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lunes, 22 de agosto de 2016

El marido perfecto

Si buscáis los máximos elogios, moríos.
Epitafio de Enrique Jardiel Poncela. 

Mi amigo Luis P. está muy preocupado. A sus cincuenta y pico años ha encontrado una mina de treinta y cinco (lo de mina sea dicho como un argentinismo que aprehendí y aprendí en el muy recomendable El mundo ha vivido equivocado, de Roberto Fontanarrosa). Las minas, como la tierra, piensa Luis, hay que trabajarlas. Teme que los tiempos han cambiado y que seguramente su comportamiento conyugal previo a esta nueva conquista huele ya a naftalina. 

Como receta infalible, le recomiendo el un aún más rancio Manual del marido perfecto, incluido en El libro del convaleciente, que escribió en 1938 el polifacético escritor español Enrique Jardiel Poncela, autor, entre otras, de una comedia -Como mejor están las rubias es con patatas- que viene como anillo al dedo al oxigenado pelo de la mina.

Según don Enrique, las cuarenta y cuatro cualidades que ha de reunir el hombre para ser un marido perfecto son, «según opinión de las mujeres»:

1º.- Ser guapo y no saberlo.
2º.- Ser rico o ganar tanto dinero como si fuera rico.
3º.- Ser joven o viejo pero elegante.
4º.- No ir solo a ningún sitio.
5º.- No tener amigos.
6º.- No salir por las noches.
7º.- No gastar un céntimo en su persona ni tener obligaciones particulares.
8º.- No fumar, o fumar sólo una vez al día encerrado en el cuarto de baño.
9º.- No incomodarse nunca al abrocharse el pasador del cuello.
10º.- Despertar sonriente todas las mañanas.
11º.- No mezclarse en los gastos de la casa.
12º.- Creer que los precios del mercado suben todos los días.
13º.- Acompañar a su mujer a todos aquellos sitios a los que la mujer desee ir acompañada por él.
14º.- No acompañar a su mujer a aquellos sitios a los que la mujer desee ir sola o con amigos.
15º.- Pagar sin rechistar todas las cuentas.
16º.- Reconocer todas las semanas que su mujer necesita otro sombrero, otro abrigo, otro vestido, otros zapatos, otro bolso y otros juegos de ropa interior.
17º.- Ir a misa siempre que la mujer quiera, para aprender a contestar amén a todo lo que ella diga.
18º.- Trabajar sin descanso para ganar cada vez más, o para aumentar constantemente su fortuna.
19º.- Reconocer que como su mujer no hay dos en el mundo en talento, elegancia, belleza y discreción.
20º.- Dar cuenta de todos sus actos y no pedir cuenta de ningún acto de su esposa.
21º.- Tener siempre una charla agradable, atractiva, ingeniosa e interesante.
22º.- Acomodar todos sus gustos a los gustos de su mujer.
23º.- Ponerla al tanto de sus negocios y callar en sus informes cuando ella empiece a bostezar, cosa que ocurrirá a los tres o cuatro segundos de comenzar a hablar él.
24º.- Declarar que todas las mujeres del mundo, a excepción de su mujer, son unas fachosas.
25º.- Reconocer que cada vez que él habla no dice más que majaderías, pero que todas las majaderías que dice su mujer son cosas geniales.
26º.- Bailar como un profesional, pero no bailar con otras.
27º.- Saber cantar tangos.
28º.- Adivinar de una ojeada cuándo su mujer está alegre o triste, melancólica u optimista, con gana de quietud o de bulla.
29º.- No dar importancia a nada de lo que haga él, pero quedarse con la boca abierta de asombro ante todo lo que haga su mujer.
30º.- Traducir los defectos de su mujer en buenas cualidades.
31º.- Echarse a sí mismo la culpa de todo aquello de que su mujer sea culpable.
32º.- Estar enterado de cuanto ocurre en el mundo, para poder contestar puntualmente y de un modo completo cuando su mujer le pregunte: «¿Qué dicen los periódicos?»
33º.- Saberse de memoria las carteleras de todos los espectáculos, para contestar asimismo a la pregunta de ella: «¿A dónde podríamos ir esta noche?»
34º.- No tener hijos si su mujer desea no tener hijos.
35º.- Tener hijos inmediatamente si ella desea un niño de pronto.
36º.- Ser famoso, para que al entrar ella en un sitio público pueda oír decir a todo el mundo: «ahí va la mujer de Fulano».
37º.- Reunir cualidades suficientes para ser deseado de todas las amigas de su mujer, pero desdeñarlas olímpicamente.
38º.- Saber contestar a otras muchas preguntas que su mujer le hará a lo largo de los días, tales como: «¿Qué significa demulcente?», «¿Qué es tripartita?», «¿Qué quiere decir peculado?», «¿Qué hay que entender por rabassa morta?», «¿Qué es jai-alai?», «Explícame el significado de disimetría», etc.
39º.- Darle mil pesetas cuando ella pida quinientas, y darle diez mil cuando ella pida mil. Etc., etc.
40º.- Escoltarla en sus tardes de tiendas, deteniéndose horas enteras en los escaparates que a ella le interesen, y pasando de largo ante los escaparates que le interesen a él.
41º.- Reconocer, con su mujer, que tal actor, o tal escritor, o tal cantante, o tal boxeador, o tal malabarista es un hombre encantador, y hacer todo lo preciso para presentárselo inmediatamente.
42º.- No llegar jamás retrasado a la hora de las comidas.
43º.- Saberse el primer acto de todas las comedias, para explicárselo al llegar tarde al teatro por culpa del tiempo que ella tardó en arreglarse.
44º.- Saber de meteorología, para poderla informar de si al día siguiente va a llover o va a lucir el sol.

Encarezco a Luis que, sin necesidad de ir a misa, siga al dedillo la décimo séptima. Reconozco que las reglas vigésimo sexta y vigésimo séptima nunca las he cumplido por incompetencia manifiesta, pero con las restantes 38 me he defendido lo suficientemente bien como para seguir felizmente casado a pesar del virgiliano «Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus».