Este artículo es la continuación de este otro.
Los mamíferos emiten sonidos cuando el flujo de aire hace que los
pliegues de tejido emparejados en su laringe oscilen. Sin embargo, en las
ballenas barbadas este flujo de aire toma un camino original, lo que les
permite emitir sonidos de una manera previamente desconocida.
Además de por su enorme tamaño, las ballenas barbadas azules (Balaenoptera
musculus) y jorobadas (Megaptera novaeangliae) son conocidas por su
capacidad para cantar bajo el agua. Los cantos son producidos por un órgano situado
en la laringe, aunque hasta este año no se ha
conocido del todo la base anatómica del mecanismo que genera el sonido.
La laringe de los mamíferos es una estructura en forma de válvula
situada al comienzo de la tráquea. Está diseñada para proteger las vías
respiratorias de incursiones accidentales de alimentos, regular las presiones
intratorácicas/abdominales y generar sonidos. Hasta ahora, se pensaba que las
ballenas producían sonido gracias a unos pliegues laríngeos a los que el
impulso del flujo de aire hacía vibrar. Pero en las ballenas barbadas a
esos pliegues se superpone un cojín de material graso que aumenta la compresión
del aire exhalado y hace que el pliegue vibre y genere sonido.
El canto de las ballenas barbadas nos ha fascinado desde que pudimos oírlo
por primera vez gracias a las primeras grabaciones magnetofónicas subacuáticas.
Pero durante mucho tiempo los navegantes estaban subyugados cuando escuchaban
sonidos espeluznantes debajo de la cubierta que reverberaban a través del casco.
Estas inquietantes melodías se atribuían a fantasmas, criaturas marinas míticas
o simplemente a la imaginación de marineros borrachos. Por lo demás, se
consideraba que el mar era un mundo silencioso.
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Rorcual aliblanco, enano o Minke común (Balaenoptera acutorostrata) |
Hasta la invención de los hidrófonos no se pudieron documentar los
sonidos submarinos. Los primeros hidrófonos se utilizaron para localizar
icebergs después de que el Titanic se hundiera en 1912. Los hidrófonos
fueron modificados durante la Primera Guerra Mundial para detectar submarinos.
Durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, se utilizaron estos dispositivos para rastrear los movimientos de los submarinos. Pero además del
sonido propio de hélices y motores, en esas grabaciones también se podían
escuchar sonidos naturales submarinos. Esas bandas sonoras fueron secretos
militares hasta que los biólogos marinos tuvieron acceso y descubrieron que
muchos de los sonidos
eran producidos por ballenas.
Desde que se conocieron en la década de 1970, los científicos han intentado
descubrir el método que utilizan los cetáceos para producir sonido. Las
publicaciones anteriores a la década de 1960 describen la anatomía de las
ballenas utilizando especímenes diseccionados después de que los animales
quedaran varados en una playa o depositados en estaciones balleneras
comerciales. Esos estudios incluían dibujos de la laringe de la ballena, pero
no la asociaban a la producción de sonidos (que se desconocían) ni
identificaron sus estructuras internas como cuerdas vocales. Se consideraba que
las ballenas no tenían la capacidad de emitir sonidos y se decía
que las ballenas carecían de cuerdas vocales.
Pero los estudios anatómicos han descubierto ahora que una estructura
en forma de U en la laringe de la ballena es equivalente a las cuerdas vocales
emparejadas y sus cartílagos de soporte de un mamífero terrestre. Se llama
pliegue en U porque se asemeja a la esa letra cuando se observa desde arriba.
Las ballenas barbadas heredaron esta anatomía laríngea de los ancestros
terrestres de Moby Dick, que se modificó durante el proceso de evolución
hasta convertirse en una estructura original de los mamíferos marinos. A
diferencia de las cuerdas vocales típicas de otros mamíferos, el pliegue en U
de las ballenas está girado 90º hasta situarse en paralelo a la tráquea, con un
espacio entre los "brazos" del pliegue en U que conduce a un saco de
aire laríngeo.
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Figura 1. Un método sorprendente para la generación de sonidos en ballenas. Las ballenas barbadas azules y jorobadas usan la laringe para cantar. |
Durante la respiración, el aire entra a través de los orificios y viaja por las fosas nasales hasta la laringe, la tráquea y los pulmones. Durante el canto, el aire fluye desde los pulmones hasta la laringe, donde pasa por debajo de un cojín de grasa y a través de un espacio rodeado por el pliegue en U para entrar en el saco de aire laríngeo. Cuando el saco de aire laríngeo se contrae, el aire se recicla de nuevo a los pulmones para su uso en la siguiente vocalización.
El modelo convencional de producción de sonido en la laringe implica
vibración de pliegue a pliegue. El aire (flecha azul en la letra b de la
Figura 1) pasa por debajo del cojín de grasa y hacia abajo a través del
estrecho espacio entre los brazos del pliegue en U, generando vibraciones en
las superficies internas opuestas del pliegue en U. Este modelo refleja el
mecanismo de vocalización de los mamíferos terrestres, en el que las cuerdas
vocales opuestas se mueven por el flujo de aire para generar sonido.
El nuevo
análisis sugiere que el sonido se produce a través de un mecanismo
diferente por la vibración de pliegues a grasa Fig. 1 c). Los autores
proponen que el flujo de aire en el estrecho espacio entre cada brazo plegable
en U y el cojín de grasa genera vibraciones en las superficies superiores de
los pliegues que miran hacia el cojín de grasa. Sugieren que la mayoría de las
ballenas barbadas usan solo este método de vibración de pliegues y grasa para
producir sonido, aunque las ballenas jorobadas y de Groenlandia (Balaena
mysticetus) podrían usar métodos de vibración de pliegue a pliegue y
pliegues y grasa.
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Mysticetos y Odontocetos son dos de los clados existentes de cetáceos |
Aunque siguen existiendo algunas similitudes entre las laringes de las ballenas y las de los mamíferos terrestres, la fuente del canto de las ballenas y el mecanismo que utilizan para emitir sonidos son difíciles de identificar. Debido al gran tamaño de las ballenas barbadas, la anatomía y la función de sus estructuras vocales no pueden investigarse en cautiverio ni examinarse utilizando métodos de visualización modernos, como la endoscopia, o técnicas de imagen (incluida la tomografía computarizada o la resonancia magnética).
También queda por resolver una segunda cuestión. Las grabaciones de ballenas barbadas indican que una sola ballena puede emitir al menos dos sonidos diferentes simultáneamente. Esto es desconcertante. ¿Cómo pueden las ballenas hacer eso con un solo órgano vocal?
El 97% del agua de la Tierra se encuentra en el mar y contiene sal.
Ante la creciente escasez de agua en el mundo, la desalinización se promociona
hace tiempo como una forma de obtener agua dulce de los océanos del mundo.
España cuenta con 765 plantas desalinizadoras que producen alrededor de
1.800 hm³ de agua anuales (Madrid ciudad, por citar un ejemplo, consumió en
2022 198 hm³), lo que sitúa al país ya en el cuarto del mundo en cuanto a
capacidad total instalada. Este volumen de producción representa cerca del 6%
de la demanda total (32.000 hm³). No obstante, de acuerdo con los datos del
Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, se calcula que el cambio
climático ha causado una pérdida
en la disponibilidad de agua de 1.300 hectómetros cúbicos anuales desde
1980.
Este dato es un reflejo de la situación en la que se encuentran los
recursos hídricos, que resultarán insuficientes a medio plazo para los usos que
requiere nuestro desarrollo socioeconómico. El reciente estudio sobre el modelo
de gestión del agua en España sitúa a nuestro país como el tercero
de la UE con mayor estrés hídrico en términos de agua dulce extraída
respecto de los recursos renovables.
El panorama no resulta halagüeño: otro
informe, elaborado por la Comisión Europea y publicado en 2020, corrobora
que casi la mitad de la población española (22 millones de habitantes) reside
en regiones con estrés hídrico, calculando que siete millones más se sumarán a
esta cifra en 2100 de cumplirse el peor escenario de calentamiento climático;
esto es, un aumento de 3 °C en la temperatura media.
Para compensar esta situación, la desalación del agua de mar
se postula como la solución para incrementar la disponibilidad del recurso y
cubrir las demandas existentes y futuras. Pero la tecnología de ósmosis inversa
existente requiere una conexión a la red eléctrica principal. La obtención de
energía de este modo es cara y crea una demanda adicional de energía derivada
de los combustibles fósiles. Por lo tanto, es necesario desarrollar sistemas de
desalinización que capten energía de fuentes verdes separadas de la red
eléctrica principal.
¿Qué es la ósmosis inversa?
La ósmosis es un fenómeno natural. Se trata de uno de los procesos más
importantes de la naturaleza. Es un proceso por el que una solución salina más
débil (concentración más baja de sal) tenderá a migrar a una solución salina
más concentrada. Dos ejemplos de ósmosis son la absorción de agua por las raíces de las
plantas y la de nuestros riñones cuando absorben agua de la sangre.
Si tengo un recipiente lleno de agua con baja
concentración de sal y otro lleno de agua con alta concentración salina y ambos están separados por una membrana semipermeable, el agua menos concentradal comenzaría a migrar hacia el recipiente con
mayor concentración de sal.
Una membrana semipermeable es una membrana que permite que pasen unas moléculas,
pero no otras. Un ejemplo sencillo es una puerta mosquitera. Permite que pasen
las moléculas de aire, pero no llos insectos ni nada más grande que los orificios
de la malla. Otro ejemplo son las capas Gore-tex, que contienen una película de plástico extremadamente delgada en la que se han perforado miles
de millones de pequeños poros. Los poros son lo suficientemente grandes como
para dejar pasar el vapor de agua, pero lo bastante pequeños como para
evitar que pase el agua líquida.
El proceso de ósmosis inversa consiste en forzar el paso de agua en sentido contrario, es decir, de la dilución más concentrada a la más diluida. Mientras que la ósmosis se produce naturalmente sin necesidad de aportar energía, para revertir el proceso es necesario aplicar energía a la solución más salina para “empujar” el agua a través de la membrana aplicando una presión que sea mayor que la presión osmótica natural.
La tecnología de ósmosis inversa disponible hasta ahora en plantas
desalinizadoras requiere una conexión a la red eléctrica principal. La
obtención de esa energía es cara y crea una demanda adicional de energía
derivada de los combustibles fósiles. Por lo tanto, es necesario desarrollar
sistemas de desalinización que capten energía de fuentes verdes separadas de la
red eléctrica principal.
En respuesta a este reto, los participantes en el proyecto W2O,
desarrollado en Estados Unidos con financiación parcial de la UE, han
desarrollado un método para desalinizar agua mediante un sistema innovador que
utiliza un convertidor de que se beneficia de la energía de las olas. El
convertidor, anclado en el fondo del mar, oscila con el movimiento de las olas,
proporcionando una energía que procesa grandes volúmenes de agua dulce a partir
de una fuente de energía renovable constante e inagotable.
Energía de las olas
Las olas marinas son un recurso energético poderoso, accesible a un
alto porcentaje de la población mundial y, por lo tanto, ideal para
aplicaciones de desalinización por ósmosis inversa. Con esta energía, los
costes de desalinizar pueden reducirse drásticamente.
Las olas se generan cuando el viento pasa sobre la superficie del mar y
transfiere energía del viento para crear "vibraciones" en forma de
olas que pueden viajar largas distancias sin interrupción. Por lo tanto, las
condiciones del viento a miles de kilómetros de distancia producirán
condiciones de olas locales varios días después, lo que mejora en gran medida
la previsibilidad de los recursos en comparación con la energía eólica y solar.
Para el observador casual, las olas parecen “protuberancias” que suben
y bajan en la superficie del mar, pero, en realidad, están formadas por
partículas de agua en movimiento
orbital que crean energía principalmente en modos de “empuje” y “oleaje”. La
nueva tecnología extrae esa energía, llamada undimotriz, de las olas a través de sus WEC que capturan el
movimiento horizontal de las olas para generar energía hidráulica.
La siguiente ilustración muestra cómo el componente de
"oleaje" del océano puede transferir energía a una aleta que, a su
vez, impulsa una bomba que crea energía hidráulica potencialmente utilizable de
muchas maneras, incluidas la desalinización, la producción de agua y la
generación de electricidad.
Impacto medioambiental
W2O es una alternativa rentable a los sistemas de desalinización
impulsados por gasoil que actualmente se utilizan ampliamente en todo el mundo.
El sistema reduce las emisiones de dióxido de carbono y los costes y riesgos
asociados con el abastecimiento, el transporte, el almacenamiento y la
manipulación del combustible. Cinco plantas W2O de 4.000 m³/día eliminan 40.900
tn/año de dióxido de carbono, el equivalente a retirar de la circulación 7.100
coches.
En cualquier caso, hay un problema añadido: la desalinización devuelve
al mar salmuera a mayor temperatura que el agua que ingresa al proceso, lo que
es un problema ambiental para la zona en donde se instala la planta. Si el agua
se refrigera hasta alcanzar la del mar, habrá un consumo añadido de energía.
En cuanto a la salmuera, que altera el equilibrio salino perjudicando
la flora y fauna marina, la clave está en aprovechar el proceso para generar
subproductos útiles como el cloro y el sodio que son muy utilizados para
fabricar productos clorados; también se podría fabricar sal de mesa e incluso
sodio para la nueva generación de baterías para almacenamiento de energía.
Impacto social
1.100 millones de personas (1 de cada 6 en todo el mundo) carecen de
acceso a agua potable y 2,6 millones de personas, principalmente niños, mueren
cada año a causa de enfermedades relacionadas con el agua. Cinco plantas W2O de
4.000 m³/día pueden satisfacer las necesidades mínimas diarias de agua exigidas
por la ONU para 240.000.
La menopausia, es decir, la aparición de un período prolongado de vida
después de que se termina la capacidad de tener descendencia, es una
característica rara que comparten solo un puñado de especies y, aunque pueda
resultar curioso, la mayoría de ellas son cetáceos.
¿Cómo y por qué varias especies de ballenas experimentan la menopausia?
Además de contestar a esas preguntas, indagar en ese fenómeno podría arrojar
alguna luz sobre por qué evolucionó la menopausia en los humanos.
La menopausia es, desde una perspectiva evolutiva y en apariencia, una
anomalía. De hecho, es un fenómeno muy poco frecuente en el mundo animal. En
casi todas las especies las hembras se mantienen fértiles a lo largo de toda su
vida. Nuestra especie forma parte de un pequeño grupo de mamíferos en los que
la capacidad reproductiva se deteriora de forma acelerada con relación al
declive orgánico general.
Además de la especie humana, el grupo lo forman cinco especies de
odontocetos, es decir, de ballenas dentadas (las que se alimentan de peces,
mariscos y mamíferos marinos, a diferencia de las barbadas o mysticetos, que se
alimentan de plancton), cuyas hembras pueden vivir décadas después de cesar de
ovular y, por lo tanto, de poder procrear. Son las orcas (Orcinus orca),
las falsas orcas (Pseudorca crassidens), los calderones tropicales (Globicephala
macrorhynchus), las belugas (Delphinapterus leucas) y los narvales (Monodon
monoceros). Muchos otros odontocetos, incluidos los delfines (familia
Delphinidae) y las marsopas (familia Phocoenidae), son capaces de tener crías
hasta que les llega la muerte.
Al comparar las características (Fig. 1) de las especies de ballenas
dentadas que la experimentan y no la experimentan, caben dos hipótesis acerca
de por qué evolucionó la menopausia. Una es que permite a las hembras
posmenopáusicas ayudar a sus parientes más jóvenes; la otra es que, al reducir
el número de bocas a las que alimentar, tener menos descendientes limita la
competencia.
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Reproducción y solapamientos generacionales en especies de ballenas con y sin menopausia. |
Observe la gráfica. Si se comparan los datos de esperanza de vida (barra azul) y el período de reproducción de las hembras (barra roja) se comprueba que, mientras que la esperanza de vida reproductiva es similar, independientemente de si se produce o no la menopausia, las especies cuyas hembras son menopáusicas suelen vivir más tiempo que las que no lo son, lo que significa que la superposición intergeneracional es más prolongada en las primeras.
Gracias a ello, las hembras de más edad de las especies que tienen
menopausia pueden ayudar a los miembros de la familia durante el período de
superposición generacional, al tiempo que al restringir el tiempo de
superposición reproductiva reduce la competencia intergeneracional por los
recursos.
La evolución de la menopausia es un enigma biológico.
Una suposición intuitiva es que reproducirse hasta el final de una vida debería
significar un mayor éxito reproductivo (más genes que se transmiten a las
generaciones futuras) que interrumpir la reproducción muchos años antes de la
muerte.
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La verdadera naturaleza del narval tardó tiempo en conocerse. Esta imagen reproduce un grabado de Archibald Thornburn para la obra Mamíferos Británicos, de 1920. |
El supuesto es simplista, porque la transmisión de genes a las generaciones futuras no es sólo generar descendencia; también se trata de producir descendencia en términos de nietos, bisnietos, etc. Invertir en hijos y nietos para asegurarse de que unos y otros sobrevivan hasta la edad adulta y produzcan más descendencia por ellos mismos puede ser una estrategia mejor que continuar produciendo descendencia propia.
El gran biólogo y
evolucionista norteamericano George C Williams propuso en 1957 la hipótesis de
la abuela, que sostiene básicamente que la menopausia podría ser, en
realidad, una adaptación. Desde el punto de vista evolutivo, teorizó que podría
resultar más conveniente para las mujeres dedicar sus esfuerzos a apoyar a sus
descendientes que tener ellas mismas una progenie mayor. Conforme envejecemos
aumenta la probabilidad de morir, por lo que, si una mujer tiene descendencia a
una edad avanzada, no resultaría improbable que sus últimos hijos no pudieran
sobrevivir al morir ella. En tal caso, el esfuerzo que esa mujer hubiese
dedicado a esos últimos hijos habría resultado baldío, pues sus genes no
habrían podido replicarse y ser transmitidos a las siguientes generaciones a
través de esos últimos descendientes.
Por otro lado, que en una población haya individuos que no se
reproducen carece de sentido desde un punto de vista evolutivo, pues esos
individuos consumen unos recursos que podrían utilizar otros en beneficio de su
propia progenie. Por estas razones, Williams propuso que las mujeres de mayor
edad contribuyen de una forma más efectiva a transmitir sus genes a las
generaciones posteriores dedicando sus esfuerzos a los descendientes que ya
forman parte del grupo, o sea, a sus nietos, en vez de hacerlo a sus hijos que
a una edad avanzada pudieran llegar a tener ellas mismas.
Este planteamiento sostiene, pues, que a medida que las madres
envejecen, los costes de reproducción aumentan y la energía dedicada a esas
actividades se gastaría mejor en ayudar a su descendencia en sus esfuerzos
reproductivos. Por tanto, sugiere que al redirigir su energía a la de sus
descendientes, las abuelas pueden aumentar la garantía de la supervivencia de
sus genes a través de las generaciones más jóvenes.
Una hipótesis alternativa, aunque no excluyente, es que la menopausia
evolucionó para
reducir la competencia por los recursos entre generaciones. Las especies
que experimentan la menopausia tienden a tener una larga esperanza de vida y a
vivir en grupos que contienen varias generaciones. Aunque la vida en grupo
tiene muchos beneficios, exige tener que compartir recursos limitados. A veces, continuar produciendo descendientes que compitan con los nietos por los
recursos puede traer como consecuencia menos descendientes que si se renunciara a
la reproducción. Por lo tanto, se ha propuesto que tanto la cooperación como la
competencia entre las hembras posmenopáusicas y sus parientes más jóvenes
explican la evolución de la menopausia.
En conclusión, la evolución de la menopausia en las ballenas y los
humanos puede considerarse un ejemplo de evolución convergente, una situación
en la que presiones similares de la selección natural conducen a la evolución
de la misma característica en especies notablemente diferentes.
Pero en realidad sabemos muy poco sobre la menopausia en los seres
humanos. Estamos limitados en los análisis que podemos hacer para explorar la
evolución de la menopausia en nuestra propia especie, dado que el análisis
comparativo entre los primates no ha sido posible debido a la opinión
establecida de que otros primates no experimentan la menopausia. Al menos eso
se pensaba hasta el año pasado, cuando se publicó un
artículo que demostraba una larga esperanza de vida posreproductiva para
las hembras en una población de chimpancés.
En humanos, la evidencia directa de ayuda entre generaciones
proporciona un apoyo limitado a las hipótesis sobre la evolución de la
menopausia. Existen muchas otras hipótesis para explicarla. Una es que se trata
simplemente de un artefacto de la disminución de la mortalidad que ha extendido la
esperanza de vida en general, mientras que la esperanza de vida reproductiva se
ha mantenido igual.
Un amable lector de mi artículo del pasado 19 de marzo, José GL, me escribe
para contarme que “lleva desde 2019 devanándose los sesos” acerca de por qué ese año
la Semana Santa no comenzó en marzo como en estricta aplicación de los calendarios
lunar y solar le correspondería.
En 2019, el equinoccio de primavera fue el 20 de marzo y la luna llena lució el día siguiente. Tal y como escribí en aquel artículo, en aplicación de lo
aprobado en Nicea, «el Domingo de Resurrección sería el primer domingo
posterior a la primera luna llena que siguiera al equinoccio primaveral».
En puridad, no es de extrañar que José GL esté a la cuarta pregunta, porque ese año el siguiente domingo al equinoccio de primavera y al siguiente plenilunio fue el 24.
Un párrafo más abajo, yo escribí que «si el plenilunio fuera el 20
de marzo, como el equinoccio está litúrgicamente fijado el día siguiente,
habría que esperar un ciclo lunar completo de 28 días, con la inevitable
consecuencia de que la primera luna llena de primavera sería el 18 de abril».
Por eso mismo, el domingo de Resurrección de 2019 fue precisamente el 21 de
abril.
Como quizás debí aclarar un poco más eso de que el “equinoccio está
litúrgicamente fijado el día siguiente” [del 20 de marzo], lo hago ahora.
Los equinoccios solar y litúrgico no coinciden
La fecha de celebración del aniversario de la Resurreción de Jesús, es
decir la Pascua, generó gran controversia en los primeros años del cristianismo.
Las autoridades eclesiásticas no se ponían de acuerdo en el Computus
paschalis (para abreviar 'el Cómputo').
Para establecer un poco de orden, el Concilio de Arlés (año 314) obligó
a todos los cristianos a celebrar la Pascua en la misma fecha, otorgándole al
Papa la potestad de fijarla. Como aún quedaron parroquias 'díscolas' que
celebraban la Pascua a su bola, en el Concilio de Nicea de 325 el asunto se
abordó de nuevo y se establecieron algunas condiciones, como fijarla en domingo
y que nunca coincidiera con la Pascua de los judíos, para evitar confusiones.
A pesar de todo, las discrepancias continuaron, sobre todo porque por aquel entonces la Iglesia de Roma y la Iglesia de Alejandría no se ponían de acuerdo en los cálculos astronómicos. Un par de siglos después, el monje bizantino Dionisio el Exiguo que, a pesar de su sobrenombre iba sobrado en matemáticas, tuvo el enorme mérito de convencer a todo el mundo para que el día de la Resurrección cumpliera las siguientes condiciones:
Teniendo en cuenta su dependencia de la luna llena, el domingo de
Resurrección no puede, por tanto, ser ni después del 25 de abril ni antes del
22 de marzo.
Ahí lo dejo. El del retrato de arriba es Dionisio el Exiguo, según
dicen.
Nuestro cuerpo alberga una comunidad compleja de billones de
microorganismos que son importantes
para nuestra salud mientras estamos vivos. Además de cumplir muchas otras
funciones esenciales, nuestros simbiontes microbianos nos ayudan a digerir los
alimentos, producen vitaminas esenciales y nos protegen de infecciones. A su
vez, los microbios, que se concentran principalmente en el intestino, viven en
un ambiente cálido y relativamente estable con un suministro constante de
alimentos.
Pero ¿qué pasa con todos estos aliados simbióticos cuando nos encaminamos
al valle de Josafat? Cabría pensar que nuestros microbios mueren con nosotros,
porque una vez que el cuerpo se descompone y son expulsados al medio ambiente serán
incapaces de sobrevivir en un mundo extraño y hostil. No es así: una
reciente investigación ha presentado múltiples evidencias de que nuestros
microbios no solo continúan viviendo después de visitar a Caronte, sino que continúan
desempeñando un papel importante en el reciclaje que permite que nuestro microbioma pueda incorporarse
a una nueva vida.
Vida microbiana después de la muerte.
Cuando mueres, tu corazón deja de hacer circular la sangre que ha
transportado oxígeno por todo tu cuerpo. Las células privadas de oxígeno
comienzan a digerirse a sí mismas en un proceso de autodestrucción llamado autolisis. Las enzimas de
esas células, que normalmente digieren carbohidratos, proteínas y grasas para
obtener energía o para crecer de forma controlada, comienzan a trabajar en las
membranas, las proteínas, el ADN y otros componentes que forman las células.
Los productos de esta descomposición celular son un alimento excelente
para las bacterias simbióticas, y sin un sistema inmunológico que las mantenga
bajo control y un suministro constante de alimentos desde el sistema digestivo,
recurren a esta nueva fuente de nutrición. Literalmente es un banquete para
ellas. Un banquete sin oxígeno, es decir, en las condiciones anaerobias propias
de toda fermentación.
Lo que hasta entontes era tu microbioma, pasa a ser un tanatobioma.
Las bacterias intestinales, especialmente la especies de Clostridium, unas bacterias
anaerobias que los microbiólogos conocen bien porque están implicadas en
infecciones potencialmente mortales, se propagan a través de los órganos y los
digieren de adentro hacia afuera en el proceso de putrefacción. Sin oxígeno
dentro del cuerpo, las bacterias anaeróbicas dependen de procesos de producción
de energía que no requieren oxígeno y dejan un desagradable olor producido por los
gases propios de toda fermentación.
Desde un
punto de vista evolutivo, tiene sentido que nuestros microbios hayan
desarrollado formas de adaptarse a un cuerpo sin vida. Como las ratas en un
barco que se hunde, nuestras bacterias tendrán que abandonar a su huésped y
sobrevivir en el mundo el tiempo suficiente como para encontrar un nuevo
huésped al que colonizar. Aprovechar el carbono y los nutrientes de nuestro
cuerpo les permite multiplicarse. Una población más grande significa una mayor
probabilidad de que al menos unos pocos sobrevivan en un entorno más duro y aumenten
las probabilidades de encontrar un nuevo cuerpo.
Una invasión microbiana
Si un cuerpo yace sepultado en el suelo, a medida que se descompone sus
microbios se incorporan a la tierra junto con un caldo de fluidos en
descomposición. Cuando lo hacen, están entrando en un entorno completamente extraño
y hostil para ellos en el que tendrán que competir con una comunidad microbiana
completamente nueva propia del suelo, el llamado edafobioma.
Nuestros microbios están adaptados al ambiente cálido y estable de nuestro
cuerpo, donde reciben un suministro constante de alimento. Por el contrario, el
suelo es un lugar particularmente duro para vivir: es un entorno muy variable
con gradientes químicos y físicos pronunciados y grandes oscilaciones de
temperatura, humedad y nutrientes. Además, el suelo ya alberga una comunidad
microbiana excepcionalmente diversa, llena de descomponedores que están bien
adaptados a ese entorno y presumiblemente derrotarán a cualquier recién
llegado.
Por eso, es fácil suponer que nuestros microbios morirán una vez que
salgan de nuestro cuerpo. Sin embargo, algunas investigaciones han demostrado
que las huellas de ADN de los microbios asociados a un huésped pueden
detectarse durante meses o años en el suelo debajo de un cuerpo en
descomposición tanto en
la superficie del suelo como en
tumbas después de que los tejidos blandos del cuerpo se hayan descompuesto.
La cuestión es saber si estos microbios todavía están vivos y activos o
si simplemente permanecen en estado latente esperando al próximo huésped. La publicación
que hemos mencionado sugiere que nuestros microbios no solo viven en el
suelo, sino que también cooperan con los microbios del edafobioma para ayudar a
descomponer nuestros restos.
En el laboratorio, esas investigaciones demuestran que la mezcla de
suelo y fluidos en descomposición llenos de los microbios asociados a un cadáver
aumenta las tasas de descomposición por encima de las que son habituales en las
comunidades del suelo por sí solas.
Los microbios asociados al cadáver también mejoran el ciclo
del nitrógeno. El nitrógeno es un nutriente esencial para la vida, pero en
su mayor parte está atrapado en forma de gas atmosférico que los organismos no
pueden utilizar directamente. Los organismos descomponedores
desempeñan un papel fundamental al reciclar formas orgánicas de nitrógeno, como
las proteínas, en formas inorgánicas, como el amonio y el nitrato, que los
microbios y las plantas pueden utilizar.
Los hallazgos recientes sugieren que nuestros microbios probablemente
estén desempeñando un papel en este proceso de reciclaje al convertir grandes
moléculas que contienen nitrógeno, como proteínas y ácidos nucleicos, en amonio,
que los microbios nitrificantes del suelo convertirán en nitrato.
Una nueva generación de vida
El reciclaje
de nutrientes de la materia orgánica muerta es un proceso central en todos
los ecosistemas. En los ecosistemas terrestres, la descomposición de animales
muertos alimenta la biodiversidad y es un vínculo importante en las redes tróficas.
Los animales vivos son un cuello de botella para los ciclos de carbono
y nutrientes de un ecosistema. A lo largo de su vida acumulan lentamente
nutrientes y carbono de grandes áreas y cuando mueren los depositan todos en un
lugar pequeño y localizado. Un animal muerto puede sustentar toda una red
alimentaria emergente de microbios, fauna del suelo y artrópodos que viven
gracias a su cadáver.
Los insectos y animales carroñeros ayudan a redistribuir aún más los
nutrientes en el ecosistema. Los microbios descomponedores convierten los
grupos concentrados de moléculas orgánicas ricas en nutrientes de nuestro
cuerpo en formas más pequeñas y biodisponibles que otros organismos pueden
utilizar para sustentar nueva vida. Es frecuente observar plantas floreciendo
cerca de un animal en descomposición; ese “criar malvas” es la evidencia
visible de que los nutrientes corporales se están reciclando como un abono orgánico
que se reincorpora al ecosistema.
Que nuestros propios microbios desempeñen un papel importante en este
ciclo es una forma microscópica de continuar vivos después de la muerte sin
apelar a lo que nadie ha visto: el alma.
Hace unas semanas escribí sobre la vitamina D. Animado por el número de
lectores que se han tomado la molestia en leerlo, vuelvo al ataque con otra
letra.
Las funciones metabólicas de la vitamina C son tantas y tan beneficiosas que no dispongo de espacio para enumerarlas. La mayoría de los mamíferos sintetizan de forma natural en el hígado la vitamina C, o vitamina antiescorbútica. Para los primates, las cobayas y algunos murciélagos, que carecemos del mecanismo para su síntesis, debe ser ingerida con la dieta, lo que conseguimos comiendo verduras y frutas.
¿Puede la vitamina C curar el resfriado común? La creencia popular es
que puede curarlo. Sin embargo, no hay evidencia científica sólida que sostenga
tal cosa. La idea de que puede curar los resfriados proviene de la misma fuente
de la que proceden las aplicaciones terapéuticas de los cereales y las lobotomías:
la eminencia.
Linus Pauling y el poder de la eminencia
El norteamericano Linus Pauling fue un químico eminente y una de las
pocas personas que ganó dos veces el premio Nobel. Fue uno de los primeros
químicos cuánticos y recibió el premio Nobel de Química en 1954 por su enorme
contribución al conocimiento de los enlaces químicos. Publicó la increíble
cantidad de 1.200 artículos y libros, incluido un libro de texto sobre enlaces
químicos utilizado por estudiantes de todo el mundo. En 1962 recibió el premio
Nobel de la Paz por su campaña contra las pruebas nucleares terrestres y en
1969 el premio Lenin de la Paz por su activismo en defensa de los Derechos
Humanos.
Hasta ahí todo bien. El que lo traiga a colación en un artículo sobre
la vitamina C me sirve de introducción a la diferencia entre la ciencia basada
en eminencias y la ciencia basada en evidencias. Las opiniones o consejos que
provienen de un científico o médico con una reputación establecida y a menudo
estelar, pero que carecen de evidencia, están “basados en eminencias”. Contrastan
con la ciencia “basada en evidencias”, es decir, la respaldada por estudios
adecuados. En el caso de cuestiones de salud, lo ideal es que sean ensayos
aleatorios controlados con placebo.
Todos y cada uno de los descubrimientos y todos y cada uno de los artículos
científicos que publicó Pauling estaban basados en la aplicación estricta del método
científico, es decir, en evidencias empíricas que cualquier otro científico
cualificado podía repetir para ratificarlas o refutarlas.
Curiosamente, ese eminente científico que había publicado
cientos de artículos revisados por pares en las principales revistas
científicas del mundo, publicó en 1970 un libro, La vitamina C y el resfriado común,
en el que afirmaba que el resfriado común se puede curar a base de ingerir vitamina C. Escribió que él
mismo predicaba con el ejemplo, pues tomaba varios gramos al día para prevenir
los resfriados.
Increíblemente, Pauling, científico respetabilísimo, no ofrecía ninguna
evidencia que sostuviera tal cosa salvo su propia experiencia personal y la de
su esposa. Pero como Pauling era aclamado como uno de los científicos más
importantes del mundo, la prensa aplaudió entusiasmada la historia de la
vitamina C y los suplementos de la vitamina volaron de los estantes. Poco
después, los laboratorios farmacéuticos de todo el mundo añadieron a sus
fármacos el marchamo “Contiene vitamina C”. La evidencia había sido superada
por la eminencia.
Aunque el desvío de Pauling hacia los consejos de salud basados en la
eminencia pueda resultarnos sorprendente, el hecho es que hasta el siglo XX,
cuando comenzaron a surgir los ensayos clínicos, desde la época de Hipócrates la
medicina se basaba esencialmente en la eminencia, como probaron, entre otros
muchos vendehumos, los doctores Kellogg y Freeman.
Corn flakes y chorros de agua: los remedios absurdos de John Kellogg
John Harvey
Kellogg, ¡sí el Kellogg de los cereales!, alcanzó fama universal afirmando
que curaba diversas enfermedades con dietas vegetarianas, ejercicio, baños y
yogur. Era un excelente comunicador que se hizo famoso entreteniendo a los
pacientes de su balneario en Battle Creek, Michigan, con un “experimento” que
consistía en arrojar un chuletón y un plátano a un chimpancé.
El simio ignoraba el bistec y se zampaba el plátano en un santiamén, lo
que servía para que Kellogg proclamara a la audiencia que incluso esa criatura
primitiva sabía que la carne no es buena como alimento. Kellogg creía que comer
carne era “sexualmente inflamatorio” y sostenía que las personas que comían beicon
en el desayuno estaban condenadas a masturbarse, una actividad que las llevaría
a la pudrición del cerebro y a la locura.
Según Kellogg, los copos de maíz, sus corn flakes, eran el
alimento antiafrodisíaco del desayuno. En Rational Hydrotherapy, un
libro de más de mil páginas que publicó en 1900 y vendió como churros, afirmaba
sin evidencia alguna que todas las enfermedades conocidas podían curarse
mediante la aplicación de agua fría, caliente o tibia.
Sin encomendarse a dios ni al diablo, describió cómo los chorros de
agua dirigidos a diversas partes del cuerpo eran curativos y que las plantas de
los pies están conectadas por nervios con los intestinos, los genitales y el
cerebro. No había pruebas de nada de esto, claro está, pero Kellogg, al que hoy
llamaríamos gurú o influencer, era un médico destacado cuyas
afirmaciones, por insensatas que fueran, no eran cuestionadas.
Walter Freeman, el “doctor picahielos”
Los tratamientos de Kellogg eran pan comido comparados con los de Walter Freeman, el “doctor
picahielos”, un ejemplo dramático de lo que les ocurre a los pacientes que
ponen su fe en la eminencia en lugar de en la evidencia.
Freeman se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad de
Pensilvania y posteriormente obtuvo un doctorado en Neuropatología. Llegó a
creer que las enfermedades mentales se podían tratar quirúrgicamente e inventó
la “lobotomía transorbital”, un procedimiento que implicaba penetrar el cerebro
con un instrumento parecido a un picahielos a través de la cuenca del ojo para
cortar la conexión de los lóbulos frontales con el hipotálamo.
Para Freeman la nueva técnica era tan simple y sencilla de explicar que
en veinte minutos podía enseñar a cualquier tonto a llevar a cabo una
lobotomía, incluso a un psiquiatra, especialidad médica que un neurólogo
organicista como Freeman tenía en muy baja estima.
Convencido de su éxito, Freeman hizo que le fabricaran el macabro Lobotomovil,
una furgoneta en cuya parte posterior se adaptó un quirófano con el que recorrió
Estados Unidos dedicado a lobotomizar a casi tres mil quinientas personas.
Primero se la aplicó a esquizofrénicos severos, luego amplió el rango a otras
enfermedades psiquiátricas, a las depresiones, las obsesiones, la agresividad y
la homosexualidad, hasta llegar a las "personas normales",
vendiéndolo como "rejuvenecedor de la personalidad" e incluyéndolo,
también, como tratamiento del retardo mental ligero por problemas en el parto.
Freeman administraba dos o tres choques eléctricos rápidamente, para
dejar inconsciente al paciente. Inmediatamente, le introducía un picahielo bajo
el párpado y utilizaba un mazo para darle un golpe seco con el que atravesaba
la órbita para acceder a los lóbulos frontales por la vía lacrimal.
Hábil, lo que se dice hábil, sí lo era. Demostró que podía realizar, en
el Lobotomovil, más de una docena de lobotomías en una tarde. Eso
explica que en 1953 eran ya 20.000 los estadounidenses que tenían destruidos
para siempre sus lóbulos frontales gracias a las técnicas de Freeman y sus
seguidores. Afortunadamente, en la década de los años 50 apareció la química,
que empezó a ser un recurso para los neurólogos y pronto desplazó a la
psicocirugía, pero fueron también los primeros años de la epidemia de adicción a los
opioides que sufre hoy Estados Unidos.
La eminencia de Freeman se debió en gran parte a haber lobotomizado a
Rosemary Kennedy, hermana del futuro presidente.
Su padre, el mafioso Joseph P. Kennedy, consideró que los erráticos cambios de
humor, las dificultades de aprendizaje y el comportamiento agresivo de Rosemary,
que había nacido en un parto complicado, no eran apropiados para un Kennedy.
Freeman la lobotomizó. Pasó el resto de sus sesenta años de vida sin poder
caminar ni hablar correctamente, con incontinencia absoluta y la edad mental de
una niña de dos años.
