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miércoles, 31 de agosto de 2016

La metamorfosis del tonto útil


Cada día que ha amanecido, el número de tontos ha crecido.
Del refranero español

Históricamente, la derecha estadounidense insultaba llamando "tontos útiles" a todos los que se oponían al militarismo estadounidense; poco ha cambiado desde los tiempos de Ronald Reagan, cuando el actor metido a presidente buscó sellar en los 80 el tratado de control de armamento nuclear con la URSS. En aquella ocasión no solo mereció el despreciativo apodo de tonto útil, sino que, además, fue acusado de abandonar del campo de batalla. Acusar a Reagan de connivencia con los rusos es lo que quedaba por ver, pero uno puede leerlo negro sobre blanco en la impresionante lista de "tontos útiles", que cita la columnista Mona Charen en su libro Useful idiots (2004), que incluye desde políticos hasta estrellas de Hollywood: Al Gore, Ted Kennedy, Jimmy Carter, Jesse Jackson, Madeleine Albright, Katie Couric, Jane Fonda, Martin Sheen, y «otros liberales siempre dispuestos a culpar a Estados Unidos y a defender a sus enemigos».

Nada nuevo por estos lares. Era un clásico de la propaganda anticomunista de los tiempos del franquismo calificar de "tontos útiles" y "compañeros de viaje" a aquellos que, no siendo del PCE, caían en manos de la estrategia carrillista de ampliar el bloque antifranquista. Se trataba, en las postrimerías del franquismo, de juntar churras y merinas, de buscar aliados de variado pelaje pero unidos todos por el ansia de recuperar la libertad y de posponer las diferencias ideológicas para cuando, demostrada la inmovilidad del Movimiento (por menos de eso se ha concedido más de un premio Nobel, oiga), volvieran las añoradas urnas. Pero como la de la fregona o la del el submarino, la del tonto útil no es una invención carpetovetónica.

Aunque la figura del tonto a secas, tonto inútil o tonto lava existe desde el origen de los tiempos, su relevancia ganó enteros desde que los humanos trocaron su condición de individualistas por la de gregarios, que debió ser el instante mismo en el que nació la vida en sociedad. En esas sociedades prehistóricas de tribus y clanes en las que empezó a configurarse el poder y con él el orden establecido (la cachiporra, la trena, la pasma y el tentetieso arribaron poco después como inevitable consecuencia), fue cuando se empezó a vislumbrar el potencial latente de los tontos inútiles, previa mutación a tontos útiles.

Usando un término presuntamente acuñado por Vladimir Ilich Uliánov, (de mote Lenin), en la jerga política el término “idiota útil” o “tonto útil” era usado para describir a los simpatizantes de la URSS y compañeros mártires en los países occidentales y a la ladina actitud del régimen de la URSS y sus satélites hacia ellos: aunque tales simpatizantes se veían (ingenuamente) a sí mismos como aliados de la URSS, en realidad eran tratados con disimulado desprecio por los soviéticos quienes, sin importarles una higa, los utilizaban cínicamente en su propio beneficio.

En realidad, Lenin copiaba, porque en algunos de sus innúmeros (y muchos de ellos plúmbeos, qué le vamos a hacer: quien tiene boca se equivoca) escritos don Carlos Marx ya había definido perfectamente a ese tipo de individuos poco esclarecidos que, en defensa de un ideal que no tienen claro o sobre el que no han profundizado, se pueden transformar en títeres de otros grupos políticos y colaborar de forma involuntaria con intereses creados que escapan a su mente. Así, el término ‘tonto útil’ se emplea para designar a quienes curiosamente apoyan cambios, reformas o revoluciones lideradas por otras personas y organizaciones que mantienen un sistema político que no les beneficia. Eso sí, de momento salen en la foto.

Autorías y patentes de originalidad al margen, de la misma forma que otros crían gusanos de seda, el camarada Lenin, una vez aupado al machito del Kremlin (allí sigue el tío momificado, como cualquiera puede comprobar sin más que hacer la cola),  se debió percatar de lo beneficioso que resultaría para el triunfo de sus políticas igualitarias contar con el favor y el respaldo de los tontos a secas, eso sí, una vez transmutados en útiles, pues intuía –y no le faltaba razón- que su menguada mollera acarreaba consigo no poca facilidad para manipularlos, adoctrinarlos y llevárselos al huerto de sus sueños totalitarios.

