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domingo, 16 de diciembre de 2012

Fukuyama, Aguirre y el fin de las mamandurrias


Todo sigue el plan establecido; un plan que nuestro Gobierno niega todos los días aunque se cumpla punto por punto desde hace décadas. Se ejecuta por etapas y se ejecuta cuando toca, cuando la ocasión es, como ahora, propicia; se hace así porque si se dijera la verdad, que la lucha frente al desempleo se da por perdida para una parte de la población juvenil que sólo aprendió a poner ladrillos, que no hay ni habrá crédito, que el ajuste del déficit es una quimera, que la deuda es impagable, que los presupuestos son una sinrazón y que el Estado del Bienestar tal y como lo conocemos va a morir, tendrían un problema. Ahora, el titular del “neo Consenso de Washington” dice así: “Europa tiene un nuevo regulador bancario”. Campanas al vuelo, albricias y felicitaciones. 


"Neolengua", el lenguaje engañoso que se utiliza desde la élites económicas, políticas y mediáticas para neutralizar la oposición a unas medidas que nos están ahogando poco a poco y que cualquiera puede ver a poco que tenga criterio. El lenguaje es utilizado como herramienta ideológica para modificar la percepción de la realidad, para suavizarla y hacernos tragar la purga de la austeridad. Los medios de comunicación, en su afán por llegar los primeros a la noticia, degluten el ricino sin rechistar. Nadie parece acordarse de que el nuevo regulador, el Banco Central Europeo (BCE) es uno de los grandes responsables de que la banca, la gran beneficiada de esta crisis, esté haciendo caja y se esté forrando a costa del endeudamiento de los países mientras otros pasan hambre, pagan por estar enfermos o no pueden ganar el pan con el sudor de sus frentes. 

Hay que repetirlo hasta que cale: el BCE es el lobby de la banca privada y del Bundesbank alemán que ha diseñado un sistema que funciona así: las normas que lo regulan, impuestas por Alemania desde que se acordó la creación del euro, le impiden comprar deuda pública estatal y le imponen prestar dinero a unos intereses muy bajos a la banca privada, dinero que esta emplea inmediatamente en adquirir deuda pública cobrando intereses que quintuplican los que gravan (por decir algo) los préstamos del BCE. Duros a peseta, que diría un castizo.


La consecuencia es que los Estados deben endeudarse más y más para pagar a los bancos privados. Ajuste, primas de riesgo, copagos que son repagos, ambulancias con taxímetros, mercados, deuda, brujos. Es la vieja agenda del Consenso de Washington en una nueva versión parida para cuando ha tocado otra vez: “se hará lo necesario para garantizar la estabilidad”, como repite constantemente ese agente de la banca privada con pinta de guardabosques que es el ministro De Guindos. Siempre se hace lo necesario. Se sopesa, se calcula, se decide adónde se quiere llegar y se van pasando las hojas a su debido tiempo para que el resultado final no pueda ser otro que el previsto. Porque si admitimos las reglas del juego, el resultado no puede ser otro que en Las Vegas: la banca siempre gana. Cuando la ruleta pare y el espectador deje de mirar la bola que rodaba entre rojos y negros, descubrirá dos cosas: que el casino está donde estaba al principio y que a él le han robado la casa, el trabajo, la cartera, la chaqueta, los pantalones, los calcetines, los zapatos, la camisa y, si se descuida, todo lo que tiene. 

Ahora bien, el espectador puede apartar la mirada de la ruleta. Puede dejar de cegarse con un guión de catástrofes futuras que sucederán o no sucederán; puede dejar de seguir a los que le piden que miren el dedo que señala y se olviden de la Luna; puede dejar de creer a los que, tras robarle hasta el aire porque cobrarán hasta por respirar, le exigen más esfuerzos y más angustias; puede dejar de pasar a ser partícipe de un plan nuevo y dejar de ser víctima de un plan trazado hace más de veinte años. Puede, en fin, cargar el arma de su propio criterio y abandonar el rebaño de ovejas asustadas en el que quieren convertirnos. 


La crisis actual tiene una agenda, un plan trazado por los organismos financieros internacionales, los centros de poder político y económico y los institutos de “pensamiento” liberal con sede en Washington en la década de los ochenta, que un economista británico John Williamson, plasmó en 1989 en un documento, Lo que en Washington se entiende como reforma de las orientaciones políticas, más conocido como el “Consenso de Washington”. El inolvidable panfleto, destinado en principio al adoctrinamiento en la ortodoxia neoliberal de los políticos que dirigían los países latinoamericanos en vías de desarrollo, terminó invadiendo ideológicamente todo el planeta cuando encontró un campo abonado tras la caída del bloque soviético que dejó al mundo a merced del “pensamiento único” que se habría impuesto en lo que Fukuyama (El fin de la Historia y el último hombre) consideró el fin de la lucha entre ideologías y el comienzo de un mundo basado en la política y la economía neoliberal: las ideologías ya no eran necesarias y debían ser sustituidas por la “economía neocon”. Estados Unidos sería así la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. 

Para comprender la esencia de este recetario del fundamentalismo de mercado hay que reseñar brevemente los cinco aspectos esenciales que constituyen el dogma de los “expertos independientes”, las cuestiones sobre las que no es posible discrepar cuando de asuntos económicos se trata. Es la letanía que nos repiten desde que comenzó la crisis. 


Primero, hay que mantener contenida la inflación a través del control de los precios y de los salarios de las clases trabajadoras. Segundo, disciplina presupuestaria: los presupuestos públicos no pueden tener déficit y para acabar con él hay que recortar los gastos pero nunca elevar los impuestos de los ricos. Ello implica que hay que reducir los gastos encaminados a políticas sociales -subsidios para sectores desfavorecidos, educación sanidad, investigación y desarrollo- y dirigirlos a sectores empresariales cuyos beneficios acabarán –sostienen- por darnos de comer a todos. Tercero, reforma tributaria, incrementando los impuestos indirectos, buscando bases impositivas amplias y tipos marginales moderados, de manera que se contengan los tributos a las rentas más altas y al capital para no desincentivar el ahorro, la inversión y el beneficio en el banquete de Epulón, de cuyas migajas comerían todos los Lázaros del planeta. 

Cuarto, liberalización del comercio internacional y desregularización del mercado financiero, eliminando el control de las transacciones de dinero y de las obligaciones de los bancos en lo que se refiere a sus reservas de activos. Y, por fin, en el frontispicio del nuevo edificio de la “desideologizada” economía neoliberal, debería ondear un lema: la actividad privada es más eficiente que la pública, así que es necesario privatizar los sectores y empresas públicas, eliminar todo tipo de trabas a la iniciativa privada y al funcionamiento de los mercados, abandonando esas ñoñerías caducadas de la solidaridad, la justicia y la equidad social. “Mamandurrias”, las llamó Esperanza Aguirre añadiendo una estupidez más a su inacabable estupidiario personal.

Si uno asume esa agenda sin discusión, se entiende que ese inane auxiliar administrativo del Gobierno alemán que es Rajoy se quede tan pancho declarando que “no hay alternativas a los recortes”. Sí que las hay, pero para eso hay que tener otra ideología que no pase por ayudar a unos pocos con los recortes de una mayoría que empieza a dejar de ser silenciosa. 

