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viernes, 13 de agosto de 2021

Breve historia del vino con cocaína que encandiló al Papa

 

Un folleto con el Papa apoyando el vino de coca Vin Mariani (Imagen: zen.yandex.ru )

Si pregunto por alguien que se haya hecho rico traficando con cocaína, es más que probable que los nombres Pablo Escobar o Chapo Guzmán vengan inmediatamente a la memoria. Cien años antes de que ambos comenzaran a operar como jóvenes camellos, un avispado francés, Angelo Mariani, patentó el vino con cocaína y ganó millones.

Hoy no podemos imaginarnos comprando cocaína en una farmacia y mucho menos en el supermercado o en una bodega. Los médicos nunca recetarían cocaína como reconstituyente para para los niños. Pero en el siglo XIX las cosas eran diferentes. La segunda mitad del siglo XIX fue la edad de oro de la cocaína. Como droga recreativa era legal, popular y circulaba por todas partes. Podías comprar bebidas con cocaína, cocaína en polvo o en inyectables e incluso cigarrillos con cocaína. La versión original de Coca-Cola también contenía cocaína.

La coca por antonomasia es la coca andina Erythroxylum coca, un arbusto que apenas supera los dos metros de altura, de tallos leñosos y hojas elipsoidales, medianas, muy fragantes y de color verde intenso. El uso de las hojas de coca entre los pueblos andinos se remonta, cuando menos, a unos seis mil años A.C. y hoy continúa siendo de uso común entre grupos indígenas de las zonas andinas, que mastican las hojas para suprimir el hambre, la fatiga y el mal de altura o soroche.

En las hojas de coca hay cantidades muy pequeñas del principio psicoactivo, que reside en unos alcaloides que apenas representan entre el 0,5 y-el 1,5% del peso en seco de la hoja: el principal de esos alcaloides (entre un 30-50%) es la cocaína. Como el contenido en cocaína es muy bajo y su molécula está enmascarada y firmemente ligada en el complejo químico de las hojas, su liberación se consigue mediante el “acullicar”, el acto de introducir las hojas de coca en la boca y humedecerlas con saliva hasta formar un bolo del que se extraen lentamente las sustancias activas y estimulantes, lo que provoca más o menos rápidamente una sensación de anestesia en la lengua y en las mucosas bucales.

Una botella de vino Vin Mariani con cocaína (izquierda) y un anuncio de Vin Mariani (Imagen: hightimes.com )

La eficacia de la hoja de coca como estimulante fue reconocida por los españoles desde que llegaron a Sudamérica en el siglo XVI. Su consumo fue fomentado por los conquistadores para ampliar las horas de trabajo de la mano de obra nativa. Probablemente fueron los españoles los que introdujeron el uso de la hoja de coca en Europa a principios del siglo XVI, aunque no tuvo aplicación alguna hasta que el químico alemán Albert Niemann logró aislar la cocaína en 1859.

Cuando fue aislada, una legión interminable de farmacéuticos, curanderos, arrebatacapas, buscavidas y vendehumos se lanzó a proclamar sus beneficios. La cocaína parecía una nueva droga maravillosa. Nadie estaba al corriente de los peligrosos efectos secundarios de su consumo, pero podían ver sus más que estimulantes beneficios: los ponía como motos, aumentaba los niveles de energía y mejoraba mentalmente la percepción de las cosas.

En 1863 el químico francés Angelo Mariani (1838-1914) olió la oportunidad de forrarse a través de dos ocurrencias: elaborar un brebaje euforizante a base de vino con cocaína y lanzar una campaña de publicidad basada en lo que hoy llamaríamos influencers. Mantuvo en secreto el proceso y la fórmula exacta para conseguir su “vino de cocaína”, pero elaborar el potingue no parecía muy complicado: bastaba tomar hojas de coca y mezclarlas con vino tinto de Burdeos.

El mejunje tuvo un éxito inmediato. No era para menos. Cuando se consume cocaína aislada se metaboliza rápidamente por hidrólisis y pierde sus propiedades psicoestimulantes. Sin embargo, cuando se consumen de forma simultánea alcohol etílico y cocaína, el etanol inhibe la hidrólisis de la cocaína y en el hígado se forma un metabolito, la etilcocaína o cocaetileno, que pasa a la sangre y se distribuye por todo el organismo. El cocaetileno tiene una vida media más larga que la cocaína y posee potentes efectos psicoestimulantes y tóxicos.

El cocaetileno induce euforia y “coloca” más" que la propia cocaína. Gracias a que la ciencia avanza una barbaridad, hoy sabemos que tiene la capacidad de provocar euforia al alterar los mecanismos cerebrales de recompensa y elevar los niveles intracelulares de ß-endorfinas en las células del hipotálamo con una potencia muy superior a la obtenida por la administración exclusiva de cocaína. Pero hace ciento cincuenta años ni se sabía eso ni se sabía ni pío de sus efectos tóxicos.

Gracias a ello, los bebedores del vino de Mariani estaban encantados. Disfrutaban de tres drogas reforzantes a la vez: cocaína, alcohol y cocaetileno. Mariani no se paraba en barras: la dosis que recomendaba era de dos a tres vasos de vino al día antes o después de las comidas. Para los niños, la dosis recomendada era la mitad de la prescrita para los adultos. Para poner las cosas en su justo contexto, el vino de coca era una bomba psicoactiva: cada litro contenía 250 miligramos de cocaína. Un chute tremendo si tenemos en cuenta que una dosis típica (una "raya") contiene unos setenta y cinco miligramos. Así que cuando alguien se tomaba un vasito de vino de coca, tenía los mismos efectos de quien esnifa una raya cumplida de buena cocaína en polvo.

El problema, desconocido entonces, es que el cocaetileno tiene efectos nocivos sobre el corazón. Actúa sobre los miocitos, las células del músculo cardiaco, provocando su bloqueo en el miocardio, lo que disminuye la capacidad contráctil del corazón, enlentece la conducción cardiaca, favorece la aparición de arritmias y aumenta considerablemente el riesgo de muerte súbita. Se ha calculado que el riesgo de muerte súbita es veinte veces mayor con el cocaetileno que con la cocaína.

Pero entonces, cuando la ignorancia farmacológica campaba por sus respetos, todo era legal. Mariani vendía el vino con la etiqueta Vin Mariani. La pócima se convirtió rápidamente en un bálsamo de Fierabrás y en una mágica tutía de amplio espectro y uso universal que llenaba los bolsillos de don Angelo. Tenía un producto que la gente deseaba y al que literalmente se volvía adicta. Como no le bastaba, dio con la tecla para expandir aún más su imperio cocainómano: puso en marcha la primera campaña publicitaria de la historia a base de bombardeos mediáticos masivos utilizando como ganchos (léase influencers, en la estúpida jerga de hoy) a grandes personalidades de la época.

El emprendedor Mariani se puso manos a la obra con el propósito de recibir el respaldo de celebridades para su vino de coca. Envió cajas y cajas a miembros de la realeza, artistas y políticos solicitando su opinión. Como no podía ser menos, a las celebridades les encantaba y Mariani hizo mercadotecnia con sus testimonios positivos publicados en anuncios de prensa.

El papa León XIII (1810-1903) acabó enganchado al Vin Mariani. Siempre llevaba consigo un frasco por si acaso el rezo por sí solo no bastaba para levantarle el ánimo. Además de prestar su imagen para la etiqueta y varios carteles promocionales, el Papa nombró a Angelo Mariani "benefactor de la humanidad" y le concedió la medalla de oro del Vaticano en reconocimiento a la capacidad de su bebida para «apoyar el ascético retiro de Su Santidad». Mal no le senatba, desde luego. Aunque bastante “colocado” León XIII vivió hasta los 93 años, y su papado duró veinticinco años, uno de los pontificados más largos de la historia.

Pero el Papa solo era el primum interpares. Entre los bebedores e influencers famosos del vino de coca se alinearon Victoria, la reina de Inglaterra, el inventor Thomas Edison, los presidentes estadounidenses Ulysses S. Grant y William McKinley, el zar de Rusia Nicolás II, José Martí y los escritores Alexander Dumas, Henrik Ibsen, Emile Zola, Paul Verlaine y Jules Verne, todos los cuales agradecían, como no podía ser menos, sus propiedades analgésicas, estimulantes y antidepresivas. La campaña de marketing publicitada por semejante elenco impulsó las ventas y Mariani ganó millones con su vino y con otros muchos surgidos de su mollera: pasta dentífrica, elixires, colutorios, tisanas, aguachirles, pastillas e infusiones todos ellos bien surtidos de coca como ingrediente principal.

La botella original de Vin Mariani (Imagen: opiumring.com )

A Mariani le siguió un pelotón de copiones. Siguiendo su rueda, hacia principios de siglo XX se comercializaban al menos 69 bebidas con cocaína, entre ellas la Coca-Cola. Durante la Guerra de Secesión, un boticario de Georgia, J.S. Pemberton (1831–1888) sufrió heridas graves y se convirtió en morfinómano. Pemberton experimentó con varias recetas para deshacerse de su adicción. Inspirado por el Vin Mariani, creó su propia versión del vino de coca en 1885.

Pemberton distribuía su brebaje por las ferias populares como un curalotodo para tratar los dolores de cabeza, la histeria, la melancolía y cualquier otra cosa que le pase por la cabeza. Su fórmula no dejaba lugar a dudas: hojas de coca, nueces africanas de cola (una fuente natural de cafeína) y una pequeña cantidad de cocaína, todo ello en forma de jarabe carbónico azucarado. Cada vaso de Coca-Cola contenía nueve miligramos de cocaína. Su denominación tampoco dejaba dudas sobre la fuente de inspiración: en 1885 la registró con el nombre de «French Wine of Coca Ideal Tonic» y recomendó su uso a intelectuales y artistas, de la misma forma que había hecho Mariani con su vino.

Pemberton vendió la patente a A. Grigs Candler, fundador de Coca Cola Company, que se vio obligado a suprimir la dosis de alcohol con la llegada de la Ley Seca al Estado de Georgia. En 1909, tuvo que sustituir cocaína por cafeína debido a la corriente crítica contra el euforizante.

Poco a poco, se fueron haciendo evidentes los desastrosos efectos secundarios adictivos y tóxicos de la cocaína. Los testimonios de adictos y las familias perjudicadas empezaron a calar en la opinión pública. Los médicos dejaron de recetarla a sus pacientes. Los padres se dieron cuenta de que los medicamentos con cocaína eran perjudiciales para sus hijos. Los países introdujeron leyes que ilegalizaron la cocaína y las hojas de coca.

Una botella de jarabe de Coca-Cola de 1880 (Imagen: Twitter / @ WeLikeToLearn )

Sin cocaína, el vino de coca de Mariani era poco más que un tinto de verano. Los movimientos de prohibición del alcohol limitaron aún más las ventas. Además, como a perro flaco todo son pulgas, los estadounidenses acusaron a Mariani de falsificar el vino para el mercado estadounidense diluyendo alcohol puro con agua. Era verdad, pero hubo que esperar hasta 2011 para que las investigaciones confirmaran que el Vin Mariani producido en los Estados Unidos estaba falsificado.

El Vin Mariani se prohibió en 1914, poco antes de la muerte de su inventor, cuando se iban conociendo con más detalle los graves efectos adictivos y perjudiciales de la cocaína. Sigmund Freud, un propagandista entusiasta, dejó de tomarla en 1896, al cumplir los cuarenta, al experimentar taquicardias y ver mermada su capacidad intelectual. Hasta pocos años antes se había dedicado a recetarla a diestro y siniestro para «convertir los días malos en buenos, y los buenos en mejores». ©Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.