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sábado, 6 de agosto de 2016

Gladio 4: Operación Piano Solo

Con la elección de John F. Kennedy como presidente en enero de 1961, la política de Estados Unidos hacia Italia cambió con respecto a la practicada por sus antecesores, los también miembros del Partido Demócrata Harry S. Truman y Dwight Eisenhower. El nuevo presidente compartía un análisis de la CIA según el cual «el avance de los socialistas, incluso sin intervención externa, prueba que, en Italia, la sensibilidad de izquierda tiende hacia una forma democrática de socialismo»[i]. Kennedy estaba dispuesto a permitir que en las inmediatas elecciones generales Italia se inclinara hacia la izquierda.

Pero una cosa es lo que pensaba el presidente y otra muy distinta lo que sostenían los halcones de Washington. Según cuenta el historiador Paul Ginsborg en su Historia Contemporánea de Italia (p. 510)[ii], el secretario de Estado Dean Rusk informó al presidente que Riccardo Lombardi, del ala izquierda del Partido Socialista Italiano (PSI), había reclamado públicamente el reconocimiento de la República Popular China y la retirada de las bases militares estadounidenses de Italia, incluyendo la de la OTAN, y que había declarado además que el capitalismo y el imperialismo eran enemigos que había que combatir. «¿Ese es el partido con el que Estados Unidos debe negociar?», preguntaba un escandalizado Rusk en un telegrama dirigido el 18 de octubre de 1961 al embajador en Roma Frederick Reinhardt. «Aquello llevó a una situación absurda en la que el presidente Kennedy se encontraba en oposición con su secretario de Estado y con el director de la CIA» (Kwitny, 1992).

Vernon Walters
En la embajada romana, Reinhardt y el jefe de operaciones de la CIA, Thomas Karamessines, algo así como el ««jefe directo de James Bond», se pusieron manos a la obra para estudiar la mejor manera de pararle los pies a Kennedy. Si había algún anticomunista en la CIA, ese era Vernon Walters, el hombre que «había participado directa o indirectamente en más golpes de Estado que cualquier otro en la administración estadounidense» (Kwitny, 1992). Evidentemente, Walters no se andaba con rodeos: propuso que si Kennedy permitía que el PSI ganara las elecciones, Estados Unidos tendría que invadir Italia. Como no tenía ninguna intención de poner en marcha una tercera guerra mundial, Karamessines sugirió prudentemente hacer la guerra, sí, pero de tapadillo y sin que nadie supiera de quién era la mano que mecía la cuna. Justo la especialidad de Gladio: fortalecer los movimientos que se oponían a la izquierda en Italia y poner en marcha a sus colaboradores en las cloacas del Estado.

Además, ¿para que invadir desde fuera si tu quinta columna puede hacerlo desde dentro? Por otro lado, Kennedy, que debía tener muy en cuenta la advertencia que su predecesor había hecho en su discurso de despedida sobre los halcones del “Complejo Industrial Militar”, que él mismo había sufrido en sus carnes con el gatillazo de Bahía Cochinos, no debía estar interesado en invadir otra cosa que no fuera el escote de Marylin.

En 1963, el “compromiso histórico” se concretó cuando el PSI asumió varias carteras ministeriales en el Gobierno la Democracia Cristiana (DC) presidido por Aldo Moro. Allí fue la de Troya. Mientras que las cloacas del Estado aprestaban la dinamita y afilaban las bayonetas, mientras que en el Vaticano se rasgaban las vestiduras y se mesaban los cabellos, los comunistas italianos, que provenían de una reciente escisión del PSI, también exigieron entrar en el Gobierno, invocando con toda razón los buenos resultados que habían obtenido en las elecciones. En mayo de 1963, el sindicato de trabajadores de la construcción, controlado por el PCI, organizó en Roma una manifestación exigiendo su parte en el pastel gubernamental. Aquello inquietó a la CIA, que encargó a miembros del ejército secreto Gladio vestidos de policía y de paisano la tarea de reprimir aquellos movimientos. Más de 200 manifestantes resultaron heridos. Un aperitivo del plato fuerte que se cocinaba en la Embajada americana.

En noviembre de 1963, el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas. Campo expedito. Si algo le molestaba al tejano Lyndon B. Johnson eran los comunistas y compañeros mártires. Cinco meses más tarde, la CIA, los servicios de inteligencia militar italianos (SIFAR), los agentes de Gladio y los carabinieri protagonizaron un conato de golpe de Estado que obligó a los socialistas a renunciar a sus ministerios.

Aquel golpe, que los conjurados llamaban «Piano Solo», estuvo dirigido por el general Giovanni De Lorenzo, el ex jefe del SIFAR, que ¡oh casualidad! había sido nombrado jefe de los carabinieri por orden del ministro de Defensa, Giulio Andreotti, el perejil de todas las salsas que se cocinaban en las reboticas italianas de aquel tiempo. En estrecha colaboración con Vernon Walters, con el jefe de la estación CIA en Roma, William Harvey, y con el comandante de las unidades del Gladio en el seno del SIFAR, el coronel y neofacista Renzo Rocca, De Lorenzo puso en marcha la guerra clandestina. La primera vez que Rocca utilizó su ejército secreto fue para volar las oficinas de la DC y la sede de varios periódicos, cargándole el mochuelo a la izquierda con la loable intención desacreditar a comunistas y socialistas (Brozzu-Gentile, 1994: 77).

Como el tiempo se encargaría de demostrar, De Lorenzo era un pájaro de cuenta. Además de organizar el golpe, el espadón se convirtió en émulo de Edgar Hoover: espiaba, por orden de Karamessines, a toda la clase dirigente italiana con el loable propósito de chantajearlos en nombre del bien de la Patria. Se interesaba especialmente en las relaciones extraconyugales, homosexuales y en la prostitución con hombres o mujeres, es decir, en todo lo que permitiera tener a las élites italianas agarradas «por las pelotas», como le gustaba decir a Hoover. Amenazándolos con sacar a la luz pública informaciones comprometedoras, los servicios secretos pudieron presionar durante años a políticos, eclesiásticos, hombres de negocios, responsables sindicales, periodistas y magistrados. De Lorenzo llegó incluso a instalar micrófonos en el Vaticano y en el Quirinale, permitiendo así a la CIA escuchar y grabar las conversaciones hasta en las más altas esferas del poder italiano.

El 25 de marzo de 1964, como el Gobierno Moro se mantenía mal que bien, De Lorenzo, que, según puede leerse en el informe de la investigación senatorial de 1995 sobre Gladio, no se andaba con chiquitas, ordenó a sus huestes en la sombra «ocupar a su señal las agencias gubernamentales, los principales centros de comunicaciones, las sedes de los partidos de izquierda, los locales de las publicaciones más favorables a la izquierda así como los edificios de la radio y de la televisión. Las agencias de prensa debían ser tomadas únicamente durante el tiempo necesario para destruir las rotativas e impedir la publicación de los periódicos». Un clásico del golpe de Estado que De Lorenzo insistió en que se realizara «con la mayor determinación y vigor posibles sin dejar lugar a la vacilación o la duda», lo que finalmente logró, habida cuenta de que según el citado informe, el jefe de los carabinieri consiguió que sus agentes actuaran «rabiosos y exaltados». Recuerde, lector, a la olivácea cofradía de Tejero entrando en el Congreso un 23 de febrero.

Los miembros de Gladio, a los que se había entregado una lista de varios centenares de nombres de socialistas y comunistas, tenían orden de secuestrarlos a todos para luego ponerlos a buen recaudo a Cerdeña, en donde gozarían de pensión completa en los barracones del Centro de Entrenamiento para Sabotaje del SIFAR. En una atmósfera de gran tensión, el ejército secreto se preparaba para entrar en acción.

