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lunes, 22 de agosto de 2016

Vladimir Komarov: Crónica de una muerte anunciada

Fly me to the moon
Let me play among the stars
Let me see what spring is like on
A-Jupiter and Mars

Los restos calcinados de Komarov
antes de ser sepultados en el Kremlin
Mientras que en mi dispositivo Frank Sinatra cantaba Fly me to the moon, se me ocurrió que, como la de Santiago Nasar, la vida del coronel cosmonauta Vladímir Mijáilovich Komarov era en 1966 la crónica de una muerte anunciada. Un año después, lo que quedaba de su cuerpo, condecorado por segunda vez con las medallas de Héroe de la Unión Soviética y la Orden de Lenin, fue enterrado en la muralla del Kremlin, un honor reservado a las grandes personalidades del país. 

El programa espacial soviético atravesaba aquel año una situación crítica. Mientras en los Estados Unidos la NASA ponía a punto los distintos elementos para llevar un hombre hasta la Luna, en la URSS los problemas domésticos y la muerte del gran ingeniero jefe Serguéi Koroliov, habían logrado adormecer la respuesta soviética al programa Apolo. Sin embargo, Vasili Mishin, el ambicioso sucesor de Koroliov, quería lanzar un cosmonauta alrededor de la Luna antes que los americanos. Los experimentos, con gaseosa: para garantizar el éxito de la aventura lunar había que avanzar paso a paso. Las naves que iban a emplearse en el programa, las Soyuz, debían probarse primero en vuelos orbitales terrestres. Esas dos misiones se llevarían a cabo con dos prototipos, las Soyuz 7K-OK.

La Soyuz 7K-OK
Las pruebas iniciales en tierra de la primera 7K-OK acabaron en fracaso, algo que dejó por perfectamente claro un experto, Nikolái Kamanin, jefe del Centro de Entrenamiento de Cosmonautas, que, en  sus diarios privados (accesibles en inglés desde este enlace), dejó escritas fuertes críticas sobre el diseño del vehículo y sobre las pruebas realizadas con él en mayo de 1966. Pero nada ni nadie podía detener el anhelo de viajar hasta la Luna. En marzo de 1967 se decidió continuar con el plan original corregido y aumentado: la primera misión de la Soyuz consistiría en el acoplamiento de dos 7K-OK no tripuladas. Primero despegaría la Soyuz 1 con el sistema de acoplamiento activo ("macho"). Le seguiría 24 horas después la Soyuz 2 con un sistema pasivo o "hembra". 

Agosto de 1966. En el tórrido verano estepario de la república soviética de Kazajistán las dos primeras naves 7K-OK llegaron al cosmódromo Baikonur. El lanzamiento estaba previsto en septiembre para que el primer vuelo tripulado pudiera despegar en diciembre. Lo primero en fallar fue el calendario. Hasta el 28 de noviembre no despegó la primera nave. Los problemas comenzaron inmediatamente. Una fuga de combustible provocó que la presión de los tanques disminuyese de 340 atmósferas a 38 atmósferas en menos de dos minutos. Un cuarto de hora después, la nave había perdido todo el combustible de su sistema orbital y giraba a dos revoluciones por minuto. Si se tiene en cuenta que el motor de un automóvil al ralentí gira a unas 800 revoluciones, no debe sorprender que el acoplamiento con la 7K-OK hembra se diera por perdido y que su lanzamiento se fuera al garete.

Luego falló también el sistema de orientación, lo que impedía maniobrar la nave para realizar el encendido de frenado con el motor principal. Tras devanarse los sesos, los ingenieros lograron frenarla empleando el motor auxiliar. El 30 de noviembre la cápsula desapareció de los radares cuando se encontraba a unos 70-100 kilómetros de altura y a 200 kilómetros de la ciudad de Orsk, en los Urales. El sistema de autodestrucción, compuesto por 23 kg de TNT, se había activado cuando se percataron de que podía aterrizar en China. Finalmente, los restos de la nave terminaron cayendo sobre las Islas Marianas, en el Océano Pacífico.

La pérdida de la cápsula privó a los ingenieros de una valiosa información para mejorar los sistemas de la nave. Mishin decidió lanzar la 7K-OK hembra en un vuelo en solitario. La nave debía partir rumbo al espacio el 14 de diciembre de 1966, pero el lanzamiento fue abortado segundos antes del despegue. Pocos minutos después, mientras los ingenieros inspeccionaban el cohete, la torre de escape se activó inesperadamente incendiando el lanzador. Los técnicos pusieron pies en polvorosa y corrieron a refugiarse en un búnker. Fue lo mejor que pudieron hacer. Poco después, el cohete lanzadera, cargado de combustible hasta los topes, explotó destrozando la rampa y llevándose a algún despistado por delante. En medio de aquel Armageddon, la cápsula salió disparada como el tapón de una botella de cava y aterrizó milagrosamente sin un rasguño a poca distancia de la rampa.

