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viernes, 23 de junio de 2023

Mitos y leyendas de la hierba sanjuanera


Fiel a su cita anual, hay una hierba que rebrota por mayo y que adorna el campo con estrellas doradas acompañadas de hojas de un verde intenso que acumularán esencias y lograrán la plenitud la víspera de la noche de San Juan. Se trata del hipérico o corazoncillo, Hypericum perforatum, la hierba de San Juan por antonomasia, con fitónimos populares como el catalán herba de Sant Joan, el italiano erba di San Giovanni, el inglés St. John’s wort o el alemán Johanniskraut.

Simbología mitológica de las plantas

Vida y muerte, pasión y orgullo, pureza y guerra, fragilidad y fortaleza… Inseparables de sus significados, flores y árboles están presentes desde siempre en las grandes leyendas y los mitos más imperecederos, ancestralmente ligados a los movimientos del Sol y de la Luna, alfas y omegas de todos los calendarios litúrgicos paganos que el cristianismo hizo suyos a partir del siglo IV.

Los vínculos de las celebraciones con las plantas son tan antiguos como la humanidad y se plasman en las principales festividades. Los ejemplos son muchos, pero podrían destacarse los árboles de Navidad y las flores de Pascua. En invierno hay pocas plantas entre las que elegir; de hecho, en nuestras latitudes prácticamente no hay flores en invierno y de ahí que antes de la difusión a mediados del siglo pasado de las flores de Pascua, los adornos florales de las festividades navideñas no son tales, puesto que los tradicionales abetos carecen de flores y el color rojo del acebo se debe a sus frutos, no a sus flores.

La situación cambia completamente en primavera, cuando las flores abundan por millares y estallan en todo su esplendor alrededor del solsticio de verano. En las antiguas culturas paganas europeas, curanderos, druidas y sacerdotes creían que las hierbas alcanzaban la cima de su valor medicinal ese día y las recogían en torno a esas fechas para secarlas y disponer de ellas el resto del año.

Origen de la cristiana noche de San Juan

Solsticio toma su nombre del latín solsitium, literalmente "el Sol se detiene". No hay otros días más cargados de magia que los solsticios; el de invierno, cuando acontece la noche más larga del año y celebramos la Navidad, la fiesta del sol creciente, y el de verano, entre el 20 y el 22 de junio, que marca el día más largo y la noche más corta del año en el hemisferio norte.

Hogueras de San Juan en la playa de Riazor. A Coruña.

La vida terrenal de Cristo tiene un principio y un fin marcado por los calendarios astronómicos solar y lunar. La fecha de la Navidad fue establecida el año 354 por el papa Liberio por motivos más prácticos que relacionados con la fe: hasta entonces se celebraba el 6 de enero, el día de la Epifanía, el día que Jesús se “manifestó” al mundo, fantaseado posteriormente como la adoración de los Magos; de hecho, algunas iglesias siguen observando esa fecha original.

En las religiones precristianas las deidades nacían de vírgenes celestiales que parían dioses solares. El solsticio de invierno, el día del triunfo del Sol Invictus para los romanos, el día que Jesús nació de una virgen, es la misma fecha en que nacieron Atis, de la virgen Nana; Buda, de la virgen Maya; Krisna, de la virgen Devaki; Horus, de la virgen Isis, en un pesebre y una cueva. También Mitra nació el 25 de diciembre de una virgen y en una cueva y lo visitaron pastores que también le llevaron regalos.

Liberio lo tuvo claro. El mesías cristiano no podía ser menos. El nacimiento de Jesús sería el 25 de diciembre para vincular de forma definitiva las fiestas romanas de las Saturnales y del Sol Invicto con el rito cristiano. Fijándola ese día, no se distorsionaba el calendario de la administración imperial ni se cambiaban las fechas de los ancestrales fastos romanos

En el concilio de Nicea de 325 se había decidido fijar la fecha de la Pascua, que en las primeras comunidades cristianas se hacía coincidir con la Pésaj, la Pascua judía. Fijar bien esta fecha en el calendario romano era una cuestión capital porque en ese punto el Nuevo Testamento era contundente: Jesús acudió a Jerusalén para celebrar la Pésaj y fue en esas fechas cuando transcurren su pasión, muerte y resurrección. Esta última tuvo lugar el «día siguiente al sabbath de la Pésaj».

La Pésaj era heredera de una fiesta varias veces milenaria en la que todas las culturas mediterráneas celebraban el equinoccio de primavera, haciéndola coincidir alrededor de la primera luna llena posterior a dicho equinoccio. Eso fue precisamente lo que se decidió en Nicea: el domingo de Resurrección sería el primer domingo posterior a la primera luna llena que siguiera al equinoccio primaveral.

Así las cosas, con Cristo ya muerto y resucitado, ¿qué se podía celebrar el día del solsticio de verano? La celebración de la víspera del solsticio de verano con hogueras se asocia a rituales paganos ancestrales previos al cristianismo. Concretamente, encender hogueras servía para darle “fuerza” al Sol, ya que a partir de esa fecha este iba perdiéndola y los días se iban haciendo poco a poco más cortos.

Las antiguas tribus germánicas, eslavas, celtas y precolombinas lo celebraban organizando festivales mágicos de fuego. En estos espectáculos saltaban a través de las llamas invocando el poder del fuego para pedir buenas cosechas y expulsar de sus lares a los espíritus tenebrosos. Estos rituales, además del culto o adoración al Sol, también contaban con bailes y baños purificadores al influjo de la Luna, de donde procede la costumbre de encender fogatas en la orilla del mar.

Ejemplar de H. perforatum. Jardín Medicinal del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Foto de Pedro Sanchez.