El 14 de junio de 1964, De Lorenzo dio la orden de inicio y penetró en Roma con blindados, camiones cargados de tropas, jeeps y lanzagranadas mientras que las fuerzas de la OTAN realizaban en la región maniobras militares de gran envergadura cuyo objetivo era intimidar al gobierno italiano. Astutamente, el general preparó la demostración de fuerza en enmascarándola en el desfile con el que se celebraba el 150 aniversario de la creación del cuerpo de carabinieri. Ese día, en compañía del presidente italiano Antonio Segni, fanático anticomunista y capitán Araña de la operación Piano Solo, De Lorenzo se vistió su uniforme de gala, se cargó el pecho de medallas y asistió radiante al desfile de las tropas. Los escamados socialistas italianos notaron que, contrariamente a lo acostumbrado, tropas y tanques no tomaron las de Villadiego al terminar el desfile, sino que se mantuvieron cómodamente desplegados en Roma durante todo el mes de mayo y parte del mes de junio de 1964.

Aldo Moro
Pero si alguien estaba escamado ante el inesperado picnic castrense, ese era el primer ministro Aldo Moro, que llamó a capítulo al general De Lorenzo. Si algo no hubo allí fueron la luz y los taquígrafos, pero es de suponer que aquella debió ser una más que curiosa entrevista entre un primer ministro inerme y un general golpista que tenía en mente darle una patada en el trasero para instaurar un régimen político más autoritario con un militar a la cabeza, por supuesto. Sea como fuere, después de aquella entrevista los socialistas abandonaron sus ministerios sin protestar y propusieron unos representantes moderados para conformar el segundo gobierno de Aldo Moro. Los partidos políticos comprendieron de pronto que podían ser expulsados del poder. De producirse un vacío del poder debido a un fracaso de la izquierda, la única alternativa habría sido un «gobierno de crisis», recordó años más tarde el socialista Pietro Nenni, «y en el contexto político del país aquello hubiera significado un gobierno de derechas»(Collins, 1976: 64). Así fue como se contrarrestó y se hizo fracasar los esfuerzos de la primera coalición de izquierda, quizás el único intento real de proyecto reformador en la Italia de postguerra.

La revelación de la existencia de los ejércitos secretos provocó considerable conmoción e impulsó una investigación parlamentaria que reveló la existencia de expedientes muy documentados sobre las vidas de más de 157.000 ciudadanos. En julio de 1968, cuando iban a interrogar al coronel Renzo Rocca, quien había declarado que estaba dispuesto a tirar de la manta, apareció muerto en su vivienda con una bala en la cabeza el día antes de su comparecencia. Un juez tan probo como incauto que trató de aclarar el asesinato fue apartado del caso por sus superiores. Nunca más se supo. Caso cerrado.

Al declarar ante los investigadores, De Lorenzo se vio obligado a reconocer que había conformado expedientes por orden de Estados Unidos, de la OTAN y del Vaticano. La guerra secreta de la CIA quedaba, en cambio, fuera del campo de investigación de los parlamentarios italianos. Después del escándalo, el SIFAR fue rebautizado como SID y se confió su dirección al general Giovanni Allavena, otro fascista de tomo y lomo. El parlamento ordenó a De Lorenzo la destrucción de todos los expedientes secretos. De Lorenzo se cuadró y aplicó la orden a rajatabla. Los destruyó pero tomando la precaución de entregar copia a Karamessines y a Allavena, el nuevo jefe de los servicios secretos. Todo un detalle de inestimable valor que permitía controlar Italia desde adentro.

En 1966, Allavena fue reemplazado en sus funciones por el general Eugenio Henke, pero no por ello renunció a la lucha anticomunista. En 1967 fue admitido en una logia masónica anticomunista secreta llamada «Propaganda Due» (Conocida en español como la logia P2), y le entregó a su Venerable [el jefe de la logia P2], Licio Gelli, una copia de los 157.000 expedientes secretos.

Pero la P2 y Licio Gelli merecen una entrada aparte.


[i] Según cuenta en su libro Honorable Men: My Life in the CIA (p. 136) el que fuera director de la CIA entre 1973 y 1976 William Egan Colby. 
[ii] Ginsborg, P. (2003) A History of Contemporary Italy: Society and Politics, 1943-1988.