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miércoles, 21 de noviembre de 2012

La soledad del Señor Presidente


Curso escolar 1859-1860. El señor López Aranda, director del madrileño colegio Santonja, tenía el don de la profecía. Cuando aquel ilustre ingeniero fue a interesarse por los avances escolares de su hijo José, que acababa de cumplir cinco años de edad, no lo dudó: "Su hijo será alguien sobresaliente en cualquiera de las profesiones que elija. Si emprende la carrera militar, será Capitán General; si su vocación le inclina al sacerdocio llegará a Cardenal cuando menos, y si se decide por la política, ocupará la Presidencia del Consejo de Ministros". Acertó. 

Apenas cumplidos los dieciocho, el joven José obtuvo el doctorado en Derecho y en Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Enamorado de la literatura, decidió dedicarse a la enseñanza universitaria, pero su carrera docente se frustró por dos oposiciones a cátedras de Literatura. En 1877 fue derrotado por don Marcelino Menéndez Pelayo, cuya superioridad reconoció sinceramente y con el que emprendió una cordial amistad hasta el punto de que, cuando el frustrado opositor fue elegido Presidente del Consejo de Ministros, nombró senador vitalicio al autor de la Historia de las Ideas Estéticas. Más le escoció la pérdida de las oposiciones en 1879, cuyo vencedor fue Sánchez Moguer “un contrincante con más influencias que valía”. 

Truncada su carrera docente, decidió dedicarse a la política. Después de haber sido elegido diputado a Cortes en 1881 por el Partido Liberal de Sagasta, ocupó las carteras de Fomento, Gracia y Justicia, Hacienda, Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, además de presidir el Congreso de los Diputados. Le quedó tiempo para crear el influyente periódico El Heraldo de Madrid, portavoz del progresismo español, y para fundar su propio partido, el Liberal-Demócrata, cabeza de una corriente izquierdista que defendía ideas democráticas y de separación Iglesia y Estado. El 9 de Febrero de 1910 se cumplió el pronóstico de su antiguo maestro cuando fue nombrado presidente del Consejo de Ministros, cargo que ostentó hasta las la mañana del martes 12 de noviembre de 1912, día en que se le paró el reloj y se le escapó la vida. 

En una época en la que los mandatarios podían caminar por la calle sin levantar el más mínimo revuelo, esa mañana el Señor Presidente del Consejo, don José Canalejas Méndez, se encaminaba a pie desde su domicilio de la calle Huertas hacia el ministerio de Gobernación donde había convocado Consejo. Discretamente seguido por tres escoltas, subió por la calle Huertas, atravesó la plaza del Ángel y la calle de Espoz y Mina. Antes de cruzar Carretas, se detuvo un momento a mirar las portadas de las novedades expuestas en el escaparate de la librería San Martín.

Fue sólo un instante. Ya se marchaba cuando un hombre joven, de mediana estatura, bien vestido, se acercó a él por la espalda, sacó una pistola Browning de gran calibre, y apoyándose en su hombro, le hizo dos disparos consecutivos en la cabeza. Una de las balas penetró por debajo del oído derecho, atravesó el bulbo raquídeo y salió por el oído izquierdo. Canalejas se echó las manos a la cara y cayó al suelo, agonizante. Con el golpe, la leontina escapó de su chaleco y su reloj de bolsillo se partió sobre la acera. Marcaba las 11:25. Él, que había suprimido de hecho la pena de muerte y pretendido borrarla del Código Penal, murió asesinado alevosamente, cuando caminaba indefenso y descuidado.

Acorralado y temiendo ser linchado, el asesino se descerrajó dos tiros. Moribundo, fue llevado a la casa de socorro de la plaza Mayor. El médico de guardia apreció la herida de los suicidas: una bala con orificio de entrada en la región temporal derecha y otro de salida en la región parietal izquierda. A las 14:23 falleció sin haber recobrado el conocimiento. Sobre el cadáver fueron hallados un retrato de mujer con la dedicatoria “A mi inolvidable Manuel”, y varios documentos que demostraron que era Manuel Pardinas Serrano, un conocido y peligroso anarquista que había recorrido medio mundo para llegar a España y ejecutar su plan: atentar contra Alfonso XIII. Canalejas se le puso a tiro y optó por él. 

Canalejas nació el año de la revolución de los generales Espartero y O´Donnell contra el gobierno del conde de San Luis, por lo que su vida transcurrió entre el principio y el fin de la Restauración española. Desde el punto de vista historiográfico, la Restauración se da por concluida el 14 de abril de 1931 con la proclamación de la Segunda República, pero el asesinato del político ferrolano significó la desaparición de toda posibilidad de consagración definitiva de la monarquía restaurada en Sagunto como régimen constitucional dotado de viabilidad y estabilidad.

En un país que mostraba una profunda desconfianza hacia una dinastía que había demostrado sobradamente su ineptitud y su nula capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, Canalejas encarnó una línea política de modernización progresista que era la única posibilidad de supervivencia del incipiente régimen democrático español; un régimen impuesto a golpe de sable por los últimos espadones decimonónicos que, de no ser capaz de evolucionar y de atender las demandas de las cada vez más activas organizaciones obreras, estaba condenado a una extinción traumática. Reformista convencido, desde sus primeras experiencias políticas en la izquierda dinástica, consideraba que los gobiernos democráticos y el sufragio universal eran requisitos más que suficientes para cumplir los ideales de la democracia moderna, por lo que no eran necesarios ni el cambio de régimen hacia la República ni una reforma constitucional. 

No era tarea fácil. Como le ocurriría a otro reformista, Adolfo Suárez, setenta años más tarde, le llegaron las descalificaciones desde uno y otro lado. Se lamentaba en un discurso en el Congreso: "Se viene procurando, desde hace algún tiempo, no defender ideas y propagar doctrinas, sino lanzar ultrajes e imponerse por amenazas. Yo creo, y he sostenido siempre, que no hay partidos legales ni ilegales; que todas las ideas son lícitas; que el pensamiento no delinque; es decir todo lo que constituye la esencia de la doctrina democrática y creo también que, dentro y fuera del Parlamento, los ciudadanos deben ejercer el derecho de reunión, el derecho de manifestación, el de petición, el electoral, etcétera. Pero lo que no creo lícito es que a sabiendas se difundan especies falsas, notoriamente falsas e injustamente falsas, para agradar a los demás [...] dicen que este Gobierno es una prolongación de Maura; se habla de indultos que se están concediendo ahora y que no están en la estadística publicada y, sin embargo, nos llaman represivos; dicen que tenemos enfrentamientos con el Vaticano y, sin embargo, nos llaman clericales; preparamos proyectos presentados al Instituto de Reformas Sociales y, sin embargo, nos llaman capitalistas plutócratas; otro día, en fin, presenta el ministro de Hacienda proyectos que benefician al trabajador y se dice que somos enemigos del proletariado". Canalejas comenzaba a sentirse solo.

El miércoles 13 de noviembre, el Rey, a pie, tras el armón de artillería que conducía los restos del gobernante al Panteón de Hombres Ilustres de Atocha, presidió el más emocionante de los cortejos fúnebres que Madrid había presenciado jamás. Duelo oficial y duelo popular, con muchedumbres difícilmente contenidas por los cordones de tropas. Las últimas salvas artilleras no representaron tan sólo el postrer honor fúnebre a un gran estadista desaparecido para siempre. En aquel momento solemne, desaparecía la esperanza del régimen. 

Un siglo después de su muerte, un magnífico grupo escultórico de Benlliure cubre los únicos restos mortales del Panteón de Atocha. En una imagen metafórica de quien murió cuando empezaba a quedarse solo, el Presidente asesinado es el único ocupante de un panteón vacío.