Desde 1936 en adelante se realizaron decenas de miles de lobotomías en Estados Unidos y Freeman continuó operando durante décadas. El inventor de la lobotomía, el neurólogo portugués Egas Moniz, recibió el Premio Nobel de Medicina en 1949. Los principales centros médicos de Estados Unidos (Harvard, Yale, Columbia y la Universidad de Pensilvania) realizaron regularmente variaciones de la operación básica hasta bien entrado la década de 1950.
Freeman no tenía pruebas de que el procedimiento fuera un tratamiento
eficaz para las enfermedades mentales, pero increíblemente y gracias a su labia,
a su autopromoción y al aplauso de los medios, logró realizar cientos de
lobotomías antes de que se le prohibiera realizar el procedimiento debido a la
alarmante tasa de complicaciones.
Hoy hay toda una nueva tropa de médicos cuya eminencia se debe más a su
exposición en los medios y a la publicidad engañosa que a sus logros
científicos. Mira a tu alrededor y seguro que se te ocurre algún doctor convertido
en megainfluencer que utiliza continuamente su fatua “eminencia” para poner
palos en la rueda del lento pero seguro carro de la evidencia.
Cuídate de ellos y toma vitamina C si te peta, que nunca está de más
siempre que no superes la dosis médica recomendada, unos 100 mg
diarios, que se incorporan a nuestro organismo en cualquier dieta
equilibrada que contenga frutas y verduras. Lo demás es vicio, inane, pero
vicio.
La mauveína o malveína (del inglés ‘mauveine’, malva), también
conocida como púrpura de Perkin, malva o anilina morada, fue el primer colorante
químico orgánico sintético. Por pura serendipia, un estudiante adolescente
descubrió el primer tinte orgánico sintético de la historia, el del color
malva. Fue un error rentable que demostró las enormes posibilidades de la
química, una ciencia que a mediados del siglo XIX acababa de nacer y apenas
tenía aplicaciones.
Con 15 años, William
Henry Perkin (1838-1907), el menor de los siete hijos de George Perkin, un acomodado
ebanista londinense, ingresó en el Real Colegio de Química. Con 17, era alumno
del ilustre August
Wilhelm von Hofmann, por entones empeñado en sintetizar quinina, un
componente de la medicina contra la malaria, muy demandado en las colonias. En la
Semana Santa de 1856, mientras Holfmann estaba de viaje visitando a su familia,
Perkin probó una idea suya y oxidó la anilina para intentar obtener quinina.
Después de que uno de sus ensayos no produjera más que una zurrapa
rojiza, procedió a limpiar el vaso de precipitados con alcohol. Entonces
ocurrió algo sorprendente. Cuando el alcohol se combinó con el sedimento
herrumbroso, se convirtió en un líquido purpúreo deslumbrante y hermoso. Perkin
se dio cuenta de que había descubierto accidentalmente el primer tinte
sintético, la anilina morada o malveína, también conocida en su honor como malva
de Perkin.
La producción de la mayoría de los tintes era por entonces muy costosa
y su destino estaba limitado a teñir los ropajes de los más ricos entre los
ricos. El añil, por ejemplo, se
obtenía del índigo, una planta subtropical de nombre evocador, Indigofera
tinctoria, que era uno de los principales cultivos comerciales de la
economía esclavista del sur profundo estadounidense.
En ese momento, el valor en peso del índigo era mayor que el del oro. Desde
la Edad de Bronce, el
púrpura de Tiro, tan raro y valioso que siempre se consideró el color imperial,
se producía laboriosamente a partir de las excreciones de ciertos tipos de
moluscos del género Murex. De la cochinilla, Dactylopius coccus, un
insecto que parasita las pencas de las chumberas de cuya savia se nutre a
través de un estilete bucal, se obtenía el ácido carmínico o cármico del que se
produce laboriosamente el colorante natural carmín.
En comparación, el tinte que descubrió Perkin podía producirse a partir
del alquitrán de carbón, abundantemente disponible y barato en la Gran Bretaña
industrial. Y mientras que los tintes naturales tendían a desvanecerse
rápidamente, las creaciones sintéticas de Perkin mantenían su color lavado tras
lavado.
En cuanto Perkin estuvo listo para registrar una patente y lanzar un negocio de fabricación de tintes, el negocio comenzó a funcionar viento en popa. Con la moda de las faldas abombadas en auge, se necesitaba más tela que nunca para los vestidos de las mujeres y los colores a la moda estaban muy solicitados. El descubrimiento llegó en el momento adecuado. En medio de la Revolución industrial, Perkin revolucionó las industrias textiles y de tintes para crear una nueva industria: la química.
En la Exposición Real de 1862, la reina Victoria le dio su sello de
aprobación cuando apareció con un vestido de seda teñido de mauveína. Se hizo
tan popular que se le denominó "sarampión malva". El color malva se
convirtió en parte de la cultura victoriana y realmente estuvo a la altura de
la moda entre 1856 y 1866. Incluso hoy en día, el color púrpura del malva sigue
siendo una imagen popular de este período, gracias en buena medida, también a
los famosos sellos malvas de seis peniques.
En pocos años, los colores que habían sido escandalosamente caros se volvieron asequibles para casi todas las personas. Perkin se convirtió en un hombre rico. Pero no cesó con su pasión por los tintes. Durante su carrera, inventó tintes sintéticos de muchos otros colores. Sus descubrimientos fueron mucho más allá de transformar el mundo de la moda.
El malva de Perkin no solo
supuso una revolución en la industria de los tintes, sino también en la
medicina. Sus trabajos con tintes artificiales fueron fundamentales para que Walther Flemming
pudiera colorear las células y estudiar los cromosomas al microscopio. También
ayudaron a que el premio Nobel de Medicina de 1905 Robert
Koch descubriera el bacilo responsable de la tuberculosis tras teñir el
esputo de un paciente. Es más, el desarrollo de los colorantes sintéticos de
Perkin fue crucial para los estudios de Paul Ehrlich, premio
Nobel de Medicina en 1908 y pionero en la investigación sobre quimioterapia.
Cuando falleció en 1907 a los 69 años, era un científico consumado y muy
reconocido. La Medalla Perkin, el mayor honor en la industria química de Estados
Unidos, se otorga cada año al químico que ha realizado la mayor contribución a
la aplicación práctica de la química.
Como este año el Domingo de
Resurrección coincide con el 31 de marzo, la Semana Santa será la
sexta más temprana de los dos últimos siglos. Solo se le anticiparon los domingos de Ramos de 1818 (15 de marzo), 1913 y 2008 (16 de marzo), 1997 (23 de marzo) y 2016 (20 de marzo).
Al estar regulada por el
calendario judío que se guía por la Luna, Semana Santa es una fiesta que
varía de un año a otro en relación con el calendario oficial. Como aplicamos el
calendario litúrgico católico al escolar, la Semana Santa de 2011 fue la
más tardía de las posibles y, como consecuencia, el segundo trimestre
escolar fue el más largo de la historia. Los impacientes deberán esperar hasta el
24 de abril de 2095 para que los católicos celebren la resurrección de Cristo.
Por el contrario, este año el Domingo de Resurrección será el 31 de
marzo y como consecuencia el segundo trimestre escolar será uno de los más breves
de la historia. Otros más cortos están a la
vuelta de la esquina: en 2027 y 2032 el Domingo de Resurrección será el 28
de marzo, tan solo tres fechas antes del que se conmemorará este año.
El calendario juliano y las celebraciones cristianas
Para los romanos, el equivalente a las actuales fiestas navideñas eran
las Saturnales, que empezaban el 17 de diciembre y duraban siete
días en honor al dios de la semilla y del vino, Saturno. Los días centrales de
la semana festiva, cuando se organizaban los fastos mayores, las fiestas del Dies Natalis Solis Invicti (Días del
Nacimiento del Invencible Dios Sol), se situaban alrededor del solsticio de
invierno, el 21 de diciembre, cuando se produce la noche más larga del año,
tras la cual el Sol comienza a “vencer” a las tinieblas en progresiva retirada,
un día en el que las diferentes civilizaciones celebraban la mayor fiesta del
año: la del nacimiento de su respectivo dios, fuera este Zeus, Amón, Mitra,
Saturno o Jesús.
Esos días suponían la culminación de las Saturnales en las que se
relajaban las costumbres en ambiente de carnaval. A partir del siglo IV,
legalizado el cristianismo, se empezó a considerar la celebración de la Navidad
(nativitas), el nacimiento del Sol Cristo, en estas fechas.
Superponiendo las fiestas se suprimían las fiestas paganas sin prohibirlas. En
estas labores los rectores cristianos siempre han sido maestros.
Aunque en ninguna parte de la Biblia se cita la fecha exacta del
nacimiento de Jesús, la fiesta de Navidad fue decretada el año 354 por el papa
Liberio cuando el emperador Constantino permitió el cristianismo en el Imperio
romano, porque fijándola en las viejas Saturnalias
no se distorsionaba el calendario a que estaba acostumbrada la administración
imperial ni se cambiaban las fechas de los grandes fastos romanos.
La reputada natividad del dios cristiano debía coincidir necesariamente
con las fiestas del Sol Invicto,
alrededor del solsticio de invierno. Aferrándose a una tradición judía que
establecía que todos los profetas nacían y morían el mismo día, los primeros
cristianos, que creían a pies juntillas que Jesús murió exactamente un 25 de
marzo, fijaron el 25 de diciembre, el último de los fastos paganos, como su fecha
de nacimiento.
Cristo pasó a ser el verdadero Sol
Invicto. Tan prendidos estaban de la equivalencia solar que, abandonando el
tradicional sabbath judío, el nuevo
día de descanso para los cristianos sería el día siguiente, al que llamaron Dies Solis, el Día del Sol, denominación
que se ha conservado en el Sunday
anglosajón.
¿Cuándo se designó el Domingo de Resurrección?
Veinticinco años antes de que Liberio fijara el día de Navidad, en el
concilio de Nicea (325 d.C.) se había establecido la fecha de la Pascua, que en
las primeras comunidades cristianas se hacía coincidir con la Pascua hebrea.
Fijar bien esta fecha en el calendario romano oficial, el juliano, era una
cuestión capital porque en ese punto el Nuevo
Testamento es muy explícito: Jesús acudió a Jerusalén para celebrar la Pésaj o Pascua judía y es en esas fechas
cuando transcurre su pasión, muerte y resurrección, que tuvo lugar el «día
siguiente al sabbath de la Pésaj».
Aunque la Pésaj conmemora
supuestamente los siete días de la huida de Egipto, en realidad se corresponde
con una fiesta varias veces milenaria en la que todas las culturas
mediterráneas celebraban el equinoccio de primavera (20-21 de marzo),
haciéndola coincidir alrededor de la primera luna llena posterior a ese
equinoccio. A partir de Nicea el Domingo de Resurrección sería el primer
domingo posterior a la primera luna llena que siguiera al equinoccio primaveral.
Para marcar diferencias con los judíos, también decidieron que los años en que
coincidiera con la Pésaj, el Domingo
de Resurrección se debía trasladar al siguiente domingo del calendario.
Usando el algoritmo Computus,
desarrollado en el siglo XIX por el matemático alemán
Gauss, se delimitan con relativa facilidad las fechas posibles para fijar
el Domingo de Resurrección, que puede caer entre dos extremos. El más temprano
de los posibles sería el 22 de marzo (como ocurrió en 1818, cuando Fernando VII
imponía el absolutismo), y ocurriría cuando el 21 fuera sábado con plenilunio.
Inversamente, si el plenilunio fuera el 20 de marzo, como el equinoccio
está litúrgicamente fijado el día siguiente, habría que esperar un ciclo lunar
completo de 28 días, con la inevitable consecuencia de que la primera luna
llena de primavera sería el 18 de abril. Si este día cayese en domingo, la
fecha de la Resurrección tendría que desplazarse una semana entera para que no
coincidiera con la Pascua judía, de modo que ese domingo sería el más tardío de
los posibles: el 25 de abril. En 2011 cayó en 24, pero a efectos de las
vacaciones escolares dio exactamente lo mismo: ese trimestre fue el más largo
de la historia y, de seguir aferrados al calendario litúrgico, lo será también
en el futuro.
Antes de la de este año, ha habido otras cinco más tempraneras, una de
ellas en 2008, en la que se vivió el Domingo de Pascua el 23 de marzo, como ya había sucedido en 1913.
Y más tempranera aún fue la de 1818, cuando coincidió con el 22 de
marzo, lo que volverá a repetirse en 2285. La siguiente más tempranera será en 2035, cuando
coincidirá con el 25 de marzo.
En el lado contrario, las que más tarde han caído, tenemos una cercana,
en 2011 que coincidió con el 24 de abril, al igual que en 1859. Y todavía hay
dos más lejanas, la que se celebró en 1943 y la de 2038, que coincidirá con el
25 de abril.
Como el Domingo de Resurrección es la piedra angular del calendario
litúrgico, las demás celebraciones lo toman como referencia: cuarenta días
antes es miércoles de Ceniza, fecha de comienzo de la Cuaresma. Después del Domingo
de Resurrección vienen la Ascensión (40 días después), Pentecostés (50 días), y
Corpus Christi (jueves siguiente a Pentecostés).