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viernes, 29 de abril de 2016

Manuales para pufistas o "Todo el mundo ha de vivir"


No es poeta quien quiere, y tampoco puede ser pufista quien no disponga de aptitudes naturales adecuadas a su alta misión.

Roboamo Pufista (1881)

Cierro con esta entrega mi trilogía dedicada a los morosos, una fauna que ha prosperado gracias la crisis, merced a la cual se ha incorporado a la mesnada pufista un nutrido grupo de obligados advenedizos que nada tienen que ver con los profesionales del pufo, esos aristócratas de la mora y archimandritas del impago que siempre estuvieron ahí, con o sin dinero. La diferencia entre unos y otros es clara, unos quieren pagar, pero carecen de dinero para cumplir, mientras que los otros tienen dinero, pero no les da la gana pagar. En el libro Análisis del moroso profesional (Profit), el profesor Brachfield, considerado uno de los mayores especialistas en la lucha contra la morosidad y recobro de impagados, disecciona la naturaleza y comportamiento de los morosos recalcitrantes.

Braschfield, que mantiene un blog dedicado a la gestión de impagos y a la caza del moroso profesional, sigue la estela de Honorato de Balzac, uno de los escritores más significativos e importantes del siglo XIX, que escribió La Comedia Humana, a quien dediqué mi primera entrada dedicada los pufistas. Para certificar su innata vocación, Balzac compuso un librito la mar de interesante, El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (en diez lecciones), en el que desarrolló con todo detalle toda una teoría de táctica y estrategia para ejercer con éxito y suficiencia esta compleja y difícil tarea que, gracias a Dios y para mejor gobierno de las repúblicas, no está al alcance de todos.

La de Balzac no fue la única producción literaria dedicada a estos menesteres, porque en el mismo siglo XIX se publicaron algunos “manuales de instrucciones” para practicar el arte de endeudarse, cuyo fin último era satirizar dicha ocupación. Famosos fueron en ese siglo dos escritos anónimos, francés e italiano, ambos con el mismo título El arte de acumular deudas y no pagarlas, donde se narran pufos famosos y muy celebrados, y se explican las condiciones, requisitos y procedimientos necesarios para «el hombre que pretende vivir gracias a la deuda, el hombre que se siente llamado a esta sublime misión de regenerar la humanidad mediante el sistema de los impuestos involuntarios: el pufista».

Utilizando el mismo título, la editorial Sequitur reunió ambos manuales de instrucciones para acumular deudas con elegancia e impagarlas sin decadencia. Ambos textos revelan un solo modus operandi en el que subyacen sendas formae mentis: una más política, otra más pícara. Una que construye políticamente el derecho a tomar prestado (y no devolver), otra que lo hace teológicamente: un derecho económico que nace del agravio social o un derecho humano inscrito en la naturaleza del hombre, hecho a imagen y semejanza del Creador. Una que da pie a todo un sistema de economía política, otra que revela unas fuentes para el sustento de la economía doméstica: un principio general de redistribución responsable de las riquezas o un recurso para vivir alegremente a costa de lo ajeno. Pero, más allá del fundamento teórico del empréstito sin retorno, ambos textos proporcionan valiosos consejos para proceder -ya sea al modo italiano o a la moda francesa- por los arcanos de esta importante faceta del mundo de las finanzas.

El panfleto anónimo francés se atribuye a Jacques-Gilbert Ymbert, Maître des requêtes del Conseil d’État, es decir, un abogado del Estado, que con este escrito procuró, siete años después de Waterloo y treinta y tres después de la Revolución, participar, no sin amargura y humor, en la Restauración, en la restauración del orden burgués, un orden basado seriamente en la ficción del dinero. Bajo la premisa «Todo el mundo ha de vivir», el autor dedicaba el libro a «todos los destituidos, a las víctimas de las revoluciones y de pasados, presentes y futuros cambios ministeriales».

El segundo panfleto, aparecido en Milán en 1881, iba firmado con el esclarecedor seudónimo "Roboamo Pufista", al que rindo merecido homenaje transcribiendo algunos fragmentos de sus briilante opúsculo: 

«Para entenderse sin malgastar palabras, conviene de inmediato adoptar un vocablo con el que nombrar, con matemática exactitud, a ese personaje singularmente agraciado por la naturaleza, y perfeccionado por la ciencia y la práctica social, que se propone vivir alegremente la vida a costa del crédito público y privado.
Mi propio apellido podría servir a tal fin. El hombre que pretende vivir gracias a la deuda, el hombre que se siente llamado a esta sublime misión de regenerar la humanidad mediante el sistema de los impuestos involuntarios, cabe llamarle, por lo tanto, pufista. Confiriendo el nombre de pufista a esta gran y noble especialidad de la raza humana −que dentro de nada dejará de ser una especialidad para convertirse en una práctica generalizada−, sé estar postulándome a una fama imperecedera.  Acabo de enunciar, casi sin percatarme, un grandioso concepto que exige pronta explicación para que también puedan comprenderlo los intelectos menos avispados. He dicho que el pufista está llamado a regenerar la humanidad gracias al sistema de los impuestos involuntarios.
 […]
No es poeta quien quiere, y tampoco puede ser pufista quien no disponga de aptitudes naturales adecuadas a su alta misión.
 No pretendo, con estas palabras, desanimar a los menos favorecidos por la naturaleza. Cuando se habla de poeta o de pufista, estamos refiriéndonos a los tipos más ejemplares de una categoría y se sabe que, con estudio y ejercicio, muchos individuos dotados de un talento mediocre logran hacer algún verso decente o, también, alguna deuda respetable.
Pero para llegar a ser pufista de primera categoría, pufista de alta sociedad, pufista mundial se precisa de unas aptitudes poco comunes, que pasamos a señalar brevemente.
El pufista de primera clase suele nacer en una familia acomodada. Si esta familia, además de acomodada, es también honesta, tanto mejor: la buena reputación de los familiares podrá facilitarle el éxito en sus primeras empresas pufísticas.
Cierto atractivo personal puede resultar beneficioso. Ayuda, especialmente, una estatura elevada, si viene con un poco de redondez en las formas. Los hombres largos y enjutos suelen inspirar menos confianza que los corpulentos y rellenitos. El verdadero pufista debe haber logrado de la naturaleza una impronta de distinción; una impronta que no responde a un único perfil, pero que, completada con artificio, puede arropar de apariencias falaces incluso a los personajes más viciados e innobles.
Requisito indispensable es la poca transparencia de la epidermis. Hay momentos en la vida, ya sea del pufista como del hombre de Estado, en los que un inoportuno rubor de las mejillas, una mínima turbación en la frente puede poner en peligro un ambicioso plan financiero hábilmente imaginado y traicionar los más ingeniosos propósitos. Los músculos de la cara deben ser tenaces, y poder reaccionar contra las conmociones internas del alma, ya se trate del sobresalto de la alegría o del escalofrío, a veces inevitable, del miedo.
Para completar la lista de las dotes físicas, diremos que la lengua locuaz, el cuerpo elástico y las piernas ágiles son otras tantas condiciones que favorecen al individuo que pretenda iniciar una brillante carrera.
 Por lo que a las dotes del espíritu se refiere, no es necesario señalar que sin un rico ajuar de inteligencia no es lícito aspirar a ninguna meta sublime −aunque, como veremos más adelante, el pufista de segunda o tercera clase puede llegar a suplir las deficiencias del espíritu con un agudísimo instinto de pillería.
El gran pufista, el pufista de primer nivel, tiene que ser tanto gran matemático como gran poeta. El genio poético debe inspirarle proyectos sublimes; el genio matemático debe proporcionarle medios estratégicos para traducir esos proyectos en hechos y llevarlos a buen puerto.
[…]
 (Que mis acreedores, aquellos que aún viven, no se ofendan si les comparo con los limones; en definitiva, después de la piña y del cedro, ¡no crece sobre la superficie terrestre fruto más noble!)».

Curioso resulta sin embargo constatar cómo estos escritos y otros de contenido similar fundamentan sus teorías científicas y sus sabias investigaciones en principios que la opinión común parece compartir.  Uno es de Balzac: «Mientras más se debe, más crédito se obtiene». Otro aparece en uno de los dos anónimos: «A la cárcel por deudas, sólo van unos pocos imbéciles que iniciaron su carrera desconociendo los rudimentos del arte». 

jueves, 28 de abril de 2016

El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (2): Vázquez, el moroso perfecto

Si en la Francia del XIX Balzac fue el prototipo del moroso contumaz, en la España del siglo pasado, otro creador, el dibujante Manuel Vázquez Gallego (1930-1996), fue también un pufista profesional. 

Manolo Vázquez, un madrileño de Cascorro que vivió la mayor parte de su vida en Barcelona, fue uno de los más reputados dibujantes de historietas cómicas de nuestro país y una de las estrellas de la editorial Bruguera”. Además de Anacleto Agente Secreto, que en 2015 pasó de los tebeos al celuloide, fue el creador de “Las Hermanas Gilda”, “La familia Cebolleta”, “La Abuelita Paz”, “La familia Churumbel” y “Angelito”, entre otros muchos personajes de papel, creados por Vázquez en las décadas de los sesenta y setenta; con no poca habilidad para esquivar a la censura franquista, ya que muchos de estos personajes eran “políticamente incorrectos” desde el punto de vista de la dictadura.

Pero junto a esas habilidades, y supongo que, sin leer a Balzac, el genial humorista fue la encarnación del perfecto moroso y del deudor empedernido. Se dice que otro genial dibujante de Bruguera, Francisco Ibáñez, creó a propia imagen y semejanza de Vázquez a Manolo, el moroso de profesión e inquilino de la buhardilla de 13, Rue del Percebe, aunque ni el padre de la criatura, ni el propio Vázquez, lo hayan reconocido tácitamente.

Claro que para autorretratarse Vázquez se basta él solito. En 1961, creó un personaje, el “Tío Vázquez”, basado en él mismo; el genial dibujante se caricaturizaba como un moroso impenitente y contumaz, su álter ego. En las historietas, el personaje nos explicaba a los atónitos lectores, la mayoría niños (yo entre ellos) y adolescentes, que el héroe es el que jamás paga; aquello era algo insólito en plena dictadura franquista, cuando la censura prohibía toda incitación del humorismo hacia la desobediencia de las leyes y la conculcación de la moral y de las buenas costumbres.

Quienes conocieron a Vázquez afirman que la encarnación del perfecto mal pagador. Tenía a gala comprar las cosas a plazos y no pagar nunca las letras, lo que convertía la escalera de su casa en un desfile de acreedores al acecho. Una anécdota que ilustra el comportamiento moroso de Vázquez, fue cuando llegó un día a su casa y se encontró a dos cobradores en el rellano que esperaban a que apareciera para cazarlo. Su reacción fue muy rápida: se puso a aporrear su propia puerta a todo trapo y vociferando: «Abre la puerta y paga lo que debes de una maldita vez, moroso de mierda; sé que estás ahí, escondido debajo de la cama». Vázquez se hizo pasar por un cobrador con tanta habilidad que los otros dos caza-morosos le acabaron invitando a unas cañas.

A diferencia de lo que ocurre con los morosos profesionales que nunca reconocen su vicio, Vázquez nunca se avergonzó de su condición de moroso recalcitrante; él presumía de ser un pufista contumaz y de haber convertido su morosidad en una filosofía que mantuvo hasta el final de sus días. En cuando tenía ocasión alimentaba su propia leyenda negra. Prueba de ello es la entrevista que concedió en 1982 a Sol Alameda para el País Semanal, que lleva como titular «En la tragedia siempre hay muchísimo humor», publicada el 31 de enero de 1982, en la que Vázquez sentaba cátedra de su morosidad simpar:

«Es que en estos últimos años nos hemos ido cuatro veces de los pisos, por no pagar. A mí me trae sin cuidado lo que diga la gente. Si en un momento determinado se han complicado las cosas y no has pagado al casero (porque te has puesto enfermo o porque te has gastado el dinero, es lo mismo), durante un mes, dos, o siete meses, hasta que los caseros se hartan, entonces tienes que coger una camioneta por la noche, y con los niños y lo que te puedas llevar, abandonar. Esto no deja de ser triste, pero no por la moralidad. Quizá no encuentres a nadie que sea más amoral que yo.
Si hubiera una medalla para el mayor sinvergüenza, ésa la llevaría colgada yo. Lo que me molesta es la mezquindad. Eso sí. Porque a mí me gustaría irme sin pagar de un hotel de Acapulco. Como me gustaría estar con Bo Dereck y largarme sin pagar. Pero hacérselo a una viuda de cincuenta años me parece criminal. O sea, que no es la moralidad, sino la calidad de la empresa. Irme de un piso porque no puedo pagar treinta mil cochinas pesetas me descompone, se me cae la cara de vergüenza. Te dejas allí la moqueta recién puesta y un montón de cosas que no puedes cargar».

Según contaba su amigo, el escritor Francisco González Ledesma, con el que coincidió trabajando en Bruguera, para cuando no le apetecía alquilar, Vázquez «tenía hecho un balance perfecto de todas las pensiones de Barcelona, y sobre el mismo había calculado que podía vivir en todas, una tras otra, hasta su último día, contando lo que tardarían eh echarlo por no pagar. Juro por el Santísimo que no hizo todas las pensiones de Barcelona, pero le faltó poco».

Los cientos de enredos y trapisondas organizadas por Vázquez, entre las que no faltó abrir un burdel en la calle Ayala de Madrid, lo llevaron tres veces a la cárcel, algo que parecía traerle sin cuidado:
«El récord [de sus estancias entre rejas] lo tengo en seis meses. Lo suficiente para saber que si entras es difícil salir limpio. Yo me divertí, lo pasé bien. Estando allí hubo un incendio, apagué el fuego, salvé a un guardia y me dieron una mención de honor. En la Modelo cada uno se relacionaba con los de su élite, y claro, yo me relacionaba con los estafadores. Los había tremendos: de casas de discos, de urbanizaciones, algunos de grandes quiebras. Gente gorda. Allí tenían hasta chicas, no te digo más; menos salir a la calle, lo que quisieran. Vino, coñá, conversaciones mundanas y elegantes. Todos éramos unos señores. Y nadie negaba nada. Te decían “pues cuando salga voy a hacer una operación de tantos millones”. Era lo normal. Era gente clara, y no los de la editorial, que te hablaban de un nuevo proyecto, que tú ibas a hacer tantas páginas, y luego veías que te reproducían mil veces sin pagarte un duro. Porque, mira, yo tengo la teoría de que un estafador es el tío que saca los ahorros a la gente de la calle prometiendo unos pisos en la playa y que luego es mentira. Pero cuando un tío estafa a unos riquísimos que tienen una tela, a una gente que ha estafado toda su vida a los demás, eso es un señor».

A Manolo Vázquez le hubiera encantado conocer a su prototipo, Roboamo Pufista, del que me ocuparé en la próxima entrada.

miércoles, 27 de abril de 2016

El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (1): Honoré de Balzac

La deuda pública en España en el primer trimestre de 2016 fue de 1.081.327 millones de euros, lo que supone un 100,01% del PIB o, dicho de otra forma, que cada español debe (solamente en deuda pública: hipotecas y préstamos privados aparte) 23.280 euros. Para abundar en lo que digo, la deuda pública ha crecido desde 2005, cuando fue de 393.479 millones de euros, el 42,30% del PIB de aquel año. No somos nadie ni estamos solos.

Los occidentales vivimos de lo que nos prestan. Las deudas públicas de los países occidentales, EEUU incluido, superan el 100% de su PIB y continúan creciendo año a año, sin ton ni son. Resolvemos nuestros problemas de crecimiento y de deflación emitiendo aún más deuda, en una loca carrera sin fin. Nunca estuvimos tan endeudados y, a pesar de ello, seguimos entrampándonos para poder vivir y pagar la anterior. Nos encontramos en una espiral sin aparente salida, que nos preocupa y ocupa. Para unos, esta deuda viene motivada por un exceso de gasto público, para otros por una insuficiente recaudación fiscal. En todo caso, también guarda relación con la descomunal deuda privada de nuestras familias y empresas, que en el último año alcanzó el 180% del PIB. Y parece que no sabemos – o no queremos – librarnos de ese dogal.

Por eso, es más que recomendable que los gobiernos (y sus gobernados) de Occidente lean la edificante e insolente lectura del libro que en 1827 escribió el joven Honorato de Balzac. El libro, tenido por insolente y antisistema, nunca sería reeditado ni incluido en sus obras completas. Se trataba del opúsculo satírico L´art de payer ses dettes et de satisfaire ses créanciers sans débourser un sou, publicada en español como El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (Editorial Espuela de Plata). Como se advierte en el prólogo de la obra,

«Para satisfacción de los lectores, Balzac convirtió sus sufrimientos personales en una moral, para demostrarnos, de forma contundente, que las deudas no pagadas son un seguro placer para el que las ha contraído».

Y el propio autor se aplicó las enseñanzas de este libro, pues siempre vivió por encima de sus posibilidades, endeudado y cambiando frecuentemente de vivienda. De hecho, la que hoy es conocida como la «Maison Balzac» dispone de varias salidas a modo de gateras para que el escritor pudiera escapar de sus acreedores. Según Balzac, la primera y más importante lección a aprender es que

«Se puede vivir del crédito siempre que se cumpla con una fidelidad inquebrantable su más sólido principio: no hay que pagar deudas a nadie».

Y sigue Balzac, agudo, con uno de sus menos conocidos aforismos:

«Mientras más deudas se tienen, más crédito se tiene; mientras menos acreedores se tienen, menos ayuda se puede esperar».

O este otro, que tampoco es manco:

«Quien no consigue crédito, inevitablemente entra en quiebra, pues mientras más crédito se tiene, más movimientos de ventas se logra».

Con gran cinismo, Balzac afirmaba que cualquier nación, por grande que sea o por perfecta que sea su Administración, se termina dividiendo en dos grandes grupos o partidos:

«Primer partido: individuos que roban. Este es el más fuerte y poderoso. Segundo partido: individuos que son robados. Este es el más grande y numeroso».

¿En cuál se encuentra usted? El deudor, afirma Balzac, siempre estará mimado por sus acreedores, pues es la única manera que tienen del recuperar los prestado. Por eso, el genial escritor francés advierte que:

«Tiene que actuar de manera que los acreedores estén más interesados que cualquier otra persona en conservar y prolongar su estancia en la tierra».

Y tiene razón. Al final, los prestamistas del norte de Europa no han dejado caer a los del sur, preocupados por el impago de las deudas contraídas. Ahora son los que más nos miman y nos quieren por la cuenta que les trae. Y un último consejo de Balzac: la mejor manera de amortizar (no pagar) las deudas es la del enredo: hay que convertir las deudas existentes en otras nuevas y diferentes. ¿Les suena? Eso es lo que llevamos haciendo hace años con nuestras nuevas emisiones que tapan los agujeros de los antiguos préstamos.


Pues bien, los gobiernos ya tienen en el libro de Balzac todo un modelo contrastado en el que inspirarse para seguir enredando y pidiendo más y más préstamos aún a sabiendas de que ya, probablemente, no seremos capaces –o no querremos- devolverlas. ¡Viva Balzac!

domingo, 24 de abril de 2016

Aníbal en los Alpes (2): los aromas de la historia

[...]
Sir Gavin Rylands de Beer (1899-1972)
Terminé la primera parte de esta entrada introduciendo al biólogo evolucionista inglés Gavin de Beer, que irrumpió en el bizantino (pero no menos apasionante debate acerca de la intrépida travesía de los Alpes realizada hace unos veintidós siglos por Aníbal Barca. Recordemos: El general cartaginés Aníbal se dirigió a Roma con sus tropas, caballos y elefantes de guerra, batió a los romanos en numerosas batallas, pero no llegó a entrar en Roma y años más tarde cayó derrotado en Zama, en la actual Túnez. 
La travesía de los Alpes en el 218 AEC ha pasado a la historia tanto por la magnitud de la hazaña como por su valor estratégico, pero los historiadores, investigadores, estrategas militares y un sinfín de diletantes nunca se pusieron de acuerdo sobre cuál fue el itinerario exacto que siguió el intrépido cartaginés por los Alpes. ¿Qué paso eligió? ¿Qué puerto de montaña? Los excrementos de la caballería cartaginesa dejaron una huella invisible sobre el terreno que han podido detectar los microbiólogos, unos aromas de la historia que acaban de desvelar el misterio.
La Batalla de Zama según un grabado de Cornelis Cort (1567).
En su libro Étude sur Annibal. Marche d'Annibal des Pyrénées au Pô et description des vallées qui se rendent de la vallée du Rhône en Italie (Paris, E. Dubois, 1887), que los interesados pueden encontrar aquí, el coronel Jean-Baptiste Perrin (no confundir con su homónimo, Premio Nobel de Física 1926, que nada tiene que ver en el asunto) propuso el paso de Clapier en el macizo de Mont-Cenis y Gavin de Beer fue el primero que propuso el paso de Traversette, situado a unos 3.000 metros de altura. De probarse la ruta por allí, Aníbal habría escogido uno de los caminos más peligrosos y traicioneros en su marcha hacia los dominios romanos. Lo hizo para evitar emboscadas de las tribus galas hostiles, sostenía de Beer. A pesar de presentar este y otros razonables argumentos en defensa de su tesis, ésta cayó en saco roto salvo en Inglaterra donde tomaron buena nota. Han tenido que transcurrir 61 años para que la Ciencia, a la que de Beer consagró su vida, haya salido en su ayuda.
Fuente: El País, 13 de abril de 2016
Como nos recordaba hace algunos días Jacinto Antón, ese incansable sabueso de las aventuras, enigmas, entresijos y trapisondas que subyacen en el inframundo de la Historia oficial y con mayúsculas: 
«la arqueología fecal contribuye enormemente al estudio del pasado. Desde el estudio de los coprolitos (heces fosilizadas) de los dinosaurios y otros animales prehistóricos hasta el análisis de las letrinas de las antiguas poblaciones y ejércitos. De alguna manera, podríamos decirlo poéticamente, es una forma de recuperar los aromas de la historia». 
Y eso es lo que ha venido a ocurrir ahora, cuando el pasado mes de marzo la revista científica Archaeometry ha publicado sendos artículos (1, 2), en los que un equipo de investigadores, dirigido por Bill Mahaney, de la Universidad de York (Toronto), que reafirman la tesis de Gavin de Beer:
«Mediante una combinación de análisis metagenómicos microbianos, química ambiental, investigación geomórfica y pedológica, análisis polínicos y otras técnicas geofísicas, los investigadores han demostrado que hubo una deposición animal masiva cerca del paso de Traversette que puede ser fechada aproximadamente en el año 218 AEC».
Los especialistas se refieren, claro está, a grandes cantidades de excrementos animales procedentes de la caballería, que probablemente se alimentó y bebió al hacer un alto en el camino. En sus Historias Polibio escribió lo siguiente sobre el avance de Aníbal y su ejército por los Alpes: 
«Al noveno día llegó a la cima de estos montes, donde acampó y aguardó dos días para dar descanso a los que se habían salvado y esperar a los que se habían quedado atrás».
Si tenemos en cuenta que un caballo evacua entre 7 y 10 kilos de excrementos diarios, durante los tres días que estuvieron los miles de caballos y los elefantes (estos no sé lo que excretan) que llevaba consigo Aníbal, debieron dejar un verdadero montón de mierda.
Removiendo los aromas de la historia.
Fuente: Universidad de Queen's, Belfast

Los excrementos dejaron una huella invisible sobre el terreno que han podido detectar los microbiólogos: 
«La deposición se extiende dentro de una masa batida de fango aluvial de un metro de grueso, producida por el constante movimiento de miles de animales y humanos. Más del setenta por ciento de los microbios que hay en el estiércol de caballo proceden un género de bacterias, Clostridium, que son muy estables en el suelo y que sobreviven miles de años»
Billones y billones de esas bacterias y de otros microorganismos habitan en el ciego y en el intestino grueso de los caballos, donde realizan el proceso de fermentación que rompe las complejas moléculas que forman la fibra de las plantas.
«Hemos hallado evidencias científicas y significativas de estos mismos organismos en una firma genética microbiana que data precisamente de la época de la invasión púnica», ha afirmado Chris Allen, microbiólogo de la Universidad Queen's de Belfast, otro de los firmantes del artículo.
Y ahora, para terminar con algo más poético, les dejo unos versos extraídos de la obra de José María Álvarez Antología de 16 Poetas de la Antigua Cartagena (Editora Regional de Murcia, 1983), que el autor atribuye a Himilcón, un general cartaginés, al mando de la guarnición de Lilibea durante la Primera Guerra Púnica, que acompañó a Anibal (Han Baal en el texto) en su marcha transalpina.


HONOR Y GLORIA DE ANÍBAL


Y te seguí oh Han Baal,
crucé mares, montañas, arrostré la batalla
y nunca traicioné el alto destino de Carthago […]

Sobre el más bello y audaz caballo
te veíamos entrar el primero en las filas enemigas
Más de dieciocho inviernos seguí tus huellas
sobre arena, piedra, nieve,
crucé el gran río […]
y las altas montañas que ninguno antes pisara
Perdimos muchos hijos de Carthago […]

En mi cuello luzco con orgullo
la cicatriz de una flecha a ti destinada,
y cuando los hijos de mis hijos me dicen
«¿Quién era Han Baal?», yo muestro mi cuello
y digo «Esto es Han Baal» […]

… después divisamos las feraces llanuras de los romanos.
Lucharon con valor, pero nosotros seguíamos
al más insigne de los generales.

Lucharon con valor, pero el coraje de sus armas
no hizo sino situar aún más alto el nombre de Carthago,
y los vencimos río tras río, y en la gran batalla de los lagos
nuestra caballería voló sobre sus cuerpos
como el viento sobre la mies.
Y seguimos alegres hacia el Sur. […]

En Cannae dimos la espalda al sol
y en nuestras manos tuvimos la suerte del mundo […]

¿Por qué no hiciste caso de Marhabal? 
Después te seguí a Capua.
En la noche soñábamos con tomar Roma. […]

¿Por qué no hiciste caso de las voces de tus soldados?
Y esto te digo, oh mi general,
con el orgullo que me confiere haber acompañado nuestras armas
a la victoria tantas veces,
con el orgullo de haber luchado en la derrota
y de que mi brazo izquierdo quedase
con nuestras banderas, en el polvo.
¿Por qué no hiciste caso de tu ejército?
Te hubiéramos seguido al fin del mundo […]

Como en Alalia vencimos a los griegos
el Imperio ha vuelto a cambiar de manos.
Ya nada importa, oh mi general,

tan sólo haber servido con honor.

sábado, 23 de abril de 2016

Tiempo para El Quijote

Mientras que escribo estas líneas, al lado de mi casa, en el Paraninfo de la Universidad en la que trabajo, los Reyes entregan el Premio Cervantes al escritor mexicano Fernando del Paso. Ausente ahora de la ceremonia, puedo imaginarla con todo detalle. He sido testigo de once de ellas, primero como miembro del equipo rectoral de la Universidad (1986: Buero Vallejo; 1987: Carlos Fuentes; 1988: María Zambrano; 1989: Augusto Roa Bastos; 1990: Adolfo Bioy Casares; 1991: Francisco Ayala). Más tarde, en mi etapa como alcalde, me tocó sentarme en la mesa de presidencia junto al rey Juan Carlos (2000: Francisco Umbral; 2001: Álvaro Mutis; 2002: Jiménez Lozano; 2003: Gonzalo Rojas). Por pura afición, me las apañé para asistir a las ceremonias en las que se entregó el Cervantes a Rafael Alberti (1983), Mario Vargas Llosa (1994), José Hierro (1998), Jorge Edwards (1999), Antonio Gamoneda (2006) y Juan Gelman (2007). Conocerlos y poder hablar con ellos fue todo un privilegio. La ceremonia, qué quieren que les diga, un tostón.

Este año es una conmemoración especial, pues se cumplen 400 años desde el día de la muerte de Miguel de Cervantes. Murió el hombre, pero el escritor sigue vivo en sus libros. No hay libro tan malo que no encierre cosa buena, decía el bachiller Sansón Carrasco, y eso aunque algunos de ellos solo sirvan –como pensaba Moratín- como sustitutos de la cachiporra o del pisapapeles. No es el caso, ni cabe tal, cuando se trata de Cervantes, al que releo estos días mientras vienen a mi recuerdo aquellas palabras de Alfonso II de Aragón: <<Los libros son, de entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la ambición les impiden decirme lo que debo hacer>>.

Y es que la obra de don Miguel de Cervantes sigue siendo una fuente inagotable de la que fluyen relecturas que parecen siempre nuevas y amenas, reflexiones e interpretaciones de lo que significan sus diálogos, sus ambientes y sus personajes, principalmente los que en prodigioso retablo de caracteres pueblan El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Como dejó escrito el intelectual mexicano Alfonso Reyes: <<A fuerza de releer este libro y apropiárnoslo en cierto modo, nos vamos envalentonando y nos entran ganas de descubrir el Mediterráneo por nuestra cuenta, y valga ello lo que valiere>>.

Como decía Max Aub, uno llega a la conclusión de que en cualquier lector interesado de El Quijote hay un conferenciante en ciernes, siempre prendido de Cervantes y de su inmortal personaje. Cervantes y Alonso Quijano parecen muchas veces ser el mismo, la cara de una moneda en la que aparece una figura universal, don Quijote, en cuya cruz luce un personaje típicamente nacional, Sancho Panza. <<No he podido yo contravenir a la orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra a su semejante”, escribe Cervantes en las primeras líneas de El Quijote, para culminar, casi en las últimas, diciendo de él y de su personaje “los dos somos para el uno>>.

Cervantes y don Quijote son la culminación del creador literario y del personaje creado. Las ideas, como lo personajes, navegan por el mundo como navíos en busca de piloto. Cervantes ha sido el mejor de ellos, el mejor navegante de un mundo de sueños que es, sobre todo, real. Encontrado por su autor, don Quijote encarna mejor que ninguna otra creación literaria el espíritu de una época de esplendor –la de los Austrias españoles- cuyo lastimoso fin Cervantes supo mejor que nadie intuir. Don Quijote es hombre de libro y espada, y, por tanto, prototipo de la transición renacentista entre la oscuridad medieval de los libros de caballerías, a los que alocadamente se aferra, y el espíritu de la Reforma que apenas se esboza en el horizonte de una España fecunda en lo espiritual pero arruinada en lo material.

Pero don Quijote no me parece, como piensan muchos, arquetipo del español sino figura humana en la que se encarna la España del cenit imperial. Don Quijote –quizás sin saberlo el propio Cervantes- es España luchando por unos ideales muertos, metida en empresas tan descabelladas como gloriosas. Don Quijote desfacedor de entuertos y redentor de galeotes, arquetipo de una España redentora de infieles, luz del mundo, imperio en el que nunca se ponía el sol, por más que las hambrunas y la peste asolaran el solar ibérico. Un solar como La Mancha, telón de fondo por donde se mueven las fantasías cervantinas trocadas en las demencias de un hidalgo que son las locuras de la propia España.

No hubo, ni hay, ni probablemente habrá, un escritor español que se pueda comparar con Cervantes. Ningún otro ha podido ni siquiera acercarse a la magnitud heterogénea de su obra tanto en prosa como en verso. Si el día de mañana, por cualquier causa, se borrara de la faz de la tierra toda la literatura española de los siglos XVI y XVII, bastaría con la obra de don Miguel para reconstruirla por entero. Escribió la mejor novela, la mejor tragedia, las mejores novelas cortas, los mejores entremeses y algunos de los mejores sonetos jamás escritos en español. No hay, pues, hipérbole alguna en ese verso de Cervantes que reza <<Yo el soneto compuse que así empieza, / por honra principal de mis escritos: / Voto a Dios que me espanta esta grandeza>>.

La grandeza de Cervantes es tal que la literatura española no sería la misma sin El Quijote. Hay un antes del Quijote en la literatura española que es poco, con ser mucho; hay un después del Quijote que lo es todo. Mutílese la literatura inglesa de Romeo, de Hamlet o de Shylock y seguirá siendo lo que es; anúlese a Fausto o a Werther y la germana no cambiará; bórrese a Gargantúa, al Avaro o al Misántropo de los anales de la francesa y continuará brillando con esplendor. No puede hacerse lo mismo con don Quijote y aún con Sancho, porque la literatura en lengua hispana no sería lo que es.

Y más todavía, porque no puede entenderse la novela moderna sin entender El Quijote. Con este libro Cervantes abrió un camino cuyo fin no se intuye, una senda desde la que han surgido las múltiples veredas de la creación novelística universal. En El Quijote están todos y cada uno de los vericuetos por los que ha transcurrido la novela en cualquier lengua. De la misma forma que Descartes y Galileo están en Einstein, en Bohr o en Pasteur, Cervantes está en Joyce, en Faulkner o en los ensoñadores universos tropicales de García Márquez, de Miguel Ángel Asturias o de José Eustasio Rivera. Cervantes abrió una puerta por la que han surgido, bulliciosas e incontenibles, las mil y una ramas de la invención literaria que, llámense como se llamen, estén escritas en prosa o en verso, encontrarán en la obra cervantina su origen y su insuperable cima.


Se cumplen 400 años que Cervantes pusiera <<pie en el estribo con las ansias de la muerte>>. Es un buen momento para volver a leer su obra, en la seguridad de que cada lector encontrará en ella lo que dejó escrito don Miguel en otro de sus sonetos: <<Yo he dado en Don Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno, / en cualquier sazón, en todo tiempo>>.

Aníbal en los Alpes: una cuestión de mierda (1)

Aún conservo la «intuitiva, sintética y práctica» Enciclopedia Álvarez con la que preparé mi examen de ingreso en el Bachillerato. Su autor, el maestro vallisoletano don Antonio Álvarez, dedicó dos páginas a Aníbal (247-182 AEC), el gran general cartaginés que en el siglo III AEC se atrevió a desafiar el poder de Roma. El espacio les parecerá poco a algunos, pero es todo un universo de papel si se tiene en cuenta que aquella enciclopedia de 635 páginas tamaño cuartilla incluía más de cien lecciones dedicadas ni más ni menos que a Lengua Española, Geografía, Ciencias Naturales, Historia, Historia Sagrada, Aritmética y Geometría, y, de postre, más de cincuenta dedicadas a la Formación del Espíritu Nacional.

En la estampa que acompaña al texto, el imaginativo autor mostraba a Aníbal, espada en mano y subido a una biga de guerra, entrando a sangre y fuego en una incendiada Sagunto dos de cuyos habitantes, heridos de muerte, yacen a los pies del conquistador que acaba de destruir la ciudad ibera aliada de Roma. ¡Menudo tipo!, pensaba yo, ignorante de la mejor hazaña ejecutada por uno de los genios militares más grandes de la historia.
Estampa de la Enciclopedia Álvarez
Lo mejor vendría después, en la Historia Universal de Primero de Bachillerato, cuando supe que Aníbal había atravesado los Alpes ¡montado en un elefante! La estampa que acompañaba al texto era fascinante: el mismo tipo que había visto entrar en Sagunto aparecía ahora a lomos de un paquidermo con el telón de fondo de unas montañas nevadas.

Luego, Aníbal pasó a ocupar durante muchos años el rincón de mi mente en el que impera el olvido; hace unos veinte años volví sobre el asunto cuando leí (y releí varias veces) Aníbal, el libro de Gisbert Haefs, una de las novelas históricas más célebres de las últimas décadas, en la que el narrador, Antígono, un supuesto heleno asentado en Cartago, cuenta la historia del gran comandante africano.

Sobre Aníbal se han escrito miles de ensayos y centenares de libros (teclear su nombre en Google produce casi 12 millones de entradas; si se escribe en inglés “Hannibal” son casi 35 millones), pero nadie ha sido capaz hasta ahora de encontrar el camino que siguió el cartaginés para atravesar los Alpes y sorprender a los romanos –que lo esperaban desembarcando desde África- con un audaz ataque por su retaguardia que aniquiló a las curtidas legiones de Publio Cornelio Escipión, cónsul que dirigía las fuerzas romanas destinadas a interceptar al caudillo cartaginés. Roma era una potencia continental y Cartago una potencia marítima. Parecía obvio que la flota cartaginesa podría atacar mediante un desembarco en cualquier punto del sur de la península itálica o de Sicilia, evitando así el terrorífico cruce por los Alpes. Sin embargo, Aníbal atacó por tierra en abierto desafío y sorpresa para las tropas romanas. Su repentina aparición en el valle del Po después de la travesía de la Galia y el paso de los Alpes, le permitió romper la forzada paz de alguna de las tribus locales con Roma, antes de que ésta pudiera reaccionar contra la rebelión. Recapitulemos.

Después de que los cartagineses asediaran y destruyeran Sagunto, los romanos decidieron contraatacar en dos frentes: África del Norte e Hispania, partiendo desde Sicilia, isla que les sirvió de base de operaciones. No obstante, Aníbal trastocó los planes de los romanos con una estrategia inesperada: quería llevar la guerra al corazón de Italia, marchando rápidamente a través de Hispania y del sur de la Galia. Consciente de que su flota era muy inferior a la de los romanos, Aníbal decidió no atacar por mar, sino que eligió una ruta terrestre mucho más dura y larga pero más interesante tácticamente, pues le permitió reclutar a muchos soldados mercenarios o aliados procedentes de los pueblos celtas dispuestos a combatir a los romanos.

Aníbal partió de Cartagena a finales de la primavera del 218 AEC. Puso en marcha al ejército y envió representantes para negociar su paso a través de los Pirineos y trabar alianzas con los pueblos que se asentaban a lo largo de su trayecto. Según Tito Livio, atravesó el Ebro con 90.000 infantes y 12.000 jinetes. Tras su paso por los Pirineos, disponía de 70.000 infantes y 10.000 jinetes. Según otras fuentes, llegó a la Galia a la cabeza de 40.000 infantes y 12.000 jinetes. Por otro lado, en varias ocasiones, o como mínimo, al principio de la guerra, Cartago envió refuerzos a Aníbal. Además, a su ejército se sumaron muchos soldados procedentes de tribus. Cerca de 40.000 galos se unieron al ejército cartaginés durante la guerra.

Aníbal cruzando los Alpes en un elefante, de Nicolas Poussin
En su ejército, Aníbal contaba con un poderoso contingente de elefantes de guerra, animales que representaban un importante papel en los ejércitos de la época y que los romanos conocían bien por haberse enfrentado a ellos cuando formaban parte de las tropas del rey de Epiro, Pirro I. En realidad, los 37 elefantes de Aníbal son una cifra insignificante comparada con los ejércitos de la época helenística. De hecho, la mayoría murieron durante el viaje a través de los Alpes o víctimas de la humedad de las marismas etruscas. El único paquidermo que sobrevivió, Syrius, fue utilizado como montura por el propio Aníbal. En efecto, Aníbal perdió su ojo derecho durante una batalla menor y utilizó este medio de transporte para no entrar en contacto con el agua cuando se vadeaban ciénagas o cursos de agua.

Aníbal penetró en la Galia evitando cuidadosamente atacar las ciudades griegas erigidas en lo que hoy es Cataluña. Se piensa que, tras franquear los Pirineos a través del Puerto de Perthus y establecer su campamento cerca de Perpiñán, siguió avanzando sin mayores incidentes hasta llegar al Ródano, donde apareció en septiembre antes de que los romanos pudieran impedirle el paso. Tras evitar las poblaciones locales, que trataron de detener su avance, los cartagineses y sus aliados remontaron el Valle del Ródano. El hecho de que los romanos vinieran de conquistar la Galia Cisalpina dio esperanzas a Aníbal de que sería capaz de encontrar aliados entre los galos del norte de Italia. Luego, para llegar hasta la llanura del Po, en el corazón de los dominios de Roma, Aníbal tenía que atravesar los Alpes.

Fuera cual fuese el paso elegido, la travesía de los Alpes ha sido la opción táctica más destacada en la Antigüedad. Aníbal logró atravesar las montañas a pesar de los obstáculos que planteaban el clima, el terreno, los ataques de las poblaciones locales, y la dificultad de dirigir a un ejército compuesto por soldados de distintas etnias y que hablaban en diversas lenguas.

Aníbal vencedor contemplando por primera vez Italia desde los Alpes
de Francisco Goya
El enigma de la hoja de ruta transalpina seguida por Aníbal se convirtió en una de esas cuestiones bizantinas que son causa de debates interminables a pesar de que el tema no tiene importancia alguna. Este mes parece que se ha resuelto de una vez por todas un rompecabezas que decenas de historiadores, diletantes, aventureros y militares habían embrollado durante siglos. Pongámonos en antecedentes de la mano de Peter Connolly, en cuyo libro Aníbal y los enemigos de Roma, el erudito historiador británico ayuda a desbrozar el camino de las elucubraciones, unas sesudas, otras fantásticas, que siguieron a los dos historiadores de la Antigüedad que pusieron sobre el tapete el puzle de aquella intrépida marcha.

Hay dos textos antiguos que dan una descripción de la ruta de Aníbal. El más antiguo está en el tercer libro de la Historia de la Humanidad del historiador griego Polibio de Megalópolis (ca. 200-118 AEC). Del texto parece deducirse una ruta septentrional, porque menciona una tribu celta, los alóbroges, que vivía en las orillas del río Isère, en el siglo II AEC. La otra fuente es el vigésimo primer libro de la Historia de Roma desde su fundación, escrito por el historiador romano Tito Livio de Padua (59 AEC-17 DEC), que sugiere una ruta más al sur.

Livio y Polibio utilizan indirectamente la misma versión escrita por un testigo de la hazaña, que supone que fue uno de los compañeros de Aníbal, Sosylus de Lacedemonia, que es conocido por haber escrito una historia de la Segunda Guerra Púnica en siete libros. Polibio, contemporáneo de Sosylus, utilizó el texto original; Livio lo conocía indirectamente. Su verdadera fuente no puede ser identificada, pero podemos estar seguros de que ese intermediario fue un autor meticuloso que copió todas las indicaciones cronológicas que encontró en el informe de testigos. También añadió explicaciones; que no puede saberse si son correctas, pero la cronología de Tito Livio es muy precisa cuando relata los acontecimientos que surgieron en los 16 días de marcha que tardaron los cartagineses en atravesar los Alpes.

A pesar de que la cronología de Livio es muy detallada, siguen existiendo ciertos aspectos oscuros en su narrativa. Polibio entiende la estrategia militar mejor que Tito Livio. Por ejemplo, explica al principio de su historia por qué las tribus celtas no habían atacado a Aníbal antes de iniciar su travesía de los Alpes:

«Mientras que los cartagineses habían permanecido en las llanuras, los diversos jefes de los Allobroges les habían dejado solo debido a su miedo, tanto a la caballería cartaginesa, como a las tropas bárbaras que los escoltaban».
Explicaciones como éstas están ausentes de la historia de Tito Livio. Además, escribe Polibio que:

«He preguntado a hombres que estaban presentes en esas ocasiones acerca de las circunstancias, he explorado personalmente el país, y he cruzado los Alpes para conseguir evidencias e información de primera mano».
Por lo tanto, es tentador considerar a Polibio como más fiable que a Tito Livio. Tiene conocimientos de primera mano de los Alpes, ha leído el relato de un testigo presencial, y entiende las maniobras del ejército. Por otra parte, Tito Livio tampoco se queda atrás, porque copió cuidadosamente lo que había sido meticulosamente anotado por otro. Como consecuencia de ello, nadie fue capaz de decidir cuál de esos dos textos históricos es el más fiable.

El paso de la Traversette. Imagen de Google Maps.
Otro enfoque del problema es mirar a los pasos en los Alpes para saber cuál se adapta mejor los textos. De norte a sur, estos pasos son los siguientes: Petit Saint Bernard:  2.188 m; Mont Cenis:  2.084; Clapier:  2.482; Montgenèvre:  1.860; de la Croix:  2,309; y de la Traversette:  2.950. Cualquiera de esos puertos tiene que ajustarse a los siguientes condicionantes en los que Polibio y Tito Livio están de acuerdo:

1.- El paso tiene que ofrecer espacio suficiente para construir una acampada de por lo menos 20.000 soldados, 6.000 jinetes y 27 elefantes.
2.- El desfiladero debe comenzar a una distancia máxima de entre 15 a 30 kilómetros de la cumbre, porque los soldados de Aníbal empezaron a bajar en el día que dejaron el campamento en la cima.
3.- El camino a Italia debía ser en dirección norte, porque los soldados encontraron nieves del año anterior, cuando estaban descendiendo. Hay que tener en cuenta que la línea de nieve en el aquel tiempo estaba a unos 2.000 metros.
4.- La primera parte del descenso tiene que ser estrecha y empinada.
5.- Después de esa primera parte, el descenso tiene que ser menos pronunciada durante unos 50 kilómetros, ya que los hombres de Aníbal tardaron tres días en llegar a la llanura.
6.- Italia debería ser visible desde la cumbre (según Polibio) o desde un punto en el comienzo mismo del descenso (de acuerdo con Livio), porque Aníbal fue capaz de mostrar sus hombres la llanura durante una arenga que supuestamente pronunció antes de caer sobre territorio romano.

Como aval de este último punto, cito un pasaje de Polibio:

«Los soldados, consternados por el recuerdo del dolor que habían sufrido, y sin saber a qué deberían enfrentarse cuando siguieran avanzando, parecieron perder el coraje. Aníbal los reunió, y, como desde la cima de los Alpes, que parecían ser la entrada a la ciudadela de Italia, se divisaban las vastas llanuras que regaba el Po con sus aguas, Aníbal se sirvió de este bello espectáculo, único recurso que le quedaba, para quitar el miedo a los soldados. Al mismo tiempo, les señaló con el dedo el punto donde estaba situada Roma, y les recordó que gozaban de la buena voluntad de los pueblos que habitaban el país que tenían ante sus ojos».
El sexto condicionante es el menos importante, porque la arenga de Aníbal fue probablemente inventada. Esta era una práctica muy común en la historiografía antigua: el lector espera breves discursos en los que los actores explican lo que estaban haciendo y por qué. Estos discursos explicativos se incluyen normalmente antes de una acción particularmente importante.

El único paso que se adapta a las cinco condiciones principales es también el más bajo, el Col du Montgenèvre entre Briançon, Francia, y Susa, Italia. Hay un argumento adicional para apoyar que este fue el paso tomado por Aníbal: son las distancias que mejor se adaptan a las mencionadas por Polibio (252 km desde el Ródano hasta el comienzo de la subida, y 216 desde allí a la llanura del Po. Ni que decir tiene que el Montgenèvre se puso al frente de las quinielas, por más que el mismísimo Napoleón Bonaparte –maestro en el movimiento de tropas- abogase por el Mont Cenis y que algunos profesionales de la cosa, como Patrick Hunt, profesor de Arqueología de la Universidad de Stanford, que había pasado toda su vida como un friki consagrado a la búsqueda del puerto, lo pusiesen en duda en beneficio del Petit Saint Bernard, cuyos partidarios sostienen que las constantes nieblas que se elevan a menudo en la llanura del Po impiden verla desde el Montgenèvre. Los fans de este último contraatacaban con numerosas fotografías con el cielo despejado.

A los partidarios del puerto de Clapier, el siguiente pasaje de Polibio les daba alas: «Aníbal llegó a Italia con el ejército citado antes, acampó a los pies de los Alpes, para que descansaran sus tropas [...] procuró, en primer lugar, contratar a los pueblos del territorio de Turín, pueblos situados al pie de los Alpes». En los Alpes Septentrionales, sólo el Clapier satisfaría estas dos condiciones: vista panorámica sobre la planicie del Po y del territorio de los turineses. Desde que el coronel Perrin lo afirmó en 1883, un tropel de fieles elucubradores se sumó a esta doctrina.

Claro que siempre hay heterodoxos. La única excepción notable a la hipótesis de Perrin fue la de Sir Gavin de Beer quien, a la vista de su currículo, parece que aquí pintaba poco. Sir Gavin Rylands de Beer (1899-1972) fue un embriólogo evolutivo británico, director del Museo británico de Historia Natural y presidente de la Sociedad linneana de Londres, cuya carrera científica estuvo centrada en la embriología experimental, la embriología comparada, paleornitología y la embriología evolutiva. No cabe duda de sus impresionantes resultados científicos: de Beer escribió 382 artículos, 16 libros de zoología, evolución, embriología y crecimiento. Sin embargo, le sobraba tiempo para sus aficiones literarias e históricas: cinco libros sobre historia de la ciencia, nueve biográficos (especialmente de Charles Darwin), nueve sobre Suiza y los Alpes y otros seis sobre la industria militar y otros asuntos avalan su trayectoria divulgativa en esos campos, lo que mereció el Premio Kalinga de la Unesco. En 1955, Alps and elephants. Hannibal's march, en el que desmontaba la hipótesis Perrin y proponía el puerto de la Traversette en los Alpes meridionales, cerca del Monte Viso (Alpes Cocios). La ruta no atravesaba el territorio de los alóbroges, lo que sirvió a sus numerosos detractores para atacarla con vehemencia, porque, al fin y al cabo, ¿qué hacía un biólogo diletante metido en los sesudos debates de arqueólogos, historiadores y estrategas militares?

Y en esas estábamos cuando la ciencia, tan amada por de Beer, acaba de salir en su ayuda. De ello me ocuparé en una próxima entrada.