Mientras tanto, que el último apague la luz, que en enero la factura viene inflada. Ilumínense pero con cuidado: “no hay otra alternativa”. Disfruten lo votado.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Los amos del mundo o el extraño caso de la calcopirita


«En un bar de Washington, una inhóspita noche de nevada, un exinvestigador del Senado se ríe mientras acaba su cerveza. "Todo está jodido, y nadie va a la cárcel", dice. "Ese es tu artículo. Demonios, no tienes que escribir nada más. Sólo eso". "¿Sólo eso?". "Exacto", dice, pidiendo la cuenta a la camarera. "Todo está jodido, y nadie va a la cárcel. Así puedes acabar tu artículo"». 

Ese era el comienzo del artículo A la cárcel con los de Wall Street firmado por el polémico periodista de la revista Rolling Stone Matt Taibbi cuya tesis era que nadie ha pagado por sus desmanes con la cárcel, mientras que con el dinero de los ciudadanos se han salvado bancos y banqueros. Para Taibbi, los fraudes cometidos son crímenes que implican una elección calculada, cometidos por personas que actúan codiciosamente siguiendo un cálculo muy cínico: vamos a robar lo que podamos y luego a ver si las víctimas son capaces de reclamar su dinero a través de una política cautiva. «Si quieres ganar elecciones, encarcela a los que roban DVD o venden bolsitas de marihuana. Pero ¿por robar mil millones de dólares? No pasa nada. No es un crimen».

Una investigación del Senado norteamericano ha demostrado que durante seis años el banco británico HSBC, una de las mayores entidades financieras del mundo, se dedicó a blanquear el dinero de terroristas islámicos y narcotraficantes mexicanos. El informe del Senado criticaba a la Oficina de Control de Capitales de EEUU, que recibió múltiples advertencias y permitió que el lavado “creciera hasta ser un problema gigantesco”. De entrada, la noticia merece dos comentarios. Uno, la sana envidia que uno siente por actuaciones de esta naturaleza que tanto bien harían a nuestros parlamentarios si se ocuparan de ellas. Y dos, que Estados Unidos también tiene problemas para aplicar la justicia a los bancos.

En 2007, cuando sus negocios de lavado de capitales alcanzaban su punto álgido, HSBC declaró unos beneficios de 18.500 millones de euros. Mientras la comunidad internacional bloqueaba los movimientos de capitales iraníes, el banco camufló 25.000 transacciones ocultas de Irán por valor de 17.000 millones de euros. En Arabia Saudí y en Siria también aplicaron las mismas técnicas. En México el banco permitió el lavado de al menos 7.000 millones de dólares vinculados al narcotráfico. Fue, según ha admitido el propio banco, una actividad deliberada, una trama orquestada para financiar el terrorismo islamista y para lucrarse con dinero manchado de la sangre del brutal narcotráfico mexicano.

Con tales antecedentes, uno esperaba ingenuamente que alguien iría a la cárcel. No ha sido así. El banco ha llegado a un acuerdo mediante el cual pagará en cómodos plazos 1.500 millones de euros para cerrar la investigación. ¿Qué significa cerrar? Que no se irá a juicio, ningún responsable será encausado, nadie irá a la cárcel, nadie pagará personalmente salvo con tibias depuraciones internas del banco. El asunto recuerda sospechosamente a las prácticas que hemos visto en España respecto a las preferentes, por ejemplo: desde la cúpula se presiona a toda la cadena ejecutiva para que arriesgue en busca del beneficio prometiendo no prestar atención a las prácticas necesarias para lograrlo. Cuando todo se derrumba, los directivos se han embolsado el dinero de los bonus y sólo es necesario silbar y culpar al empedrado. Es lo que ha hecho Miguel Blesa, el banquero que casi funde Cajamadrid cuando declaró que “él hacía lo que todo el mundo hacía”.

Llueve sobre mojado. En lo que llevamos de milenio, el Bank of America mintió sobre miles de millones en dividendos. Goldman Sachs no avisó a sus clientes de cómo había elaborado los paquetes de hipotecas tóxicas que estaba repartiendo por todo el mundo. El mismo Goldman Sachs asesoró a Grecia para ocultar su deuda para que lograra entrar en la Eurozona; después, con esta información privilegiada, apostó junto con Deutsche Bank que Grecia se hundiría. Precisamente, Deutsche Bank fue uno de los mayores implicados en la estafa de titulizar y revender hipotecas tóxicas en el mercado, la principal causa que desencadenó la actual crisis iniciada en 2008, cuando Wall Street explotó en una bola de fuego de fraude y criminalidad. El banco colocó productos a sus clientes a sabiendas de que perderían dinero, tanto en Norteamérica como en Alemania, donde el Tribunal Supremo le condenó en 2011. Nadie fue a la cárcel. A Citigroup, se le pilló ocultando unos 40.000 millones. En julio de 2010, la Comisión de Valores, el organismo regulador estadounidense acordó con Citi el pago de 75 millones de dólares. Nadie fue a la cárcel. 

Recuérdese cómo actuaron los ejecutivos de Lehman Brothers, que vendieron todos sus productos basura apresuradamente, engañando a la gente a sabiendas, para así poder salvar sus bonus multimillonarios. En marzo de 2010 un informe emitido por los peritos judiciales señaló que los directivos actuaron dolosamente para extraer cerca de 50.000 millones de dólares de activos indeseables de sus balances en vez de anotar esos activos como pérdidas. Su actuación ocasionó la bancarrota del banco y el pistoletazo de salida de la crisis que nos atormenta. Nadie fue a la cárcel. 

Hace más de cuarenta años José Luis Sampedro decía que los bachilleres terminaban sus estudios sabiendo la fórmula de la calcopirita, un conocimiento que nunca utilizarían, mientras que ignoraban todo sobre Economía, algo que seguro necesitarían posteriormente. Seguimos en las mismas porque interesa que nos mantengamos en la inopia sin que encontremos respuesta a algunas preguntas que están en la mente de todos: ¿Quién gobierna el mundo? ¿Cuál es el poder real de los políticos? ¿Hasta qué punto nuestra vida está condicionada por las organizaciones internacionales y las instituciones privadas? ¿Cuál es el papel de los paraísos fiscales que dan abrigo al dinero del crimen y la corrupción? ¿Quién ganará con la brutal crisis económica que estamos viviendo?

Las respuestas puede leerlas en Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero (Espasa, 2012), un libro de los catedráticos Vicenç Navarro y Juan Torres, dos economistas que llevan años clamando contra el mantra del “recorto aquí y allá porque no hay otro remedio”. Navarro y Torres cuentan cómo la concentración de poder económico ha dado a la banca internacional la posibilidad de controlar los mecanismos económicos en beneficio propio, convirtiéndola en un casino especulativo dotado de sofisticados instrumentos financieros con los que practican un auténtico terrorismo de cuello duro que doblega a los gobiernos y a las democracias cuando los políticos, olvidando sus responsabilidades, dejan desprotegida a la población frente a los especuladores que se adueñan de los mercados. El resultado de abandonarnos en manos de la oligarquía financiera es el alto endeudamiento, un empleo bajo mínimos y un debilitamiento del Estado del bienestar y de la calidad de vida, el aumento de la pobreza y la desigualdad, y un mundo en donde disminuye la representatividad de las instituciones democráticas y la voz de la ciudadanía pierde fuerza. 

Tras leer el libro, uno se da cuenta de que todo está a la vista: la conocida Troika – el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio-, junto con las agencias de rating, están actuando como verdaderos ladrones de la democracia para arrimar el ascua a la sardina de quienes, como David Rockefeller, piensan que «cualquier cosa debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo, porque la soberanía internacional de una élite intelectual y de banqueros es preferible al principio de autogobierno de los pueblos». 

Más claro, agua.

Y el muro cayó sobre nosotros


Cada vez resulta más claro que el pánico financiero y la austeridad que impone Alemania le reportan grandes beneficios y favorecen la apuesta de los grandes especuladores contra las deudas soberanas de los países del sur de Europa. El castigo implacable a que nos somete el Gobierno de España con un paquete de medidas económicas que ha dejado a buena parte de la ciudadanía sumida en la incertidumbre cuando no en la miseria, viene acompañado de un paralelo enriquecimiento del pueblo alemán que, día a día, ve cómo su Gobierno aplica regalos fiscales, subvenciones y ayudas públicas a sus compatriotas, que son el fruto de un ahorro cada vez mayor en la factura de su deuda soberana. Y es que mientras que Rajoy, convertido en el «Eduardo Manostijeras» de la señora Merkel, recorta 65.000 millones, Alemania ahorra 60.000 en intereses de su propia deuda.

La caída del muro de Berlín se contempla hoy como uno de los momentos triunfales de la posguerra porque, además de significar la incruenta rebelión que inició el hundimiento del comunismo, permitió cicatrizar heridas que llevaban abiertas más de medio siglo en el corazón de Europa. A la caída le siguió uno de los procesos más transcendentales de nuestro siglo: la unificación alemana, 45 años después del colapso del III Reich. Esos acontecimientos, que sacudieron al mundo entre 1989 y 1990 se habían sucedido a una velocidad vertiginosa. Gran Bretaña y Francia, que habían sufrido el expansionismo imperialista alemán que condujo las dos guerras mundiales, se mostraron muy cautas. Margaret Thatcher, la primera ministra británica, se limitó a hacer declaraciones públicas de preocupación mientras que el presidente francés, François Mitterrand, que había sentenciado “amo tanto a Alemania que prefiero ver dos en lugar de una”, aprovechó la ocasión para acelerar la reunificación europea, un proceso que estaba siendo frenado por británicos y alemanes. 

La única alternativa para los gobiernos democráticos europeos era asegurarse de que la Alemania reunificada no se convirtiera en un país aislado enfrentado a todos los demás. Alemania tenía que ser europeizada. Para vencer las reticencias británicas, el viejo zorro galo hizo un doble juego muy sutil, azuzando los miedos de Thatcher y advirtiéndole que la Alemania unificada se expandiría y llegaría a tener el poderío con que soñó Hitler, cuando en realidad su objetivo último era empujar al vecino teutón hacia el proyecto de la unidad política y monetaria europea.

Mitterrand pensaba que una manera de favorecer la unificación europea era reemplazar la moneda alemana, el marco, por una nueva moneda europea, el euro. Francia, dijo Mitterrand, no aceptaría una reunificación alemana si no iba acompañada de una integración europea, lo que para él implicaba la unidad monetaria. Por tanto, condicionó el apoyo francés a la unificación a que el Gobierno del canciller Helmut Kohl facilitara el camino para la creación de una moneda única europea. Así es cómo se planeó integrar la Alemania unificada del post-nazismo en la Europa democrática. Así nació el euro.

Los alemanes pusieron dos condiciones para aceptar la sustitución del marco por el euro. La primera fue establecer una autoridad financiera, el Banco Central Europeo (BCE), para que gestionara el euro con el único objetivo de mantener la inflación baja. El BCE debía estar bajo el control del Banco Central alemán, el Bundesbank. Los alemanes tenían una auténtica obsesión con el control de los precios desde el periodo de hiperinflación en la República de Weimar (1921-1923), cuya crisis condujo al advenimiento del nazismo una década después. La otra condición fue establecer el Pacto de Estabilidad que impone la disciplina financiera a los Estados miembros de la eurozona. Sus déficits públicos tendrían que mantenerse por debajo del 3% de su PIB, incluso en momentos de recesión. Aquellos polvos trajeron los actuales lodos de la austeridad imperante.

Demos ahora un salto y situémonos en marzo de 2005, cuando el canciller alemán Gerhard Schröder propuso la Agenda 2010, una serie de medidas que, además de dinamitar el Estado de Bienestar, estaban diseñadas para estimular el crecimiento económico alemán haciendo del sector exportador el principal motor de la economía. Su objetivo era disminuir la demanda doméstica (disminuyendo los salarios y reduciendo los derechos sociales y laborales) y promover las exportaciones. Como consecuencia de que la actividad económica se centró en el aumento de las exportaciones, los bancos alemanes acumularon una enorme cantidad de euros. Ahogados literalmente por el flujo de dinero, optaron por exportarlo invirtiendo su excedente monetario en la periferia de la eurozona. Esa inversión fue la causa de la burbuja inmobiliaria en España. Sin el dinero alemán, los bancos españoles no podrían haber financiado la colosal especulación que infló la burbuja inmobiliaria a partir de la Ley del Suelo aprobada por el Gobierno Aznar.

Llegado diciembre, nuestro sector bancario lleva absorbidos más de 125.000 millones de euros en ayudas públicas -un 5% del PIB español- que pesan sobre nuestra deuda como una losa. La retórica oficial afirma que las autoridades financieras de la eurozona han puesto a disposición de España ese dinero para ayudar a sus bancos. La realidad, sin embargo, es bien distinta. Los bancos españoles le deben mucho dinero a los bancos extranjeros, incluidos los bancos alemanes, que han prestado casi 200.000 millones de euros a nuestra banca y que exigen recuperar su dinero. Si las autoridades europeas hubieran querido ayudar a España y no garantizar el cobro a los bancos alemanes, deberían haber prestado ese dinero a las agencias de crédito públicas españolas (como el ICO), a fin de resolver el enorme problema de la falta de crédito en España. Esta alternativa, por supuesto, nunca fue puesta sobre la mesa.

Ahora bien, si nuestra condena viene de Alemania, es más que posible que la salvación venga de los propios alemanes. Las políticas de austeridad impuestas por Merkel están creando un serio problema a las exportaciones alemanas, buena parte de las cuales van a los países del sur de Europa. Cuando escribo este artículo todas las previsiones económicas alemanas se están revisando a la baja. El paro crece, la demanda industrial se resiente y las exportaciones renquean desde hace meses porque la debilitada demanda en la eurozona no ha sido suficientemente reemplazada por la de economías emergentes como China. La perspectiva de una recesión en Alemania inquieta a algunos economistas y nos da alas a los que estamos persuadidos desde hace tiempo de que la amenaza de una recesión industrial obligará a Merkel a impulsar nuevas medidas de crecimiento para toda la eurozona.

Al sector industrial alemán ha comenzado a preocuparle que las políticas de austeridad promovidas por sus compatriotas financieros hayan ido demasiado lejos. De ahí arranca su desacuerdo con las políticas del Bundesbank. Las tensiones alemanas que surgieron en septiembre de 2012 sobre la decisión del BCE de comprar o no deuda pública de España e Italia reflejaron el conflicto entre la burguesía industrial, que quería que Draghi decidiera a favor de la compra de la deuda pública, y la oligarquía financiera, que se oponía. Por primera vez, el BCE hacía algo que no estaba aprobado por el Bundesbank, del que hasta entonces había sido una simple marioneta. Pero el riesgo de que toda la eurozona entrara en recesión hizo que las voces de alarma se dispararan y forzaran al BCE a comprar deuda soberana. 

Como resultado del conflicto dentro del establishment alemán, la mano que mece la cuna del gobierno Merkel, vendrán los vientos que nos ayudarán a salir de la crisis. Mientras tanto, recordemos a Thomas Mann que ya había alertado de que en lugar de una europeización de Alemania, la caída del muro traería una alemanización económica de Europa. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

El fin del mundo y la trola neomaya


No lea todavía esta entrada. Déjela para el día 22. Podrá comprobar que una legión de pirados, agoreros defensores del cumplimiento de la profecía maya según la cual pasaríamos a mejor vida el 21 de diciembre, ha hecho el ridículo. Superado el “efecto 2000”, sectas neomayas de todo tipo habían ganado protagonismo en lo que llevamos de década con la disparatada idea de que un meteorito iba a impactar contra la Tierra llevándose por delante todo bicho viviente. Otros, de mentes más sofisticadas aunque no menos insensatas, apostaban por la inversión de los polos geomagnéticos o por una emisión energética en la corona solar tan poderosa que afectaría a todo el planeta. Otros pirados, a los que podíamos llamar místicos, desvariaban con el advenimiento de un Anticristo incitador de una guerra nuclear. 

Para hacer caja, la trola neomaya, que no maya, se convirtió en una fenomenal bola que dio pie a innumerables películas, series televisivas, documentales, artículos y libros, entre los destacó un sensacional camelo, El cataclismo mundial del 2012, un libro de Patrick Geryl, uno de los avispados que se forraron a costa del desequilibrio mental de miles de incautos lectores, y la película 2012. Orates de todo el mundo se unieron al despropósito. En España adquirió alguna notoriedad el Grupo de Supervivencia de España 2012 (GSE 2012), un ramillete de visionarios que trabajaban en la construcción de una comunidad refugio para “sobrevivir a los posible efectos de tormentas solares, terremotos, tsunamis y ataque nucleares" según se contaba en el libro 2012, las profecías del fin del mundo, de Laura Castellanos, aventajada émula de Geryl, aunque limitada al modesto mercado en lengua hispana.

El gurú del GSE 2012, un tal Jonathan Bosque, declaraba a la prensa en 2010 que “di casualmente con la fecha del 2012 por Internet, empecé a investigar y me puse en contacto con Patrick Geryl. Trabajé con un grupo de supervivencia que está preparando su búnker en Sierra Nevada y yo me monté mi propio grupo”, relataba. “Somos ya 165 personas, 50 de las cuales formamos parte del proyecto del búnker, que dispone de 50 plazas. Queríamos construir uno para 400 personas, pero el tiempo apremia y decidimos hacer un primer refugio, que estará listo en seis meses. Alrededor del búnker construiremos una ecoaldea para orientar el proyecto hacia el medioambiente, de esta manera la gente no pensará que somos unos frikis que se preparan para el fin del mundo”, explicaba prejuzgando la malintencionada intención del siempre incrédulo personal.

Menos mal que antropólogos e historiadores, alertados de estos y otros dislates, habían insistido en que hace 5.000 años los mayas, de acuerdo a su concepción cíclica del tiempo, anunciaron que terminaba un ciclo, sí, pero para que comenzara otro nuevo, porque la cosmovisión maya de la vida es un círculo, de modo que el pasado está delante y el futuro ya sucedió. Según el calendario maya, el 21 de diciembre de 2012 la cuenta larga se pondría a cero y comenzaría un nuevo ciclo de trece baktunes (5.125 años), que comenzó el 11 de agosto del año 3.114 a.C. Después del decimotercer baktún (el que termina este año) seguirá el decimocuarto y así sucesivamente, hasta el vigésimo. Entonces se completará un piktún (otra unidad de medida) e iniciará otra serie de veinte baktunes.

Las teorías apocalípticas ligadas a ciclos de destrucción-construcción no paran de sucederse desde tiempos inmemorables, aunque quizá sea en Mesoamérica donde adquiere mayor relieve el mito de la catástrofe planetaria. Según las tradiciones aztecas, el prolongado enfrentamiento entre las deidades asociadas con cada uno de los cuatro cuartos del universo conlleva una serie de cataclismos. La primera era concluyó cuando los jaguares devoraron el mundo, la segunda con un terrible huracán, la tercera con un incendio y la cuarta con un diluvio. En la actualidad nos encontramos en el quinto mundo, que será devastado por terremotos. 

En las tradiciones de Oriente Medio la catástrofe universal se considera un castigo que infligen los dioses por la estupidez o la maldad de la humanidad. El relato bíblico del arca de Noé es una versión muy conocida de esta idea: Noé y su mujer, junto con los animales que salvan, son los únicos supervivientes del gran diluvio que provoca Dios en castigo por los pecados del mundo. La historia deriva de un relato asirio-babilónico sobre un desastre cósmico en el que Utnapishtim ocupa el papel de Noé y tras superar el desastre se hace inmortal. El relato babilónico parece vinculado a la posición de Babilonia entre dos poderosos ríos, el Tigris y el Éufrates, ambos sometidos a inundaciones catastróficas que anegaban la región. En la mitología griega, Zeus envía una gran inundación para castigar a la humanidad por las fechorías del titán Prometeo, cuyo hijo Deucalión construyó un arca y sobrevivió junto a su mujer, Pirra, para restablecer la paz entre los hombres.

En la mitología india hay una versión del arca. Manu, el primer hombre, se gana la gratitud de un pez pequeño al que salva de que lo devoren otros peces mayores. Cuando el animal alcanza un tamaño gigantesco, previene a Manu del advenimiento de una catástrofe cósmica y le da instrucciones para construir un barco y llenarlo con “la semilla de todas las cosas”. Por último, el colosal pez –trasunto también de la ballena que se tragó a Jonás- remolca la embarcación, que no sufre ningún daño.

En los relatos sobre el diluvio el mundo que resurge es mejor que el anterior. En la cultura andina, por ejemplo, el dios Sol, tras provocar una inundación que devasta la tierra, envía a su hijo Manco Cápac y a su hija, Mama Ocllo, a enseñar las artes de la civilización a los supervivientes. La versión sobre el mismo tema que cuentan los yao, del sur de China, se centra en un hombre que atrapa al dios Trueno, responsable de una inundación de la tierra. El prisionero escapa con la ayuda de los hijos de aquel hombre, un varón y una hembra, a quienes recompensa con un diente que al crecer se convierte en una enorme calabaza. Cuando el dios Trueno recobra la libertad, se produce de nuevo una inundación que anega por completo la tierra. 

Los chewong de las selvas tropicales malayas, que como otros pueblos del sureste asiático suscriben la idea de un universo de múltiples niveles, creen que cada cierto tiempo su propio mundo, que ellos denominan la Tierra Siete, se vuelve del revés, de modo que todo lo que habita sobre él queda destruido o se ahoga, pero gracias a la mediación del dios creador Tohan, la nueva superficie llana de lo que anteriormente constituía la cara inferior de la Tierra Siete se transforma en montañas, valles y llanuras. Se plantan árboles y cobran vida otros seres humanos, nuevos y regenerados.

En el norte de Australia existe un mito aborigen en el que se describe el diluvio, que sobreviene a consecuencia del error de dos jóvenes hermanas que, en una metáfora del prohibido incesto, mantienen relaciones sexuales con dos hombres pertenecientes al mismo clan que ellas. Yulunggul, un ser mitad serpiente y mitad hombre, se traga a las dos muchachas y provoca un diluvio que cubre la tierra. Cuando desciende el nivel de las aguas, vomita a las hermanas y a los dos hijos nacidos de su unión ilícita. El sitio en el que se detiene se convierte en la zona de iniciación masculina, en la que los varones jóvenes aprenden a distinguir entre las mujeres con las que pueden aparearse y las que les están vedadas.

Pero bueno. Para qué les molesto si están vivos: ¡Enhorabuena y felices fiestas!

jueves, 22 de noviembre de 2012

Un peligroso caso de cedulitis bancaria


En 2003 los depósitos bancarios y los créditos concedidos por bancos y cajas estaban razonablemente equilibrados. Cuando en el verano de 2008 empezaron a aflorar las miserias del sistema bancario mundial, el principal problema de la banca española se cuantificó en 800.000 millones de euros. Esa era la diferencia entre los créditos concedidos y los depósitos captados, lo que las entidades denominan gap comercial. No se trataba de un problema español, porque en toda Europa Occidental y en Estados Unidos se había producido también un vertiginoso aumento del apalancamiento financiero, es decir, de pedir dinero prestado para financiar una operación.
El apalancamiento de la banca española se financió con las masivas emisiones de deuda de bancos y cajas durante los años en que se inflaba la burbuja, cuyos vencimientos eran (y son) la espada de Damocles que provocaba la urgente necesidad de liquidez de muchas entidades. Utilizando instrumentos financieros tales como cédulas, bonos y titulizaciones, los 800.000 millones de marras se habían financiado en su inmensa mayoría con ahorro extranjero, lo que solía resumirse en el dicho de que "los bancos alemanes prestaban dinero a los españoles para que se comprasen coches alemanes". 

Una vez pinchada la burbuja de crédito, a partir de 2008 lo que tocaba era el desapalancamiento, es decir, la reducción de la deuda privada, que es la principal causa de la crisis porque trae como consecuencia el menor crecimiento económico que venimos experimentando. Parte de esa brecha entre créditos y depósitos se fue reduciendo por varias razones: la menor demanda de crédito fruto de la crisis económica; la mayor dificultad y coste de conseguir liquidez, que fuerza a la banca a endurecer los requisitos para conceder créditos; el aumento de los depósitos inducido por los mejores intereses con que los bancos recompensan a sus clientes y, finalmente, por el mayor ahorro de los atemorizados ciudadanos en el escenario económico actual, lo que provoca una reducción prudente del consumo y el aumento de los depósitos. Pese a ello, todavía hay un desfase extraordinario entre depósitos y créditos pendientes de cobro.
Ya estamos en condiciones de entender por qué los bancos no quieren que se cambie la Ley Hipotecaria española, cuyas draconianas condiciones son una garantía que asegura el cobro (y con creces) de las hipotecas. Aunque es evidente que a los bancos no les convienen los desahucios, mantener las condiciones vigentes es importante para ello porque a día de hoy tienen 426.201 millones de euros en cédulas hipotecarias, lo que es un argumento de mucho peso para que los bancos, apalancados antaño, se atrincheren hogaño en una posiciones irreductibles que han achantado al Gobierno. 

La clave del numantino enroque bancario se llama “cédula hipotecaria”. Si usted no es un experto y necesita alguna aclaración más, siga leyendo. Si sabe de qué va a la cosa, salte al párrafo siguiente. Supongamos que usted tiene un dinerito (¡enhorabuena!), se lo presta al banco (¡ojo, que no le coloquen unas preferentes!) y obtiene como garantía préstamos hipotecarios ya concedidos a otros ciudadanos. El banco a su vez utilizará su dinerito para conceder nuevos préstamos. En la práctica su funcionamiento es un híbrido entre un depósito a plazo fijo a largo plazo y un bono. Una cédula es un depósito porque el inversor se asegura recuperar lo invertido más el tipo de interés que se le pague una vez que venza el título, y es un bono porque el inversor puede venderlo en Bolsa en caso de necesitar liquidez.
Las cédulas hipotecarias las crearon los bancos a la vista del pujante negocio que se traían entre manos inflando la burbuja. Pero hete aquí que llegó un buen día en que se percataron de que con sus depósitos no podían mantener la desbordante demanda de créditos por parte de promotores, constructores, empresas y particulares. Había que seguir alimentando la locomotora con más madera. ¿Dónde estaban los árboles? Pues en el bosque, claro.
El sistema bancario español era un tupido bosque de hipotecas que habían funcionado a las mil maravillas, de manera que por qué no venderlo y sacarle partido. Más vale pájaro en mano que ciento volando: ¿por qué esperar treinta años para recuperar el préstamo si lo podían conseguir instantáneamente si alguien lo adelantaba? Como las hipotecas españolas eran un valor seguro, enseguida surgieron bancos y fondos de inversión extranjeros que aportaron liquidez al sistema.
Pongamos que un banquero español iba al mercado mayorista y voceaba: “Tengo un negocio entre manos del que podemos beneficiarnos todos. Estoy ganando mucho dinero en España. Cuantos más créditos concedo, más beneficios genero. Pero necesito dinero fresco para seguir alimentando el negocio. ¿Quién me presta algo?" La cuestión era a cambio de qué. Muy fácil: “usted me da la pasta y yo le doy un interés anual del 3%. Es como una renta fija". “Suena bien, pero ¿qué pasa si no me devuelves el dinero?”, dijeron los desconfiados inversores. “Pues mejor para ti, hombre. Te quedas con estas maravillosas hipotecas que he concedido. De máxima calidad, te lo aseguro. Aunque te falle algún hipotecado, no te preocupes: te podrás quedar con su casa y mantendrás la deuda. El sistema se ocupará del moroso. Recuperarás todo tu dinero".
Surgió la cedulitis: el mundo se llenó de cédulas hipotecarias cuyos fondos servirían para que el banco español se siguiera apalancando, es decir arrojando más madera en forma de nuevas hipotecas, que luego podría volver a vender en el mercado y conseguir más dinero. De hecho, nuestras cédulas hipotecarias se consideran tan seguras que hasta pueden ir con ellas al Banco Central Europeo, dejarlas en garantía, y llevarse prestados unos milloncitos para seguir tirando y, como expliqué en otro artículo, para sostener la deuda pública española. Retroalimentación: suma y sigue hasta alcanzar los 426.201 millones de euros en renta fija que, en forma de células hipotecarias, han creado los bancos. La cuadratura del círculo.
Pero hete aquí que primero un famélica legión de indignados, quince-emes, perroflautas, comecuras, descamisados, plataformas de afectados por la hipotecas y desahuciados, a los que siguieron nonagenarios, artistas y profesores, médicos y celadoras, ciudadanos con traje, corbata y toga -¡hasta el Tribunal Europeo de Luxemburgo, oiga!- empezaron a dar la matraca pidiendo un cambio en las normas hipotecarias que, de producirse, alteraría las sólidas garantías de los préstamos. Qué pasaría si ahora los que compraron cédulas hipotecarias dudaran de que su inversión siguiera siendo segura. ¿Recuperarían todo su dinero si se ejecutara el desahucio?
¿Se entiende ahora por qué los bancos tienen motivos sobrados para que no se toque la Ley? ¿Comprende ahora por qué van ganando el pulso, visto el risible Código de Buenas Prácticas y el descafeinado cicatero y rácano decreto antidesahucio aprobado por el Gobierno el pasado 15 de noviembre? Los bancos no quieren que se cambien las reglas del juego en plena partida. En el patio de Monipodio del negocio financiero la desconfianza mata. Como para echarse a temblar. Si tal cosa ocurre, las entidades españolas verían encarecidas uno de las pocas fuentes de las que todavía obtienen liquidez.

Y si los bancos españoles no tienen liquidez, ¿quién va a comprar nuestra deuda soberana? Aviados iríamos.

Pesadilla en La Moncloa


¿Mejoraría el Gobierno si mandaran al cocinero Alberto Chicote un par de semanas a La Moncloa?

Un buen amigo mío me reprocha cariñosamente que me haya encelado en algunos posts contra el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos. De hacer caso a Antonio Gala –“estamos gobernados por un grupo de tontos”- quizás me estoy cebando en uno. Naturalmente, no soy el único que no se deja arrastrar por el acantinflado discurso que pretende que traguemos ruedas de molino haciéndonos pasar por tontos cuando quien desmiente al segundo título de su cartera es el propio ministro. Hasta el mismísimo santo y seña en tinta del poder financiero –el londinense Financial Times- ha venido hoy a echarme un lucido capote.

El rotativo británico puede hundir o aupar en la Bolsa a una empresa, puede incidir en la credibilidad de un político, de un Gobierno y de un país entero. Es la “biblia” del capitalismo, pero sustenta su prestigio con firmas y análisis de los mejores expertos económicos y financieros del mundo. Hace ahora un año, el Financial Times recibió con expectación la victoria electoral de Rajoy, pero rápidamente mostró su perplejidad, seguida de una acerva crítica, por la acción gubernamental del registrador de Santa Pola.

Pasado un año, los datos son la prueba del algodón y no engañan. Ni una de las cifras que marcan el pulso económico ha mejorado después de un año de Gobierno popular; al contrario, todas han empeorado. La más dramática, la del paro, que bajo el mandato del PP ha llegado al récord absoluto desde que murió Franco. El Gobierno exhibe el aumento de las exportaciones (balanza exterior) como la gran cifra que señala los 'brotes verdes'. Suena a broma. De no resultar patético, movería a la risa.

Recién cumplido el primer año de su victoria electoral, ni el Partido Popular se esperaba semejante desastre, convencido como estaba de que con la sola marcha del malvado virus Zapatero y su llegada a La Moncloa todo cambiaría. O eran unos ilusos o unos indocumentados, o ambas cosas a la vez. ¿No tenía el PP gente preparada que les explicara que la peor crisis desde el crack de 1929 se originó en Estados Unidos y se contagió a Europa como una peste silenciosa? El verdadero virus de la crisis se incubó en Wall Street, por lo que no deja de ser sorprendente que Rajoy pusiera de ministro de Economía a un exbanquero, y no a uno cualquiera, a uno que trabajaba para el gigante americano Lehman Brothers, cuya avaricia y política de engaños a los clientes, arruinó el sistema financiero americano y europeo. La zorra de Lehman Brothers cuida el gallinero.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Un buen médico de familia


La libre elección de médico abre un interesante abanico de posibilidades para los que se sientan abrumados por determinados consejos médicos que ellos mismos no practican. Si está usted buscando un médico personal, quizás le convenga elegir al doctor Pedro Paniagua Mata. Este es el extracto de una entrevista en televisión sobre temas de alimentación y deporte.

Pregunta: Doctor, ¿es cierto que los ejercicios cardiovasculares prolongan la vida? 
Respuesta: El corazón está hecho para latir una cantidad determinadas de veces. No desperdicie esos latidos en ejercicios. Su periodo de vida se gastará, independientemente de su uso. Acelerar su corazón no va a hacer que usted viva más. Eso es como decir que usted puede prolongar la vida de su coche conduciendo más de prisa. ¿Quiere vivir más? Disfrute la siesta.


P: ¿Debemos reducir el consumo de alcohol?
R: De ninguna manera. El ron y los aguardientes son destilados del jugo de la caña de azúcar. El vino, el brandy y el cava son destilados de las uvas, lo que significa que se elimina el agua de la fruta de modo que usted saque mayor provecho de ella. La cerveza está hecha de cereales. El whisky se destila a partir de la cebada, la malta y el maíz. El vodka se produce a partir del trigo, el centeno, la remolacha o la patata. Como ve todos los licores tienen un origen vegetal, así que no limite demasiado su consumo.

P: ¿Cuáles son las ventajas de un programa regular de ejercicios?
R: Mi filosofía es que si usted no se siente mal, ni tiene dolores, no haga nada. Si está saludable, ¿para qué mortificar su cuerpo?

P: ¿Los alimentos fritos son perjudiciales?
R: Hoy día, la comida se fríe en aceite vegetal. Es decir, lo alimentos fritos quedan impregnados de aceite vegetal. ¿Cómo puede ser que consumir más vegetales perjudique su salud?


P: ¿Ir al gimnasio ayuda a reducir la obesidad?
R: Absolutamente no. Ejercitar los músculos aumenta su tamaño, no lo disminuye. Ahora, si va usted a mirar las chicas... Eso sí contribuye a mejorar la salud.

P: ¿El chocolate hace daño?
R: Es cacao. Otro vegetal. Es sabrosísimo y nos hace sentirnos plenos y felices. ¿Cómo entonces va a ser dañino? 

P: ¿Algún otro consejo que nos pueda dar, doctor?
R: Si caminar mucho fuera saludable, los carteros serían inmortales. Vea usted, las ballenas se pasan todo el santo día nadando, sólo comen plancton y beben solamente agua. Sin embargo están gordas. Las liebres corren, saltan y no paran, pero no pasan de 15 años de vida. Son tan rápidas que cuando tienen sexo les dura tan poco como a muchas personas. Sin embargo, la tortugas son pesadas, gordas, llenas de arrugas, apenas caminan, jamás corren, no se ejercitan ni hacen nada, pero viven 450 años. ¿Qué prefiere entonces, la liebre o la tortuga? Y hay que disfrutar del sexo, hacerlo con calma, por media hora, por una hora... ¡no se apure y no termine casi al empezar, como hacen las liebres...!

P: ¿Quiere decir algo más antes de terminar la entrevista?
Si, que tengan presente que la vida no tiene por qué convertirse en un viaje hacia la tumba con la obsesiva intención de llegar sano, con un cuerpo atlético, atractivo y bien preservado. Creo sinceramente que es mejor emprender el camino con una cerveza fría en una mano y un bocadillo de jamón serrano y queso suizo en la otra. ¡Ah, y lleve condones, muchos condones!... El mejor final es haber tenido mucho sexo, tener un cuerpo completamente desgastado, pero gritando feliz: ¡Valió la pena vivir...! ¡Qué viaje tan extraordinario...!



La soledad del Señor Presidente


Curso escolar 1859-1860. El señor López Aranda, director del madrileño colegio Santonja, tenía el don de la profecía. Cuando aquel ilustre ingeniero fue a interesarse por los avances escolares de su hijo José, que acababa de cumplir cinco años de edad, no lo dudó: "Su hijo será alguien sobresaliente en cualquiera de las profesiones que elija. Si emprende la carrera militar, será Capitán General; si su vocación le inclina al sacerdocio llegará a Cardenal cuando menos, y si se decide por la política, ocupará la Presidencia del Consejo de Ministros". Acertó. 

Apenas cumplidos los dieciocho, el joven José obtuvo el doctorado en Derecho y en Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Enamorado de la literatura, decidió dedicarse a la enseñanza universitaria, pero su carrera docente se frustró por dos oposiciones a cátedras de Literatura. En 1877 fue derrotado por don Marcelino Menéndez Pelayo, cuya superioridad reconoció sinceramente y con el que emprendió una cordial amistad hasta el punto de que, cuando el frustrado opositor fue elegido Presidente del Consejo de Ministros, nombró senador vitalicio al autor de la Historia de las Ideas Estéticas. Más le escoció la pérdida de las oposiciones en 1879, cuyo vencedor fue Sánchez Moguer “un contrincante con más influencias que valía”. 

Truncada su carrera docente, decidió dedicarse a la política. Después de haber sido elegido diputado a Cortes en 1881 por el Partido Liberal de Sagasta, ocupó las carteras de Fomento, Gracia y Justicia, Hacienda, Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, además de presidir el Congreso de los Diputados. Le quedó tiempo para crear el influyente periódico El Heraldo de Madrid, portavoz del progresismo español, y para fundar su propio partido, el Liberal-Demócrata, cabeza de una corriente izquierdista que defendía ideas democráticas y de separación Iglesia y Estado. El 9 de Febrero de 1910 se cumplió el pronóstico de su antiguo maestro cuando fue nombrado presidente del Consejo de Ministros, cargo que ostentó hasta las la mañana del martes 12 de noviembre de 1912, día en que se le paró el reloj y se le escapó la vida. 

En una época en la que los mandatarios podían caminar por la calle sin levantar el más mínimo revuelo, esa mañana el Señor Presidente del Consejo, don José Canalejas Méndez, se encaminaba a pie desde su domicilio de la calle Huertas hacia el ministerio de Gobernación donde había convocado Consejo. Discretamente seguido por tres escoltas, subió por la calle Huertas, atravesó la plaza del Ángel y la calle de Espoz y Mina. Antes de cruzar Carretas, se detuvo un momento a mirar las portadas de las novedades expuestas en el escaparate de la librería San Martín.

Fue sólo un instante. Ya se marchaba cuando un hombre joven, de mediana estatura, bien vestido, se acercó a él por la espalda, sacó una pistola Browning de gran calibre, y apoyándose en su hombro, le hizo dos disparos consecutivos en la cabeza. Una de las balas penetró por debajo del oído derecho, atravesó el bulbo raquídeo y salió por el oído izquierdo. Canalejas se echó las manos a la cara y cayó al suelo, agonizante. Con el golpe, la leontina escapó de su chaleco y su reloj de bolsillo se partió sobre la acera. Marcaba las 11:25. Él, que había suprimido de hecho la pena de muerte y pretendido borrarla del Código Penal, murió asesinado alevosamente, cuando caminaba indefenso y descuidado.

Acorralado y temiendo ser linchado, el asesino se descerrajó dos tiros. Moribundo, fue llevado a la casa de socorro de la plaza Mayor. El médico de guardia apreció la herida de los suicidas: una bala con orificio de entrada en la región temporal derecha y otro de salida en la región parietal izquierda. A las 14:23 falleció sin haber recobrado el conocimiento. Sobre el cadáver fueron hallados un retrato de mujer con la dedicatoria “A mi inolvidable Manuel”, y varios documentos que demostraron que era Manuel Pardinas Serrano, un conocido y peligroso anarquista que había recorrido medio mundo para llegar a España y ejecutar su plan: atentar contra Alfonso XIII. Canalejas se le puso a tiro y optó por él. 

Canalejas nació el año de la revolución de los generales Espartero y O´Donnell contra el gobierno del conde de San Luis, por lo que su vida transcurrió entre el principio y el fin de la Restauración española. Desde el punto de vista historiográfico, la Restauración se da por concluida el 14 de abril de 1931 con la proclamación de la Segunda República, pero el asesinato del político ferrolano significó la desaparición de toda posibilidad de consagración definitiva de la monarquía restaurada en Sagunto como régimen constitucional dotado de viabilidad y estabilidad.

En un país que mostraba una profunda desconfianza hacia una dinastía que había demostrado sobradamente su ineptitud y su nula capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, Canalejas encarnó una línea política de modernización progresista que era la única posibilidad de supervivencia del incipiente régimen democrático español; un régimen impuesto a golpe de sable por los últimos espadones decimonónicos que, de no ser capaz de evolucionar y de atender las demandas de las cada vez más activas organizaciones obreras, estaba condenado a una extinción traumática. Reformista convencido, desde sus primeras experiencias políticas en la izquierda dinástica, consideraba que los gobiernos democráticos y el sufragio universal eran requisitos más que suficientes para cumplir los ideales de la democracia moderna, por lo que no eran necesarios ni el cambio de régimen hacia la República ni una reforma constitucional. 

No era tarea fácil. Como le ocurriría a otro reformista, Adolfo Suárez, setenta años más tarde, le llegaron las descalificaciones desde uno y otro lado. Se lamentaba en un discurso en el Congreso: "Se viene procurando, desde hace algún tiempo, no defender ideas y propagar doctrinas, sino lanzar ultrajes e imponerse por amenazas. Yo creo, y he sostenido siempre, que no hay partidos legales ni ilegales; que todas las ideas son lícitas; que el pensamiento no delinque; es decir todo lo que constituye la esencia de la doctrina democrática y creo también que, dentro y fuera del Parlamento, los ciudadanos deben ejercer el derecho de reunión, el derecho de manifestación, el de petición, el electoral, etcétera. Pero lo que no creo lícito es que a sabiendas se difundan especies falsas, notoriamente falsas e injustamente falsas, para agradar a los demás [...] dicen que este Gobierno es una prolongación de Maura; se habla de indultos que se están concediendo ahora y que no están en la estadística publicada y, sin embargo, nos llaman represivos; dicen que tenemos enfrentamientos con el Vaticano y, sin embargo, nos llaman clericales; preparamos proyectos presentados al Instituto de Reformas Sociales y, sin embargo, nos llaman capitalistas plutócratas; otro día, en fin, presenta el ministro de Hacienda proyectos que benefician al trabajador y se dice que somos enemigos del proletariado". Canalejas comenzaba a sentirse solo.

El miércoles 13 de noviembre, el Rey, a pie, tras el armón de artillería que conducía los restos del gobernante al Panteón de Hombres Ilustres de Atocha, presidió el más emocionante de los cortejos fúnebres que Madrid había presenciado jamás. Duelo oficial y duelo popular, con muchedumbres difícilmente contenidas por los cordones de tropas. Las últimas salvas artilleras no representaron tan sólo el postrer honor fúnebre a un gran estadista desaparecido para siempre. En aquel momento solemne, desaparecía la esperanza del régimen. 

Un siglo después de su muerte, un magnífico grupo escultórico de Benlliure cubre los únicos restos mortales del Panteón de Atocha. En una imagen metafórica de quien murió cuando empezaba a quedarse solo, el Presidente asesinado es el único ocupante de un panteón vacío. 


domingo, 18 de noviembre de 2012

El bípedo implume


No quiero que me pase como cuenta W.G. Runciman que le ocurría a Karl Marx, que era dado al elogio de sus predecesores pero escatimaba el reconocimiento intelectual de sus contemporáneos. Acabo de terminar la lectura de El primate que quería volar, escrito por mi compañero de Universidad el paleontólogo Ignacio Martínez Mendizábal (Madrid, 1961), uno de los más lúcidos investigadores de Atapuerca y un divulgador excepcional como cualquiera puede comprobar si asiste a una de sus conferencias o como ya demostró en La especie elegida, que escribió en colaboración con Juan Luis Arsuaga. 