Después de la tragedia se reiniciaron las pruebas. Tras un fallo técnico que abortó el lanzamiento el día anterior, el 7 de febrero de 1967 la Soyuz 7K-OK 3 ascendió a los cielos. Vuelta a las andadas. En la cuarta órbita, el sistema de maniobra volvió a perder combustible y los sensores de orientación dejaron de funcionar. Dos días después, la nave inició la reentrada, pero el sistema de control no funcionó y la cápsula quedó a merced de la gravedad o, como decía el otro, cayó por su propio peso. El equipo de rescate dio con ella en el Mar de Aral, a 510 kilómetros de la zona esperada. Caer al mar no debía ser un problema habida cuenta de que la cápsula estaba equipada con sistemas de flotación. Equipada lo estaba, pero los flotadores no funcionaron, así que se hundió antes de que los rescatadores pudieran llegar hasta ella. 

Al final algo salió bien. El artefacto descansaba a unos diez metros de profundidad lo que permitió rescatarlo con ayuda de un helicóptero. Al inspeccionarlo, los horrorizados ingenieros descubrieron que la nave lucía un estupendo orificio de tres centímetros de diámetro en el que debía haber encajado un sensor que algún técnico había olvidado atornillar. No hay mal que por bien no venga, debieron pensar: si la maldita cápsula hubiese sido tripulada, el desgraciado cosmonauta habría muerto por descompresión, lo que le habría ahorrado el mal de trago de ahogarse en el fondo del mar.


Gagarin (izda.) y Komarov durante una jornada de caza
Cualquiera en su sano juicio hubiera decidido tomarse las cosas con calma. Pues no. Allí el lema era «¡A la Luna, camarada, a la Luna!» No había más que hablar salvo que uno tuviera interés en pasar una temporada en Siberia. Había que seguir porque 1967 era un año muy especial: la URSS iba a celebrar los fastos del quincuagésimo aniversario de la Revolución, de modo que las autoridades soviéticas, con Leonid Brézhnev a la cabeza, estaban dispuestas a asestar un nuevo golpe en la carrera espacial. Era una buena oportunidad para adelantar a la NASA, sumida ahora en el desconcierto más absoluto después del desastre tecnológico y de la tragedia humana del Apolo 1. 

Así que si no quieres caldo, ¡toma dos tazas! La siguiente nave, la Soyuz 1, no sólo iría tripulada sino que además llevaría a cabo una ambiciosa misión que incluía un acoplamiento con otra nave (Soyuz 2) que transportaría a tres tripulantes. Komarov fue elegido comandante de la Soyuz 1, con Yuri Gagarin como suplente. Valeri Bykovsky, Alexéi Yeliseyev y Yevgueni Jrunov serían los tripulantes de la Soyuz 2. Yeliseyev y Jrunov debían salir de su nave con trajes espaciales y regresar junto con Komarov en la Soyuz 1

Komarov se dirige al personal del cosmódromo
antes de emprender el que sabía iba a ser su segundo y último vuelo
Gagarin y un grupo de ingenieros inspeccionaron la nave y el informe final fue concluyente: habían detectado 203 problemas estructurales graves que hacían muy peligroso llevar las Soyuz al espacio. Gagarin redactó un informe de diez páginas en el que sugería que la misión fuera postergada y se lo entregó a su amigo en la KGB Venyamin Russayev, pero nadie se atrevió a hacerlo llegar a manos del presidente Brezhnev y todos los agentes que estuvieron en conocimiento del documento fueron degradados o enviados al Gulag. De hecho, cuentan que cuando Komarov se atrevió a insinuar su desacuerdo con la idea de que lo enviaran tan pronto al espacio, el Vice-Primer Ministro de Defensa, mariscal Dmitri Ustínov, respondió que si no pilotaba la nave sería capaz de «quitarle las estrellas del pecho y los galones de los hombros». La misión siguió adelante como estaba previsto.

Cuando faltaba menos de un mes para partir, Komarov se reunió con Russayev y le dijo: «No voy a regresar de este vuelo». Cuando el agente de la KGB preguntó por qué no se negaba a pilotar, Komarov, respondió: «Si no hago este vuelo, enviarán el piloto sustituto de seguridad en mi lugar. Ese es Yuri -dijo en referencia a Gagarin. Y no quiero que muera por mi». Luego, Komarov echó a llorar. 

Su muerte estaba anunciada.