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domingo, 20 de mayo de 2018

Malas noticias: los CFC atacan de nuevo

El agujero de ozono sobre la Antártida se redujo a su mínima extensión en septiembre de 2017. Aquí, en esta vista en falso color del ozono total promediado mensualmente, el azul y el morado indican las áreas con menor ozono, mientras que los amarillos y rojos significan mayores niveles. Foto: Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA.

En noviembre de 2017 nos las prometíamos muy felices cuando supimos que el agujero en la capa protectora de ozono que se forma sobre la Antártida cada septiembre era el más pequeño visto desde 1988, según la NASA y la NOAA. No hay mal que por bien no venga, pensamos: las temperaturas más altas en la Antártida ese año redujeron el agujero en la capa de ozono a mínimos.
En 1985, los científicos detectaron por primera vez el agujero en dicha capa y se dieron cuenta de que estaba siendo causado por el cloro y el bromo liberados por los clorofluorocarbonos (CFC), compuestos utilizados como refrigerantes. En 1987, el Protocolo de Montreal inició la eliminación de estos productos químicos.
El Protocolo fue diseñado para proteger la capa de ozono estratosférico mediante la reducción en la atmósfera de las sustancias que la destruyen, como los clorofluorocarbonos (CFC). La reducción en la concentración atmosférica de triclorofluorometano (CFC-11) era la segunda contribución más grande a la disminución en la concentración atmosférica total de cloro que destruye la capa de ozono. No obstante, el CFC-11 todavía contribuye con una cuarta parte de todo el cloro que llega a la estratosfera, por lo que la recuperación de la capa de ozono estratosférico depende de una disminución sostenida de las concentraciones de CFC-11.
El agujero en la capa protectora de ozono de la Tierra que se forma sobre la Antártida cada septiembre fue el más pequeño visto desde 1988, según la NASA y la NOAA. Foto: Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA.
En un artículo publicado el pasado 16 de mayo en Nature, los investigadores demuestran que la tasa de disminución de las concentraciones atmosféricas de CFC-11 observadas fue constante entre 2002 y 2012, para luego disminuir aproximadamente un 50% después de 2012. La desaceleración observada en la disminución de la concentración de CFC-11 fue simultánea en los hemisferios norte y sur. Pero los análisis recién publicados también sugieren un aumento en las emisiones de CFC-11 de 13 ± 5 gigagramos por año desde 2012, a pesar de que su producción oficial es cercana a cero desde 2006. Las simulaciones de modelos tridimensionales confirman el aumento en las emisiones de CFC-11, pero indican que el aumento detectado puede haber sido hasta un 50% mayor como resultado de los cambios en los procesos dinámicos estratosféricos. Por último, concluyen los investigadores, el aumento en la emisión de CFC-11 no parece estar relacionado con la producción pasada, lo que sugiere una nueva producción no declarada, lo que es inconsistente con el acuerdo del Protocolo de Montreal para eliminar la producción mundial de CFC en 2010.
De momento nadie tiene ni idea de cuál es la nueva fuente, porque no tiene mucho sentido que alguien decida expulsar CFC otra vez habida cuenta de que existen numerosas alternativas baratas a los CFC que funcionan igual de bien. Como explicó el Washington Post en un informe detallado sobre el tema, la producción mundial de CFC ha sido prácticamente nula desde que fueron prohibidos en el Protocolo de Montreal de 1987. En general, los CFC atmosféricos seguía disminuyendo y la capa de ozono seguía recuperándose. Pero la nueva y desconocida fuente ha ralentizado significativamente ese proceso y los científicos encuentran la situación completamente desconcertante.
Los CFC son moléculas formadas por átomos de carbono unidos a átomos de cloro y flúor, elementos halógenos que hacen que la molécula sea volátil pero particularmente poco reactiva. Los productos químicos volátiles, es decir, los que se evaporan fácilmente, son importantes en dispositivos de formación de espuma tales como extintores de incendios y en los que enfrían el aire, como los frigoríficos y los aparatos de aire acondicionado.
Los refrigerantes originales eran el amoníaco o el gas butano. El primero es muy tóxico y el segundo muy inflamable, así que cuando aparecieron los CFC parecían una panacea. Los CFC eran especiales porque no eran inflamables ni lo suficientemente reactivos como para ser tóxicos. La industria los usó a destajo, hasta que se descubrió que, en la atmósfera alta, se estaban descomponiendo liberando cloro. Todo cloro liberado estaba destrozando la capa de ozono, rompiendo los enlaces químicos de la molécula que protege la superficie de la Tierra de la radiación ultravioleta.
Reemplazar a los CFC fue todo un desafío. Algunas alternativas resultaron ser demasiado reactivas, y causaban cánceres y otros problemas médicos. No acababa de encontrarse una sola clase de moléculas que sirvieran para cubrir todas las necesidades que cubrían los CFC. Pero con el tiempo la situación cambió y hoy existen montones de alternativas a los CFC, de forma similar a como antes más de un CFC.
Y, sobre todo, para lo que aquí nos trae, es que esas alternativas cumplían su función perfectamente. Eso, junto a las penas que se imponen por el uso de los CFC, hacen que el descubrimiento de una nueva fuente misteriosa para uno de esos químicos, el CFC-11, sea particularmente confuso. Los dos principales usos del CFC-11 son la fabricación de extintores y de frigoríficos, que se han estado fabricando sin problemas usando las nuevas alternativas.
Si es así, ¿por qué alguien comenzaría a usar CFC otra vez? Esa es una pregunta difícil de contestar. Lo inmediato es pensar en el beneficio a corto plazo. Podría imaginarse que alguien tenía un stock importante de CFC almacenado antes del Protocolo de Montreal, que hasta ahora no había usado. Es factible que algún fabricante desaprensivo, una vez pasado el tiempo y disminuida la presión de los controles, comenzara a utilizar sus existencias para reducir precios. Esa hipótesis, que haría las delicias de algún conspiranoico, se enfrenta con un problema de cantidad.
La gran cantidad de CFC involucrados durante varios años, unos 13 millones de kilos, representaría un arsenal tan absolutamente masivo como irrazonable, que invita a pensar en otras fuentes. Según algunos investigadores, la fuente más probable serían las formaciones de hielo natural. El hielo del mundo se está derritiendo y al derretirse puede liberar químicos atrapados. Plausible, pero resulta muy complicado explicar por qué el hielo ha atrapado selectivamente CFC-11 y no el resto de CFC.
Eso deja la extraña posibilidad de que alguien haya vuelto a las andadas y esté fabricando y usando CFC-11 otra vez. Esa fábrica de CFC sería difícil de rastrear. Si dispusieran de una muestra grande y poco mezclada, los químicos podrían analizar el CFC y encontrar en un periquete las huellas que conduzcan a su origen. Pero con la sustancia suelta y mezclada en la atmósfera, la tarea de tomar muestras sería extremadamente difícil de por sí.
No obstante, la habilidad de los químicos analíticos ha dado sobradas muestras de su eficacia, así que detectar el origen parece una cuestión de tiempo, esperemos que de poco tiempo. De momento, sin embargo, la situación es extraordinariamente misteriosa. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.