Si algo comparte la Paleoantropología con la Teología y la Ufología es que tienen más estudiosos que objetos para estudiar. A pesar de que los fósiles de homínidos conocidos cabrían holgadamente en una furgoneta, la situación ha cambiado sustancialmente en los últimos años, porque además de que los huesos, como pudiera parecer a simple vista,  no son materiales inertes y permiten extraer proteínas y ADN de sus resecas estructuras, la arquitectura de un simple hueso, interpretada por los ojos expertos de un paleoantropólogo, constituye un libro abierto repleto de una maravillosa información que hace imprescindible que alguien sepa transmitirla eficazmente a los que somos poco duchos en la materia. Eso es lo que justamente consigue Ignacio en El primate que quería volar, un libro excelente llamado a ser una inexcusable referencia de la bibliografía divulgativa sobre la ciencia que se ocupa de los orígenes del hombre. 

Tanto en El Origen de las Especies, la gran obra donde plantea su teoría evolucionista, como en El Origen del Hombre, en la que aplica sus hipótesis al género humano, Charles Darwin era consciente del alto grado de especulación con el que sustentaba sus conclusiones sobre el cómo y el porqué de la evolución de los seres vivos. Él, uno de los mejores observadores de la naturaleza que hayan existido jamás, dudaba de sus interpretaciones siempre subjetivas pero en absoluto dudaba de los datos que había obtenido de sus propias y objetivas investigaciones. Por eso, cuando comenzó a redactar las conclusiones de El Origen del Hombre, escribió una frase que –como subraya Ignacio- debiera grabarse en bronce en la entrada de todas las facultades de experimentales: «Los hechos inexactos son altamente perjudiciales para el progreso de la ciencia, pues tardan mucho tiempo en desvanecerse; pero las opiniones inexactas, si están basadas en pruebas, no causan grandes perturbaciones, pues todos hallan especial deleite en probar su falsedad [...]. El viejo zorro escribía con prudencia; sustituyan ustedes “hechos inexactos” por “datos falsos” y sabrán que se estaba refiriendo a una mala práctica que afecta a la Ciencia desde sus albores: el fraude. 

Hace ahora justamente cien años, el 21 de noviembre de 1912, los lectores del Manchester Guardian se toparon con una noticia sensacional: en la gravera de Piltdown, un terreno comunal del pueblo inglés de Fletching, se habían encontrado unos huesos que confirmaban la hipótesis del origen del hombre formulada por su compatriota Charles Darwin medio siglo antes. Aquellos restos óseos representaban el “eslabón perdido” que venía a confirmar las relaciones genealógicas entre hombres y monos. Los nacionalistas, esa colección de insensatos que se enorgullecen de algo de lo que no son responsables, sacaron pecho: Inglaterra había obtenido un reconocimiento mundial por este descubrimiento. Al fin y al cabo, Francia tenía al hombre de Cromañón y Alemania tenía al hombre de Neandertal; ahora Inglaterra no sólo estaba a la altura de sus rivales geopolíticos, sino que los derrotaba por goleada. 

Piltdown: en 1912. Charles Dawson (de pie) y Arthur S. Woodward. 
Unos días más tarde, el 10 de diciembre, los afortunados oyentes que lograron las influencias suficientes como para entrar en la atiborrada sala de la Real Sociedad Geológica, escucharon el informe “científico” presentado por los autores del descubrimiento, los señores Charles Dawson (un aficionado a recolectar fósiles) y Arthur Smith Woodward (un paleontólogo profesional), al que acompañaron de un docto estudio preliminar  emitido por el prestigioso anatomista Grafton Ellion Smith. 

En su ensayo La cuna de la vida J.W. Schopf presenta algunas historias interesantes acerca de lo que sucede cuando uno ve aquello que desea ver, cuando se antepone la creencia a la ciencia, la fe a la objetividad. Cuando tal cosa ocurre, los datos, por discordantes que sean, suenan a música celestial. Aquel público expectante estaba convencido de que iba a asistir a la presentación de uno de los más grandes hallazgos de la historia de la Paleontología, la disciplina científica que más estaba contribuyendo a arrojar luz sobre el oscurantismo que dominaba hasta entonces en el pensamiento acerca del origen de la Tierra y de los organismos que la pueblan. En realidad, estaba asistiendo a la puesta de largo de uno de los mayores timos de la historia de las ciencias.

En un país cuya situación social no se apartaba mucho de las descripciones de Charles Dickens, para las elites culturales suficientemente educadas y adineradas como para ocuparse de las ideas evolucionistas, el hallazgo representaba su triunfo definitivo del progreso, la victoria de los darwinistas frente a los creacionistas, la turba retrógrada que creía a pies juntillas que en la Tierra existían tantas especies como Dios había creado y que emparentar –aunque fuera remotamente- al hombre con los simios era un sacrilegio contra natura, un pecado nefando comparable a la sodomía, la pederastia o la zoofilia. 

En resumidas cuentas, lo que habían encontrado los señores Dawson y Smith Woodward, con la inestimable ayuda del jesuita Teilhard de Chardin, era un cráneo humano casi entero y una mandíbula perteneciente a un simio que encajaban como anillo al dedo y que, acompañadas de otra colección de fósiles (entre los que sobresalían restos de molares y de un colmillo), servían con casi total perfección para reconstruir el eslabón perdido entre humanos y monos antropoides. 

Tuvieron que transcurrir más de cuarenta años para que tres investigadores británicos, coordinados por el doctor Kenneth Oakley, con la ayuda de la entonces novedosa prueba del flúor, desmontaran el fenomenal camelo. Las conclusiones a las que llegaron Oakley, Weiner y Le Gros Clark fueron que «los distinguidos paleontólogos y arqueólogos que tomaron parte en las excavaciones de Piltdown fueron víctimas de un cuidadoso y bien elaborado fraude [...] como no tiene paralelo en la historia de los descubrimientos paleontológicos».

Era una flemática manera de concluir su estudio en el que se demostraba, sin posibilidad de discusión, que “alguien” había reunido fragmentos de un cráneo humano moderno (de unos 650 años de antigüedad) con la mandíbula de un orangután (de unos 500) y unos trozos dentales, limados para cambiar su apariencia hasta volverla casi humana, de un elefante, un hipopótamo y un chimpancé del Pleistoceno, hasta conseguir una quimera con la capacidad cerebral de un humano pero que todavía mantenía los rasgos anatómicos de un orangután.

Mientras redacto este artículo me entero por la prensa de que un anestesista japonés, Yoshitaka Fujii, se ha hecho con el poco honroso título de investigador más fraudulento de la historia de la Medicina, por delante del alemán Joachim Boldt, también anestesista, quien en muchos de sus artículos falseó datos hasta hacer que noventa de ellos fueran retirados del circuito científico, un récord que ha sido pulverizado ahora por su colega japonés. Fujii se inventó un total de 172 artículos entre 1993 y 2012 y publicó sus investigaciones fraudulentas en más de una veintena de publicaciones especializadas, como British Journal of Anaesthesia, International Journal of Gynecology and Obstetrics y Clinical Therapeutics, cuyos editores se apresuran ahora a enviar los artículos del trilero japonés al desván en donde habita el olvido.

Woodward y Dawson; Boldt y Fujii, el eterno retorno de lo mismo, la demostración de lo que escribió James Madison: si los hombres fueran ángeles no harían falta los gobiernos.