Los griegos dedicaban el solsticio de verano a Apolo y también prendían grandes hogueras que actuaban como purificadoras del alma. Los romanos hacían lo propio con la diosa de la guerra, Minerva. Para salir del paso, el Vaticano jugó el comodín de Juan el Bautista, el único santo cuyo nacimiento celebra la Iglesia Católica. En el Evangelio de Lucas (Lucas 1:7-9) se narra la milagrosa concepción de Isabel, que era estéril, esposa de Zacarías, ambos ancianos y sin hijos y el nacimiento del Bautista seis meses antes de Jesucristo. Justo y cabal: se fijó la imprecisa fecha de su nacimiento haciéndola coincidir con el solsticio de verano.

Hipérico: la planta del solsticio de verano

Cuando en 1753 el naturalista Linneo describió el género Hypericum, le puso el nombre del dios sol Helios Hyperion, al que Homero en la Ilíada llamó así por su significado de “sol en lo más alto”. Basta observar la flor de la hierba de San Juan en su apogeo solsticial con la forma radiada de sus pétalos y su deslumbrante color amarillo que recuerdan a la representación iconográfica del astro rey, para percibir su semejanza con un sol radiante.

Hypericum perforatum, la hierba de San Juan o hipérico, es una herbácea de floración perenne que se mantiene viva durante el invierno escondida bajo tierra, en forma de rizoma o tallo horizontal enterrado y cargado de reservas. Despierta cuando lo hace Maia, la antigua diosa romana que da nombre al mes de mayo y que los cristianos convirtieron en el mes de María.

Al sentirse mimada por el tiempo primaveral, la hierba de San Juan emite unos tallos verticales de hasta medio metro de estatura que cubre de parejas de hojas. Miradas a contraluz, las hojas aparecen punteadas por vesículas translúcidas, a las que alude el epíteto científico perforatum. Al ser chafadas con los dedos las pequeñas vesículas estallan y los manchan con un zumo rojizo (sangue di San Giovanni, se llama en Italia).

Las hojas de la hierba de San Juan prsentan punteaduras translúcidas. Foto de Pedro Sánchez.

Las partes superiores de las plantas maduras producen varias docenas de flores amarillas de cinco pétalos que parecen estrellas áureas de una singular belleza radial, que se ve incrementada al surgir de su centro manojos de estambres amarillos y punteados en el extremo de negro o de púrpura. Los bordes de los pétalos suelen estar cubiertos de puntos negros como los de las hojas y, por eso, las flores trituradas producen un pigmento rojo sangre. A finales del verano, las flores producen cápsulas que contienen docenas de diminutas semillas de color marrón oscuro.

Etnobotánica: una planta mágica

El hipérico se ha considerado una planta medicinal desde hace más de dos mil años. Los protomédicos griegos Galeno, Dioscórides e Hipócrates la recomendaban como diurética (aumenta la secreción y excreción de orina), vulneraria (cura las llagas y heridas), estrogénica (reguladora de las hormonas femeninas) y antihelmíntica (expulsa las lombrices intestinales). Los antiguos creían, además, que la planta tenía cualidades místicas y la recolectaban para protegerse de los demonios y ahuyentar a los malos espíritus. Según una leyenda protocristiana, el mayor efecto se obtenía cuando la planta se cosechaba el día de San Juan, que suele coincidir con el momento de máxima floración.

Bien por el simbolismo de las estrellas doradas, bien por las propiedades atribuidas a su humo —el olor recuerda al incienso— el hipérico tuvo un uso continuado en los remedios a base de hierbas durante la Edad Media, época en la  se conocía como “espantadaemonum” (“ahuyenta demonios”), porque a las personas con trastornos del comportamiento, cualquiera que fuese su causa, se les consideraba endemoniados, una idea que todavía pervive en fitónimos populares como el francés chasse-diable y el italiano scacciadiavoli. Si los “endemoniados” ingerían aceite de hipérico, su estado de ánimo mejoraba y se consideraba que el diablo los había abandonado. También se suponía que manojos de la planta colgados de puertas y ventanas impedían que los malos espíritus accedieran al hogar.

Los herboristas del siglo XVI recomendaban preparaciones de hipérico para tratar heridas y aliviar el dolor. Paracelso lo hacía para tratar la depresión, la melancolía y la sobreexcitación. Por lo general, se preparaba en infusiones y tinturas para el tratamiento de la ansiedad, la depresión, el insomnio, la retención de líquidos y la gastritis. Con los años, las preparaciones oleosas se utilizaron como vasoconstrictor para el tratamiento de las hemorroides y como emoliente. También se usaban los extractos para tratar llagas, cortes, quemaduras menores y abrasiones, especialmente aquellas que afectaban daño a los nervios.

Aceite de hipérico macerando, expuesto a la luz del sol. / Holger Casselmann (Wikimedia Commons)

El hipérico produce docenas de sustancias biológicamente activas, aunque dos de ellas, la hipericina y la hiperforina, presentan la mayor actividad terapéutica antidepresiva. Ambas actúan a nivel bioquímico aumentando las cantidades de serotonina, un neurotransmisor que se produce de forma natural y que es imprescindible para que las células nerviosas y el cerebro funcionen. En la práctica médica, el aporte de serotonina se utiliza para mejorar en estados depresivos, habida cuenta de que durante esos episodios se produce una disminución de este neurotransmisor.

Las compañías farmacéuticas, particularmente en Europa, preparan actualmente formulaciones estándar de esta hierba que consumen millones de personas para el tratamiento de la depresión y otros trastornos del estado de ánimo. Los productos que contienen hipérico en forma de tabletas, cápsulas, tés y tinturas representan un mercado de millones de euros en Europa.

Desde el esoterismo a la bolsa de valores: ¡Es el mercado, amigo! © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca