las libertades individuales y por la ausencia de cualquier opresión política [...]. El otro reposa sobre la voluntad de una minoría impuesta por la fuerza a la mayoría. Se apoya en el terror y en la opresión, tiene una prensa y una radio controladas, unas elecciones amañadas y la supresión de las libertades personales».
La doctrina era un cheque en blanco para la intervención que utilizarían a fondo tanto Truman como quienes le sucedieron en la Casa Blanca al menos hasta el fin de fiesta decretado por Gorbachov. Según Andrew J. Bacevich (American Empire: The Realities and Consequences of U.S. Diplomacy), durante cuarenta años la auto atribuida obligación de Estados Unidos de «dar apoyo a los pueblos libres proporcionó cobertura moral y política para acciones abiertas y encubiertas, sensatas e insensatas, afortunadas o fracasadas en cualquier parte del mundo».

De las palabras se pasó a los hechos, creándose un par de agencias, CIA y NSA, encargadas de la “seguridad nacional” entre cuyas numerosas metástasis estaba asegurarse de que comunistas y socialistas no llegaran al poder en la inmensa mayoría de países que estaban, lo quisieran o no, bajo su esfera de influencia. Además de ambas agencias federales, los Estados Unidos impulsaron que sus aliados de guerra constituyesen una alianza conjunta, la OTAN, que desde el momento mismo de su fundación estuvo encargada de controlar cualquier desvío demasiado escorado hacia la izquierda en los territorios de sus socios.

En el mundo bipolar que surgió de las conferencias de Bretton Woods, Yalta y Postdam, con Gran Bretaña convertida en un satélite de Estados Unidos, la OTAN, junto con las agencias norteamericanas y el M-16 británico tendrían que actuar en las bambalinas del tablero geopolítico internacional en el que únicamente quedaban dos jugadores. A cara descubierta, los norteamericanos comenzaron a instalar bases militares en Grecia y Turquía y aumentaron el número de soldados en Europa occidental. Por la puerta de atrás, se encargaron de desestabilizar cualquier intento llegada al poder de los partidos de izquierda en este lado del Telón del Acero en el que habían convertido a todo aquel que no estaba bajo la alicorta influencia rusa.  

Grecia e Italia serían los primeros países europeos en sentir los efectos miríficos de la catequesis de Harry S. Truman.