Con Marx en la trastienda y con Lenin al timón, en algún indeterminado pero histórico momento del Edén soviético comenzó forjarse la metamorfosis del tonto a secas. Partiendo del estadio inicial al que podemos llamar estado de tonto inútil, tonto de capirote, chorra bobo o fase de inanidad manifiesta, primero vino la diferenciación a tonto aplicado o tonto sabelotodo, fase juvenil cuyo rasgo distintivo es esforzarse para ser cada vez más tonto, cualidad que se adquiere engullendo y mal digiriendo panfletos, libelos, folletos, proclamas, textos ininteligibles, monsergas sin cuento y cuantos libros de caballerías se pongan a tiro.  

Culminada con éxito esa ínclita fase, que podíamos denominar larvaria, de la que algunos afortunados logran venturosamente escapar por los pelos y con no poca fatiga, viene un segundo estadio, que algunos teóricos de la tontuna llaman de tonto crédulo (sinónimos: candoroso, inocente, ingenuo, cándido, sencillo, incauto, bonachón) o tonto a ciegas, denominación que se me antoja acertada habida cuenta de que quienes transitan por dicha etapa se creen todo lo que les dicen, piensan que llueve cuando les mean, comulgan con ruedas de molino, desayunan sapos y culebras, tragan carros y carretas y pican todo tipo de anzuelos. Concluye ahí la metamorfosis con la triunfante eclosión del adulto finalmente mutado en tonto útil.  Pero de la misma forma que la mariposa deviene en capullo, el tonto útil, si presta bien sus servicios, pasa a ser, si no capullo, sí tonto rentable, al que algunos zoólogos tocapelotas prefieren llamar tonto palanganero y los de la remonta tonto mamporrero.

Actuando a modo de escoba, los vientos que soplaron en España a partir de 1978 acarrearon la dicha de barrer, hasta ponerla en peligro de extinción, a una cumplida, inane y variopinta caterva de mentecatos que se vio de golpe y porrazo (democráticos) en la indefensión de carecer ideología que los movilizase, de trileros que los embaucasen y de pastores que los condujeran, como a los bueyes, uncidos al arado.

Pero hete aquí que, apeado ya el expuesto don Landelino de su fanal, en la legislatura 89-93 y sobre todo en la 93-96 la necesidad de componendas contra natura vino a prestar al país el inestimable servicio de recuperar a ese tipo de semovientes que estaban ya en peligro de extinción. De la capacidad del PCE para sumar en la Transición, se pasó a la inane estulticia de Julio Anguita para ser engullido por la estrategia de Aznar. Aznar, sí, el del bigote, el de la guerra de Irak. 

La derecha política, con Aznar a la cabeza, y la derecha mediática, comandada por Pedro Jota, Anson, Campmany (q.D.g.) Jiménez los Santos y varios camaradas del autodenominado sindicato del crimen, pusieron a punto una estrategia de garrotazo y tentetieso contra Felipe González. Embestir con cualquier cosa era buena para hacer desaparecer a los sociatas del Gobierno. Como dijo el propio Anson, por aquellos entonces preclaro director del ABC, o se conspiraba a tope contra el líder socialista o no habría forma humana de desalojarlo a base de votos. Como cada quien regala lo que le sobra, aquella tropa regalaba cornadas.

¡Qué portadas del Mundo y del ABC en aquellos tiempos, señores, qué portadas! Lo mismo se culpaba a Alfonso Guerra de la muerte de Manolete, se decía que la sequía era culpa de González que se ensalzaban los valores de Julio Anguita, comunista de hoz y martillo, un incauto cordero propiciatorio recuperado del otro lado. Dicho sea con total respeto a su persona y sin menoscabo alguno de su inteligencia que, como en la Legión al valor, se le supone, con su narcisismo atolondrado el califa cordobés cayó como tonto útil en manos de la estrategia del frente antisociata promovido por Aznar.

Conseguido el propósito, y una vez sometido a la muleta popular, aquel tonto útil sirvió por un tiempo como tonto rentable, embistió a diestro y siniestro, propinó navajazos, hundió al PCE, se acunó en tablas y terminó como el valentón de los versos de Cervantes: «requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada».

Y hete aquí que en mayo de 2016, cuando medio adormecidos veíamos venir unas nuevas elecciones, va y reaparece Anguita para despertarnos proclamando  que estamos en 1977; entre sollozos, lágrimas y abrazos se presta al carnaval de imagen y propaganda de Podemos: cuando nadie le espera, aparece en un mitin recién comenzado para captar la atención y robar la foto, y después de haber repetido la cansina letanía del «programa, programa, programa», va el tío y reconoce que ha votado la fusión (más bien la digestión) IU-Podemos… ¡sin haberse leído el programa!

Todo era bueno para la izquierda rancia de Anguita, tonto útil de Aznar, el de la guerra de Irak.